Capítulo 31
Prisioneros
6 de julio de 1969
Ciudad del Vaticano
Tristán Dumont
—¡Despierten bellos durmientes! —el ruido de las rejas de mi celda me despierta poniéndome alerta de lo que estaba pasando —. Hora del desayuno, salgan.
Mi hermano y yo obedecimos al guardia en turno y salimos de la celda que compartíamos desde que nos trasladaron.
Llevamos casi dos meses aquí y aún no sabemos si los chicos ya se habrán enterado de lo ocurrido por mi culpa.
Sí.
Mi culpa.
Yo soy el único culpable de que estemos los tres aquí y no hayamos podido hablar con los chicos.
Tomamos una bandeja cada uno y las cocineras nos sirvieron en estas con un puré de papa que, sinceramente, se veía un poco viejo o algo así. Nos aguantamos las ganas de vomitar, nos sentamos en una mesa y comenzamos a comer.
Había una reja que dividía la sección de los hombres y la sección de las mujeres que estaba justo al lado de nuestra mesa. Pudimos ver a Clara allí y por suerte, los guardias no nos reprendían por hablar.
—¿Cómo están? —nos preguntó la pelirroja y Maximo no respondió absolutamente nada.
—No hemos tenido peleas —respondí mientras seguía comiendo el puré —. Y ¿tú?
—Se podría decir que no estoy muerta, aún —responde mirando a su alrededor.
—¿Te han buscado problemas? —le preguntó Maximo.
—Algunas veces, pero sé apañármelas sola, no te preocupes —responde y la hora del desayuno terminó antes de lo que pensé —. Nos vemos luego.
—Adiós.
Nos despedimos, pero antes de que yo pudiera dar un paso, un guardia se posó frente a mí y nos dijo que lo siguiéramos.
Nos llevó al patio en donde se recibían las visitas que tenían los presos de aquí. Había mesas redondas en todo el patio a una distancia considerable para que nadie escuche las demás conversaciones.
Nos dirigieron a una mesa y... Ahí estaba ella; mi argentina. Llevaba una tela que envolvía su cabeza y unos lentes de sol oscuros; traía un vestido de un color gris y ese fue el primer indicio de que venía a escondidas para no ser reconocida. Nos sentamos frente a ella y me dedicó una sonrisa cálida que tanto extrañaba.
—Man Amour.
—Garçon de pierre —casi pude ver que estaba llorando de felicidad a través de esos lentes oscuros. Dirigió su mirada hacia mi hermano —. ¿Cómo te sientes Maximo?
—Mejor sabiendo que estás aquí, Agustina —mi hermano responde y yo no dejo sentirme feliz por tener a mi amada aquí conmigo, otra vez.
—¿Dónde estuviste? —le pregunté curioso.
—Creo que no es momento de hablar sobre eso, ahora —evade el tema —. Vine para decirles que Diego está haciendo todo lo posible por sacarlos de aquí, pero... Tomará su tiempo.
—¿Cuánto tiempo? —inquiere mi hermano menor.
—Dos años como mucho.
La sonrisa de ambos se borra cuando Agustina dice la cantidad de tiempo que vamos a permanecer aquí. No es mucho, pero dicen que en la cárcel, el tiempo pasa demasiado lento.
—Si los trasladan a la cárcel de Versalles, será más fácil y tendrán que durar menos tiempo allí. Diego se está encargando de que eso suceda —nos asegura y un rayo de esperanza cae sobre nosotros.
—Gracias, cariño —ella sonríe, se ve hermosa.
—Debo irme, Diego no sabe que vine y si lo descubre todo se podría complicar aún más —se levanta y me planta un casto beso en los labios.
La castaña se fue con prisa y no pude despedirme bien. Algo le pasaba, ella no es así de fría.
El guardia nos devolvió a nuestra celda. Estuve muy callado, pensando y analizando cada gesto de Agustina. Evitó el tema de su antiguo paradero. Fue algo fría conmigo en el momento en el que se fue.
—¿Qué tanto piensas? —inquiere mi hermano, curioso.
—Algo le pasa a Agustina.
—Algo como... ¿Qué?
—Creo que va a hacer algo que no quiere, pero que debe hacerlo —concluyo.
Agustina siempre ha sido un libro abierto para mí. Ella sabe perfectamente que sé leer cada gesto de su rostro, aunque no la vaya a mirar a sus ojos azules, ella sabe que conozco sus gestos a la perfección.
Recuerdo la vez que estábamos en el balcón de la mansión Blanc antes del accidente que hubo con el idiota de Jacquet. Recuerdo esa linda conversación que tuvimos.
—¿Estás bien? —le pregunté.
—Si —me sonrío.
—Te conozco Agustina —la tomé del mentón para que me mirara a los ojos —, recordaste algo.
—Es que... —trata de contener las lágrimas —... Fui muy ingenua. Pensé que Pietro en serio me amaba y... Solo me usó para destruirte.
—No tienes que culparte —le acaricié el cabello —, estabas siendo manipulada por él. No me hubiese importado que me destruyeras para que pudieras abrir los ojos y ver quién era él en realidad.
La tomé de las mejillas con delicadeza.
—Te amo, Agustina Monnier —continué —, esa es la verdad de todo esto.
—Yo a ti, Tristán Dumont —la besé en la frente.
Definitivamente, ese día, a pesar del accidente, todo había sido felicidad por unos cuantos segundos. Solo éramos ella y yo en ese balcón disfrutando de la vista y también del evento.
Al ver cada gesto de Agustina Monnier, te das cuenta de que algo malo le sucede.
Algo muy malo...
ᴥᴥᴥ
Clara Fontaine
El bullicio de las mujeres retumbaba en mis oídos con fuerza y causaban que mi dolor de cabeza se pronunciara cada vez más, eso sin contar los malditos golpes que tengo en todo el rostro con un poco de sangre incluido.
—¡Vamos, pelirroja!
El grito de mi contrincante hace que me hierva la sangre en ese momento. Me levanto del suelo con la mandíbula tensa y me enfrento otra vez, cara a cara, con la chica que comenzó esta ridícula pelea.
¿Por qué estoy peleando?, por tomar prestado un jabón del baño de mujeres y que al parecer era de la pelinegra pandillera que tenía enfrente preparada para darme otro golpe en la cara.
No quería tener problemas con nadie de allí, pero mi paciencia tiene un límite y este fue el mío.
Me acerqué a la chica propinándole un puño en la mandíbula, su abdomen y una patada en la mejilla. La adrenalina logró hacer que mi cuerpo ya no doliera tanto, así que pude contar con la agilidad suficiente para dejar a esa italiana en el suelo rasposo del patio de nuestra sección.
Las guardias llegaron y me llevaron a rastras con ellas a la celda de castigos por "ser problemática". No me importó absolutamente nada de lo que me dijeran, además, tenía mejores cosas que hacer; por ejemplo, salir de aquí con los chicos.
Pasé horas pensando en cómo salir de aquí y escaparnos, pero por más que pensara, los recuerdos de Maximo y yo llegan a mi mente para golpearme.
Estar sin él aquí me hace sentir vacía.
Amo a ese chico y siempre quiero tenerlo aquí a mi lado para que me diga que todo estará bien, cuando en realidad no es así.
Él tiene un gran poder de convencimiento que logra hacer que yo me sienta mejor conmigo misma y vuelva a tener esa misma confianza que tengo cuando voy a una misión de la Interpol.
El ruido de la puerta retumba en la celda y veo a una guardia, quien me lleva con ella por los pasillos de la sección de mujeres. Llegamos a una habitación que tenía una cama en medio, con una luz tenue que a duras penas iluminaba el lugar. Visualicé la habitación con cautela porque quería por saber qué hacía yo aquí y por qué me trajeron.
—Clara.
La voz de Maximo llamó mi atención haciendo que volteara a verlo. Corrí hacia sus brazos para abrazarlo fuerte, conteniendo las lágrimas que amenazaban con salir de mis ojos.
—Ya estoy aquí, no te preocupes.
—Te extrañé —mi voz se quebró en ese momento.
—Yo a ti.
Me separé del abrazo un momento y él me miró con mucha preocupación. Me observó, probablemente su reacción se debía a mis moretones en el rostro.
—¿Quién te hizo esto?
—Nadie importante.
No insistió, sabe que no me gusta tocar temas sin nada de relevancia. Nos sentamos en la orilla de aquella cama que fue suficiente para que empezara a sentir algo muy extraño. Empecé a recordar aquellos momentos de lujuria que Maximo y yo tuvimos, pero que nunca concluimos.
Los besos, las caricias, la lujuria que emanaban nuestros cuerpos, quería sentirlo de nuevo, pero esta vez, concluirlo sin interrupciones.
—Agustina vino a vernos —la noticia me tomó desprevenida —. Dijo que Diego estaba haciendo hasta lo imposible para sacarnos de aquí, pero que eso tomará al menos dos años...
—¿Qué?, ¿Por qué tanto tiempo? —inquiero preocupada.
—No lo sé, no lo mencionó, pero dijo que tratarían de hacer que nos trasladen a Versalles para que podamos pasar menos tiempo en la cárcel y salir lo más pronto posible —eso fue un pequeño baño de agua tibia, al menos para aliviar la situación.
—Bien.
No volví a mencionar ni una sola palabra. Maximo me miraba como si estuviera descifrando lo que me pasaba, luego ensanchó una sonrisa pícara que sabe que me gusta y habló:
—Quieres besarme, ¿cierto?
—Sí.
Me abalancé sobre él devorando sus labios carnosos. Se recostó en la cama, quedando yo encima de él sin dejar de besarlo con pasión. Me quité la muda naranja que llevaba quedando en bragas y en una camiseta blanca. Él también hizo lo mismo y mostró el regalo que tenía debajo del material de su ropa interior.
—Terminemos lo que empezamos, Clara.
—Será un honor.
Le doy una sonrisa pícara.
Luego de varios minutos, él termina y nos quedamos en la cama totalmente exhaustos por un corto tiempo. Nos miramos a los ojos, él recorrió mi rostro con el dorso de su mano derecha.
—No quiero que vuelvan a hacerte algo como esto —expresa.
—No puedes evitarlo, Maximo —hago una pausa —. La única forma de evitarlo es que la que me hizo esto, esté muerta o algo así.
—Lo sé, pero no me gusta saber que te golpean injustamente.
—He sufrido por cosas peores y lo sabes, Maximo —le recordé.
—Lo sé.
Con eso, nos dormimos en cuestión de segundos.
Mi vida antes de trabajar en la Interpol era "perfecta" por decirlo de otra manera, pero... Cuando me ofrecieron trabajar en Interpol, sentía que por primera vez iba a tener adrenalina en mi vida y así fue, hasta el día de hoy.
Todos los días me la pasaba con mucha adrenalina, tanto en los entrenamientos como en las misiones de campos que tenía que hacer a la perfección. Por eso me catalogaron como una de las mejores agentes especiales de la Interpol en Inglaterra.
Nunca pensé que mi vida estuviera en torno a un terrorista italiano que, aún no conocía como los chicos lo hacían. Solo recibí una agradable bofetada de ese idiota inservible que no hacía más que fingir ser un dios para los ciudadanos.
Espero que todo esto, termine muy pronto...
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