Noche.
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«Dame solo un beso
que me alcance hasta morir,
Y cuando te me acercas se acelera mi motor
Me da fiebre,
me hago fuego
y me vuelvo a consumir...»
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Luna, Zoe Unplugged.
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Es la luna la que, arrastrando el manto apolillado bordado con gemas, teje entre sus raíces de ríos de cometas cada historia que observa en su paso por Creación.
La noche está llena de secretos, unos cuantos trágicos, otros que lucen como sueños pintados por el pincel del mejor pintor, pero ninguno tan hermoso como el de aquella noche en la que Muerte probó los labios de Vida en sus fauces.
La lluvia caía inclemente sobre Creación, creando una melodía de notas agudas como si la plata de la luna cayera al suelo entre las lágrimas del cielo.
—Viniste...
—No podría dejarte estar aquí sola, gotitas.
Vida sonrió y se acercó a abrazar a Muerte, apoyando con cariño su cabeza en el pecho de él. Por su parte, Muerte llevó sus dedos con garras a acariciar el cabello de Vida. No podía sentirlo, pero imaginaba su textura como un ciego de nacimiento sueña con los colores. La pensaba como la seda de las arañas en su estómago, suave, lujosa, pero al contrario de lisa como los hilillos que iban de acá para allá dentro de su esqueleto la soñaba igual que las veía: como las olas del mar, como las raíces quebradizas del universo, como los rayos de las tormentas.
—Te tengo un regalo —susurró Vida mientras ronroneaba escondiendo su rostro en el esqueleto de Muerte, oliendo el extraño olor a frutos podridos: dulce, fermentado, como un viejo perfume de otras épocas que sobrevivía aún a pesar del tiempo.
—¿Puedo verlo?
Vida suspiró y se separó para ir por un bultito de hojas primaverales que guardaba el regalo para Muerte.
—Aquí está.
Al sostenerlo, él sintió que el bulto no tenía mucho peso, pero sí producía un sonido rítmico.
Muerte movió las hojas primaverales una por una haciendo que estas se secaran y cayeran al suelo con un crujido. Y entonces, la vista del reloj de su vida sobre alas de mariposas y flores le produjo una sequedad en su lengua. ¿Acaso ella...?
—Creí que querrías mejor que eso te perteneciera a ti, entonces yo...
—No, Vida. Mi existencia solo te pertenece a ti, no puedo aceptarlo.
Los ojos de ella se llenaron de gotitas de rocío en el pasto de sus pestañas.
—Es un regalo, calaquita, no puedo tener algo que no es mío.
—Vida, ¿no me escuchaste? Mi existencia es tuya. Todo lo que es mío te pertenece, para mi bien o para mi mal. Soy tuyo.
Fue entonces cuando sucedió: ella se lanzó a sus brazos extendiendo las raíces de sus pies para estar a su altura y, lo besó.
Sus labios se movieron como si no hubiera un mañana y como si pudieran devorar todas las muertes que él se había cobrado en ello mientras que él era suave, como si estuviera un sueño y cualquier movimiento en falso lo fuera a despertar.
Las manos de Muerte fueron a su cintura y la acercaron a él con delicadeza, como si fuera a quebrarse, como si fuera una pequeña mariposa y sus alas estuvieran en sus manos.
En cambio las manos de ella rasguñaba los huesos de él y se perdían en las sombras de la espalda de él recorriendo cada curva de cada hueso y pluma que había en su manto.
Y como si nunca hubieran sido contrarios, como si Vida jamás hubiera sido vida y como si Muerte jamas hubiera sido muerte, ella se convirtió en oscuridad en ese momento, entregando su luz a la oscuridad de él. Y la sombra en él se volvió una luz de atardecer, y en las cuencas oscuras de sus ojos se creó un par de ojos mieles hechos de llamas, como si fueran un incendio forestal.
Hubo un corto momento en el que se separaron y entonces volvieron a atacarse en un beso que parecía una batalla campal.
Se besaban como si no hubiera mañana y besarse fuera su última despedida. Como esos besos que se dan los novios en los trenes antes de que él vaya a la guerra.
Un beso con sabor a "Si no vuelvo, te amé como a nada", y que en ese mismo beso el otro responde "Gracias por vivir el infinito tomado de mi mano". Un beso con el mejor sabor del mundo. Ese que da la muerte de dos almas. Ese que da el renacer de un nuevo mundo. Ese sabor a desesperación, a querer decirle al otro que es su balsa en la tormenta, ese peculiar sabor que tienen esas lágrimas que corren cuando sabes que vives tu mejor momento. Un beso con sabor a amor...
Él retomó consciencia de lo que ocurría en el mundo y la separó con sutileza. Cuervos y flores, acababa de besar a Vida...
Ella guardó silencio mirando con confusión y dolor a Muerte. Sentía que acababa de hacer el mejor error de su existencia y, aunque no se arrepentía, deseaba con todo su corazón que él tampoco lo hiciera.
—No está bien que te bese, Vida... —trató de explicar él algo que ni siquiera creía. Tal vez no estaba bien, pero se sentía tan bien que no había forma coherente de que algo así estuviera prohibido.
—¿Por qué no...?
—Eres Vida, y sabes lo que yo soy. Ni siquiera deberíamos amarnos.
—Pero me amas, ¿No?
Muerte cerró sus ojos y suspiró pesado.
Debía destruir el corazón de ella antes de que una locura ocurriera, pero no podía hacerlo. La vida podía pintarlo como el monstruo en la existencia, pero no lo era. No realmente, no con ella.
—No te amo, te adoro... Podrías ser mi bendita Diosa, Vida. Existo solo por ti, es por ello que esto —Muerte tomó el collar del reloj de su vida y lo ató al cuello de Vida, sintiendo que el segundero en la maquinaria se aceleraba al percibir por primera vez la sensación suave del cabello de Vida en sus manos—, te pertenece. Te pertenezco...
Vida sonrió como si jamás hubiese sido amada y abrazó con cariño a Muerte.
—Puedo sentirte —murmuró él más para sí mismo que para ella.
—¿Hm?
—Antes del beso... No podía sentir tu piel, ahora sí. Eres suave y cálida.
—Tú también eres cálido, siempre has sido cálido.
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