
Capítulo 20. DÍA SOLEADO.
05 - Septiembre- 2016
07:06 am
Corazón de mi vida:
Ayer fue un maravilloso y espléndido día, y eso me tiene muy contenta.
Carlos llegó muy tarde a casa el sábado, pasadas ya las 2:00 de la madrugada, llegó más que muerto, agotado física y mentalmente. Según me contó, tiene un caso muy difícil de resolver sobre el supuesto suicidio de un chico, sin embargo y gracias a sus conocimientos de grafología, ha determinado que no fue un suicidio, pero ahora se encuentran varados en la investigación.
— No sé ni por qué te cuento esto. No debería decírtelo. — dijo frustrado mientras se recostaba a mi lado.
— ¿Por qué no? — pregunté consternada.
— Porque estás en una situación vulnerable, recién tuviste una crisis ayer por lo que no es bueno para ti estar al tanto de este tipo de cosas. —
— Sobre eso... me gustaría que habláramos. —
Abrió sus ojos cómo platos y se sentó asustado. — ¿Qué ocurre? ¿Estás bien? —
— Sí, sí — dije restándole importancia. — Es sólo que.... — agaché la mirada y no continué hablando porque me avergonzaba un poco.
— ¿Qué...? — dijo buscando mis ojos.
— Por fin se lo dije. — pronuncié en un hilo de voz con mi cabeza aún agachada.
— ¿Decirle qué cosa a quién? —
Y ahí estaba él, arruinando la situación con su sentido médico, obligándome a enfrentar mis demonios de pies a cabeza, a decirlo todo tal cuál es, aunque duela, sin maquillar nada porque la realidad es así, es cruda y a menudo duele.
— ¡Ya le hablé sobre él! — dije alzando la voz mientras levantaba mi cabeza y mis fuerzas.
— ¿Se lo has dicho todo? —
— No. —
— ¿Por qué no? — pronunció dejando un sonoro silencio entre ambos, había demonios en los cuáles aún no trabajaba y necesitaba más tiempo para sanar. — Sabes que tienes que aceptarlo y decírselo, ¿cierto? —
— Sí, Carlos. Sí lo sé. — dije frustrada.
Entonces comenzamos a hablar sobre todo aquello que te escribí el sábado en mis últimas 2 cartas. A pesar de que Carlos estaba más que cansado me dedicó su tiempo de descanso y su atención absoluta, algo por lo que jamás dejaré de estarle agradecida. Platicamos durante un par de horas y parecía que todo ese tiempo nos era insuficiente. Por fin el despertador de Carlos nos anunció la hora a las 4:15 am, coincidimos en que ya era bastante tarde para dormir y muy temprano para "despertar" en un domingo, por lo que nos fuimos a dormir.
Nos levantamos hasta pasadas las 11:00, ambos muy somnolientos y sonrientes, el simple hecho de abrir los ojos y mirarnos mutuamente era suficiente para crearnos una energía de lo más positiva. Estuvimos hablando un poco sobre cosas triviales mientras aún permanecíamos acostados en la cama, y de repente, cómo si de un niño se tratara, Carlos habló con suma emoción.
— ¿Y si salimos a desayunar? —
— ¿Y a dónde quieres ir? —
— No lo sé, a cualquier lado. Pero salgamos hoy, ¿sí? — respondió haciendo pucheros y sus ojitos de perro triste. Yo no pude evitar reír a carcajadas ante tal escena.
— ¡Vaya! ¡Sí que me diviertes! — dije aún riendo. — ¿Es que tú no dejas de hacer esas caras? —
— Contigo nunca. Sólo así me haces caso. — respondió encogiéndose de hombros. — Pero entonces qué, ¿salimos? —
— Me parece bien. —
Accedí a comer fuera porque confío netamente en Carlos y sé que está plenamente consciente de mis miedos en cuanto a salir de casa, y aunque es cierto que siempre está orillándome a salir de mi zona de confort también es cierto que respeta mis tiempos y mis procesos, así que en ese momento confié en él cómo amigo y cómo médico. Lo que no me esperaba era que me obligara a salir en pijama.
— ¿Estás loco? — le pregunté incrédula mientras me reía de su idea.
— No lo sé — dijo encogiéndose de hombros — quizás un poco.
— Espera, espera.... ¿Estás hablando en serio?.... ¡Tú estás hablando en serio! — dije al darme cuenta, gracias a su lenguaje corporal, que claramente él no estaba bromeando. — No, no, no, no, no, no. ¡Es que en verdad tú estás demente! —
— ¿Ya viste la hora que es? Si no salimos justo ahora ya no nos servirán desayunos en ningún lado. —
Y en eso tenía un buen punto, pero es que pensar en salir a comer en pijama era algo por completo descabellado, y aún más tratándose de ese hombre que siempre ha sido tan formal y elegante y que seguramente me llevaría a algún restaurante.
— Tienes un punto, pero no me convences. — dije acostándome nuevamente y cubriéndome por completo con las cobijas.
— ¡Te levantas de ahí ahora mismo y nos vamos a desayunar! — pronunció firme mientras me sacaba de mi refugio.
Cómo te expliqué antes, las indicaciones que él dice de forma tan seria y/o firme se convierten en un mandato absoluto para mí, así que, sin pensarlo, estaba de pie y caminando rumbo a las escaleras.
— Ya voy, pesado. — añadí con el mejor tono de desagrado que pude fingir.
Subimos a su auto y condujo durante aproximadamente unos 35 minutos hasta detenerse frente a una cafetería. Nos bajamos y caminé sonrojada hasta la entrada sintiéndome observada por todos los transeúntes, el lugar estaba localizado a las afueras de un centro comercial, por lo que era un lugar concurrido aunque nadie me conocía y eso lo hacía menos incómodo. Me detuve antes de entrar y tomé la mano de Carlos, apretándola fuerte mientras mantenía mi cabeza agachada y miraba de reojo a toda esa gente ajena.
— Ja, ja. ¡Pareces un tomate! — exclamó riéndo un poco.
Frustrada y ofendida porque esta situación era su culpa, solté su mano y avancé los dos pasos que faltaban antes de ingresar al lugar, pero el tomó mi mano rápidamente justo antes de entrar. No sé por qué, pero ese simple acto, el de tomar su mano, siempre ha sido tranquilizador para mí.
Cuando ingresamos una chica nos recibió muy alegremente y nos instaló en una mesa acoginada a un costado del ventanal por el que pasaban todas las personas que salían y entraban del centro comercial.
— No quiero aquí. — dije seca al darme cuenta de que ahí sería vista por todos y mi vergüenza sería mayor.
— Ok, ok. ¿Qué te parece ahí? — dijo señalando otra mesa bien acoginada que estaba cerca del centro de la cafetería, era luminoso y tenía justo dos jardineras enormes en forma de L que le cubrían, por lo que estaba apartado de la visión de las personas pero no de la atención de los meseros. Nos acomodamos ahí y deboramos tres tartas heladas de Nuez completas, tres malteadas cada uno y una orden de molletes entre risas y juegos. Inclusive la mesera rió con nosotros. Salimos de ahí a la 1:30 de la tarde, tomados de las manos y sonrientes en exceso, esta vez no me importó toda la gente que nos veía por nuestros atuendos, ni el radiante Sol que quemaba mis mejillas. Esta vez disfruté por completo mi mañana alejada del caos de esta casa y de los ecos de melancolía que la inundan todo el tiempo.
Cuando llegamos a casa estábamos más que satisfechos, por lo que nos arrojamos cada quién a un extremo del sofá, después de algunos minutos me acerqué a él recostando mi cabeza en sus piernas. Comenzó a acariar mi cabello de una manera en extremo sutil y agradable, era justo esa manía suya tan reconfortante para mí que por eso lo empleaba cada que la consciencia me carcomía o cuando mi espíritu me torturaba. Cerré mis ojos y disfruté de sus caricias lentas y acogedoras que me transportaban a los pasajes anteriores de mi vida, a esa época en la que me encontraba perdida y no tenía nada ni nadie, esos momentos en que lo conocí y me trataba cómo a una niña pequeña e inocente, esa niña que había querido ser siempre; entonces te recordé. Abrí los ojos de golpe y enfoqué mi vista en algún punto fijo de la pared, entonces interrumpí nuestro silencio entre los destellos de mi melancolía.
— La extraño. — musité.
— Lo sé. — dijo tranquilo.
— Me siento vacía. — añadí.
— No lo estás. —
— ¿No? — pregunté consternada.
— No. Estás llena de un millón de emociones, algunas buenas, otras malas... Pero nunca te has dado la oportunidad de experimentarlas verdaderamente. Cuando lo hagas vas a sentir cómo estás llena de más cosas de las que creías conocer, y entonces vas a sonreír de verdas y lo vas a hacer eternamente. —
Su respuesta me había conmovido, que su lado médico y su lado paternal se equilibraran tan perfectamente en ese momento sin duda había ocurrido en el preciso instante en que yo lo necesitaba. Los ojos se me llenaron de lágrimas pero pude contenerlas, cuando me encontraba más tranquila, volví a hablar.
— Estoy sola. —
— No, no lo estás. — respondió de inmediato.
— Así lo siento. —
— ¿Y yo qué? ¿No cuento? —
— Tú no eres ella, y aunque te has comportado cómo mi padre la realidad es que tampoco lo eres. —
— No pretendo serlo. — dijo quedándose en silencio unos momentos, entonces añadió — Soy mejor que ellos. —
— ¿Ellos? —
— Sí, Ángel y tu padre. —
Me quedé en silencio sin saber qué decir, no entendía qué tenía que ver Ángel en esto ni por qué Carlos lo tomaba cómo referencia, además ¿a qué se refería con "soy mejor que ellos"? Pero pronto interrumpió mi silencio.
— ¿Y si salimos a comer? —
— ¿Qué? ¿Es que estás loco de verdad? — dije levantándome de su regazo para mirarlo fijamente a los ojos con los míos abiertos al máximo — Acabamos de regresar de comer cómo si nunca hubiéramos provado bocado ¡¿y tú ya quieres salir a comer más?! —
— No estoy diciendo que comamos justo ahora. Podemos arreglarnos y salir a dar un paseo e ir a comer cuando nos apetezca. —
Y esa no era para nada una mala idea, por lo que accedí. Nos preparamos cada quién en una alcoba, yo decidí utilizar un vestido azúl cielo de tirantes que antes me quedaba justo y ahora se me veía un tanto holgado pero no en extremo; parece que tu ausencia afectó mi peso de manera considerable. Me coloqué unas zapatillas bajas blancas que Carlos me había regalado y tenía siglos que no usaba, unas calcetas blancas con olanes y unos pequeños aretes de broquel, por último, realicé un moño con uno de tus listones y lo até a mi cabello usándolo cómo diadema, esto con el fin de no olvidarme de ti y de llevarte siempre conmigo. Me puse un tanto melancólica cuando me miré en el espejo de nuestra habitación, pero justo en ese momento Carlos llamó a la puerta. Él se encontraba guapísimo con un traje gris oxford y camisa blanca pero sin corbata ni saco, decorado con un chaleco de botones dorados correspondiente al mismo traje.
— ¿A dónde planeas que vayamos? — pregunté entonces ya que yo no iba para nada elegante y temía que me llevara a un lugar dónde mi atuendo desencajara.
— No lo sé. No tengo un sitio en particular. — pronunció encogiéndose de hombros.
Y eso en definitiva me hacía ser más insegura de mi atuendo, con la mirada baja comencé a considerar las opciones elegantes que poseía en mi armario, sin embargo, en ese momento Carlos interrumpió mis pensamientos tomando mis manos entre las suyas, haciendo que lo mirara.
— Luces perfecta justo cómo estás. No necesitas hacerte nada más. — pronunció mirándome a los ojos, para posteriormente colocar un tierno beso en mis manos. Sin duda él era mi botón de reinicio en un millón de aspectos.
Tomados de las manos salimos de casa e ingresamos a su auto, condujo hasta una zona cercana a Pino Suarez, desde allí caminamos hasta llegar a la explanada del Zócalo, la atravesamos entrelazados por los brazos como el caballero que él es y la princesa que yo me sentía en ese momento. Caminamos sin rumbo durante algunas horas, contemplando la arquitectura antigua del lugar, diciendo ocurrencias y hablando de cualquier cosa que nos venía a la mente. Anduvimos hasta llegar a Bellas Artes y ahí, sofocados por el intenso Sol ardiente, decidimos comprar algunos helados. Continuamos el paseo contemplando las esculturas de la zona y todo era perfecto hasta ese momento. Una pelota roja llegó hasta mis pies, detrás de ella corría una pequeña niña que yo conocía de sobra, la miré fijamente por un minuto sin poder creer que se trataba de ella hasta que una voz que la llamaba me lo confirmó todo.
— ¡Janeth! ¡No molestes a las personas! — dijo entonces esa mujer.
Inmediatamente giré a verla, se encontraba sentada bajo la sombra de un árbol en una de las jardineras. Era ella, no cabía duda. Laura es la chica que me siguió en la lista de las incautas de tu padre y Janeth, tu media hermana, era el vivo retrato de él. Me puse un tanto nostálgica recordando aquellos días en que Laura apareció, los días locos del nacimiento de tu hermana y toda la envidia que me había provocado esa mujer, pero sobretodo, me entristecia aquella pareja de madre e hija que tenían todo lo que yo no pude tener contigo. Mi mente se sumergió rápidamente en los recuerdos y en algunas ideas nuevas del cómo serías tú si aún estuvieras conmigo, imaginarte jugando alegre en el lugar de esa niña me hizo desprender algunas lágrimas que rápidamente Carlos limpió de mis mejillas haciéndome mirarlo con sus manos al rededor
— Todo está bien. Tú no tienes la culpa de nada. — me dijo tiernamente y yo sólo pude asentir con la mirada baja; entonces alguien nos interrumpió.
— Nessrine, ¿eres tú? — escuché su voz y de inmediato me giré a verla.
Laura estaba radiante y se veía feliz, por lo que no pude evitar sentirme peor aunque no sé definir exactamente qué sentimiento tenía; era cómo una mezcla de incomodidad, molestia, vergüenza y rabia. Sólo me limité a asentir con la cabeza mientras mis ojos seguían fijos en la pequeña niña que también me contemplaba con rostro de duda, cómo si toda mi mala energía fuera captada y entendida por ella.
— ¿Y quién es este guapo caballero que te acompaña, Nessrine? — continuó con una sonrisa maliciosa — ¿Es tu nuevo marido? —
Que dijera eso me puso los pelos de punta; me había olvidado por completo de la existencia de Carlos a mi lado y me sonrojé al instante que escuché esas preguntas. ¿Esposos? ¡¿Guapo caballero?! Con la vista en mis zapatillas, mi cabeza maquinó a mil por hora y mi corazón desbocado parecía salir de mi pecho.
— Este.... am.... yo.... — y nada creíble se me ocurría cómo respuesta — Es él..... él es... —
— Carlos Belmont — pronunció estirandole una mano a Laura — soy amigo de Nessrine — concluyó mirándome de reojo.
Yo estaba perpleja de lo rápido que él actuó al notar que mi cabeza se quedó en blanco, aunque la palabra "amigo" era una que quería omitir para evitar malos entendidos y el tipo de insinuaciones que ella acaba de hacer, y no entendía porqué él decidió usar el apellido de soltera de su madre, por lo que asumo que, dado lo mucho que me conoce, supo que yo no quería que lo involucraran en algún chisme.
— Pues mucho gusto, Carlos. Soy Laura. — dijo tomando su mano y guiñéndole un ojo.
Y esa arpía le estaba coqueteando a tu tío, lo cuál me molestó bastante. ¿No era suficiente con haberse metido en tu relación padre e hija? ¿No le bastaba habernos arrebatado la poca atención que recibíamos de él? ¿Ahora también quería arrebatarme a tu tío? ¡¿Necesitaba verme arrastrándome por el suelo?! Es que yo no lograba comprender cómo ella podía ser así.
— Es un gusto conocerla, jovencita. — replicó colocando un beso en su mano y yo sabía perfectamente que sólo estaba siendo educado.
Carlos jamás haría caso a los coqueteos de una mujer así, por lo que ya un poco más tranquila redirigí mi vista hacía Janeth que aún me miraba intrigada. Permanecimos así, en un incómodo silencio hasta que tu tío nos interrumpió.
— Bueno, disculpen pero ya tenemos que retirarnos. Nos están esperando. — dijo llamando mi atención.
— Claro, yo entiendo. — dijo Laura. — Un placer volver a verte Nessrine y un gusto conocerte, Carlos. Espero que nos veamos pronto. — Y esto último lo dijo hacía él. Es que en verdad que esa mujer podía ser una descarada.
Tu tío me tomó por el brazo y giramos sobre nuestros pasos.
— Hasta luego — dijo sonriente y travesamos lentamente los mismos puntos por los que habíamos caminado para llegar nuevamente a Pino Suarez, dónde había dejado el automóvil.
Nos subimos y miré por la ventanilla mientras la vergüenza de lo que había ocurrido llenaba cada uno de mis poros.
— Lo siento — musité con la mirada perdida en algún punto del panorama exterior.
— ¿Por qué? —
— Es mi culpa. —
— ¿Tu culpa? — preguntó por completo consternado.
— Sí. — dije al borde del llanto. —No debimos encontrarnos con ella y no debió coquetearte, esa situación tan incómoda que pasaste fue por mi culpa, porque yo siempre insisto en pasar tiempo contigo. — dije esta vez llorando.
Tomó mi mano con delicadeza y la acarició tiernamente. — Escúchame, Nessrine. Tú no eres responsable del comportamiento de los demás ni de sus decisiones. Ni tú ni yo podíamos saber que ella estaría ahí, fue sólo una coincidencia, una simple coincidencia de la que nadie tiene culpa. Y tú no me has obligado a hacer absolutamente nada ni me has hecho pasar incomodidades, al contrario, esa situación me pareció bastante cómica. Además, yo fui quién te invitó a salir en primer lugar. —
Que dijera eso me había encantado, amaba la sutileza con la que me trataba y me hacía apreciar todas esos panoramas que yo no veía.
— Ahora seca esas lágrimas — dijo limpiando una de ellas de mi mejilla. — El día aún no termina y la estamos pasando muy bien. —
Y eso era cierto, todo estaba de maravilla hasta ese incidente, y aún así no iban a quitarnos todas las risas que ya habíamos pasado, por lo que decidí no pensar más en el tema y concentrarme en mis sentimientos buenos de este día. Carlos condujo hasta un pequeño restaurante de comida Española, donde comímos una deliciosa paella y un exquisito filete. Vaya que ellos sabían cómo cocinar. El postre fue lo mejor de toda la cena, tu tío ordenó una rebanada de pastel de chocolate semiamargo que degustó junto a una copa de vino tinto, mientras que yo perdí los sentidos con una deliciosa crema catalana y una malteada de fresas, una combinación que jamás podré describir por completo y que sin duda alguna me encantó.
Reíamos a carcajadas recordando los viejos tiempos, todas esas ocasiones en que él creía que yo haría explotar la cocina, y la ocasión en que creí quedarme encerrada en el baño del hospital por más de una hora cuando en realidad sólo estaba empujando la puerta al lado opuesto. Reímos y reímos sin parar, hasta que nos interrumpió el mesero diciendo que el restaurante estaba por cerrar. ¡Habíamos pasado casi 5 horas en ese lugar! Carlos pagó la cuenta y salimos tomados de la mano con la alegría en nuestros rostros, nos subimos al auto y regresamos a casa contemplando las luces nocturnas de las calles. Llegamos tan exhaustos que de inmediato nos fuimos a dormir, abrazados uno al otro, esperando más maravillas del siguiente día.
Por ahora tengo que irme, mi amor, alguien toca muy insistente el timbre desde hace un rato.
Contenta, mami. ❄️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro