Capítulo 30
Decisiones indeseables
Lyon – Francia
22 de junio de 1969
Diego Molina
Llevo días tratando de encontrar una posible solución al maldito desastre que causó Tristán. Los noticieros no dejan de mostrar las imágenes de lo que sucedió días anteriores con el supuesto intento de "homicidio" hacia el Papa. Tristán se sirvió en bandeja de plata, todo porque estaba celoso. Se volvió peor que el mismo Pietro y terminó en donde el italiano debería estar: en la maldita cárcel.
Estoy en la sede de la Interpol estudiando la situación con el agente Collins y Dimitri a mi lado, mientras que Colin y Dylan están cuidando a las chicas. Agustina también está aquí, ella insistió en venir y ayudarme para sacar más rápido a Tristán de la cárcel.
—¿No podríamos crear una especie de fuga? —sugirió la castaña de la nada y yo negué con la cabeza. Está nerviosa.
—No quiero que haya más problemas, ya tenemos suficiente con lo que ha estado pasando y con la metida de pata de Tristán —expreso, mientras estudio el mapa completo de la Ciudad del Vaticano.
—Tendríamos que crear una verdadera emboscada hacia el Sr. Russo —murmura el agente Collins.
Todos nos quedamos en un silencio sepulcral. La cabeza me comenzó a palpitar de tanto pensar hasta que de pronto... Una idea invadió mi mente, tal vez sería mala para Agustina, pero efectiva para todos nosotros si queríamos acabar con este círculo vicioso interminable.
—Solo se me ocurre algo y sé que... A ninguno le gustará, pero es el último recurso que tenemos —los tres fruncieron el ceño, curiosos, esperando a que dijera mi idea —. Que Agustina se vaya con Pietro.
La expresión de Agustina fue sorprendentemente vacía, como si ella ya lo tenía pensado, como si supiera que este día llegaría. Tragó saliva en seco y su voz se proyectó temblorosa.
—Y-Yo...
—No —Dimitri la interrumpe —. No dejarás que ese idiota se le ocurra ponerle una mano encima, otra vez. No voy a permitirlo.
—¡¿Y qué otra opción tenemos?! —vociferé con el mismo tono de voz que el rubio —. Nos quedamos sin opciones, Dimitri. Pietro va a lograr lo que tanto ha querido, Tristán está en la cárcel y no podemos pisar Versalles. No tenemos otra alternativa, solo nos queda un as bajo la manga y esa es Agustina.
—¡¿Y entregarla al matadero?!
—Ella sabe perfectamente lo que debe hacer —miré a Agustina —. ¿Cierto?
Asintió con la cabeza y Dimitri gruñó a modo de frustración. Sé que es arriesgado, pero confío en la capacidad de la argentina para que este plan salga perfecto.
Empezamos a planear absolutamente todos los pasos a seguir durante el plan, sería un periodo muy largo, pero a largo plazo, sería totalmente efectivo para todos.
Lograríamos sacar a Tristán, y Pietro caería en nuestra trampa.
Unas cuantas horas después, nos fuimos a la casa de los Dumont en Lyon. Todos nos reunimos para discutir el plan, aunque a algunos no les gustó, tuvieron que adaptarse y superarlo porque en el fondo sabían que esto funcionaria. Dimitri estuvo algo indiferente del tema e incluso me llegó a ignorar durante todo el día. Me molesta, porque estoy tratando de hacer que toda esta situación pare de una maldita vez.
Estaba en mi habitación recostado en la cama viendo el techo de esta, mientras ordenaba mis pensamientos una por una, pero la ausencia de Dimitri me empezó a pasar factura porque me sentía más solo que cuando me dijeron que mi hermano menor había muerto.
<<Alex, solo espero que tú me apoyes con esto...>>. Pensé.
Me levanté de la cama y busqué la habitación de Dimitri. Al encontrarme en frente de su puerta, toqué unas tres veces que fueron suficientes para que el rubio me abriera dándome una expresión de enojo puro, hasta quiso cerrar la puerta en mi cara, yo fui más rápido y le robé un beso apasionado al que no se pudo resistir.
Nunca se resiste.
Cerré la puerta de golpe y lo acorralé contra la pared causando que se le escapara un jadeo de su boca. Seguí dejando besos húmedos hasta su cuello y noté lo tenso que estaba, pero los besos que le dejaba lo iban relajando poco a poco.
—Debemos hablar... —su voz se oye agitada y paro por momento, apoyando mi frente sobre la suya, esperando a que nuestras respiraciones se normalicen.
—Sé que estás molesto conmigo, aunque sabes que en el fondo tengo razón —pongo una mano sobre su mejilla.
—Lo sé... —asiente —, pero es muy arriesgado y vamos a tardar años para lograrlo.
—No tenemos otra opción, Dimitri, es eso o dejamos que Tristán, Maximo y Clara se pudran en la cárcel y que Pietro logre su cometido.
—Siempre tienes la maldita razón —dice entre dientes y yo solo sonrío —. Te odio.
—Ódiame—vuelvo a besarlo con pasión —. Te amo.
—Yo también te amo.
Empiezo a caminar lentamente con él hacia la cama sin separarnos del beso. Lo lanzo sobre esta, me quito la camiseta y desabrocho la hebilla de mi pantalón. Vuelvo a devorar sus labios, mostrándole de vez en vez una sonrisa pícara, mientras los ojos de él tenían un brillo de lujuria hipnotizante.
De un momento a otro, estábamos en la cama abrazados y sonriendo como dos tortolos embelesados el uno por el otro.
¡Joder!
Dimitri Pierre es un francés hermoso.
Por un lado, me sentía mal porque Alex y él tuvieron una relación antes de que yo conociera al rubio, pero recuerdo perfectamente las palabras de Alex el día antes de que se fuera a ese aeropuerto y que muriera en el avión.
—Si algo me pasa a mí, cuidarás bien de Dimitri. Prométeme que cuidarás bien de él y de Agustina. Son como mis hermanos también, Diego, no quiero que nada malo les pase.
—Alex, ¿Qué sucede? —le pregunté confundido, pero no me contestaba —. ¿Pasa algo?
—Sí. Sucede que si a ellos les pasa algo, puedes considerarte hijo único —y con eso, se había ido de mi habitación, dejándome totalmente confundido.
Alex sabía algo, aunque no sé exactamente que, pero tengo mis sospechas de que Pietro pudo haberlo amenazado y no dijo nada hasta el día de su cumpleaños.
<<Te extrañamos hermanito>>.
Volví mi mirada hacia el rubio, apreciándolo, mientras dormía plácidamente sobre mi brazo.
Dimitri y Agustina están bien, ya puedes estar tranquilo porque...
Estoy cumpliendo mi promesa.
Cerré los ojos y concilié el sueño al lado del rubio francés en medio de un abrazo interminable y reconfortante.
ᴥᴥᴥ
Agustina Monnier
La noticia de que tendría que ir con Pietro al Vaticano, fue algo que no me sorprendió para nada, ¿Por qué?, bueno, ya estaba psicológicamente preparada para ese asqueroso día en el que él me llegara a tocar y poder imaginarme de alguna manera que fuera Tristán el que me tocase, pero... duele... Porque, mientras yo estaría siendo la "dama" de Pietro, Tristán estaría unos cuantos años pudriéndose en la cárcel junto con Maximo y Clara.
Tuve que vomitar todo lo que había comido hoy para quitarme las náuseas de solo imaginar el día en que estaré en el Vaticano viendo al chico italiano a la cara.
Absolutamente repugnante.
No por tener mal físico, debo admitir que no es así para nada, pero sí por ser el mismísimo demonio encarnado en el cuerpo de un chico que sabe perfectamente cómo usar la manipulación.
Recuerdo que, en psicología, llamaron a ese comportamiento con una especie de nombre que se había quedado clavado en mi mente.
Psicópata.
Recuerdo al Profesor Charpentier mencionando las señales o actitudes que muestra una persona que sufre esa patología.
—Encanto.
El día que conocí a Pietro, con su sonrisa, con su intento de que descubriera cuál era su nombre.
—Necesidad de riesgo.
Cuando atenta contra la vida de mis padres, el Sr. Pierre, los señores Dumont y la vida de mis amigos, e incluso cuando mató a Alex.
—Mentira patológica.
Cuando me mintió sobre por qué no fue al funeral de Alex; que me amaba; sobre lo que me decía de Tristán y le terminaba creyendo como una completa idiota.
—Alta autoestima.
Su maldito narcisismo que emanaba siempre entre los pasillos de la escuela.
—Manipuladores.
Cuando le creía todo lo que me decía sobre Tristán.
—Falta de culpabilidad.
No sintió culpa cuando atentó contra la vida de mis amigos y secuestró a Rose y a Dylan.
—Afecto superficial.
Solo fue afectuoso cuando empezó con su manipulación, ni siquiera cuando me quitó mi virginidad fue así.
—Falta de empatía.
Su falta empatía ante los problemas que me causó desde que empezó con esto.
En ese momento concluí que, Pietro Russo era un completo psicópata con todas sus malditas letras.
Una bocanada de vómito arrasó conmigo en el lavabo del baño de mi habitación. Toda esta situación me provocó náuseas de solo recordar que el italiano recorrió mi cuerpo, con sus asquerosas manos. Me lavé la boca, me quité la ropa y me metí a la tina que había estado llenando con agua fría minutos antes.
Traté de relajarme un poco sumergiéndome en el agua unos minutos con los ojos cerrados. Los abrí, al notar un cuerpo que estaba justo al lado de la tina, saqué la cabeza del agua tomando aire y luego, vi a Rose allí con la pequeña Lys viendo el parecido que, definitivamente, la niña tiene más con su padre que con su madre.
—¿Cómo estás? —me pregunta sentándose en una silla que había en el baño.
—Procesándolo —respondí y le di una sonrisa triste.
—Lo sé.
Rose se quedó en silencio un momento. Sabía que quería decirme algo, pero preferí no presionarla, aunque no tenía ganas de hablar mucho, después de todo.
—¿Sabes que sentí cuando estaba secuestrada? —rompe el silencio y me mantengo callada esperando que prosiguiera —. Sentí, de alguna manera, la esperanza de que iban a rescatarnos a Dylan y a mí. Sentí que, en cualquier momento, las torturas iban a acabar, no sabía cuándo, pero sí sabía que en algún momento acabaría.
Me mantuve atenta, mirándola fijamente a los ojos.
—Cuando estuve allí, tal vez fueron meses, pero el tiempo pasó más rápido cuando evitaba darle problemas a Pietro. Mientras menos problemas causaba, menos castigos le tocaban a Dylan y más esperanzas de que nos rescataran fueron surgiendo poco a poco, solo hay que... —se detuvo, pensando en lo último que diría.
—Solo... ¿Qué?
—Hay que tener fé en Dios, Agustina, no sabes todas las veces que recé estando allí —yo sonreí, tomé su mano y la apreté ligeramente —. Dios nos puede sacar de esto si se lo pedimos, no importa cuantas veces se lo pidamos, él nos mandará señales para que podamos tener esa esperanza que es lo último que se pierde en una situación tan caótica como la nuestra.
—Lo sé —unas cuantas lágrimas salieron de mis ojos. Definitivamente, los iba a extrañar mucho cuando el momento llegara —. Te quiero, Rose.
—Yo a ti, Agustina.
Se levantó de allí con su hija en brazos para luego dejarme sola en el baño, analizando lo que me dijo.
Creo en Dios y jamás he dejado de hacerlo, aunque sea en silencio, lo hago. Solo espero que Dios sea capaz de proteger a Tristán en esa maldita cárcel.
Ahora tengo que prepararme para lo que viene...
Dios ayúdame para que todo salga bien y poder llegar a la felicidad absoluta, en mi mente y en mi corazón.
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