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Capítulo 29

Condena imperdonable

Lyon – Francia

19 de junio de 1969

Agustina Monnier

 Nacer.

Nacer del vientre de una mujer fuerte a la que años después puedas llamar madre, es algo difícil de explicar, pero algo hermoso de contemplar. Tan solo escuchar el llanto estruendoso de los mellizos desde la sala de espera aquella madrugada del 16 de junio, fue el día más feliz para todos nosotros o al menos para mí.

El día anterior había estado con Rose, Clara, Amber, Colin y Dimitri aquí en Lyon. Me hicieron preguntas constantemente, pero trataba de responder lo menos posible porque ese día estaba perdida en mis pensamientos y en ver el estómago gigante de mi amiga rubia.

Luego del nacimiento de los mellizos, nos trasladamos a la mansión de los Dumont en Lyon que, por obvias razones, estaba siendo totalmente vigilado por dos tandas de agentes, tanto en la entrada como en las salidas de emergencia y dentro de la casa.

Me encontraba en el jardín de la casa con una copa de vino tinto. Eran la una de la tarde y el cielo se veía despejado en ese preciso momento, dejando que la luz del sol brillase sobre el techo de la mansión emanando un calor reconfortante y cálido. La vista del jardín me daba una perfecta imagen del río que estaba justo en frente de la mansión y era totalmente relajante, un lugar muy lindo. Siento unos cuantos pies aproximándose, no me preocupé porque el aroma de las personas invade mis fosas nasales de inmediato y logro reconocer el perfume de las dos mujeres que estaban detrás de mí.

—Hola chicas —les dije y volteé a mirarlas. Tenían un brillo muy lindo en sus ojos y supuse que era porque estaba con ellas otra vez, sobre todo con Rose.

—Díganle hola a la tía Agustina —habla Rose con total emoción dirigiendo su mirada a los mellizos que estaban en su carriola.

Ambos nacieron con los ojos grises característicos de los Dumont. La pequeña Lys, tiene el mismo tono de castaño de Dylan, pero tiene la sonrisa de Rose, mientras que, el pequeño Rolan tiene el cabello rubio de Rose y la sonrisa de Dylan. Una perfecta combinación de sus padres.

—Son tan hermosos —me acerqué a ellos y Lys tomó mi dedo izquierdo, mientras que Rolan tomo el derecho y se rieron. Son tan tiernos —. Rolan se parece a ti, Rose.

—Y Lys se parece a Dylan —dice Amber y le sonrío, asiento con la cabeza.

—Son Dumont y Pierre, al mismo tiempo —dice Rose orgullosa de que sus hijos sean el perfecto equilibrio de ambas familias que se llevan muy bien.

Comenzamos a platicar un poco sobre lo que sucedió durante el secuestro de Rose. Hubo lágrimas de por medio y el sentimiento de culpa que me carcomía desde hace meses, aunque claro que, Rose me decía constantemente que yo no tenía la culpa de nada de esto, que solo fui una víctima más en el plan de Pietro. Hubo abrazos y pequeñas risas también, al igual que pequeñas contemplaciones hacia los mellizos que yacían dormidos en su cuna doble que estaba en su habitación.

Nos trasladamos a la sala común de la mansión, la sirvienta de la casa nos trajo té de manzanilla para aliviar la tensión y poder relajarnos. Por alguna extraña razón, estaba inquieta y preocupada, ¿Por qué?, no tenía idea, pero sabía que era por algo relacionado con Tristán, a quien no he visto desde hace meses y muero por verlo de nuevo.

Me atreví a preguntarle a Amber en donde se encontraba el chico de ojos grises y en el momento en que intenta contestarme, es interrumpida por Dimitri, quien viene acompañado de Dylan, Colin y Diego.

Pude notar que sus expresiones eran de preocupación y angustia, entonces en ese momento noté que, ni Maximo ni Clara estaban aquí.

Comencé a atar cabos, algo les pasó a los tres.

—¿Dónde está, Tristán? —solté la pregunta sin rodeos y Diego fue el primero en acercarse a mí, sin perder el contacto visual que teníamos.

—En el Vaticano.

En ese momento, mi presentimiento se volvió una completa realidad. Me imaginé a Tristán encerrado en una de esas bodegas que Dylan mencionó que había debajo de la capilla. Me imaginé a Tristán siendo torturado por ese monstruo de ojos verdes.

Imaginé los peores escenarios y las lágrimas comenzaron a salir.

—No... —mi voz se quebró en cuestión de segundos —. Tristán debe salir de allí... tengo que hablar con él... debo ir con él...

Apoyé mi frente sobre el pecho de Diego y me abrazó. Sentí que era Alex, quien me abrazaba, sentí la esencia de mi mejor amigo durante el abrazo.

—Iremos por Tristán, no te dejaré ir sola —murmura Diego y me separo para abrazarlo bien.

—Gracias...

Los chicos nos abrazan con fuerza, yo no aguanto las ganas de llorar y pensar en todas las cosas que le puedan pasar a Tristán en ese lugar. No deseo que le suceda nada y si tengo que entregarme a Pietro... lo haré, con el propósito de que no toque a mi Tristán.

ᴥᴥᴥ

Ciudad del Vaticano

Tristán Dumont

El sentimiento de vacío volvía a apoderarse de mi cuerpo y mente, incluso de mi corazón. Odio sentirme vacío, odio sentir eso de lo que ni siquiera entiendo por qué.

La única posible razón para sentir ese vacío puede ser no tener a la argentina a mi lado.

A mí Agustina, Man amour...

La luz del lugar hizo arder mis ojos en el momento en que los abrí, haciendo que tuviera que entrecerrar los un poco para poder enfocar y ver la imagen más nítida.

<<¿En dónde estoy?>> pensé, mientras que levantaba la cabeza poco a poco.

Cuando mi visión se aclaró, pude determinar que estaba dentro del Cónclave. Visualicé a mi alrededor y vi los dos cuerpos de Clara y Maximo a cada esquina del salón atados por unas cadenas que tenían en sus muñecas. Traté de moverme, pero yo también tenía las mismas cadenas en mis muñecas.

Los quejidos de dolor salieron de las bocas de ellos dos, notaron mi presencia en segundos y no tardaron en empezar a atar cabos sueltos.

—¿Qué haremos ahora?, seguramente nos matarán —dice Maximo y Clara lo aniquila con la mirada.

—Debemos encontrar una manera de como quitarnos estas cadenas —les digo, pero escuchamos el sonido de la puerta abriéndose y no emitimos otra palabra más.

—Buongiorno i miei vecchi amici —Pietro nos saluda con descaro y sin ningún atisbo de vergüenza en su maldito rostro —. ¿Durmieron bien?

<<Buenos días, mis viejos amigos>>.

—Dormimos perfectamente, es que es muy cómodo estar atado con dos cadenas en tus muñecas, si quieres puedes probarlo —le responde Maximo con total sarcasmo.

—Maximo —le digo firme para que mantenga su boca cerrada.

—Mi amigo Maximo, yo no fui el que irrumpió en la propiedad privada del Papa — nos muestra una sonrisa de superioridad y me parece tan irritante como asquerosa.

—¿Sabían que, los que intentan matar al Papa, terminan condenados a una pena de muerte?

Eso me dejó aturdido. Si alguien merece la pena de muerte aquí, es el mismo Papa, pero en este caso, él tenía ventaja —demasiada—, y yo se lo serví en bandeja de plata.

—El que debería ser condenado a cadena perpetua debes ser tú, maldita escoria —le dice mi hermano con total desprecio.

—Sr. Russo, solo entréguese y nadie saldrá herido —habla Clara, uniéndose a la conversación, tratando de convencer a Pietro, quien se acerca lentamente hacia ella.

De un momento a otro, le da una bofetada que resuena en todo el salón del cónclave. Maximo empieza a maldecirlo y yo me mantengo atento a sus movimientos. Pietro toma con su mano la barbilla de Clara con mucha fuerza.

—Para ti, soy su santidad y jamás me entregaré porque tengo un imperio que apenas se está construyendo —confiesa. Su agarre va disminuyendo, pasea su mano por rostro casi como una pequeña caricia —. Me pregunto cuanto me darían por una británica como tú, preciosa.

Clara forcejea para evitar que la siga tocando, pero sus fuerzas se van acabando poco a poco. Maximo vuelve a maldecirlo e incluso lo amenaza de muerte, algo que jamás había visto en mi hermano. Yo trato de convencer al italiano de que la deje en paz, pero este no cede.

—Me divertiré mucho viéndolos en la cárcel, tres obstáculos menos —sabía a lo que se refería, vio a sus hombres —. Envíenlos a la cárcel del Vaticano.

Seis hombres nos escoltaron hacia la salida de la capilla, justo en la plaza en donde muchas personas se encontraban reunidas allí. Nos detuvieron en frente de todo el mundo. Había fotógrafos, reporteros, personas de otros países y continentes, fue un caos total.

Escuchamos un micrófono encenderse.

Giovanni Russo les informó a todos que nosotros intentamos matar al Papa, que quisimos llenar nuestras manos con su sangre, e incluso mencionó nuestros nombres. Escuchamos el estruendo de las calles, mientras empezaron a guiarnos hacia la cárcel.

Abucheos, reclamos y blasfemias era lo que se escuchaba alrededor de nosotros.

Minutos más tarde, ya nos encontrábamos tras un cuarto con barrotes de hierro inoxidable. Maximo y yo estábamos uno al lado del otro en celdas diferentes en la sección de los hombres. Mientras que, Clara se encontraba frente a nosotros en la sección de las mujeres, no había muchas, solo dos o tres.

—¡Bien hecho, Tristán! —grita mi hermano desde su celda y yo frunzo el ceño confundido —. ¡Fuiste muy inteligente al tomar esta maldita decisión! ¡¿Alguna otra brillante idea?!

—Primero, no grites porque me aturdes los oídos —gruñe, frustrado —; y segundo, debía al menos intentarlo.

—¡¿Intentarlo?! —exclama —. ¡Intenta evitar que un mafioso repugnante ponga otra mano sobre mi novia!, ¡La próxima vez que lo haga, lo mato!

—¡¿Pueden callarse los dos?! —vocifera Clara y suspira a modo de frustración —. Hay que buscar una solución para salir de aquí, Collins no puede llamar a la Interpol y ordenar que nos saquen de aquí sin pruebas de que no cometimos ese delito. Necesitamos pruebas para demostrar que estábamos llevando a cabo una operación que salió mal por accidente.

De pronto aparece un policía de la cárcel, quien nos lleva a una sala de interrogatorios con otros dos policías y lo que parecía ser un abogado penal.

Nos interrogaron por separado. No sé qué dijeron ellos, pero yo dije absolutamente toda la verdad.

¿El lado bueno?, que coincidimos en todo lo que confesamos ante los policías; ¿el lado malo?, ninguno de ellos nos creyó y nos condenaron a treinta años de cárcel, una condena muy larga que pasaría muy lenta y no podremos salvarnos de dicho castigo.

Luego de varias horas, nos quedamos sentados en nuestras celdas, molestos el uno con el otro. La imagen del sueño que tuve anoche retumbó en mi mente con fuerza y, sin previo aviso, volvió a ser un sueño repetitivo que parecía más una visión que un sueño. Algo me decía que volvería a ver a mi argentina, pero ese día será cuando Pietro quiera dejar que la vea.

Agustina, Man amour, te amo con todas mis fuerzas...

Perdóname...

Por todo. 

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