Capítulo 34
Apariencias y Trampas
28 de enero de 1970
Lyon – Francia
Tristán Dumont
—Por fin, en Francia, hermano —la voz de Maximo me saca de mis pensamientos por un momento, mientras caminábamos hacia nuestra mansión en Lyon.
Diego logró que nos trasladaran a Lyon, ahora estamos bajo la custodia máxima de la Interpol y tendremos que pasar nuestra condena dentro de casa sin poder salir de la ciudad y no podremos ir a Versalles. Es irritante, pero era la única opción que no dieron para no pasar el resto de nuestra condena en la cárcel.
Recuerdo los últimos días que estuvimos en la cárcel, fue totalmente un asco estar allí. Todos nos denigraban por ser de la alta sociedad y tener una vida establecida gracias al sudor de nuestros padres. Pensaban que estábamos siendo comprados por el gobierno y no entendíamos por qué tocaron un tema que jamás ha tenido que ver en nuestra vida cotidiana. Las peleas siempre eran reñidas y, aunque eran fuertes, mi hermano y yo ganábamos limpiamente sin dejar muchos moretones en nuestros atacantes.
Por otro lado, Clara no salía bien librada porque, al estar ella sola contra un montón de mujeres, era suficiente para mandarla a un hospital, solo que nosotros logramos evitarlo de vez en cuando.
La gran sensación de alivio se sentía como un baño de agua tibia en nuestros cuerpos adoloridos que contenían moretones muy graves. Clara estaba siendo sostenida por mi hermano, mientras que yo cargaba con nuestras pertenencias que consistían en nuestra ropa e identificaciones.
Logramos ver una silueta familiar a la distancia, se trataba de Diego, quien venía hacia nuestro sitio, lo saludamos con un gran abrazo y nos ayudó a seguir caminando hacia la mansión. Entramos, los demás nos recibieron con los brazos abiertos, pero la persona que más me importa, no estaba porque aún no veía esa sonrisa hermosa y esos ojos de azul intenso que son capaces de hipnotizar a cualquiera con solo una mirada.
—¿Dónde está Agustina? —pregunté sin rodeos y todos se miraron entre sí. Ninguno me respondió y eso encendió mis alertas —. ¿Dónde está Agustina?
Pregunté con voz más firme y decidida. Sus rostros presentaban evasión completa, eso me enfureció más de lo que pensé.
—Será mejor que se vayan a dar una ducha, deben estar exhaustos —sugiere Dylan.
Trato de obedecer a lo que me dicen porque en serio, estoy tan casado que podría quedarme dormido por tres días sin dudarlo.
La servidumbre nos ayuda a subir a nuestras habitaciones, entro a mi habitación, me despojo de mi ropa y me meto a la tina del baño que prepararon con agua caliente y espuma. Me sumerjo en el agua unos segundos y salgo con el rostro más relajado y limpio. Cierro los ojos por un momento pensando en todo lo que he estado pasando durante estos tres años y recordé algo muy importante: mi aniversario con Agustina.
Recordé el día en que estábamos en aquella plaza y me enseñó a bailar música gitana; fue divertido, no fue tan difícil como pensé que sería.
En ese momento, un mal presentimiento encogió mi pecho y salí de la tina de inmediato. Busqué algo que ponerme de ropa, me dirigí al comedor principal en donde todos estaban reunidos, incluyendo a Maximo y a Clara. Me miraban con preocupación y lástima, odio que me dirijan ese tipo de miradas.
—Tristán, siéntate por favor —pide Dimitri.
—Primero me dirán donde está Agustina —me puse a la defensiva.
—Te lo explicaré, pero...
—Agustina está en el Vaticano —lo interrumpe Diego causando que yo arremetiera contra este.
—¡Eres un malnacido, Diego Molina! —le grité sin importarme nada. Mis hermanos intentaron sostenerme para evitar que lo matara —. ¡Agustina no debe estar cerca de ese maldito italiano, lo sabes!
—¡¿Qué otra opción teníamos?! —inquiere igual de molesto que yo.
—¡Matar a ese malnacido!
—¡No iba a cometer el mismo error que tú, Tristán! —me lo restriega en la cara y eso aumentó mi enojo.
—¡Eres un...!
—Assez !, les jumeaux dorment, baissez la voix pour l'amour de dieu —Rose nos manda a callar a los dos.
Minutos después, me explicaron todo el plan al pie de la letra y el procedimiento de esta. Debo admitir que, Diego tiene razón, pero no dejo de imaginarme a Agustina siendo tocada por ese italiano que solo me hace hervir la sangre cada vez que pronuncian su maldito nombre.
Volví a mi habitación y lo primero que hice fue pedir que me trajeran una botella de ron, del más fuerte que tuvieran mis padres en las reservas.
Sí, volví a emborracharme, pero esta vez no fue porque estuviese triste, sino porque la rabia me carcomía por dentro y eso ardía mucho.
Me quema por dentro.
Debo controlar mi rabia antes de llegar a echar todo el maldito plan a perder.
Agustina es nuestra única esperanza en estos momentos.
ᴥᴥᴥ
Ciudad del Vaticano
Agustina Monnier
Repugnante.
Completamente repugnante.
Todavía me hago la misma pregunta que no me deja dormir por las noches: ¿Cómo llegué a esto? ¿En qué momento me caí tan bajo?
Los recuerdos de Pietro y yo juntos me enferman cada vez más por las noches. He llegado a tener parálisis del sueño por el montón de pesadillas que he tenido y sufrido en silencio. No quiero levantar sospechas frente al italiano porque sé que puede tomar cualquier cosa como una señal de desconfianza.
Estoy hecha un ovillo en la cama abrazándome con fuerza para sentirme bien conmigo misma, pero nada funciona porque la oleada de lágrimas arrasa conmigo sin piedad. Alguien toca la puerta y me levanto con rapidez al baño para lavarme la cara, Giovanni entra a la habitación con un vestido de gala, frunzo el ceño ante su acción y se va dejándome con el beneficio de la duda.
Había una nota sobre la tela del vestido que decía:
Úsalo esta noche.
Te voy a presentar ante mis socios, querida.
- P
Respiré hondo procesando todo lo que me enseñó Diego antes de venir aquí y me probé el vestido tratando de no pensar en que Pietro lo tocó con sus asquerosas manos.
Me miré al espejo, un poco disgustada con mi aspecto, pero no era nada que con un poco de maquillaje no se pudiera arreglar. El vestido es color verde oscuro, es largo con volados y las mangas son cortas. Había un collar que venía junto al vestido, el dije es de un siervo y tenía la palabra 'Signora' grabada en el cuerpo del animal.
Al caer la noche, uno de los hombres de Pietro llegó por mí para trasladarme a una especie de cueva con miles de personas allí. El lugar era rústico, la música de Frank Sinatra inundaba el lugar dejando que se entre en ese ambiente sobrio y tranquilo, había unas monjas de la capilla siendo usadas para satisfacer a esos hombres que estaban sentados en sus grandes sillas creyéndose poderosos.
Un hombre se acercó a mí saludándome con cordialidad y dirigiéndome a donde estaba Pietro. Repasé en mi cabeza todo lo que Diego me había dicho que hiciera para cuando llegara este momento:
—Solo será cuestión de días para que Pietro sienta que has madurado y le reflejes esa imagen de dama de la mafia que quiere que le muestres...
Con cada paso que daba hacia la dirección de Pietro, seguía repasando cada palabra que me dijo Diego, anteriormente.
—Cuando eso suceda, al día siguiente, te llevará a conocer a los socios de su mafia, sus aliados. Ahí es cuando debes recordar cada facción de su rostro y sus nombres. Tu objetivo en ese momento será actuar como la dama de la mafia, no importa lo que veas, tendrás que digerirlo y fingir que no te importa la vida de esas personas que usan en el mercado negro. Vuélvete un témpano de hielo.
Y eso fue lo que hice.
Me volví indiferente ante las cosas que les hacían a esas pobres mujeres, llegué al sitio en donde Pietro estaba sentado y lo besé "apasionadamente". Saludé a sus socios, no sin antes anotar sus nombres mentalmente para recordarlos después.
Salvatore De Luca, narcotraficante del cartel Bartolomeo, socio de Pietro desde que mató a su padre años atrás, todo un fiel seguidor del italiano.
—Dígame, Signora, ¿cómo fue que usted y el siervo se conocieron? —pregunta Salvatore y no dudo en responder.
—Saben como es él —miro al italiano con una sonrisa picara —, coqueto en todo el sentido de la palabra.
—Oh, si lo es; nunca cambias.
—Jamás, amigo —responde Pietro con una gran sonrisa en su rostro.
—Halaga lo frente a sus socios, verán que estás obsesionada con él y eso hará que Pietro tenga más confianza hacia ti.
—Signora Agustina, ¿De dónde es usted? —me pregunta otro de los socios de Pietro.
Álvaro Castillo, líder de la mafia española y uno de los mayores proveedores de drogas que Pietro adquirió al llegar a su puesto como el nuevo papa. Fiel al lema de los Siervos Romanos.
—Nací en Francia, pero tengo raíces de Argentina, señor Castillo.
—Por favor, llámame Álvaro.
Asentí con una sonrisa y la oleada de preguntas inquisitivas y curiosas se abalanzaron sobre mí como si buscaran una respuesta que saciara su sed de curiosidad y morbo.
—Recuerda, luego de que les agrades a los socios de Pietro, tendrás que caerle bien a otra persona.
—¿Quién?
—Giovanni Russo.
Me acerqué a Giovanni con mi mejor rostro y una copa de vino en mi mano derecha para él. Me miraba con recelo asi que le ofrecí la copa amablemente.
—Qué bueno es volver a encontrarnos, Giovanni.
—Ahórrate la cordialidad, Agustina.
—Solo intento que nos llevemos bien —le insisto para que deje de estar a la defensiva.
—Tal vez a Pietro lo tengas totalmente engañado, pero a mí no me harás ver algo que no es —Qué petulante.
—¿Hacerte ver qué? —inquiero.
—Haciéndome ver que eres la dama de la mafia perfecta, cuando ambos sabemos que cuentas las horas para empezar con tu traición hacia Pietro —se va dejándome sola en medio de todo el salón.
—Si logras agradarle, será el momento en que Pietro verá que puede confiar en ti y ahí será el momento de actuar.
Suspiré disimuladamente y bebí la copa de vino que tenía en mi mano.
Esta situación hará que algún día logre suicidarme, pero aunque lo quiera, no podré hacerlo, necesito que todo el plan salga a la perfección y eso depende solo de mí.
Ahora soy la Dama de la mafia y una dama debe satisfacer a su líder en todo lo que este quiera.
Brindemos por eso... o no.
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