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Capítulo 35

Compromisos de una Dama

 14 de febrero de 1970

Agustina Monnier

La soledad de mi habitación jamás me había parecido tan satisfactoria como lo es ahora. Creo que ha sido por todas las noches infernales que he tenido que pasar gracias al italiano asqueroso que yace ahora mismo exhausto en nuestra cama por haber tenido una noche muy ajetreada. Resulta que su vida se ha estado complicando desde el momento en que dejó que los padres de los Dumont lograran escapar; dijo que, si ellos abrían la boca, estaría más que hundido, pero claro, no iba a hundirse solo.

Llevo un mes tratando de convencer a Giovanni de que puede confiar en mí y así comenzar con el siguiente paso del plan, algo que ha resultado casi imposible porque Giovanni no da su brazo a torcer, por lo tanto, Pietro ha estado desconfiando de mis verdaderas razones por las que vine.

Tengo que ser más inteligente que ese viejo de...

—¿Desde cuándo fumas? —la voz de Pietro me sobresalta. Alterno la mirada entre él y el cigarro que tengo entre mis dedos. Jamás en mi vida había fumado, mis pulmones eran completamente sanos, pero el estar aquí solo me estresaba a tal punto que me volví una fumadora nata.

—Desde que te fuiste —mentí. Empecé a fumar desde hace un mes, cuando llegué aquí. Su mirada era intimidante, pero aprendí a mantener la mirada para que me creyera.

—Parece que mi viaje te afectó mucho, Agustina —se acerca a mí para acariciar levemente mi cabello hasta que la desliza hasta mi mejilla. Trato de pensar que es Tristán para no vomitar en su rostro —. Siempre has sido apegada a las personas.

—Contigo lo soy más, Siervo —le di una sonrisa, dejé un casto beso en sus labios.

El moreno italiano me agarra de la cintura con sus manos, al mismo tiempo que yo coloco mis brazos alrededor de su cuello.

—¿Qué tienes planeado? —le pregunto para parecer una dama interesada por sus asuntos.

—Debo ir a Inglaterra, parece que es una tradición ir a eventos religiosos de la realeza —me explica —. La Reina de Inglaterra quiere conocer al nuevo Papa.

—Entiendo, entonces te deseo mucha suerte —le doy ánimos.

—Grazie, mi Signora Mafiosa.

Tan solo recordar que tengo ese maldito título me dan náuseas. Nunca podría decir con orgullo: Bonjour, je suis Agustina Monnier et La Signora Mafiosa.

Sería aterrador de solo imaginarlo.

Pietro me da un beso en los labios y se va a prepararse con su túnica, joyas, entre otras cosas que usan los papas. Me deja sola en la habitación.

La soledad ha llegado convertirse en mi mejor amiga durante este mes, y pensar que antes la odiaba y no podía dormir tranquila recordando mis últimos momentos felices con Alex.

Alex, hago esto por ti.

Hago justicia solo por ti...

Unos golpes en la puerta me hacen sobresaltar hasta que alguien abre. Una monja que trae su túnica puesta y, por lo que puedo deducir, es muy joven para estar aquí, debe estar rodeando los veintitrés años.

—Boun giorno, Signora —me saluda en su idioma natal.

—Bonjour.

—El Papa Russo me pidió que la ayudara a vestirse para empezar con su itinerario —me dice con total amabilidad.

—¿Itinerario? —inquiero desconcertada.

—Sí, signora, el Papa Russo nos dio un itinerario que debe cumplir hoy mismo —me explica. Se me olvidaba que ser la dama de la mafia era como ser una reina de alguna nación en particular.

—Bien.

Dicho eso, me levanté de la cama para alistarme sin ningún atisbo de entusiasmo en mi rostro. Al salir del baño, ya duchada, la monja tenía un vestido para mí encima de la cama. Era un vestido azul con volados en la falda, una cinta gruesa de color crema que pronuncia la cintura; los bordes de las mangas son del mismo color y el cuello tenía un borde de ese mismo color, con un pequeño lazo que le hacía ver como un vestido casual, pero elegante.

Me puse el vestido y luego me posé en el tocador para que la monja pudiera peinarme, elegí unos pendientes que combinaban con el vestido. Me levanté de la silla para dirigirme a la puerta, pero la monja me detuvo para decirme que debía usar el collar que Pietro me había dado. Fingí ingenuidad en ese momento para mostrar que se me había olvidado usarlo y entonces le dije que me lo colocara. 

 Minutos después, estábamos en el salón para comer; allí estaba nada más y nada menos que, Giovanni Russo. Su vestimenta era totalmente casual, eso me hizo preguntar:

—¿No tienes una iglesia que te necesita para escuchar las confesiones de los turistas? —pregunté algo confundida.

—Sus confesiones no son mi problema ahora, tú sí —esa respuesta me desconcertó.

—¿Yo?, ¿Qué he hecho mal?

—Nacer.

Sabía que Pietro era sarcástico a veces, pero Giovanni lo era el doble y eso se nota a la vista. Su expresión era totalmente seria y algo intimidante. Parece que esa mirada es hereditaria.

—No entiendo por qué me tienes tanto desprecio, Giovanni, tan solo haber nacido, perturba tu mente —concluí ante su actitud tan petulante.

—Porque eres una de las personas más falsas que he podido ver en todo lo que tengo de vida.

—Creo que el sentimiento es mutuo —respondí con su mismo tono mientras trataba de probar bocado, pero ni siquiera eso me provocó en ese momento.

¿Por qué?

La mirada despectiva que Giovanni tenía sobre mí daba muchas razones para perder el apetito.

—No entiendo por qué desconfías de mí, aun sabiendo que llevo un mes aquí y se supone que ya habría hecho algo en todo ese tiempo para lastimarlos.

—No subestimo tus capacidades Agustina, sé que eres más inteligente de lo que demuestras y obviamente no habrías hecho algo para lastimarnos estando aquí cuando, claramente, ya te hubiésemos asesinado si ese hubiera sido tu plan desde un principio —la mirada astuta de su rostro me da a entender que espera a que meta la pata para decírselo a Pietro.

—Tienes razón, pero aun así, no he hecho nada en contra de ustedes, Giovanni.

Vuelve a comer ignorando lo que dije. Me levanto de la silla para irme, pero el tío de Pietro me detiene a medio camino.

—Pietro me pidió que te acompañara a hacer tus compromisos de hoy, así que espérame por la salida de atrás, mis hombres esperan en una limusina para llevarnos a los dos.

No dije nada.

Solo me queda callada y obedecí ante su orden. Me puse un abrigo, unos lentes de sol oscuros para salir por la puerta trasera de la capilla. Mi vista se encontró con una limusina totalmente negra en la que había dos chicos vestidos de negro y el chófer.

—Boun giorno, Signora —me saludan ambos y yo me limito a sonreír.

Me quedo sentada al lado de la ventana esperando la presencia de Giovanni para poder empezar con el itinerario. Mi primer pensamiento me aturde un poco porque recuerdo claramente las palabras de Diego antes de venir aquí:

—Sé inteligente Agustina. Giovanni Russo es conocido por haber sido uno de los mejores líderes de la mafia antes que su hermano, debes entender que, si algo tiene el tío de Pietro, es facilidad para leer a la gente.

No va a ser sencillo convencer a Giovanni que soy de fiar. Sé que debo tratar de convencerlo, pero creo que tengo una idea para hacer todo un poco más fácil en cuanto a la confianza que debo construir con él.

—In corso —ordenó la voz gruesa y ronca de Giovanni Russo al momento en que subió a la limusina.

El trayecto fue algo silencioso e incómodo, el ambiente era pesado, así que decidí hablar con uno de los chicos de negro para romper el silencio, al menos por unos minutos.

—¿Hace cuanto trabajan aquí? —le pregunté a uno de ellos, quitándome los lentes. El chico tenía lentes oscuros que ocultaban el color de sus ojos. Su cabello castaño estaba bien peinado hacia atrás, su tez blanca parecía más pálida por la tenue luz del sol que se colaba por la ventana.

—Unos... cuatro meses —responde el chico —. Me presento, soy Antonio Saltori.

—Un placer, Antonio —respondo a su presentación.

—El placer es mío, Signora.

—Llegamos —avisa Giovanni y me permito ver por la ventana el lugar en donde estamos —. Bienvenida a Roma, Signora Mafiosa.

Giovanni se burló de mi título, lo ignoro por unos segundos, mientras contemplo la arquitectura del edificio que está frente a mis ojos.

El Teatro Marcelo.

—Tu primer compromiso en el itinerario, es verificar que la mercancía esté en buen estado —me recuerda Giovanni.

—Es... droga, ¿cierto?

Él bufa por mi pregunta tan... inocente, hasta yo pensaba lo mismo. Se baja del auto y Antonio me abre la puerta y me dice:

—Suerte, signora.

Creo que esto va a ser más difícil de lo que creí...

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