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Capítulo 5

Amor...

Para algunos: sinónimo de felicidad

Para mí: sinónimo de sufrimiento y dolor


"Cuando no puedas controlar lo que está sucediendo, intenta controlar la forma en que respondes a lo que está sucediendo. Ahí es donde está tu poder".

- Anónimo.

Frase excelente para mi situación emocional por la que estoy pasando ahora, a veces me pregunto si podré ser una buena psicóloga, ya que tengo de vez en cuando cambios de humor, pero no son tan fuertes, aunque pienso que si eso me sucede podría dificultar un poco mi carrera de psicología, por otro lado, me ayudaría mucho, porque asi me consuelo a mí misma y me doy palabras motivacionales sola y no tener que recurrir a nadie.

Estaba en el café leyendo un libro de frases motivacionales, mi profesor dice que ayuda leer este tipo de libros, porque encuentras frases muy liberadoras y sientes que no eres la única por la que está pasando por este tipo de cosas.

Había pedido un chocolate caliente. El frío en Francia había llegado a siete grados centígrados, los meteorólogos dijeron en la televisión que el invierno estaba cerca, aún no nevaba, pero las fiestas se acercaban, por lo tanto, empezaba a hacer frío para dar abertura a las fiestas.

Soplé un poco mi taza de chocolate, probé un poco y en eso alguien abrió la puerta del café. Era Pietro.

Su piel estaba pálida, la nariz roja, sus ojos se volvieron más brillantes de lo normal, no se había percatado de mi presencia hasta que miró de izquierda a derecha como si estuviera buscando algo. Noté que llevaba un abrigo que le ayudaba para el frío, unos pantalones azul marino, unos tenis y su pañuelo alrededor de su cabeza. 

Me quedé paralizada, mirándolo fijamente. Se acercó a mi mesa y me pregunto si podía sentar enfrente de mí, asentí y obedeció. Analicé más su rostro, había estado un poco enfermo, por lo que pude notar en su cara pálida y tallada por los dioses romanos. Necesito ayuda, amigos.

—¿Tengo algo en la cara? —me sobresalté un poco por la pregunta y volví a la realidad algo nerviosa.

—Emm no... no, no tienes nada —le dije titubeando.

Me miró un tanto confundido, lo dejó pasar, entonces habló:

—Bueno, no esperaba encontrarte aquí —me miró con detenimiento.

—Estaba aburrida en casa, quise venir aquí para pensar y beber el chocolate de Valentín, es muy bueno —alcé la taza y tomé un sorbo, no dijo nada —, y ¿tú que haces aquí?

—Vine de paso, quería ver si la pandilla estaba aquí, pero por lo que veo no es asi- —noté que estaba nervioso, sabía que estaba mintiendo.

—Si me pagaran por saber cuando una persona miente, creo que sería millonaria —tomé otro sorbo de mi taza.

Me miro algo confundido, entonces le expliqué:

—Tu voz tiembla, no es por el frío, porque aquí no entra el frío, sino hasta que la puerta del café se abre. Tu postura no es normal, estás tenso. Miraste a otra parte mientras hablabas y esa es otra de las señales que muestran que estás mintiendo, Pietro. ¿No pusiste atención cuando el profesor Charpentier nos explicó eso?

No dijo nada. Un minuto después abrió la boca con esos labios seductores— sí, tengo un problema— y hablo:

—Está bien. Me atrapaste. Vine a ver como estabas. Le pregunté a Alex donde estabas y me dijo que estarías aquí —me confesó.

—Voy a matar a Alex. Y estoy bien, no te preocupes —apreté un poco mis labios para contener la rabia que sentía hacia Alex por haberle dicho a Pietro en donde estaba.

—¿Qué harás ahora? —me preguntó.

—Creo que ir a mi casa a escribir unas cartas. ¿Por qué?

—¿Quisieras ir conmigo a la fuente?

—Sabes que no creo en los deseos, Pietro —le reproché.

—Quiero que veas algo, no te quitaré más de 5 minutos —me trató de convencer viéndome fijamente con esos ojos verdes que me encantaban.

—Está bien —accedí voleando los ojos.

Salimos del café, nos subimos a su moto y nos dirigimos a la fuente. El manto de niebla cubría gran parte de la lejanía.

Se veía hermosa, pero hacía mucho frío. La niebla llegó a cubrir a la fuente y cuando nos acercamos se dispersó; nos habíamos bajado de la moto, caminamos hacia la fuente y en eso, en mi campo de visión, note que había personas del gobierno limpiando la fuente. Pietro y yo nos miramos, él tenía el rostro neutral, y yo, estaba algo confundida, no entendía que pasaba, entonces nos acercamos más y yo le pregunte a uno de los señores que estaban ahí lo siguiente:

—Excusez-moi, que faites-vous?

<<Disculpe, ¿Qué están haciendo?>>.

—Oh, le ménage hebdomadaire, jeune femme —dijo el señor con amabilidad, yo fruncí el ceño un tanto extrañada y este se retiró para seguir con su trabajo.

<<Oh, la limpieza semanal, jovencita>>.

Pietro doy unos pasos hacia mí para quedar a mi lado y le pregunté:

—¿Qué quiso decir con limpieza semanal?

—Lo hacen cada semana, los sábados, ya que la fuente en una semana se llena de monedas —me explicó con sus manos en los bolsillos.

—¿Y que hacen con las monedas? —le pregunté mientras que veía a unos hombres con bolsas de plástico que en su interior tenían las monedas que habían sido tiradas en la fuente.

—Las limpian, las cuentan y se las dan a los orfanatos u hospitales que necesiten fondos —me respondió.

—Eso es... lindo —sonreí.

Nos fuimos a su moto, subimos a esta y en menos de diez minutos ya nos encontrábamos en frente de mi casa. Pietro me preguntó lo siguiente:

—Agustina —me llamó por mi nombre y esperé —... olvídalo. Tus padres te esperan. Nos vemos.

Iba a despedirme, pero aceleró, dejándome con las palabras en la boca y un poco confundida.

Entré a casa, y mis padres estaban sentados en el sofá de la sala esperando a que yo atravesara la puerta. Me llamaron por mi nombre —algo que me asustó porque siempre me llaman Tina—, me acerqué a ellos y se destacaron sus semblantes serios en sus rostros. Mi rostro manifestaba preocupación, entonces mi padre habló:

—Agustina, queremos pedirte disculpas —eso me sorprendió, no entendía por qué mis padres me pedían disculpas.

—Sabemos lo que pasó en la entrega de las llaves —ah eso, ya lo estaba superando hasta que lo mencionó mi madre.

—No pensábamos que algo asi te pasaría, lo que menos queremos es que el entrar a la compañía se convierta en una carga para ti solo por querer seguir mis pasos —expresó mi padre preocupado.

No dije nada, encontré mi voz y dije:

—Mamá. Papá. No se preocupen por mí, esos comentarios son solo rumores, estaré bien, se los prometo, y no es una carga, esa fue mi decisión y no me voy a retractar —comenté con una voz suave y tranquila.

Nos dimos un fuerte abrazo, me fui a mi habitación a descansar un rato y no volví a salir allí.

ᴥᴥᴥ

1 de diciembre de 1967

Las luces de la ciudad por la noche combinaban con los copos de nieve que caían del cielo. Todo parecía estar cubierto por una capa gruesa y fría como un helado de vainilla —sí, muy mala comparación, pero se parecía—, veía desde mi ventana como corrían y saltaban los niños de la ciudad sobre la nieve, estaban divirtiéndose mucho, después de todo, pronto sería noche buena.

¿Por qué no estar contentos?.

Giré sobre mi eje para dirigirme a la puerta de mi habitación y salí de esta, cuando atravesé la puerta, me di cuenta de que la baranda de las escaleras estaban adornadas con piñas de pino, lazos dorados, coronas de navidad, etc. Bajé para ver las demás decoraciones y me quedé observando con mucho detenimiento como mis padres decoraban el árbol que se situaba en una esquina de la sala al lado de nuestra chimenea. Se veía precioso con esos adornos dorados, naranjas y marrones.

Mis padres notaron que estaba ahí parada observándolos y me veían con una gran sonrisa en sus rostros, siempre quise decorar yo el árbol, pero mis padres me ganaban porque lo hacían primero todo el tiempo. Mi padre puso una canción de The Beatles que se llama A Hard Day's Night.

De repente tocaron la puerta de la casa, alguien estaba afuera, mi mamá fue a revisar quién era. Alex estaba parado en la puerta con la nariz roja y los labios temblorosos, tenía puesto un abrigo que lo cubría del frío, unos pantalones negros y zapatos negros, me di cuenta de que venía para verme mientras que Dimitri y Pietro llegaban para llevarnos a la fiesta de graduación.

Sí. Nuestra fiesta de graduación sería hoy. A partir de las 12 de la madrugada me podría considerar graduada de la secundaria. Estaba contenta que de que ya el gran día llegó y quería pasar el mayor tiempo posible con los muchachos. Quería celebrar este día al máximo con ellos. Había estado en la sala con Alex esperando a los chicos.

Yo llevaba un vestido blanco, la falda era bolado y el escote era de corazón, con una cinta negra en la cintura; mi cabello estaba suelto, me llegaba a los hombros; tenía una cinta negra para combinarla con la cinta de mi vestido; mis tacones de 5 cm eran negros.

Las 6:58 pm, faltaba un minuto para que sean las 7 y los muchachos aún no llegaban por nosotros —Alex no trajo el auto, llegó caminando a mi casa—, estábamos algo preocupados y yo veía constantemente la ventana que daba a la calle. Vi que una limusina estaba llegando en frente de mi casa, tocaron la bocina. Eran Dimitri y Pietro junto con los demás.

Alex y yo salimos, nos dirigimos a la limusina y subimos, vimos que estaban todos ahí. Tristán tenía un traje negro y una corbata azul, al igual que sus hermanos, los tres vestían igual, no vi ninguna otra chica en la limusina que no fuéramos Rose y yo, pero si noté que Colin no se encontraba aquí con nosotros.

—¿Dónde está Colin? —cuestionó Alex como si supiera lo que estaba pensando hace un momento.

—Cogiendo con una chica de la escuela en el estacionamiento —respondió Dimitri sin importancia.

—¿Es en serio? —pregunté sarcásticamente.

—Fue lo que me dijo —respondió con una expresión de inocencia.

—Ya vámonos, tengo síndrome de fiesta —mencionó Rose en tono de fastidio.

—¡Si, chofer!, ¡arranque! —gritó Dylan emocionado, siguiéndole el juego a Rose.

El chofer obedeció la petición de Dylan y aceleró.

Cinco minutos después, habíamos llegado a la fiesta, los chicos bajaron primero de la limusina, antes de bajar, Pietro me ofreció su mano para bajar de la limusina, la agarré y bajé de este.

Nos dirigimos a la entrada de la escuela y vimos que todo estaba decorado con adornos blancos, azules y morados, había una banda que representaba a la escuela, se llamaba Les Garçons de Versailles, en ese momento los consideramos una de las mejores bandas que hayamos tenido en la escuela.

Fuimos a tomar un trago de ponche —tenía un poco de alcohol—. Rose, Alex y yo estábamos junto a la mesa; mientras que los chicos hablaban desde una pequeña esquina, nosotros tres los observábamos muy detenidamente y entonces me atreví a hablarle a Rose sobre la decoración de la fiesta: 

—Todo te quedó muy hermoso, Rose.

—Gracias, aunque tuve ayuda de Dylan —dijo con mirada pícara viendo en dirección a Dylan y tomándose un trago.

—Noté que Dylan ha estado muy cariñoso contigo estos días —menciona Alex con una sonrisa pícara.

—No es nada de lo que te estás imaginando, Alex —alega con una risa sarcástica.

Nos reímos a carcajadas los dos y Rose volteó los ojos, no quería admitir que Dylan le estaba coqueteando, aunque era obvio.

—Solo somos amigos —aclaró Rose.

—Sí, y a Dimitri le gustan las mujeres —nos reímos por el sarcasmo de Alex.

—Rose. Alex y yo nos dimos cuenta de lo que está haciendo Dylan. Le gustas —suelto sin más, conociendo perfectamente al hermano de en medio de los Dumont.

—¿Dylan Dumont? —carcajeó —. No conocen a Dylan. Él nunca se ha enamorado. Él siempre hace que las chicas caigan a sus pies y yo soy la excepción.

—Tal vez es por eso que le gustas. Eres un reto para él, le encantan los retos —eso es algo cierto.

Rose no dijo nada y miró con cierta confusión hacia Dylan, este estaba riéndose de los chistes de Maximo, pero a veces ojeaba en dirección a Rose para contemplarla. El castaño le dió una señal con la cabeza para ir a otro lado de la escuela y tener privacidad.

Alex y yo nos unimos al grupo de los chicos y estos notaron nuestra presencia, entonces nos sacaron a bailar al centro de la pista de baile. La banda estaba tocando Teddy Bear de Elvis Presley.

Pietro y yo bailábamos al ritmo de la música y me divertí mucho bailando con él, parecía como si no hubiera nadie más a nuestro alrededor, como si no nos conociéramos y simplemente somos dos extraños que se conocieron hace unos meses y ya tenían una amistad muy fuerte.

La banda cambió la música y empezaron a tocar Can't help falling in love— también de Elvis Presley, era su mayor existo en la época de los 60—, me acerqué a Pietro y este me acerco más a él con sus brazos alrededor de mi cintura. Era más alto que yo y desde mi altura lo miraba hacia los ojos, contemplando esos ojos verdes que tanto me encantaron en el primer momento. Posó su mirada en la mía y me dijo lo siguiente:

—Jamás te haría daño Agustina, primero me muero yo, eso no es lo que hacemos los Siervos Romanos —prometió mientras nos tambaleábamos ligeramente, de un lado a otro al ritmo de la música, le sonreí para luego, poner mi cabeza encima de su pecho y me abrazó en un gesto de protección.

Siempre recordaré esas palabras, esas palabras que alguna vez considere como promesa, esas palabras que alguna vez me hicieron sonreír como una tonta enamorada y caer a sus pies.

Sí.

Muy cliché.

Si ellos nos prometían el cielo y la tierra, nosotras decíamos que ellos eran nuestro amor verdadero, el indicado, nuestra alma gemela. Creo que yo no fui la excepción, pero pienso que sería bueno si ese día no hubiese hecho una promesa que era casi imposible cumplir.

ᴥᴥᴥ

Argentina – Buenos Aires.

Mis padres y yo tomamos el primer vuelo a Argentina el día siguiente de mi graduación. Todos estábamos de vacaciones, por lo tanto, no me preocupaba por nada más que solo fuera estar en el país de mis raíces.

Estaba en el balcón del segundo piso de la casa de la abuela, se veía todo el pueblo desde este, la gente caminando; los autos estacionados en lugares estratégicos de la calle para no obstruir el paso peatonal; los perros siendo paseados por sus dueños; los pájaros cantando y volando como si fuese primavera cuando en realidad era invierno —en Francia era invierno—.

Aquí era como si no existiera el invierno o como si no fuera una estación.

Las casas estaban ligeramente decoradas con adornos navideños, se veían preciosos a simple vista.

Mi padre me llamó desde el primer piso de la casa, bajé y ahí se encontraban mi tío Samuel y, mis primas Laura y Patricia. Ambas eran pelinegras por parte de mi tía Melissa —murió en un accidente de tránsito hace muchos años—, tenían los característicos ojos azules de la familia, al igual que yo, y sus pecas se notaban a simple vista sobre su piel clara.

Fui con mis primas al balcón, estuvimos hablando de los chicos que les gustaban a ellas. Siempre tenían un chico nuevo que conquistar en sus vidas, eso era lo único diferente entre nosotras; a ellas les gustaba tener pareja o al menos divertirse en lo que queda de su juventud, mientras que a mí... Bueno, soy mala coqueteándole a alguien, soy pésima en eso, pero ¿Qué puedo hacer?, yo solo sé escribir cartas, esa si es mi pasión.

La abuela me dijo que ella tenía esa habilidad también, era buena escribiéndole cartas de amor a mi abuelo cuando se conocieron. Su amor fue uno de esos amores adolescente, que fueron verdaderos y duraron hasta que la muerte los separe, lo digo en el sentido literal. 

Mi abuela siempre nos contaba historias de su noviazgo con el abuelo, a mis primas y a mí, era como escuchar a un presidente encadenándose en la radio —mala analogía, lo sé—. Me hubiera gustado conocer al abuelo, después de todo fue alguien muy importante en la vida de la abuela.

Escuché al cartero llegar con su bicicleta y dejar las cartas en el buzón de la casa; corrí hasta la puerta, atravesé esta y abrí el buzón, la cual contenía unas cartas de impuestos y demás, también tenía una postal de Alex, Dimitri y extrañamente también de Tristán fue algo que me hizo fruncir el ceño ligeramente, él nunca me había enviado una postal desde que lo conozco.

Entré a la casa, subí las escaleras que daban al segundo piso, fui a la habitación que mi abuela había arreglado para mí. Entonces, me dejé caer en la cama y abrí la carta de Alex que traía con ella, la postal y una fotografía de él.

Para: Agustina Monnier

De: Alexander Molina

Agustina.

Sé que vas a leer esto en el primer momento en que escuches la campana de la bicicleta de algún cartero de Argentina.

Quisiera estar allí contigo.

Dimitri me dijo que te había enviado una postal también, tienes que verlo, parece un papi chulo en esa fotografía.

Aquí en España no están tan mal las cosas como antes, creo que me alegra estar en mi país otra vez, pero no es lo mismo si no estoy con mi mejor amiga, con la chica que aguanta mis ataques de ira.

Mi padre y yo vimos a mi madre y a mi hermano, te mandaron saludos, dijeron que quieren conocerte algún día. Les dije la verdad sobre mi orientación sexual y sobre mi situación sentimental con Dimitri, al principio les sorprendió, pero luego lo aceptaron y estamos más unidos de lo que pensé.

Bueno, creo que eso es lo único que puedo decirte, por ahora, pronto te volveré a escribir, te lo prometo.

Con amor, Alex.

Le eché un vistazo a la fotografía de Alex, mi mejor amigo era muy guapo y para ser sincera, Dimitri tiene mucha suerte de tenerlo. Ellos se ven muy bonitos cuando están juntos, me alegra mucho que Alex le confesó sobre su situación sentimental con Dimitri, a su familia y que todo haya salido bien.

Abrí la carta de Dimitri y decía lo siguiente:

Para: Agustina Monnier

De: Dimitri Pierre

Hola, no soy de escribir cartas tan buenas como las tuyas Agustina o eso fue lo que me dijo Alex, en realidad te escribo porque eres la mejor amiga de él y quería tu bendición para pedirle que sea mi novio.

Es que no puedo esperar más tiempo sin tenerlo a mi lado todos los días y tener algo serio con él. Me encanta ese chico, lo amo con todas mis fuerzas Agustina, y me encantaría que me dieras tu bendición porque eres como una hermana para él y lo proteges mucho.

No quisiera pasar por alto tu decisión o tu opinión, eres mi amiga también y sé que vas a elegir lo que sea mejor para Alexander.

Colin y Rose te mandan saludos, no son de escribir cartas, pero quieren que sepas que te extrañan al igual que los demás.

Con amor, Dimitri

Pd: no mates a Alex por mencionarme lo de tus cartas.

Reí un poco moviendo la cabeza de un lado a otro, tomé la fotografía de Dimitri, estaba con Rose y Colin, el trío perfecto de los hermanos Pierre. Miré con extrañeza la carta de Tristán, me preguntaba que era lo que contenía, después de todo, nunca me ha enviado una carta.

Tristán Dumont no es de los chicos que escribe cartas a cualquiera, algo raro había pasado como para que me envíe una carta.

La abrí con delicadeza para mantener el suspenso y la intriga. Decía lo siguiente:

Para: Agustina Monnier

De: Tristán Dumont

Me siento un poco cursi haciendo esto, pero contigo siento que puedo hacer cualquier cosa porque sé que no me juzgarás como lo hacen otras personas. 

Me conoces y creo que vas a pensar que algo malo me paso a mí o a mis hermanos, que por cierto te mandan saludos.

No.

No me pasó nada, todavía.

Aunque creo que si me pasa algo y es que no sé por qué, pero quiero decirte que cuando regreses a Francia, te estaré esperando para decirte algo muy importante, tal vez me digas que no y yo termine como un tonto por tener la cabeza llena de puras fantasías.

Solo quería decirte también que, creo que sería bueno que lo pensaras dos veces antes de involucrarte con Pietro, puede ser muy seductor y también puede hacer algo más, no quisiera verte lastimada, no digo que sea mal chico, digo que deberías tener cuidado con el chico Russo.

Con amor, Tristán

Pd: Te extraño Agustina. Extraño hacerte enojar, los muchachos también lo extrañan.

Fruncí un poco el ceño ante lo último que había escrito Tristán en su carta, lo dejé pasar, tal vez era muy sobre protector conmigo. La carta traía una postal de París.

Tristán ha sido como un hermano mayor para mí, me cuida mucho, algo que a mi padre le agrada mucho. No sé que sería de mi vida si ellos no estuvieran conmigo o si nunca los hubiese conocido.

En esos momentos no me había dado cuenta de que ellos serían la única razón por la cual no iba a caer en el agujero negro que Pietro había cavado para enterrarme con él y condenarme al sufrimiento eterno.

Ellos eran mi pilar, mi único soporte, que se estaba fracturando, y... se fracturó cuando Alexander Molina, mi mejor amigo, se fue para siempre...

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