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«No puedo seguir adelante en
una vida sin ti, morir sin antes escuchar
un "sí quiero" tuyo. Me aterroriza
pensar hasta dónde podemos llegar.
[…] He perdido todo control»
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Haunted, Chris Grey.
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Dicen que el amor surge de la vista, así que tal vez fue la primera vez que Vida vio a Muerte lo que eso ocurrió, la forma en que ella sintió que algo explotaba en su interior. Algo como el... ¿amor?

Una supernova, el nacimiento de una parvada, el renacer de un volcán... Algo que no sabía que existía en ella pero que llevaba sus pasos a él. A hacer nacer flores en su jardín de cenizas. A hacer llover sobre sus alas tan misteriosas. Que la llevaban a preguntarle a los cuervos acerca de aquel esqueleto que se robaba los suspiros de su creación y representaba el fin de todo aquello a lo que ella le ponía un inicio.

A Vida no le gustaba leer, al menos eso ella creía. "No tengo tiempo", es lo que la dama llena de elegancia se decía. Ella era movimiento, acción, no podía detenerse a pensar sobre algo porque el tiempo se le iba.

«Ojalá fuera Muerte. Ojalá pudiera tener el tiempo de decidir...»

Ojalá los latidos de su corazón imparable también fuesen dictados por un reloj. Algo que ella pudiera detener, ralentizar, poder ver el atardecer por más tiempo, poder acariciar el viento con más quietud... ¿Por qué ella debía ser Caos y el Sosiego?, ¿Por qué él generaba caos en ella si él era quien debía acabar con su sufrimiento?

El punto, es que sus nervios se alteraron cuando vio en las raíces del sauce, con hojas de lágrimas que ella dejaba ir en silencio todas las noches, una carta con la firma de Muerte: un ala de una mariposa muerta y una gota de tinta nocturna.

Pasaron los días y Vida no era capaz de abrir las cartas. No tenía tiempo: la vida debía seguir y la muerte no podría detenerla.

Pero había ese suspenso que le envolvía la cabeza como una telaraña, como un insecto que se alimentaba de sus pensamientos envenenándola, asesinando su vida con cada minuto que él se llevaba a su tumba.

El misterio fue creciendo mientras más cartas se aparecían y fue entonces cuando Vida no pudo soportarlo. El tiempo podía irse al carajo si de esa forma ella podía leer la carta.

Así que esa noche de lluvia de astros, Vida tomó el reloj de arena en su lecho de hojas y plumas de cuervo y, siendo observada por las aves sombrías, le dio vuelta y comenzó a leer la primer carta.

Te has convertido en
mi cuervo personal, Vida.

Dicen los tontos humanos que esas son aves malditas pero, para mí, tormento de mis más dulces sueños, son una estúpida bendición. Una promesa de que tú, Vida, puedes coexistir en un ser junto a mí. Presagiadores de mala muerte, vuelan alto lejos de estás cárceles que nos mantiene alejados y dan vida a la noche más oscura. Van entre las sombras recordándome que eres tú quien hace latir su corazón y mi corazón, escondidos entre mis alas mientras paseo por un mundo que coloreas como una cria humana. Tu risa se ha vuelto el elixir curativo a mis males, las hojas crujen en sonrisas al pisarlas y el sol se desangra en oro desde que he notado tu existencia.

Sal de mi mundo, Vida, deja de ser mi chica cuervo. Mi corazón moribundo no es capaz de dejar de amarte, así que ruego a los cielos porque seas tú quién se aleje y termine con mi sufrimiento.

Dame mis lunas, mi soledad, mis cráneos, mis tumbas, devuélveme mi vida sin sentido, porque es este sentido absurdo en el que ahora hábito el que se ha vuelto mi nueva condena.

Vida, sé que el tiempo en tu reloj jamás cesará al igual que el mío, así que a expensas de que jamás leas mis escritos, he decidido que la poesía ahora calmará por tu significado mientras haya amor en la tierra. Porque si no puedo amarte, entonces nadie lo hará. Porque si no puedo tenerte, que muera la creación hasta que el mundo acabe consumido por la lejanía de un verdadero amor.

Llámame obsesivo, Cuervo, pero no hay forma de salir de esta colisión de muertes hasta que pueda probar tus labios, hasta que pueda descansar en tus manos.

Con dolor en mi débil corazón,
Muerte.

Vida sabía que ese escrito debía asustarla, pero lejos de ello, saber que había alguien que daría su misma muerte por ella causó que el colibrí que tenía por corazón aleteara desesperado. Como si, en realidad, ella siempre hubiera estado muerta y apenas naciese. Era Vida, pero no sabía el significado de su nombre hasta que supo que se había enamorado de muerte.

Vida no era de escribir tampoco, ella era la musa, jamás la artista, pero supo que debía corresponder tal obsesión con un estallido de supernovas.

Así que tomó las cenizas de las galaxias que fumaba ansiosa por la euforia en su etéreo organismo, las mezcló con el barro en sus mejillas y escribió una respuesta mientras caminaba en busca de un ave nocturna que le llevara su escrito a escondidas a su amado.

Amado Muerte.

¿Por qué habría de retirar tu amor por mí, mi amado Muerte, cuando te has llevado a tu tumba todo aquello que me evitaba amarte? Ya no te temo. No hay forma de que lo haga cuando has sido tú quien me ha hecho comprender cada letra que la vida ha escrito de mí. Lamento que no haya sido antes, pero si estás dispuesto a amarme, ven conmigo y escapemos lejos de estas jaulas. Llévame a tu tumba y escondeme bajo tus alas, alimenta mis sueños con la sombra de tu mirada.

Y si he de vivir, que sea contigo por la eternidad.

Esta es la historia de una chica que iba repartiendo algo que no tenía al mundo que le exigía siempre más. Esta es la historia de una heroína que se enamoró del villano en una historia mal contada. Éstas son las muertes que Vida pagó por estar con el dueño del duelo y el finito destino.