Capítulo 24. ¡CORRE, GRITA Y MALDICE!
08 - Septiembre- 2016
10:37 pm.
Nath:
Este día ha sido muy duro, volver a un lugar que me trae tantos recuerdos de todo tipo me hace sentir extraña, no sé qué ocurre conmigo, pero sé que no puedo continuar callando por mucho más así que, antes de que estás viejas heridas me destruyan irremediablemente, es momento de exponerlas ante este papel y con ello limpiar al menos un poco de mi espíritu.
Cuando tu padre terminó su acto tan doloroso para mí, salió de mi interior mientras yo bajaba mi vestido con prisa para evitar que él me viese. Sólo se retiró del sanitario dando un fuerte portazo tras de sí, dejándo su pecado y a su prima rota detrás sin ningún tipo de remordimiento mientras yo me limitaba a llorar. Me coloqué sobre uno de mis costados y adopté la forma fetal mientras los desgarradores alaridos salían de mi garganta. Me hice un ovillo de autocompasión en aquel frío y húmedo suelo y lloré por algunos minutos más mientras seguía sin creer lo ocurrido.
¿Esto era un sueño? De ser así ¿por qué me ardía la piel? ¿Por qué sentía mi alma sangrar? Poco tardé en darme cuenta que no, esto no era un sueño, porque mis adoloridas piernas no podían cerrarse en un inicio, porque podía sentir mis lágrimas perdiéndose entre la humedad del suelo, porque el tacto me confirmaba que mi rostro estaba apoyado contra los fríos azulejos. ¿En verdad esto había ocurrido? ¿En verdad lo había hecho? ¡¿En verdad él me había dejado llorando ahí?!
La mujer siempre imagina que su primera vez será algo especial y bonito, entregándose a un hombre que le demuestra afecto, protección y seguridad, que la trata cómo princesa y es delicado con ella, que después del acto le sigue demostrando afecto y la abraza para hacerle ver que todo está bien y que sigue a su lado sin importar nada. Yo no quedé exenta de esas ensoñaciones, yo también anhelaba que fuera un momento especial y mágico, sin embargo, el destino me preparó algo muy diferente y retorcido que yo jamás pedí y que me calaba hasta el alma.
Después de algunos minutos llorando mi mente se quedó en blanco, completamente estática; desconozco si se trataba de una especie de shock ante la incredulidad de lo recién ocurrido o qué sé yo. Sólo sé que, sin importar cuánto me lamentara, el tiempo no iba a retroceder y yo no volvería a ser la de antes. Esta situación había marcado en mí un antes y un después, estaba plenamente consciente de ello y lo aceptaba porque ¿qué más podía hacer?, ni había forma de borrar el pasado ni de devolverme mi santidad, todo estaba hecho y ya no había más de qué lamentarse, después de todo y a partir de ese día, yo ya no era más una niña.
Me levanté del suelo cómo pude y tomé el papel higiénico para limpiar de mi ser todos los viscosos fluidos de tiu padre que escurrían por mi entrepierna, lo hice de la mejor manera que pude para que no quedara nada que me hiciera recordar y coloqué mi ropa interior en su lugar. Después de eso acomodé mi ropa y salí nerviosa para huir a la habitación de tu padre, la cuál fungía como una especie de refugio para mí desde tiempo atrás. Cerré la puerta a mis espaldas con fuerza, coloqué los seguros y me derrumbé deslizándome por ese umbral de madera que parecía mantenerme a salvo de las miradas curiosas de los miembros de la fiesta.
Lloré un poco más estando sentada de rodillas en el suelo, abrazándome a mi misma, sin terminar de comprender porqué lloraba. ¿Por qué toda esa situación me dolía tanto? ¿Que no era esto lo que yo quería? Porque yo le había dado el preservativo a Ángel, porque yo había aceptado que me besara y tocara, porque yo pude haber salido de ahí si en verdad lo hubiese querido, ¿cierto? Él sólo hizo lo que yo le permití hacer, avanzó hasta dónde yo dejé que avanzara, pero entonces ¿por qué lloraba? Me sentía tan patética y estúpida por no comprender la situación, por llorar a causa de algo que yo misma elegí, y eso me causaba rabia hacia mí misma y mi propia debilidad irracional. Mientras más me autodespreciaba más se acrecentaba mi llanto.
Intenté levantarme para tumbarme en la cama y eso no fue buena idea en lo absoluto, el aroma de tu padre impregnado en la almohada y las cobijas me provocó cierto grado de repulsión inexplicable por lo que me levanté en ese mismo instante quedando al centro de la habitación. Dada mi posición obtuve vista total del cuarto y de todo lo que lo constitua provocando espasmos en mi estómago que ne pedían a gritos vomitar toda la adrenalina que llevaba en mi ser. En ese momento no entendí por qué, pero todas las cosas que veía de Ángel me provocaban náuseas y deseos de salir huyendo, y cuando estuve a punto de hacerlo alguien golpeó la puerta.
— Nessrine, ¿estás ahí? — escuché a un joven nervioso llamándome al otro lado mientras intentaba girar la perilla. — Nessrine, soy Diego, es urgente que vengas conmigo. — repitió un poco más desesperado.
Sin ánimos para nada me acerqué a la madera que nos separaba y pegué mi frente ahí, pensando en si era buena idea responder o mejor fingir que no me encontraba en este mundo ni en esta vida. Mi mente no estaba bien para volver a ese círculo de adolescentes ebrios que se manoseaban, pero Diego era mi primo y siempre defendía lo que era justo.
— Se rompieron algunas botella de tequila y una chica se resbaló y cayó ahí, enterándose algunos vidrios. Está sangrando mucho y Ángel no... — entonces le interrumpí abriendo la puerta, lo que había dicho era suficiente para mí, todo se estaba saliendo de control.
— ¿Prometes no dejarme sola mientras lo soluciono? — le cuestioné aún sabiendo cuál sería su respuesta.
Él sólo asintió con la cabeza mientras me miraba consternado. Mi ojos estaban hinchados y rojos después de tanto llorar, mis lágrimas aún brillaban en mis mejillas y mi ropa mojada al igual que mis cabellos. Diego me miraba con una mezcla de compasión, lástima y duda; no sabía nada de lo que me había ocurrido y ni él ni nadie iba a saberlo jamás, o al menos eso era lo planeado.
— Una cosa más. — dije mientras él tomaba mi mano. — No me lo menciones. No menciones su nombre ni nada que tenga que ver con él. — y mis palabras sembraron aún más la duda en su semblante. — ¿De acuerdo? — cuestioné ante su perplejidad.
— Está bien. — respondió sin más y sabiendo perfectamente a qué personaje me refería.
Tiró de mi mano llevándome tras de él a través del pasillo fuera de la habitación y posteriormente en la escaleras, sin embargo, dado que en este último pasaje había muchas personas, nos soltamos sin querer al ser empujados por la multitud hacia lados opuestos y entre el dolor físico que me provocaba el simple hecho de caminar y que se intensificó en los escalones. Cuando el flujo de la gente se "normalizó" continué bajando observando a Diego al final de las escaleras, esperándome. Pero algo más captó mi atención, algo que terminó de romper la poca inocencia que yo poseía, la que Ángel me había dejado.
Tu padre se encontraba en una zona aledaña a las escaleras, tomándo a una chica por la cintura, a la misma chica que horas antes se le había insinuado y él habiase rechazado. Ella intentaba hacerse la difícil pero sostenía una sonrisa coqueta que provocaba a Ángel a seguir insistiendo, cuando esa chica desvió la mirada y se percató de mi presencia, besó a tu padre. Por su parte fue un beso más que correspondido, ya que él bajó su mano hasta el trasero de la chica apretándolo con fuerza.
En ese momento sentí algo romperse dentro de mí, el pecho comenzó a dolerme ante una sensación inexplicable de opresión en el mismo. Algo me dolía, algo me dolía demasiado, a un grado que nunca había experimentado.
¿Por qué me hacía esto? ¿Por qué me traicionaba así? ¿Este era mi Ángel? ¿Este era el ser que yo tanto amaba? ¿el que me había prometido quererme sólo a mí? ¿el que me convenció de hacer algo para lo que yo no me sentía lista? ¿el que me había lastimado? ¡¿Ese era él?! Sentí mis ojos hincharse de lágrimas nuevamente pero no era sólo por tristeza, había algo más en ellas, algo que me hacía arder en cada parte de mi ser, algo que me hervía la piel.
Cuando terminaron su beso, la chica le dijo algo a Ángel y él giró a verme. En ese momento palideció por unos breves segundos y posteriormente me miró seco, frío y con enfado para, después de algunos minutos mirándonos fijamente, continuar besando a la chica. Y eso fue todo, esa acción terminó con los residuos de mi mente, con mis sentimientos buenos hacia él, con la dignidad y orgullo que me quedaba. ¿Todo había sido en vano? ¿Todo lo que soporté no sirvió para nada? ¿Las lágrimas que contuve en el baño ni siquiera le importaron? ¿Y el apoyo incondicional que le proporcioné? ¿Y la confianza absoluta que tenía en él? ¿Y la venda en mis ojos para creer cada cosa que él me decía? ¡¿ Y mi amor?! ¿Nada sirvió? ¡¿Nada le importó?!
En ese momento comprendí que sólo fui utilizada, que yo no le importaba en lo absoluto, que jamás le interesaron mis emociones ni sentimientos, que una vez que obtuvo lo que quiso yo ya no tenía cabida en su vida, que ahora sólo era una más en su lista de mujeres utilizadas a placer y desechadas después, y que todo eso era sólo mi responsabilidad por ser estúpida y creerle, por confiar en los cuentos de hadas, por buscar un príncipe salvador en quién siempre demostró ser el villano, por pretender ver un Ángel Guardián en dónde sólo se encontraba un Demonio Destructor.
Apreté los puños con rabia a mis costados a la par que mi mandíbula se tensaba. Esto era demasiado, era la gota que colmó el vaso y yo, yo que ya no tenía nada más que perder, no iba a tolerar ni una más de sus estupideces porque yo no las merecía, ni de él ni de nadie más.
Algo en mi cabeza me gritaba una y otra vez que debía huir de ahí, que era el momento de escapar de toda esa mierda que me rodeaba en aquella casa y que jamás le podría perdonar a Ángel sin importar qué intentara. "¡Corre! ¡Corre! ¡Corre ahora!" escuchaba en mi mente una y otra vez por parte de un grito femenino, como si se tratase de mí consciencia o de la voz interna que se dice que todos poseemos, y si era así, si esa era mi voz interna hablándome por fin, no pudo estar más acertada ni contener tanta fuerza.
Guiada por ese incesante alarido salí corriendo sin importarme nada más. Me olvidé de la chica por la que me pedían ayuda, me olvidé de esa tipa que besaba a tu padre, me olvidé de la fría mirada indiferente de tu padre, me olvidé de mi madre abusadora y de Elena que me había abandonado, me olvidé de mis lágrimas y de la opresión de mi pecho, sólo corrí. Corrí y corrí sin rumbo, tomando cualquier dirección, corrí con todas mis fuerzas y mi mayor velocidad, corrí sin siquiera saber cómo lo hacía con el intenso dolor en mis piernas y mi intimidad, corrí concentrándome sólo en el intenso dolor de mi alma y mi pecho y no en el dolor físico, corrí durante algunas horas, corrí lejos de aquel lugar, de esas calles, de las casas y comercios que me recordaban mi vida, que me recordaban a tu padre, que me recordaban a mi madre, corrí y corrí sintiéndome culpable.
En algún punto de mi escape, las calles y lugares comenzaron a tener importancia de nuevo y todo me era desconocido. Me detuve en seco cuando dejé de escuchar aquella voz, por completo consternada sin lograr ubicarme. La noche era lo único que me acompañaba en aquel momento, lo único que yo conocía, una noche sin estrellas a causa de la excesiva nubosidad, una noche apagada igual que mi alegría, tan negra cómo mi alma, tan oscurecida cómo mi sonrisa; una noche sombría cómo todo lo que habiase ocurrido en ella.
Continué caminando sin rumbo durante un par de calles más, intentando divisar algo que me pareciese familiar, sin embargo, no había nada para orientarme hasta que, a la distancia, logré divisar un amplia avenida que se encontraba vacía por completo. Avancé hasta ella con la esperanza de ampliar mi vista y encontrar alguna calle que me retornara al martirio de la casa de Ángel pero, cómo siempre, mis esperanzas se esfumaron pronto, cuando ni una pizca se asomaba del barrio que yo conocía.
Rendida ante mi situación continué mi camino sobre aquella avenida que desembocaba en un puente vehicular en el que se encontraba una pequeña acera a un costado, junto a las barras de contención. El lugar estaba poco alumbrado y provocaba una sensación termica más baja que la de las calles por las que había cruzado, aún así, continué por ahí ya que nada más podía perder. Si hubiese sido la chica virgen de hace algunas horas me habría asustado bastante y habría estado desesperada por volver a casa aunque, pensándolo bien, en primer lugar ni siquiera habría salido de aquella fiesta y seguramente estaría con tu padre prendado a mi cintura. Dadas las circunstancias y todo lo recientemente ocurrido que me era recordado por mis malestares físicos, nada más importaba y nada tenía para perder por lo que, ensimismada en mis pensamientos, continué caminando por aquella oscura acera elevada.
De repente, el sonido de agua corriendo frenó mi caminar de golpe, estática y perpleja agudicé mi oído para comprobar si aquello era cierto o ya me estaba volviendo loca, sin embargo, todo era real. Me acerqué aún más a la barandilla que me separaba de la nada y me asomé con delicadeza para encontrarme con que un río corría constante por debajo del puente. Un río contaminado por los drenajes, pero que seguía siendo hermoso para mí en aquellos momentos por el simple hecho del panorama que me ofrecía. Era un río majestuoso sumido en una gran zanja en la que crecían vertiginosas plantas de diferentes tipos y hasta un árbol retorcido e imponente que se negaba a caer dentro de las negras aguas. Dada la oscuridad y mi borrosa visión ante las lágrimas que comenzaban a brotar impetuosas nuevamente, no pude apreciar la profundidad que contenía, sin embargo, no me importaba, era un lugar hermoso y que, pese a la contaminación, no presentaba un olor desagradable.
Estuve ahí durante bastante tiempo, contemplando la hermosura de aquel lugar. El camino de terracería que yacía a un costado, la modesta casa de madera a la que conducía este, la luz de esa vivienda que me anunciaba el fin del recorrido del agua en un pequeño riachuelo que ahí mismo perecía, la brisa helada golpeando mi cara y agitando la vegetación que crecía de las aguas, anunciando que aún daba vida a pesar de estar muriendo. Si todo esto era así de hermoso ahora, ¿cómo fue en sus buenos tiempos, cuando el hombre no lo había ultrajado? Me perdí en esa hermosura, en la vida que surgía de entre lo muerto, en el dolor que lo que se pierde y lo nuevo que llega, en todo lo que desgarramos sin medir consecuencias. Ahí me paralicé, llorando cada vez más, pensando en mí desgracia, en lo doloroso que había sido todo, en que a mí también me habían destruido, en que me sentía morir justo cómo aquel río y que, talvés, eso era lo mejor que podía pasarme en aquellos momentos.
Entonces una gota impactó mi rostro, una lágrima que el cielo enegrecido lloraba para mí, acompañándome en mi desgracia pero al mismo tiempo haciéndome recordar todo. Una lágrima que mi loca cabeza sintió cómo las gotas de la ducha que me impregnaban la frente mientras Ángel me ultrajaba, una sóla gota tan tortuosa ante las memorias que me hizo desplomar sobre la barandilla de la acera que me separaba de las aguas. Con el abdomen apoyado en el metal y la cabeza hundida en mi pecho lloré amargamente, lloré y lloré sin tregua, sintiéndome asfixiada por mis propias lágrimas y mi dolor, sintiendo una inmensa opresión en mi pecho cómo si mil rocas lo aplastasen, sintiéndome rota en todo aspecto.
¿Por qué todo tuvo que ser así? ¿Por qué mi madre me había despreciado? ¿Por qué Ángel me odiaba? ¿Por qué Elena me dejó sola? Y los odié. Odié a todos y cada uno de ellos, a todos los que habían constituido mi vida, los odié por hacer que me odiara a mí misma, por hacerme llorar todo el tiempo, por provocar que me acostumbrara a mis sonrisas falsas, por obligarme a aceptar situaciones que para nada me favorecían.
Odié a mi madre por desquitarse conmigo, por provocar que la única persona que la estimaba en todo el mundo la aborreciera en esos momentos, por volver mi vida miserable desde que di el primer respiro, por cada golpe, por cada grito, por permanecer lejos de mí aún estando en la misma casa, por aislarme de su cariño y su protección, por convertirme en ña niña más insegura del planeta, por orillarme a concer al demonio que me despojó de mi humanidad.
Odié a mi padre por desaparecer sin preocuparse, por despreciarme junto a mí madre y convertir a una mujer hogareña en un autentico monstruo, por nunca detenerse a pensar en los inocentes pasos que dejaba detrás, en las voces que pudieron decirle "papá" y que no tenían culpa de nada de lo que ocurría en su retorcida mente; por alejarse sin miedo ni consideración, por hacerme buscar su cariño en cualquiera que me hablara bonito, por nunca haberme buscado para proporcionarme todo aquello que me hacía falta.
Odié a Elena, por haberme dejado sóla cuando sabía de lo que su hijo era capaz, por no haberle educado con severidad para evitar que fuera como su padre, por haberse marchado sin importarle mi seguridad, por no abrazarme en esos momentos y por el regaño que mi cabeza imaginaba me daría en cuanto se enterara de lo ocurrido porque sí, me sentía tan culpable y al mismo tiempo sentía que el mundo entero era el responsable de todo aquello y yo sólo una estúpida víctima más de las atrocidades de la vida real.
Odié a "Ángel primero" por ser un adolescente disfrazado con el cuerpo de un adulto, por brindarle a su hijo tan malos ejemplos de padre, esposo y sobretodo de hombre, por hacerse de la vista gorda en cuanto a los actos delictivos de su primogénito e inclusive incentivarlo, por sólo reír ante los sobornos de un adolescente cómo si estuviese orgulloso del monstruo que habiase creado, por ser el testigo de todo lo malo que su hijo nos había hecho a Natalia, a Judith y a mí y sólo guardar silencio cómo si fuese lo más normal.
Odié a Ángel, lo odié con todas mis fuerzas, odié a ese mostruo que se ocultaba bajo la piel de un cordero, piel que se endurecía cada vez más conforme sus victimas se acumulaban convirtiéndolo en un adefesio sin humanidad, lo odié por engañarme, por ser ese Demonio que exhalaba veneno ácido por cada uno de sus poros destruyendo todo a su paso, por robar mi inocencia y manchar mi pureza al extremo, por romper sus promesas y ser él mismo quién me destruyera, por jugar conmigo durante tantos años en los que decía quererme y mantenerme a salvo, por esperar tan paciente aque su plan funcionara, por despreciarme después de obtener de mí todo lo más valioso que poseía, por servirse de mi ingenuidad a bandeja llena y, una vez despojada de todo, asesinarme en vida.
Me odié a mí misma, por ser la más estúpida de las estúpidas, por ser tan ingenua e imaginar que Ángel podía ser diferente conmigo a cómo lo era con el resto de chicas, por imaginarme que ese delincuente sería capaz de tener un gramo de bondad en toda su mísera existencia, por pretender ser la cura a todos sus males y creer que sacaba lo mejor de un corazón que nunca existió, por confiar en palabras vacías cuando las acciones me demostraban lo contrario, por ser tan débil en todo aspecto que no pude apartarlo de mi enclenque cuerpo, por no salir huyendo en cuanto tuve la oportunidad, por no gritar más fuerte, por sólo limitarme a apretar mis puños y morder mis labios, por no descargar mi ira y dolor contra él, por encontrarme ahí ahora, al borde del precipicio, llorando y lamentándome por algo que yo misma permití desde el comienzo, por algo que era mi culpa, mi absoluta culpa por no frenarlo a tiempo. ¿Pero en qué estaba pensando? ¿Cómo pude enamorarme de un familiar? Todo eso no debió pasar, ¡debí frenarlo desde el comienzo! Pero como siempre ganó mi estupidez. ¡¿Por qué tenía que ser tan idiota todo el tiempo?! ¡¿Por qué les creía a todos cuantas mentiras me decían?! ¡¿Por qué jamás lograba hacer algo bueno por mí?! Y ahora me arrepentía dr todo, ¿y para qué?, el daño estaba hecho y Ángel había dejado muy en claro la situación, me habiase utilizado y ahora yo no le importaba más.
En esos momentos odié a los niños que me molestaban en la escuela, a mis padres, a la tía Elena, a su esposo, a su hijo, a los profesores que nunca me ayudaron, a mis vecinos que siempre callaron y hasta a la sociedad por ser crueles y despiadados con todo aquel que se les cruzara sin importar los sueños, los problemas, las metas. Odié a todos y cada uno, desde su células y su existencia hasta su simple respiración, sus palabras huecas, sus afectos condenados. Desee con todas mis fuerzas que todos muriesen, que el planeta estallara y se acabara toda la maldad que había provocado mi suplicio. Lo deseé una y mil veces, hasta que todas esas emociones negativas reprimidas durante tantos años se comenzaron a acumular tempestuosamente en mi estómago provocándome la sensación de quién lleva un nudo grueso de peso enorme que se acrecentaba velozmente.
Apreté mis ojos con fuerza a la par de mis dientes, mientras mis uñas intentaban clavarse en la barandilla de hierro que fungía cómo mi único soporte. Los recuerdos pasaban como estrellas fugaces por mi mente, estrellas com las que me impactaba bruscamente propiciando un ardor tremendo en mi vientre. Llena de rabia comenzaron a salir pequeños alaridos de entre mis dientes, quejidos que a toda costa pretendía contener pero era inútil, esa bola de fuego que me quemaba desde el interior prontamente se unió al nudo en mi estómago incrementando su peso, su tamaño, su dolor, su fuego, convirtiéndose en una sola; y así continuó, abriéndose paso hasta mi garganta, la cuál desgarró en un sólo golpe mientras intentaba una y otra vez tomar aire para mitigarla, pero nada podía detenerla, había sido suficiente de estar ahí dentro, quería salir, que el mundo entero viera al engendro desdichado que había creado, ya no quería ser ocultada, quería vengarse de todos y cada uno empezando ahora mismo. Entonces un grito desgarrador salió de mi boca, un grito violento cargado de dolor y rabia, un grito sin forma ni nombre pero que describía perfectamente todo lo que yo había tolerado.
Grité, grité y maldije a todo cuanto mi mente me obligaba a recordar, a cada una de esas estrellas con las que mi alma chocaba. Grité y maldije a todos esos ingratos con los que me había cruzado, todos aquellos que sólo me habían herido para satisfacer sus propios egos. Grité y maldije lo más fuerte que me permitía mi voz destrozada, grité agonizante del dolor de mi espíritu vencido ante la crueldad. Grité y grité hasta que las fuerzas me abandonaron, hasta que no quedaba ni un respiro más en mi ser, hasta que la voz ya no salía por el ardor en mi garganta, hasta que mis pulmones por fin se vaciaron del todo.
Me desplomé en el suelo, dejándome caer sobre mis rodillas mientras mis manos aún se aferraban a la barandilla. Las diminutas gotas desperdigadas irregularmente pronto comenzaron a tomar una forma y un ritmo constante, marcando el compás de una hermosa melodia que parecía acunar mi alma rota. Con la cabeza sumida en la interfaz de mis brazos, el cielo continuó su llanto como si supiera de todo aquello a lo que mis gritos se referían, cómo si el universo me entendiera y me pidiese disculpas, cómo si Dios me hubiese escuchado e intentara callarme; y justo eso, guardar silencio, era lo último que haría.
Se había terminado la Nessrine buena e inocente, la que siempre confiaba en los demás, la que creía ciegamente en los buenos sentimientos de las personas aunque desmostraran todo lo contrario. Jamás podrían callarme, jamás lograrían que guardara mis sentimientos en un cofre, jamás volvería a hacer lo que la humanidad quería que hiciese. Esta vez yo estaba primero y sentía el deseo ardiente en mis venas de siempre priorizarme y olvidarme del mundo; si ellos no se detenían a pensar en mí ¿por qué yo lo haría?. ¡No, señor! ¡Ni un día más! Ya no permitiría que me despreciaran, ya no permitiría que decidieran por mí, ya no permitiría que volvieran a herirme.
Con la lluvia precipitándose cada vez más sobre mi piel, alcé la vista al cielo y me dejé purificar por todas aquellas gotas heladas, sintiendo en el acto que mi alma se expiaba y la culpa se desvanecía. Creo que jamás había amado tanto la lluvia cómo en aquella madrugada. Comencé a llorar de nuevo mientras el viento fresco me fijaba en el rostro mi cabello humedecido entre la mezcla de mis lágrimas y las gotas del cielo, la única diferencia era la temperatura que poseían cada una. Mis lágrimas flamantes se deslizaban por mis mejillas junto a las lágrimas del universo, hasta fundirse en un sólo líquido homogéneo tan frío cómo el asfalto en el que yacía. ¿Cuántas lágrimas se habían derramado en la lluvia para perderse en el olvido? De alguna manera ese pensamiento me reconfortaba, era cómo si tuviera el consuelo de que todo aquello que lloré sería diluido entre la lluvia y el asfalto para posteriormente quedar olvidado con la gracia del río que recibía sin reclamo toda la inmundicia del planeta.
Con la sensación de resurgimiento y entre los espasmos dr mi llanto desconsolado, oculté la frente entre mis brazos nuevamente, esos brazos que se estiraban hacía las nubes para conectar con mis manos, esas manos que aún se aferraban al metal de la barandilla, manos torpes que de vez en vez resbalaban por el exceso de humedad que propició la lluvia pero que, a pesar de todo, se negaban a desistir. Me aferré los tubos de metal cada que mis dedos resbalaban y se vencían, me aferré a estar estática ahí, sosteniendo todo el peso de mi cuerpo con mis débiles manos, sin intención de levantarme de la acera pero tampoco de rendirme. Así permanecí, oculta durante horas en el pequeño ovillo que había creado de mí misma, hasta que la lluvia cedió un poco y los primeros transeúntes madrugadores comenzaron a salir.
Por ahora me despido, pequeña mía. La madrugada ha entrado y el cuerpo exige un descanso que mi mente no puede darle, pero después de liberar toda esa tensión en este papel creo que puedo volver a intentarlo.
Confusa, mamá. ❄️
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