Capítulo 44
Promesas
13 de agosto de 1990
Lyon – Francia
Diego Molina
Y aquí estoy.
Siendo testigo de cómo una mujer es capaz de caer tan bajo solo porque recibió órdenes de su nueva pareja que resulta ser el líder de la mafia de su propio país.
Isabelle está en la sala de interrogatorios sola, supongo que estará pensando cómo librarse de esta sin tener que mencionar a Jacquet, para que no lo culpemos de terrorista y proxeneta porque sabemos que Isabelle es una víctima más de la trata de blancas aquí en Francia, de las tinieblas donde nadie recordaría a una chica de su infancia.
—¿Ahora qué? —inquiere Dimitri, quien está a mi lado junto a Collins.
—Tendremos que preguntarle cuando inició su relación con Jacquet —responde el agente.
—No contestará a la primera —opino —. Tratará de encubrirlo a toda costa. Tendremos que hacerle preguntas un poco más sutiles, como por ejemplo, de su pasado.
—Ella no puede verme allí —menciona Dimitri, dejándome algo confundido —. Ella sabe perfectamente quién soy, soy el hermano de su exnovio de la secundaria y del cual pensaba hacerse su amigo cuando solo la veía como una chica más que Colin desechaba.
—Gracias por tu sinceridad, hermano —la voz de Colin aparece dentro de la sala con Amber tomados de la mano —. No esperaba menos de ti.
—Nuestro padre siempre nos enseñó a decir la verdad, hermano.
—Creo que será mejor, si yo hablo con ella —interviene Amber, al ver la escena fraternal ridícula que estuvieron entablando estos dos rubios —. Sé cómo hacer que las personas me digan la verdad por medio de la sutileza de mis preguntas.
—Sería una gran idea, señorita Blanc —la felicita Collins.
Dejamos que Amber pase a la sala esperando a que empiecen a entablar una conversación civilizada. Abandono la sala por un momento para ir a monitorear el sistema de rastreo y así encontrar la ubicación exacta de Agustina. Uno de los ingenieros en sistemas se encarga de hackear las cámaras de seguridad, mostrándome así a una Agustina demacrada, asustada, desecha y depresiva. Está temblando en su sitio como un cachorro asustado.
Alex... sé que debes estar enojado, pero te juro que la sacaré de allí.
—Necesito que saques copias de las imágenes para mostrarlas a los jefes de la sede —le ordeno al ingeniero.
—Sí, señor.
—Diego, quería decirte que... —Amber se detiene en seco al ver las imágenes de las cámaras de seguridad —. Agustina...
—Amber, necesito que te calmes —le pido, pero realmente estoy aterrado.
—Agustina... —se vuelve un lago de lágrimas. La abrazo para evitar que caiga al suelo y se desahoga mojando mi camisa con sus lágrimas —. ¿Por qué...?
—La están torturando y necesitamos esa evidencia para que la Interpol atrape más rápido a Pietro —le explico.
—Pero ella está sufriendo, Diego —alega mirando fijamente la imagen.
—¿Crees que no lo sé? —ironizo, hastiado de que todo el tiempo me cuestionen —. Hago lo que puedo para que esta situación termine y Agustina deje de...
—¿Agustina dejé de qué? —Dimitri se une a la conversación, poniéndome cada vez más nervioso. Mira la pantalla que tenía la imagen de Agustina desde la cámara de seguridad y su expresión confusa pasa a una llena de tristeza —. Dime que esa es solo una película y que ella no es Tina.
—Dimitri yo...
—¡No! —grita sobresaltándome por su agresividad —. ¡Ya he soportado muchos secretos de tu parte, Diego! ¡Te he apoyado con cada decisión que has tomado! ¡Te he defendido ante mi padre porque pensó que tu plan no funcionaria! ¡Y sí, funcionó! ¡Pero está perjudicando a Agustina! ¡Nuestra amiga! ¡La mejor amiga de Alex! ¡Tu hermano!
—Cariño, yo...
—Agente Molina —me interrumpe uno de los agentes encargados de la vigilancia.
—¡¿Qué?!
—Tristán Dumont tomó el último vuelo hacia Verona.
Esto debe ser una maldita broma...
ᴥᴥᴥ
Verona – Italia
Tristán Dumont
Sé lo que dirán: estoy siendo irresponsable.
La carta que recibí de parte de Agustina era absolutamente real y genuina. Su esencia y su ortografía se percibían a través del papel; las palabras técnicas que siempre usaba para describir una situación; sus metáforas...
Todo era real.
Más que real, diría que se podía sentir su angustia.
Su desesperanza por todas las cosas que estaban pasando y sus lágrimas habían mojado el papel en el que escribió su triste relato de desazón.
En este momento, estoy infiltrándome en la casa grande que Pietro tiene en Verona. Me escabullo de los guardias con agilidad, evito las cámaras a toda costa, subo las grandes escaleras que me llevan a las habitaciones hasta qué...
—¡Por favor! —la voz quebrada de Agustina me detiene en seco, alertándome y yendo hacia la puerta de aquella habitación para escuchar todo lo que dicen—. ¡Pietro, por favor, suéltame!
—Me gustas más así, Tina —le dice con cinismo —. Desnuda en la cama, suplicando que te suelte, antes de aprovecharme de tu vulnerabilidad una vez más.
—Te prometo que jamás volverá a ocurrir, Giovanni fue solo una aventura —su voz suena desesperada.
—No hagas promesas en vano, hazlas hacia tu dios, quien no está aquí para salvarte —escucho un latigazo y acto seguido, un grito desgarrador de Agustina.
Tina... aguanta, por favor...
Escucho a Pietro llamar a sus hombres. Trato de esconderme y veo que arrastran a Agustina hasta una cueva. Entro y logro ver a un millón de mujeres desesperadas y cansadas de estar en ese agujero totalmente desnudas, con moretones en sus brazos y piernas e incluso cortadas. Entre ellas, veo a la argentina de cabello castaño y ojos azules, quien está temblando en el piso con los ojos rojos llenos de lágrimas.
—¿Agustina? —mi voz capta su atención en cuestión de segundos. Duda por mi presencia, pero luego me acerco a ella tomando sus mejillas entre mis manos, provocando que relaje su cuerpo.
—Tristán... —solloza.
—Tina...
—Sácame de aquí, por favor —su petición me deja helado. ¿Qué le diré? —. No quiero estar aquí, quiero a mis padres... por favor...
Mi pecho se encoge al escucharla, pero trato de mantener la compostura por ella y por el gran golpe que haremos contra el italiano.
—Escúchame —llamo su atención y susurro a su oído —. Necesito que sigas aguantando lo que viene. No supliques, solo obedece y cuando llegue el momento... Todo habrá terminado. Lo prometo...
Todo mi autocontrol.
Toda mi cordura las estoy aguantando para cuando llegue el momento de acabar con el italiano de una vez por todas.
Agustina entiende a la perfección mis palabras y es entonces cuando decido salir de ese lugar dejándola otra vez, a merced de aquel monstruo.
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