Capítulo 33
Signora Mafiosa
12 de enero de 1970
Ciudad del Vaticano
Agustina Monnier
¿Conocen esa desazón?
Esa que no te deja dormir con tranquilidad; esa que te hace dar mil vueltas a la cabeza buscando otra especie de opción con tal de salir del agujero tóxico en el que te metiste, sin siquiera haberte dado cuenta de ello, hasta estar tan en el fondo que la única salida que encuentras allí es la que puede salvarte, así sea doloroso.
—¿Estás lista, Agustina? —me pregunta Diego desde un pequeño micrófono que me había puesto antes de estar aquí.
—Sí —fue lo único que respondí.
Estaba en frente de la plaza del Vaticano con mis lentes de sol puestos para evitar que los hombres de Pietro pudiesen reconocerme a la distancia. Según Diego, los hombres de Pietro y su tío siempre están al pendiente de lo que sucede, mientras él viaja a otras ciudades del territorio italiano para responder sus entrevistas y hacer actos "benéficos", por así decirlo.
Llevaba un vestido gris con un abrigo negro, un sombrero negro y zapatos de tacón rojos; mis labios estaban pintados del mismo color y tenía un pañuelo sobre la cabeza para evitar que alguien me reconociera; mis manos estaban cubiertas con dos guantes cortos de color rojo también.
Comencé a subir las pequeñas escaleras que daban a la entrada de la capilla, pude ver a varias monjas allí hablando y predicando con turistas, una de ellas logró verme, me regaló una amable sonrisa; se veía muy joven para ser una monja, parecía de mi edad.
—¿En qué puedo ayudarte, cielo? —me dice con amabilidad.
—Quisiera hablar con el Papa Pietro, estoy buscando la luz y me dijeron que él podría ayudarme a encontrar el camino de Dios —respondo, ella asiente entendiendo a la perfección lo que le digo.
Dios y Pietro en una misma oración es como hablar del cielo y del infierno; hablo de manera muy literal, para nada metafórica.
La monja me llevó a lo que le llaman el cónclave, se fue dejándome sola con varios hombres allí y había uno en particular que se me hacía muy familiar.
Giovanni.
—¿Podemos ayudarla en algo, señorita? —su voz se parecía tanto a la de Pietro que me causó repulsión verlo a través de los lentes oscuros.
—Tu sais parfaitement ce dont j'ai besoin, Giovanni —hablé en francés y su expresión cambió de amable a serio.
<<Sabes perfectamente lo que necesito, Giovanni>>.
—¿Quién es usted? —pregunta de forma evasiva y alarmante.
Me quito los lentes oscuros dejando ver mis ojos azules y le di una sonrisa victoriosa de estar allí sin haber levantado ninguna especie de sospecha.
—Agustina Monnier.
ᴥᴥᴥ
Pietro Russo
Llegué a la Capilla Sixtina con el traje de cura que me da picazón cada vez que me lo pongo, sigue oliendo, ha guardado por todos esos papas que se han muerto en años anteriores. Entro al cónclave porque Giovanni me informó que debíamos hablar de, no sé qué, pero que era muy importante. Al ver su rostro, concluyo que algo extraño pasa, entonces empieza a cantar.
—Alguien vino a verte, espero disfrutes la visita, está en tu despacho.
Subo a mi despacho totalmente confundido y al abrir la puerta puedo ver a la majestuosa personificación de la inocencia y la belleza sentada en mi silla que la hace lucir como toda una dama.
Ya es toda una mujer.
—Tina —ella me mira directamente con sus ojos de ese azul intenso que tanto me encantan, se acerca a mí con rapidez y devora mis labios con una pasión impresionante.
—Siervo... —su respiración es agitada por el beso apasionado.
—¿Qué haces aquí?, ¿Por qué...? —pregunto, sospechando de sus intenciones
—No podía esperar más tiempo para verte, me escapé de mi familia, de los chicos y ahora que Tristán está en la cárcel... —se detiene un momento para tomar mi mano —. Soy solo para ti, sin ningún tipo de obstáculos.
—Ven conmigo.
La llevé hasta el cónclave conmigo porque su aparición me parecía un tanto sospechosa, entramos al salón y la senté a la fuerza en una silla que había allí, me coloco frente a ella. La intensidad de esos ojos azules como el mar me tenían totalmente hipnotizado, pero debía mantenerme firme y no pensar en idioteces que se convierten en distracciones, y la argentina es una hermosa distracción en estos momentos.
—¿Qué haces aquí, Agustina? —le pregunto y su mirada incrédula me hace dudar.
—Mon Amour, estoy aquí como lo prometí —¿Qué prometió?, no recuerdo haberle hecho prometer nada en estos últimos años.
—¿Qué prometiste?
—Venir al Vaticano, ¿No leíste mi carta? —no he abierto ni una sola desde la última vez que le respondí una carta y eso fue hace tres años.
Qué rápido pasa el tiempo.
—No, ¿Qué decía? —respondí fríamente.
—Te prometo que nos veremos algún día, no aguanto más tiempo sin poder verte o tocarte o... besarte —me recita lo que, según ella, decía en aquella carta.
Mi mirada seguía firme ante la suya y podía ver una pizca de sinceridad en sus ojos, aunque necesito saber por qué vino a escondidas.
—¿Por qué viniste a escondidas?
—Me fui sin previo aviso de Versalles, la Interpol probablemente me esté buscando y además, les dejé un pequeño regalo de despedida en su querida compañía —me dedica una sonrisa maliciosa y perversa, veo que ha cambiado demasiado.
—¿Y tus padres?
—Piensan que estoy en Argentina otra vez, no saben nada —me asegura y miro de reojo a Giovanni, quien está de brazos cruzados detrás de mí.
—¿Cómo podemos estar seguros de que no nos estás mintiendo, Agustina? — inquiere Giovanni.
—He puesto muchas trampas en Versalles para los chicos, no saben ninguno de los movimientos de Pietro; no saben absolutamente nada, están en un callejón sin salida y al tener a Tristán, Maximo y a una de las mejores agentes de la Interpol en la cárcel, están de brazos cruzados buscando alternativas que solo les darán perdidas —informa como si estuviera segura de todo lo que dice.
—¿Por qué ahora? —inquiero.
—Ya esperé demasiado; quiero estar a tu lado, Pietro —se levanta para abrazarme —. Ellos no me importan como tú.
Intenta acercarse para tocar mi rostro, pero no se lo permito.
Me levanto de mi asiento, le ofrezco mi mano, la toma y la llevo conmigo a mi habitación. En ese momento, no aguanto las ganas de robarle un beso apasionado, causando que nuestra ropa salga volando por toda la habitación y empezar con nuestra primera sesión de satisfacción entre nuestros cuerpos.
Unas horas después, ya estamos en la cama exhaustos de todo el placer que tuvimos entre los dos. La castaña me abrazaba y tenía su cabeza encima de mi pecho, mientras que yo tenía mis manos en mi nuca procesando las respuestas de Agustina.
Solo pensaba en una cosa: debo leer todas esas cartas que Agustina me envió.
—¿En qué piensas? —me pregunta curiosa. Nunca cambia, siempre me hacía la misma pregunta, luego de acostarnos.
—En ti —sonreí como una tonta enamorada.
Eso definitivamente me confirma algo, y es que, ella sigue enamorada de mí como el primer día que nos conocimos.
Me levanto de la cama colocándome la túnica del papa, Agustina espera en la cama mirándome fijamente, mientras me arreglo delante del espejo. He llegado a tener un poco más de autocontrol en cuanto a mis pensamientos sobre ella, pero tenerla aquí frente a mí y desnuda en mi cama, me hace perder la cordura por completo. Me dirijo a la puerta, no me voy sin antes dejarle un beso en sus tiernos labios.
—Toma una ducha y vístete como la dama que eres, en la noche te presentaré ante mis socios como mi mujer.
—Como ordene, Monsieur.
Me voy de la habitación y llego al cónclave. Giovanni tiene una cara de desaprobación ante la decisión que acabo de tomar, pero no dice nada porque sabe que no le haré caso.
—¿Vino con alguien cuando llegó?
—No, una de las monjas la escoltó hasta aquí —responde Giovanni.
—¿La revisaron?
—Sí, no traía nada con ella, solo dinero. Nos dijo que ese dinero era para ti de la herencia de su abuela, que falleció hace un año —me explica.
—Vigilen cada uno de sus movimientos —les ordené a mis hombres junto con Giovanni —. No sabemos que puede planear con esta visita, necesito estar seguro de que está de nuestro lado.
—¡Sí, signore! —responden al unísono.
Giovanni y yo nos vamos a mi despacho, pensativos y recelosos con la visita de Agustina. Algo está planeando en su cabeza, pero no me dejo de imaginar sus carnosos labios rozando con los míos, mientras la penetraba con fuerza en la cama y...
—Deja de pensar en esa chiquilla, tienes prioridades y ella no es una de esas, solo es otra puta más —me dice sacándome de mis pensamientos y saco el arma que tenía en mi escritorio.
—Vuelve a llamarla así y no dudaré en meter una bala en tu cráneo tal y como hice con tu hermano —lo amenazo sin pudor.
—Si no lo has hecho es porque me necesitas, sobrino —mantengo mi mirada firme —. No sabemos si ella tiene materia para ser la dama de la mafia y si llegamos a hundirnos por ella, te puedo asegurar que sus días estarán contados.
—Lo tiene, pude verlo en sus ojos; ya es toda una mujer.
Fue lo último que dije, luego de sacar una fotografía de esa Agustina adolescente que conocí y observé entre las sombras por mucho tiempo.
La argentina tiene un gran potencial para dirigir una mafia, solo falta que alguien como yo, explote ese potencial que porta siempre con su presencia.
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