Prólogo
¿Recuerdan a su primer amor?
¿Recuerdan a esa persona que tanto les gustaba en el jardín?
¿Recuerdan cuando era lindo que una niña recibiera cartas de amor de sus admiradores secretos? ¿O la sensación de estar en las nubes y sentir esos cosquilleos en el estómago que parecían mariposas?
No hay duda que guardamos esos pequeños momentos de nuestra niñez, pensando que estábamos enamorados. Éramos tan incrédulos al imaginarnos un futuro con esa persona, recreando, incluso, la típica película que todo el mundo se monta en la cabeza: estudiar, conocer a alguien, casarse y tener muchos hijos.
Qué ingenuos fuimos. Aun así, todavía pensamos que tendremos un final feliz con alguien. Eso fue lo que hice: montarme una película cliché con un hombre que me prometió muchas cosas y que se largó para cumplir su sueño de ser cura. Me mintió y usó para satisfacer sus necesidades porque sabía que se convertiría en cura y no iba a poder disfrutar
del placer carnal con ninguna mujer. Él era una mala persona.
No estoy aquí para contarles sobre un asesinato, ni tampoco de una chica que se obsesionó con un hombre. No soy así; soy mejor que eso, y lo sé porque, en mis lagunas mentales, sé que él me quiso hasta donde pudo y me lo demostró de una forma que jamás había visto en ningún otro hombre. ¿Quieren saber cuál era su nombre? No se los diré aún, pero sí les diré quién soy.
Soy Agustina Monnier, nací en 1950 y vivo en Versalles.
Contraria a los que piensan cómo era esa época, mi vida nunca fue tan aburrida. De hecho, me divertía más en mi adolescencia que en la adultez. No era la típica chica rica de ningún pueblo, pero tampoco era la más pobre. A pesar de que mi madre era francesa, no tenía el acento francés tan marcado; tenía mi lado latino, dado que mi padre era argentino.
Ambos se casaron en Argentina y pasaron su luna de miel ahí.
Me dijeron que estuve unos años criándome en ese país. Llegué a visitar a mi familia en Buenos Aires, a la abuelita y a mis tíos, pero esa es otra historia.
Como ya mencioné, no era ni la chica pobre ni mucho menos la chica rica; era una chica normal de aquella época que solo tenía una familia normal de aquella época. Mis padres formaron parte de una compañía que era dirigida por los de la alta sociedad, siendo la combinación perfecta de una ayuda humanitaria para los más necesitados en Versalles.
Ellos eran socios de dicha compañía y los invitaban a millones de eventos cada dos meses. De vez en cuando asistía con ellos a esos eventos, pero como estudiaba en una escuela pública, tenía que prestarles más atención a los estudios.
La verdad es que, en casa, debo hablar dos idiomas diferentes: con mi padre tengo que hablar en español con el acento argentino para que entienda lo que le digo; con mi madre, en francés, y aunque a veces es algo molesto, otras veces es divertido.
Era la chica cool y la nerd de mi clase: me respetaban, pero también me hacían bromas pesadas, aunque la única persona con la que nunca llegué a estar de acuerdo fue con Rose Pierre, la niña rica del pueblo, hija del Pierre.
A veces había bailes escolares en la escuela para que los del último año pudiéramos disfrutar los últimos meses estudiando para luego ir a la universidad.
Tenía un mejor amigo, su nombre era Alex Molina. Era el típico chico cool de la clase, y como ambos éramos amigos desde muy pequeños, nadie me hacía bulliying porque yo me defendía y él me salvaba de vez en cuando.
Sé que a ustedes no les interesa saber sobre mi vida, y lo único que quieren es conocer la verdadera historia de ese hombre que se convirtió en cura. Para empezar, debo partir en el principio de todo, ¿no?
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