Capítulo 8. ELIXIR DE SUEÑOS.
21 - Agosto - 2016
4:03 am
Natilyta:
Te soñé esta noche, me costó mucho creerlo pero ahora sé que fue sólo un sueño después de comprobar que todo sigue exactamente igual en tu habitación excepto tú, tú no estás ahí y Carlos me lo ha confirmado; la desilusión me inundó a partir de ese momento y ahora no me queda más que escribirte para desahogarme e intentar, de alguna manera, comunicarme contigo.
No sé en qué momento de la noche me he quedado dormida, lo último que recuerdo es estar con Carlos en el sofá mientras veíamos una película, y también recuerdo algunos rumores lejanos de voces desconocidas mientras mis parpadeos se volvían más retardados, ahora que estoy más consciente supongo que se trataba del sonido de la película filtrándose entre mis sueños y asumo que por eso he soñado tan extraño. Mi sueño comenzó conmigo de pie a mitad de una habitación oscura y llena de neblina, tan carente de luz que ni siquiera me permitía ver las paredes o algún mueble, era como estar en un espacio hueco, en un abismo desolado y vacío; yo daba unos cuántos vistazos rápidos a mi al rededor intentado inútilmente averiguar en dónde me encontraba, sin embargo, en esos mismos instantes podía sentir el ligero peso de algo sobre mis manos, bajaba rápido mi vista sin poder observar algo más allá de mi pecho, las penumbras en las que me encontraba eran increíblemente densas, con la intriga y el miedo a flor de piel levanté mis brazos lentamente acercándolos a mi rostro temiendo que algo saltara de ellos hacia mí, mi torpe e insuficiente vista aunada al sombrío lugar provocaron que casi tuviese que pegar aquel bulto a mi cara para poder descifrar de qué se trataba, entonces te vi, te vi tan pequeña y débil como cuando naciste, tan frágil que temía romperte si te apretaba demasiado, tan ligera que parecía que comenzarías a volar con el viento cuál pluma de ave perdida. Tus hermosos ojos color avellana me miraban fijamente sin expresión alguna con ese semblante de muerte perfilado en cada detalle de tu rostro, en tu piel extremadamente pálida y pegada a tus huesos, en tus pequeños pómulos tan prominentes, en tus labios carentes de color, en las mejillas inexistentes debido a tu bajo peso, en tus escasas cejas rubias, en los pocos rizos dorados que comenzaban a brotar en tu cabeza, en aquel brillo casi perdido por completo en tu mirar. Unas cuántas lágrimas escaparon de mis ojos cayendo en tus mejillas aparentando que tú también llorabas mis lágrimas, que a ti también te dolía verme en el estado demacrado en el que ahora me encuentro, en el mismo estado que padecías en esa primera vez que te vi; no pude hacer más que posar sobre tu frente un cálido y perpetuo beso, un beso cargado de toda esa mezcla de emociones que siempre me haces sentir, un beso que no quería que terminara jamás; quería abrazarte tan fuerte que te fundieras con mi pecho para que no volvieses a escapar de mi lado, sin embargo, eras tan delicada que temía hacerte daño así que me conformé con ese beso que coloqué en tu frente y con el diminuto peso de tenerte entre mis brazos otra vez y para siempre. No hacía más que permanecer embelesada contemplándote, admirando el hermoso copo de nieve que había formado en mi vientre y que ahora estaba conmigo, creyendo que todo aquello que había sucedido no era más que una cruel pesadilla y que este tétrico sueño que se tornaba hermoso al tenerte conmigo era mi realidad. Pronto comencé a cubrirte tanto como podía con la ligera sábana de hospital que te envolvía e incluso me quité con sumo cuidado el chal que llevaba puesto para colocártelo ya que estabas tan fría que lo necesitabas más que yo y la neblina de aquél lugar empeoraba la situación, con el frío intenso quemándome la piernas y haciéndome notar que usaba algún tipo de vestido, comencé a avanzar contigo en brazos, arrastrando mis pies para evitar tropezar con algo y con una mano extendida al frente para no chocar con algún muro, así continúe caminando por un tiempo que para mí parecía eterno entre un espacio que simulaba ser interminable, sin principio y sin aparente fin, sin ninguna señal de vida o de algún objeto que me advirtiera en dónde nos encontrábamos, sólo encontrando algunas piedras de no muy significativo tamaño que fácilmente movía hacia un costado con ayuda de mi pie. De pronto, y después de una larga caminata, divisé lo que parecía la rama de un árbol a no más de quince centímetros sobre mi cabeza, estiré mi mano hacia arriba y pude tocarla, en efecto, era una rama un tanto seca y bastante torcida carente de hojas, sin embargo, debido a las tinieblas que lo envolvían todo con su gélido manto, me fue imposible divisar el árbol o la intersección de este con la rama hasta que avancé unos pasos más; entonces pude sentir su tronco con la palma de mi mano, su corteza era tan áspera y gruesa que parecía pertenecer a un árbol bastante viejo, sin embargo, lamentablemente también estaba seco ya que pedazos de la misma corteza quedaban en mis manos con un simple roce como sucedería con un pequeño retoño frágil; en ese momento la neblina comenzó a disiparse dando paso a destellos de luz que cada vez se hacían más presentes hasta que una tenue claridad invadió la zona en la que nos encontrábamos, entonces lo observé, un majestuoso árbol lleno de difurcaciones y con extensas y enmarañadas raíces que sobresalían de la tierra, pero tan carente de vida que resultaba lamentable e increíble que aquél árbol tan imponente ahora no fuera más que leños para fogata. Sin despegar mi mano del árbol comenzamos a rodearlo mientras mi vista fija se posaba en cada detalle de su coraza muerta, así fue como pude encontrar un agujero en el centro del cuál brotaron dos traviesas ardillas que treparon juguetonas por el tronco como la familia que parecían ser, ya que una era mucho más pequeña que la otra; llegaron hasta una de las ramas más altas y ahí se posaron cuando, de repente, los gruñidos ensordecedores de un ser temible y extraño comenzaron a escucharse por doquier, retumbando sus gruñidos en un eco profundo. Aquellas inocentes ardillas que antes jugaban y compartían ahora se gruñían y atacaban mutuamente mientras corrían hacia el agujero del que provenían; ¿cómo era posible que se tratasen así después de compartir el mismo hogar?, ¿cómo es que de la nada podía surgir ese comportamiento?, ¿cómo la madre podía ser tan cruel con la pequeña ardillita que crió como suya?, ¡¿cómo es que la supervivencia volvía a los seres en algo tan hostil que inclusive ataca a su propia sangre?!. Los animales continuaron con su redada mientras el pánico de lo que estaba observando y de los gruñidos que escuchaba me invadía rápidamente paralizándome en el acto, bastaron unos pocos segundos en ese estado de shock para que yo sintiera removerse a el pequeño bulto entre mis brazos y con ello entrara en razón, corrí entonces tan rápido como mis torpes piernas me permitieron, corrí sin mirar y sin saber a dónde, lo hice sólo con una concisa y fuerte idea: la convicción de evitar a toda costa que algo malo te ocurriera. Así pues, parecía alejarnos del sonido de la bestia, escuhándolo cada vez más lejano hasta que de la nada un gruñido resonó tan fuerte frente a mí que me detuve en seco, ¿ese monstruo había llegado hasta a mí?, ¿estaba tan cerca en tan poco tiempo?, ¡¿por qué nos perseguía?!, no pude hacer más que mirar a mi alrededor intentando observar al ser que nos acechaba, notando solamente, entre la negrura del lugar, un par de grandes alas sin plumas cubiertas de gruesas escamas puntiagudas y en forma de alas de murciélago, seguidas de una larga y gigantesca cola de largato que parecía un látigo afilado en la punta; me estremecí de terror al observarlo abrazándote contra mí con la mayor de mis fuerzas, notando entonces la extrañeza del volumen de lo que tenías que ser tú, parecía que se tratase de trapos viejos o de una suave muñeca que se sume por completo al aplicarle un poco de fuerza, entonces comencé a buscarte bajo la manta sólo para encontrar pequeños pedazos de tela sin unir, extendí por completo la manta que ahora ya no era la del hospital, sino la pequeña sábana blanca de algodón con figuras de dinosaurios que Carlos había escogido para ti apenas supo que naciste, las telas cayeron por el lugar dejando en mis manos una manta vacía, propiciando nuevamente en mí la incertidumbre de tu ausencia, mirando a todas partes intentando encontrarte entre la espesa neblina que poco a poco se despejaba, entonces pude ver el resplandor de tus cabellos enredados entre una de las garras del monstruo, era de lo poco que podía observar junto a unos penetrantes ojos anaranjados fijos por completo en mí, palidecí en ese momento mientras sentía a mi corazón palpitar a mil por hora, ¿cómo era posible que el monstruo te tuviera?, ¡¿en qué momento te arrancó de mí?!; como una completa cobarde me quedé sólo mirando a la bestia regodearse por su hazaña, haciéndome ver que pudo hacer lo que yo no: atraparte y retenerte; en ese momento, cuando sus ojos y colmillos denotaban la expresión del ganador, mi instinto maternal reaccionó y comencé a arrojarle cuántas piedras encontraba a mi alrededor, el monstruo comenzó a alejarse y a gruñir aún con tus cabellos entre sus garras, hasta que se levantó por completo y pude ver que tú no estabas ahí, sólo tenía algunos mechones de tus rizos pero no a ti, entonces lo entendí, ¡todo había sido una trampa!, tú no estabas ahí y yo te había perdido. La bestia comenzó su vuelo en un cielo carente de estrellas y de luminosidad, mientras yo me limitaba a mirar desesperada a todas partes intentando hallar algún rastro sobre ti. Al cabo de unos minutos que para mí fueron horas, al fin se hizo presente una silueta en el horizonte, corrí hasta esa imagen gritando tu nombre, hasta que estuve tan cerca que pude ver que se trataba de un buzón al inicio de lo que parecía un camino, continúe por ahí hasta observarte a la distancia, hasta verte caminando hacia una lúgubre casa, de espaldas a mí con tu listón favorito formando un moño irregular en tu cabello, grité tu nombre cuán fuerte como me permitían mis pulmones mientras corría hacia ti, de repente arbustos de extensas ramas comenzaron a surgir del suelo formando una vaya que me impedía pasar, grité mil veces más tu nombre, imploré que te quedaras, lloré entre gritos esperando que al menos me mirases, pero todo fue en vano, los arbustos se hicieron velozmente más densos y altos, creciendo más a mi alrededor y logrando así tapar por completo mi vista mientras me apretujaban hasta la asfixia; pude sentir cómo de a poco las ramas se incrustaban en mi piel, perforándome sin compasión, cual castigo que yo merecía, cuando no hubo más aire que respirar y mi vida parecía extinguirse, desperté. Abrí los ojos y mi senté en el mismo acto, desperté entre sollozos y con el rostro empapado en lágrimas, sóla en mi cama y, para mi sorpresa, con el monitor de bebé que usábamos justo en el buró de a un costado, escuchando a través de él el sonido de quién duerme al otro lado, corrí entonces hasta tu habitación creyendo que quizás, en efecto, todo había sido sólo una pesadilla de la que me había costado despertar, que tú en verdad estabas aquí y que jamás te había perdido, abrí la puerta de tu habitación mientras pronunciaba tu nombre encontrándome sólo con la nada, con la soledad de tu habitación vacía, con la frialdad de tu ausencia; comencé a buscarte desesperadamente en el armario y bajo tu cama mientras aún te llamaba, en ese momento Carlos subió corriendo preguntándome "¿qué ocurre?", a lo cual sólo me límite a decir que no te encontraba, él puso una mueca de pena y se acercó a mí con cuidado, yo rebuscaba incluso en tu baúl de juguetes que ahora se encontraba vacío, "¡no está!, ¡¿en dónde está?!" pregunté a la nada con mi mezcla de asombro y preocupación, Carlos me tomó con firmeza por las muñecas y me ordenó mirarlo, lo hice y entonces, la oración que pronunció se clavó tan profundamente en mi alma que pude sentirla perforándome tal como había sentido a las ramas de los arbustos en mi sueño, "ella ya no está, se fue" dijo con la mayor delicadeza que pudo aunque poco sirvió ya que eran las mismas palabras dolorosas que por más que intentaran jamás podrían disfrazar; lloré entonces mientras comenzaba a hiperventilar, mientras el aire me faltaba y Carlos me apretaba contra su pecho intentando consolarme, pasé así bastante tiempo, hasta que las lágrimas se me acabaron y una pizca de coraje se apoderó de mí, el coraje de aceptar que no estabas aquí, que este era mi mundo desde que te fuiste, que mi realidad es cruda y dolorosa, que sólo en sueños podía tenerte. Dejé de ocultarme en los brazos de Carlos y corrí a buscar las hojas y los bolígrafos en mi habitación mientras me limpiaba furiosa los rastros de lágrimas que aún poseía en mi rostro, regresé de nuevo a tu recámara encontrándome en la puerta a un Carlos preocupado al extremo, diciéndole que estaba bien y que necesitaba estar sola, cerrando la puerta con el cerrojo cuando escuché el "de acuerdo" de expresión melancólica que él dijo, sentándome con rabia en tu escritorio y comenzando a escribirte.
Ahora que te escribo el dolor de mi realidad ha comenzado a mitigarse, y justo ahora, mientras te escribo, acabo de recordar que cuándo era muy pequeña leí en un libro de fantasía, de los tantos que utilizaba como mecanismo de escape de mi realidad, sobre un elixir de los sueños, un brebaje capaz de traer tus más profundos deseos a la realidad, que sólo era inspirado por los anhelos puros del corazón y que era capaz de borrar tristezas y temores con sólo una de sus gotas en la frente. Si yo pudiese encontrar esa poción debes estar segura de que todo aquello que pretendí darte ahora sería tuyo, y lo más importante es que estarías a mi lado por siempre. Me pregunto si es posible que algo así exista, que la magia en verdad viva entre nosotros, que todos aquellos mitos aparentemente irreales en realidad sean la esencia de nuestro ser, que el dolor que siento pueda desaparecer en sólo un segundo, que tú puedas volver, que pueda volver a tenerte en mis brazos cómo cuando eras bebé pues, con la experiencia que poseo ahora, tú estarías mucho mejor atendida en tema de salud. Quizás sólo estoy soñando de nuevo, fantaseando en mi mente con algo que tampoco puedo tener pero, ¿qué más me queda por hacer?, tú no estás y yo no pierdo nada creyendo en esa magia y en su poder para traerte de vuelta, creyendo en lo imposible y en que soy capaz de hacerlo, aunque estoy muy consciente de que nunca hice lo suficiente por ti en mi realidad, aunque nunca te busqué ni agoté esos recursos que ni siquiera conozco pero que sé que existen; lo sé, soy patética y estoy perdida, pero supongo que tampoco puede ser tan malo intentar cosas más allá de las que nos enseñan a creer.
Al borde de la locura, tu madre. ❄
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