Fuego.
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«Esto no puede ser la vida...
Si tiene sentido perder el amor,
repitiendo el dolor...
Es todo lo mismo»
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Saturn, SZA
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Era una noche más para Creación cuando todo comenzó a destruirse.
Muerte y Vida se balanceaban en las lunas de Saturno, empapando sus pies con las estrellas y la oscuridad que las alas de él desprendían.
Las falanges de él acariciaban con una dulzura contrastante con su aspecto las flores en el cabello de Vida, causando que estas se secaran y formarán una corona de espinas que, lejos de hacer ver mal a la dama, causaban un efecto de divinidad en ella.
—He pensado...
Él dejó de acariciar sus rizos y la miró con atención en el momento en que escuchó su voz aterciopelada.
—¿Hm?
—¿Y si nos escapamos?
—¿A dónde iríamos?
—Lejos...
—Dulce mal, en este mundo cualquier lugar es lejos.
—Me refiero a lejos de aquí.
—Tu madre no te dejaría irte tan fácil.
—Por eso sería un escape.
Muerte recostó su cráneo sobre la cabeza de Vida y meditó en silencio.
—¿Cuándo lo haríamos?
—Justo ahora.
Un silencio más pesado llenó Creación. Incluso los pulpos que vagaban por la noche llenando de su tinta el cielo de los planetas se detuvieron, como si incluso ellos supieran lo que ocurría.
—¿Y a dónde iríamos? —repitió con una duda miedosa Muerte.
—¿Y si nos escondemos entre los humanos?
—¿Nosotros?
Vida tomó una galaxia sobre su cabeza, la enrolló en el dedo de Muerte y cuando sus estrellas comenzaron a morir, la acercó a sus labios y comenzó a fumarla.
—¿Por qué no?
—Soy un esqueleto, Vida, y tú eres... No sé cómo describirte además de demasiado perfecta para un mundo tan roto.
—Podríamos escondernos en las sombras. Hay muchos callejones donde nadie repararía en nosotros —dio una calada profunda a su galaxia y tomó otra para hacer lo mismo al sentir que se le terminaba la primera.
Muerte no dijo nada. ¿Una vida juntos, lejos de todo lo que conocían?
—Si nos vamos, ya no podrías fumar tus adoradas galaxias.
—Tendría tus labios para calmar mis miedos.
—¿Tienes miedo justo ahora?
—Tengo miedo de que me digas que no.
Una vez más hubo una pausa, una repleta de miedo, en el universo entero. Las lunas dejaron de caminar, las estrellas se incendiaron con fiereza, los animales cantaron una sonata de luna, los instrumentos dejaron de funcionar. Todo enloqueció junto al reloj de vida de Muerte.
—Está bien.
Vida sonrió y beso una clavícula polvorienta de su amado.
—Tengo que ir por nuestras cartas, no quiero quedarme sin ellas.
—Te esperaré en el cementerio.
—No tardaré.
Hay secretos que se quedan escondidos en las estrellas. Secretos que la noche protege bajo su manto con candado de amor. Lástima que el manto de la noche sea el mismo manto que vestía Creadora, quien desde su trono escuchó el murmullo clandestino de su adoración y su objeto de odio.
Para cuando Vida llegó a su habitación, una orda de cuervos la atacó dejándola sin ojos y con los pies destrozados.
La voz de su madre, llena de molestia y decepción, llegó a sus oídos junto al sonido angustiante de tambor que producían los pasos de Creadora.
—¿Creíste que sería fácil?
Las aves seguían mordiendo las raíces que escurrían por las mejillas de Vida desde donde habían estado sus ojos sonrientes.
La chica no pudo contestar, de ella solo surgieron sollozos que destrozaban corazones mientras sus manos se empapaban en ríos de petróleo al sostener sus ojos con fuerza, intentando unir algo que jamás volvería a estar unido.
—¿Qué fue lo que dijiste? —se mofó con amargura su madre. —¿"Escondernos entre los humanos"?
—Madre...
—Te dije que te mantuvieras alejado de ese muerto, Vida.
Jamás le había dicho aquello...
—Y así será.
Sintió una caída repentina. Una angustia en su alma de que perdía algo. Sus recuerdos se volvieron difusos. Un grito salió de su garganta. Algo le apretaba el cuerpo entero.
Cuervos, ¿Dónde estaba el aire?
Su cabeza era moldeada por un conducto cálido. Unas luces distantes la esperaban.
Se sentía viscosa. Una mano jaló de su cuerpo, la sostuvieron sin un solo cuidado, sintió que la alejaban de alguien a quien debía querer (no sabía por qué).
Un grito que la heló hasta el tuétano llegó desde una lejanía que quería alcanzar. Un sonido desesperado que fue lo que hizo que terminara por llorar angustiada.
Había nacido.
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