El pulso de Daniel aumentó a un nivel inimaginable cuando divisó la figura que tanto había estado buscando en sus sueños y en la realidad. No quería ser un exagerado, pero llegó a pensar que se podría desmayar gracias a las repentinas emociones que le invadieron.

Sus piernas se comenzaron a mover con impaciencia incluso si le temblaban de emoción. La había hallado, después de casi un mes buscando, había encontrado a quien tanto había buscado. Iba a llorar, estaba seguro de que lo haría.

—¡Nóni! —llamó alto, pero con temor.

Esperaba no estar equivocado o que todo sólo fuera un sueño; una ilusión por no decir menos. No conocía el sector en el que estaba y se desorientó más al sólo fijar su vista en ella. La cantidad de personas en aquella calle era prácticamente nula, aparte de ellos nadie más rondaba por ahí.

La reacción de Samanta fue más tardía de lo esperada, pero sus ojos se llenaron de lágrimas en el momento que se giró y le vio. Parecía una broma, alguna clase de maldad contra ella, pero ahí estaba Daniel de pie frente a ella a unos cinco metros. Estaba en shock, ni siquiera estaba segura de cómo sabía que ella en verdad era Nóni.

Pero en ese momento no le importó. En verdad nada más que aquel chico le importó en ese momento.

Solo un metro les separaba cuando los ojos de Daniel también se volvieron lágrimas. No sabía de ella hace mucho, pero después de tanto la tenía frente a él. Su cuello no era decorado con una bufanda y su rostro tampoco estaba cubierto con algún trozo de tela.

Samanta era tan preciosa.

—Por fin te encontré, Nóni  —sus brazos rodearon a la chica con cuidado pero determinación—. Te mantendré a salvo, Samanta. Ya no hay nada que temer.

—Gracias por hallarme... —sus brazos rodearon con fuerza al chico. No era su intención, pero sentir su apoyo le hacía sentir que podía sujetarse a él con toda su voluntad.

Todavía había mucho por resolver, pero por el momento permanecerían de esa forma. Ya luego afrontarían todo lo que les depararía la vida.