"Daniel, yo soy la chica dueña de la pulsera. Gracias por haberme ayudado y lamento haber sido tan cobarde como para haber salido corriendo después de que me ayudaste.

Quiero conocerte, pero no me siento preparada para tal acontecimiento. También me gustaría verte de cerca y escuchar tu risa dirigida hacia mí, pero aún no es tiempo... Aún así, espero que algún día eso suceda y que sea más rápido que tarde.

Anónima"

Tras haber terminado de escribir releyó miles de veces su carta hasta que finalmente decidió que lo correcto sería destrozarla y no entregársela a Daniel.

Tomó los tristes trozos rasgados y los lanzó a la papelera de su habitación, repitiéndose continuamente que había hecho lo correcto y que lo mejor sería dejar pasar un poco el tiempo hasta que sus pensamientos se aclararan un poco.

O al menos hasta que tuviera el valor de confesarle quién era para poder recuperar la preciada pulsera que le había regalado su madre en su cumpleaños número trece.

Se lanzó en su cama, casi superada por sus emociones, esperando que Daniel no sospechara de su tardanza en responder y deseando reunir en un futuro cercano las fuerzas y valentía necesaria para decirle la verdad. Todo en su mente están siendo un caos y no quería seguir creando más problemas además de los ya existentes.