Capítulo 39
Noche de "Pasión"
Agustina Monnier
Los labios de Giovanni se movían desesperadamente. Intensificó el beso tomándome de los muslos hasta colocarme sobre la mesa de la cocina. Su boca fue descendiendo despacio hasta mi cuello, luego hasta mi abdomen y después...
Paró en seco aliviando el asco de tener que dejar que llegáramos a otro punto.
¡Dios mío, gracias!
—Esto no está bien —susurra.
—¿De qué hablas? —inquiero haciéndome la inocente.
—Ve a tu habitación —me exige molesto.
Parece que el efecto del alcohol ya pasó.
—Pero...
—¡Ahora! —me estremezco por el grito, pero no bajo la mirada. En realidad, solo lo detallo sin interés alguna.
Finjo molestia por su actitud y me voy de la cocina. Lo escucho gruñir de frustración, lo que causa en mí una sonrisa victoriosa porque la primera parte de mi plan funcionó sin que tuviera que mover un solo dedo.
ᴥᴥᴥ
Al día siguiente, tuve que ir a una reunión con Valentino para inspeccionar y seleccionar a las chicas que serían distribuidas en Europa. No me gustó hacerlo, pero no tuve de otra que traicionar a esas pobres mujeres. Pietro me acompañó esta vez para ver como era mi actitud en cuanto a tener que tomar decisiones de este tipo, me dijo que en la noche habría un regalo por haber sido tan buena dama, a lo que tuve que sonreír y asentir.
Giovanni está renuente a hablarme.
Me lo esperaba, de verdad, me lo esperaba, pero debo hacer algo para persuadirlo. Y como si el señor todopoderoso me estuviera escuchando, Pietro se irá de viaje y no volverá hasta pasado mañana, lo que me da mucho tiempo para hacer que Giovanni caiga en mi trampa.
Ya es de tarde y Pietro se ha ido dejándonos a Giovanni y a mí solos con los demás compromisos que quedan pendientes. Nos indican que debemos ir a una reunión con los clanes de Cosa Notra –o Cosa Infernal, en mi opinión–, para tocar un tema en específico que se debe resolver. No sé qué tan grave puede ser, pero no me gusta para nada esa información.
Nos subimos a la limusina, los chicos están aquí adentro, por lo que opto por tocar el tema de lo que sucedió anoche. Respiro hondo y hablo:
—¿Recuerdas lo que sucedió anoche? —le pregunto, pero este se queda impávido viendo la ventana como si no me hubiese escuchado —. ¿Giovanni?
—¿Qué? —me dice con agresividad.
—¿Recuerdas lo que sucedió anoche? —no responde al principio hasta que cierra los ojos y suspira con fuerza.
—Sí —responde y sonrío mentalmente —. Si lo recuerdo, pero también recuerdo que estaba ebrio.
—Pero los ebrios siempre sacan a relucir sus verdaderos deseos.
—No me conoces ebrio —alega —. Mi yo ebrio es una de las partes más irracionales de mi ser, así que eso fue lo que sucedió anoche, algo irracional.
—¿Quieres decir que no te gustó? —fingí indignación. A mí me dio asco —. ¿Tan malo fue?
—No —responde y lo miro —. Quiero decir sí, digo no, bueno, creo... que no.
—Di la verdad, Giovanni.
—Si me gusto Agustina y fue por esa razón por la que tuve que detenerme antes de cometer una gran locura que no estoy dispuesto a cometer —lleva su mano a mi mejilla y la acaricia.
No vomites, no vomites, no vomites.
Me decía a mí misma para evitar arruinar el plan. Me incliné hacia él con lentitud, el italiano me miraba con deseo desenfrenado. Unimos nuestros labios en un beso apasionado y lujurioso. Él me hizo sentarme a horcajadas sobre su regazo y pude sentir algo duro contra mi intimidad, así que moví un poco las caderas para hacer algo de fricción sobre su miembro erecto. Soltó un gruñido placentero y sonreí porque fue más fácil enredarlo de lo que creí.
—Ya veo por qué Pietro se obsesionó tanto contigo, Tina —me dice con dificultad, mientras intenta recuperar el aliento —. Eres una diosa de ojos azules.
—¿Desde hace cuanto querías que esto sucediera?
—Desde la primera que mi sobrino me presentó a esa argentina entrometida de la que tanto me habló.
Y ahí está, la grandiosa confesión de aquel hombre que decía ser leal a su sobrino.
Lo vuelvo a besar para continuar con el teatro y este me toma del cabello para intensificar el beso. Siento una de sus manos bajar poco a poco hacia mi zona íntima y ruego porque alguien nos interrumpa, aún no estoy preparada para que me toque hasta ese punto.
En respuesta de mi petición, alguien nos informa que ya llegamos a nuestro destino. Me separo del tío de Pietro, jadeante. Mi corazón está acelerado y puedo apostar a que mis labios están hinchados y rosados. Su erección aún no baja, me quito de su regazo y puedo ver lo verdaderamente excitado que se encuentra en estos momentos.
—Debemos entrar —cambio de tema para calmar un poco la tensión sexual de nuestros cuerpos.
—Entraré en unos minutos —me dice con voz ronca y varonil, cierra los ojos y recuesta la cabeza hacia atrás.
—De acuerdo.
Respiro hondo y salgo del auto, lo más serena posible para que no se me note la tensión que llevo en los hombros. Camino hacia la entrada de la organización hasta llegar a la sala de reuniones de los clanes. Está cerrado, parece que llegamos temprano.
—Добрый вечер, мадам —la voz de Pavel Smirnov invade mis oídos.
<<Buenas Tardes, Señora>>.
—Monsieur Pavel —lo saludo con un asentimiento de cabeza.
—Veo que no soy el único que llegó temprano —mira su reloj de oro. Es realmente un fanfarrón.
—Supongo que no.
—¿Cómo le ha ido siendo la Dama de la mafia? —me pregunta con amabilidad.
—Ha sido muy interesante —mentira. Ha sido toda una tortura.
—Eso es bueno, no es fácil tener un cargo como ese.
—No, no lo es —respondo dándole totalmente la razón.
Empezamos a caminar hacia los pasillos mientras hablábamos de cosas totalmente triviales. Me di cuenta, de que a Pavel le gusta ganarse a las personas para usarlas a su antojo. Es carismático y se nota que sus palabras siempre tienen un trasfondo, de lo contrario, no estuviésemos teniendo una larga conversación sobre temas políticos. Es la versión rusa de Pietro, solo que más guapo y menos asqueante.
—¿Cómo es Argentina?, me han dicho que es un país bajo de recursos, pero que su música es muy rítmica.
—Lo es —respondo —. Solo que se sufre por una transición de política un poco complicada. La música de tango es una de las más bailadas en todo Latinoamérica.
—Qué afortunados, sería genial llevar a alguien de esas raíces que nos enseñe a los rusos de la buena música —propone indirectamente.
—Monsieur Pavel —me detengo para mirarlo —. ¿Está invitándome a que vaya a Rusia con usted?
—Es solo una propuesta, no tiene por qué aceptarla —que patético.
—Lo lamento, Monsieur Pavel, pero como usted sabrá mi... —me detengo un momento porque ni siquiera sé qué relación llevo con Pietro en estos momentos —. Pietro es muy sobre protector conmigo y no creo que acepte que uno de sus aliados y antiguo rival me invite a un viaje clandestino.
—Tiene razón, fue muy irrespetuoso de mi parte —se disculpa conmigo y seguimos caminando.
Si de verdad quiero que los líderes me vean como una reina y no como una simple mujer, debo hacerme sentir y darme mi lugar porque no toleraré que me falten al respeto de esta manera otra vez.
ᴥᴥᴥ
Minutos más tarde, los demás líderes llegaron y todos nos sentamos en la gran mesa redonda de la sala de reuniones. Giovanni llevaba su típica expresión seria de todos los días. Las discusiones entre todos estos hombres era realmente caótica, por no decirlo de otra manera; unos objetaban, otros ni siquiera daban su opinión, y otros se miraban con odio.
Ni Giovanni ni yo emitimos una sola palabra.
Yo solo podía pensar en que haría el Sr. Pierre con personas de este tipo, alejando todo el mal que han hecho y siguen haciendo, entonces una idea me llegó a la mente.
—Señores, señores —hablo en voz alta, al mismo tiempo que me levanto de la silla, captando la atención de todos ellos —. No perdamos la cabeza, estamos todos en esto, creo que sería bueno que discutamos esto con calma y sin agresión.
—Escuchen a la reina por favor, seguramente nos dará un sermón sobre como tejer —se burla Jacquet provocando un sinfín de carcajadas en la sala de parte de todos los miembros —, o tal vez sobre como ser una entrometida. Gracias a eso es que estás aquí, Agustina.
Su insolencia me hizo hervir la sangre. Tensé la mandíbula por un momento hasta que pensé en una buena frase para confrontarlo, así que, reuní todo mi ego y valentía y hablé:
—Tienes toda la razón, Jacquet —lo miro fijamente a los ojos, retándolo —. Tienes razón al decir que por ser una entrometida estoy aquí. Mírame —levanto ligeramente los brazos, mientras me voy acercando a su asiento —. Tengo un novio que es capaz de matar a cualquiera por mí; tengo joyas, riquezas, poder, una familia nueva, pero... ¿Tú que tienes, Félix?
Me mira con total desprecio al saber que no podrá responderme porque... No tiene nada.
—Exacto. No tienes nada, Félix —ataco sin reparo —. Eres solo un hombre que finge estar en el papel de líder de una mafia que ya está en la quiebra y, adivina con quien estás aliado —hago una pausa para detallar su mirada —. Conmigo y con Pietro, porque una simple amenaza puede dar tu brazo a torcer —llego a su puesto y me acerco a su oreja —. Por eso estás aquí, y te advierto, que la próxima vez que intentes abusar de mí, no dudaré ni un segundo en llamar a Pietro y decirle el daño que has hecho, ¿Queda claro?
Oigo como traga con dificultad y eso me da a entender que su mayor temor en este mundo es Pietro Russo.
Mi actitud en ese momento no fue para nada normal, pero debo admitir que me sentí bien poniendo a Jacquet en su lugar.
Horas después, ya había terminado la reunión, así que Giovanni y yo nos dirigimos directamente hacia la capilla para dar por terminado los compromisos de hoy. La noche empezaba a caer en toda la ciudad y la plaza de San Pedro se veía preciosa, iluminada por las luces tenues de la capilla.
Creo que Tristán hubiese amado este lugar si no fuera porque aquí vive Pietro y el plan aún no ha acabado.
Tristán...
Tu me manques, mon amor...
Llegamos a la capilla y la servidumbre nos recibe para indicarnos que ya está lista la cena. Nos dirigimos al comedor y nos sentamos a comer en medio de un silencio sepulcral.
Sin nadie.
Sin guardaespaldas.
Sin la servidumbre a la vista.
Todo está completamente en silencio.
Estamos solos los dos.
—Me gustó lo que hiciste hoy —suelta Giovanni, de pronto, sorprendiéndome por completo.
—¿Qué exactamente?
—El poner a Jacquet en su lugar —confiesa mientras sigue comiendo y yo sonrío orgullosa de mí misma.
—Gracias —le agradezco por el cumplido.
—No hay de qué.
Volvemos a hundirnos dentro de esa burbuja silenciosa mientras seguimos comiendo, pero a decir verdad, debo persuadirlo de que llevemos el plan al siguiente paso porque no puedo perder el tiempo estando con él aquí a tan solo un metro de distancia por una mesa inútil que está obstruyendo mi posibilidad de seguir con mi plan. Debo sacar provecho de la ausencia de Pietro dentro de la capilla.
Trato de sacar ese lado perverso que Pietro me había enseñado usar tres años antes de su partida. Quito mi zapato de tacón con la punta de mi pie derecho, lo estiro un poco hasta que siento la suave tela del pantalón de Giovanni. Su cuerpo se tensa al sentir mi pie cerca de su muslo. Sigo subiendo con lentitud hasta que llego a su entrepierna. Me mira conteniendo las ganas inmensas que tiene encima, tensa la mandíbula y aparta su plato a un lado para tomar mi pie con firmeza.
—¿Quieres volverme loco, Tina? —pregunta serio, me hago la juguetona.
—Sí —sonrío descaradamente.
Desliza su otra mano por mi pierna erizándome la piel por la repugnancia que me causa su tacto. Le da unas pequeñas caricias a mi pierna y luego se levanta de su asiento con toda la fogosidad mermando en su cuerpo bien conservado. Me levanto por inercia, me besa con deseo desenfrenado y coloca sus manos en mi cintura con fuerza.
—Sabes que soy un viejo —me dice, jadeante.
—Lo sé.
—Podría ser tu padre —razona ante la diferencia de edad.
—Pero no lo eres —respondo despreocupada y sin interés de que me siga hablando. Solo quiero acabar con esto de una vez.
Me toma de los muslos al mismo tiempo que enrollo mis piernas en su torso. Me lleva a un pasadizo que da entrada a su habitación. Parecía un atajo bien oculto en la capilla. Me tira sobre la cama sin separarnos del beso.
—Voy a hacer que te arrepientas de haberme querido provocar en la cena —susurra y trato de seguir manteniendo mi papel.
—No lo haré —jugueteo con su oreja.
—Entonces, bienvenida a la verdadera acción, Tina.
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