Capítulo 40
Dolor, Amor y Sentencias...
28 de abril de 1970
Lyon – Francia
Clara Fontaine
Odio la lástima con la que me miran la mayoría de mis compañeros de trabajo. Esto es lo más humillante que he podido pasar en toda mi maldita vida. Solo quiero que la tierra me trague y me escupa lejos de aquí.
Mi semana se ha resumido en una sola palabra: Humillaciones.
Se han estado burlando de mí y todo porque me convertí en noticia internacional en el Vaticano. La prensa no ha querido olvidar el día en que fui expuesta ante toda Europa por aquella emboscada fallida, planeada por Tristán.
Los moretones en mi piel han ido sanando con el paso de los meses, ya casi no se notan, pero aún duelen un poco, al igual que la cortada que me hicieron esas mujeres en mi antebrazo izquierdo. Escribieron con profundidad la palabra: Zorra. El dolor había sido más que insoportable.
Era asfixiante el tener que gritar y que nadie te haya podido ayudar o al menos, tener fuerzas para evitar dicho evento.
Creo que ha sido lo más traumatizante para mí.
Estaba caminando por los pasillos de la sede, mientras leía con atención el reporte de los descubrimientos de Agustina estos últimos meses. Ha logrado obtener demasiada información y espero que no levante muchas sospechas, porque se convertiría en un caos internacional.
—Oye Clara, ¿Qué haces?, ¿trazando un nuevo plan para una emboscada fallida?— una de mis compañeras de la entidad se burla en mi cara y yo solo puedo verla con una máscara de hielo completamente armada —. ¿O te piensas acostar con otro de los chicos esos para los que trabajas?
Esa última insinuación basta para colmar mi paciencia. Me acerqué más a ella con intenciones de golpearla, pero una mano se posó en mi hombro deteniendo mi acción.
—No somos personas violentas, ¿no es así, señorita Fontaine? —me cuestiona Diego tratando de calmarme, luego llega el Sr. Collins en un intento de apoyarme y evitar que pierda los escrúpulos.
—No, señor.
—Bien —dirige su mirada hacia la chica que se estaba burlando de mí —. Creo que usted debería ir a hacer su trabajo. Aquí no entrenamos personas perezosas.
—Me disculpo, señor Molina —acata la chica, baja la cabeza—. No volverá a pasar.
—Eso espero.
La chica se va, al igual que Collins, mientras me quedo sola con Diego, quien, claramente, luce exhausto como yo. Sus ojeras están más pronunciadas de lo normal, su cabello desordenado le da ese aire sobrio y somnoliento que lleva desde hace varios meses; sus ojos azules al menos tratan de opacar sus ojeras, pero aun así no lo tapan del todo.
—¿Cómo van tus moretones?
¿No tenía una mejor pregunta?
—Bien —respondo decaída, por haber recordado la causa de los moretones. Me siento como una imbécil.
—No debes dejar que ese día te aflija —me alienta, pero eso empeora la situación —. Pasó hace meses.
—No quiero tu lástima, Diego.
—No es lástima, Clara —posa su mano en mi hombro y me mira con una pizca de amabilidad en sus orbes azules —. Es ser un amigo. Soy tu amigo.
Decido creerle porque no tengo otra opción que pasar la página y seguir adelante como siempre he hecho.
—¿Qué más tenemos de Agustina? —pregunto para cambiar el tema por unos minutos.
—Giovanni cayó.
Esa ha sido la mejor noticia hasta ahora.
Si Giovanni cayó, tenemos vía libre para que Agustina lo manipule a su antojo y así sacarle mucha más información de la que tenemos para hundir a la mafia italiana.
—¿En serio? —inquiero sin poder creerlo, gracias a la actitud hostil que ese hombre había presentado ante Agustina. Definitivamente, estaremos a nada de acabar con esto. Muestro una sonrisa llena de satisfacción —. Qué alegría. Debemos decírselos a los chicos.
—Lo mejor será esperar un tiempo para estar seguros de que no soltará el anzuelo y podremos obtener cualquier tipo de información —me explica y yo asiento entendiendo por completo la situación.
—De acuerdo, ¿Ahora qué?
—Debemos tener en la mira a Jacquet, no podemos dejar cabos sueltos luego de que todo esto termine.
—Está bien.
—Creo que lo mejor es que vayas a descansar, Clara —menciona y sé que lo dice por la tensión que hay en la sede —. Aún no has superado el tema y te necesito serena y concentrada.
—Estoy concentrada.
—No lo parecía cuando casi intentaste golpear a una compañera de la entidad —me reprende. Se había tardado mucho,
—Lo siento.
—Con una disculpa no basta, Clara —habla con voz firme. Este hombre debería ser un coronel, intimida demasiado —. Si no sigues adelante y haces caso omiso a los malos comentarios, entonces no sirves como agente especial de la Interpol.
—Ya entendí —espeto cansada de que siempre trate de amenazarme con mi despido —. Voy a descansar, nos vemos luego.
Decido irme hacia los vestidores en donde dejo mi uniforme de la entidad en mi casillero. Saco mi ropa y me lo coloco, voy al espejo y veo una palabra escrita con labial: Patética.
Genial.
Ahora no solo debo soportar la palabra Zorra grabada en mi piel ardiendo, sino también debo lidiar con otra palabra que, aunque no es tan fuerte, me hace sentir terrible conmigo misma.
Termino de arreglarme y salgo del gran edificio con los ojos picándome a punto de soltar varias lágrimas cada que pueda. Tomo un taxi que me lleva directamente hacia la mansión de los Dumont. Veo a Amber y a Rose con los niños, quienes tan solo llevan unos meses de nacidos y parecen tener tres años de edad. Este año cumplirán su primer año juntos como los mellizos que son y las tres estamos emocionadas por ello.
—¡Clara! —la voz de Rose llama mi atención, mientras intentaba escabullirme hacia el interior de la mansión para llorar en mi propia soledad.
—Hola —mi voz suena un poco débil, pero reprimo las lágrimas que quería dejar salir desde hace varios minutos.
—Que bueno que llegaste —me abraza feliz y aliviada —, Maximo estuvo preguntando por ti.
—Ya hablaré con él.
—Clara, ¿Han sabido algo de Agustina? —pregunta Amber.
—Está bien, sigue en pie con el plan.
—Esa es una buena noticia, creo —dice Rose algo afligida. A todas nos duele que Agustina aún siga allá en el Vaticano, pero tratamos de ser fuertes por ella —. Ve adentro, Maximo llegará dentro de unas horas.
—¿A dónde se ha ido?
—Está con los chicos, dijeron que tenían asuntos muy importantes que atender —me responde y yo asiento con extrañez en mi rostro.
Entro a la mansión y me dirijo con rapidez a mi habitación para empezar a soltar cada lágrima que reprimí en el camino.
Sabía desde el primer momento que no debía meterme en esto. Sabía que no estaba preparada para una vida llena de solo injusticias. Mi madre lo sabía...
Ella siempre me dijo que yo no era lo suficientemente fuerte para llevar una vida de esta magnitud y mucho menos con problemas que me arrastrarían hasta que no quede nada mi. Esta situación me está dejando marcas que jamás había tenido.
Marcas que hieren mi corazón desde el primer momento en que me las hicieron.
Marcas que me lastiman cada segundo.
Necesito gritar.
Quiero gritar para dejar de sentir por un momento lo que estoy sintiendo ahora mismo. No puedo seguir reprimiendo mis lágrimas cuando ellas solo quieren salir y arrasar conmigo desde hace muchos años.
Unos golpes en la puerta me devuelven a la cruel realidad, la persona detrás de la puerta me habla y puedo decir con seguridad que se trata de Maximo.
Mi Maximo.
Trato de tranquilizarme y ponerme un poco de maquillaje para que no se note que estuve llorando. Sería vergonzoso hacerlo enfrente de él.
Abro la puerta después de haber tomado suficiente aire y poner mi mejor sonrisa estampada en mi rostro.
—A veces pienso que me enamoré con una pésima mentirosa, pero aun así aquí estoy —su sarcasmo me haría reír si no fuera porque en serio estoy tan quebrada por dentro. Él parece notar la tristeza en mí ojos y entonces se mantiene en silencio esperando a que, esta vez, le cuente lo que sucede.
Desde que salimos de la prisión no hablé del tema con Maximo para no tener que quebrarme enfrente de él. Evité a toda costa que pudiera ver la marca que esas mujeres me dejaron en mi brazo porque sabía cuanto le molestaría y odio tener que verme débil frente a sus ojos.
Soy fuerte y eso es lo que siempre me digo a mí misma cuando me miro al espejo.
—Clara, te he dado el espacio que necesitabas para superar esos días infernales que pasamos en aquella cárcel —me dice y trato de no llorar —, pero creo que con esto que te estás haciendo es suficiente. No quiero que finjas estar bien cuando ambos sabemos que no es así.
Se acerca a mí por medio de un abrazo que desata el mar de lágrimas que reprimí todo el maldito día.
Su abrazo me calma y me destroza al mismo tiempo. Quisiera alejar a Maximo de mí para que no tenga que lidiar con mi carácter, pero no puedo. Lo amo demasiado. Amo a este hombre, no quiero dejarlo y tampoco que él me deje. Necesito ser yo misma con él.
Nos separamos por un momento mirándonos fijamente a los ojos. Él limpia mis lágrimas, su mano acaricia mis mejillas y me da un beso en los labios. Es un beso tierno y consolador, quiere que sienta que puedo confiar en él, y es así, solo que me cuesta mucho admitirlo.
—Sé lo de tu brazo —me hace palidecer en ese instante ante esa declaración.
—¿Cómo...?
—No eres muy buena ocultando las cosas —sonríe —. Lo vi cuando el padre de Agustina intentó matar a Tristán. Te descuidaste con la maga de tu camisa ese día y en la noche lo confirmé
Apoyo mi frente contra la suya, sintiendo un alivio, aunque también una angustia.
—No haré nada que no quieras —susurra —, pero debo admitir que me molestó el hecho de que no me habías querido contar, así que esperé el tiempo necesario para que tú misma me lo dijeras, algo que no ocurrió.
—Lo siento —me disculpo ante su tono entristecido —. Debí decírtelo.
Me abraza de nuevo y deja un beso en mi frente. Es tan tierno y sexy a la vez que probablemente dudo que pueda dejarlo.
—No tienes que disculparte, ya todo pasó —acaricia mi cabello con ternura y dejo caer mi cabeza en su pecho relajándome por completo —. Quiero mostrarte algo.
Me dice y antes de poder responder, ya estoy siendo arrastrada por él entre los pasillos de la mansión. Llegamos a un salón amplio, completamente oscuro gracias a que las cortinas están cerradas. Miro todo con extrañeza hasta que Maximo enciende las luces del salón. Estoy completamente impresionada con todo.
Mi madre está allí parada frente a mí junto con mi padre, tomados de la mano, sonrientes por mi presencia.
—¿Madre?
—Clara —extiende sus brazos hacia mí y yo corro hacia ella sin pensarlo dos veces
Mis lágrimas empiezan a salir, pero son lágrimas de felicidad. Estoy feliz de ver a mis padres aquí conmigo. Verlos luego de cuatro años que he estado en servicio en la Interpol. Nos hundimos en un abrazo amoroso olvidándonos del mundo a nuestro alrededor e incluso olvidé que Maximo se encontraba de pie presenciando aquel tierno abrazo.
Me separé de mis padres y abracé a Maximo dándole infinitas gracias por haber hecho algo tan valioso por mí. Ni todas las joyas que me hubiese dado, se compara con este maravilloso obsequio. Es el mejor hombre que he conocido en el mundo.
—Gracias —le digo con total sinceridad —. Gracias por esto.
—Haría cualquier cosa por ver esa sonrisa en tu rostro —me dice y es la primera vez que me ruborizo por sus palabras —, y aún hay algo más que quisiera enseñarte.
—¿Qué es?
Me señala la parte de las escaleras del salón en donde están todos los chicos sonriendo con complicidad, al igual que Rose y Amber. Despliegan un cartel grande en donde hay un claro mensaje que no puedo creer que esté leyéndolo ahora mismo.
¿Quieres convertirte en la señora Dumont?
Volví mi mirada hacia Maximo, quien ya estaba de rodillas con una pequeña caja de terciopelo negro con un anillo dentro. El anillo poseía un diamante verde del mismo color que mis ojos y el resto de la joya era de plata. Maximo me miraba con nerviosismo, así que habló:
—Permíteme convertirte en la Señora Dumont —empieza —. Permíteme ayudarte cuando sientas que ya no puedes seguir adelante. Permíteme ser aquel hombro que necesitas para llorar, aunque quieras ocultarlo. Permíteme ser ese hombre que pueda amarte y estar ahí cuando más me necesites. Permíteme ser esa persona a la que nunca podrás mentirle porque sé cuando me mientes. Quiero ser tuyo y quiero saber si tú quieres ser mía, Clara.
Su discurso es tan tierno que no puedo creer que vaya a darle una respuesta a este hombre que tanto se ha esforzado por verme feliz. Recuerdo nuestros pequeños momentos juntos cuando estábamos en Versalles. Este pequeño hombre me ha hecho sentir muchas cosas que jamás pensé que sentiría estando a su lado. Está decidido, mi respuesta es...
—Acepto —respondo sonriendo y con lágrimas en mis ojos.
Gritos de emoción llenan el salón por la respuesta que le di al pequeño de los Dumont. Maximo pone el anillo en mi dedo y nos fundimos en un largo beso lleno de deseo y felicidad.
Mis padres y mis amigos se acercan a nosotros para felicitarnos y abrazarnos por la noticia. Estoy tan feliz que podría decir que esa carga que tenía en los hombros, se disipó en unos segundos. Eso es lo que me pasa cada vez que estoy con Maximo, me llena de vida cuando estoy en mi mundo oscuro y yo hago lo mismo cuando él está en su propio mundo.
No puedo creer que esto esté pasando.
—Lamento arruinar su fiesta, pero tengo malas noticias —la voz de Diego nos detiene durante la pequeña celebración.
—¿Qué sucede? —inquiere Tristán.
—La ciudad de Versalles acaba de crear toda una revolución por los acontecimientos causados por Pietro anteriormente y piden una recompensa de parte de nosotros para enmendar lo que hicimos —explica la situación.
—Si quieren dinero podemos dárselos —menciona Dylan —, solo tienen que decirnos la cifra.
—No quieren dinero —sentencia Diego.
Esto no me huele bien.
—¿Qué es lo que quieren a cambio? —inquiere Amber.
—A una persona que pague por lo que ha estado pasando.
—¿Qué persona, Diego? —inquiere Dimitri demostrando miedo.
—Agustina Monnier.
En este instante, no sé qué decir o sentir hasta que Tristán sale colérico del salón a paso firme, siendo perseguido por Maximo y Dylan, quienes lo tratan de calmar. Vidrios y vajillas quebrándose se oyen desde afuera y puedo determinar que está a punto de explotar por tal declaración.
No podemos entregarles a Agustina.
No sería justo.
Ella no tiene la culpa de absolutamente nada, solo quiere ayudar para que la Interpol atrape de una vez por todas a Pietro y a su mafia.
Necesitaremos que Agustina haga lo imposible, posible.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro