Capítulo 27
Buenos Aires en nostalgia y melancolía
5 de enero de 1969
Argentina – Buenos Aires
Agustina Monnier
Estaba en el jardín de la casa de mi abuela, mis tíos me invitaron aquí para el funeral de la abuela. Murió en Navidad por un ataque al corazón gracias a los fuegos pirotécnicos de celebración que lanzaban los niños de la ciudad. La urna de mi abuela yacía frente a mí, mis ojos estaban rojos, mi piel se veía más pálida de lo normal, parecía un fantasma andante. Me sentí igual cuando tuve que estar en el funeral de Alex, pero para ser sincera, fue peor la muerte de Alex que la muerte de mi propia abuela.
Tal vez ya sabía que mi abuela moriría en cualquier momento por su edad tan avanzada, pero, en cambio, Alex, era joven y no tenía razones para morir de la forma en que murió.
—Agustina, mi amor —la voz de mi tía llama mi atención —. Tu padre quiere hablar con vos.
—Gracias tía.
Entré a la casa de mi abuela y la sirvienta me hizo llegar el teléfono para después escuchar a mi padre por la otra línea.
—Oui?
—¿Ma Amour?
—Bonjour padre.
—Bonjour, ma amour.
—¿Cómo están?
—Bien, hija mía —suspira. Está triste —. Tu tía me dijo lo que le sucedió a tu abuela.
—Sí... —respondí triste —. No ha sido fácil para nadie por aquí.
—Lo sé, hija mía, lo sé.
—¿Cómo están los chicos?
—Sobrellevándolo...
Mi padre me puso al día de la situación, me dijo que debía llamar a Diego, pero preferí hacerlo luego del funeral. Terminamos la conversación y yo regresé con mi familia, quienes seguían sufriendo por la muerte tan repentina de la abuela, mi tía me pidió que acompañara a mis primas a sus habitaciones, al subir las escaleras escuché algo muy desconcertante y alarmante. Mi tío tenía una especie de discusión con la otra hermana de mi papá.
—¿Sabes a quién le dejó la herencia? —escuché la voz de mi tío en una de las habitaciones de al lado.
—¿Herencia?, ¿de qué hablas Sebastián? —la voz de mi tía aparece en aquella habitación, mientras yo me acercaba con sigilo.
—La herencia de tu madre, cariño, ¿a quién se la dejó?
—Sebastián, es el funeral de mi madre y ¿vos solo pensás en su herencia?
—Pues sí, Daniela, pienso en la herencia, porque ¿acaso no recordás que somos pobres? —mi tío alza la voz y luego suspira —, esa herencia es nuestra única salvación, ¿no te das cuenta?
—Esa herencia le pertenece a mi hermano, Sebastián —lo regaña y él solo deja salir un gruñido de frustración.
—Tu hermano no sabrá usar todo ese dinero, Daniela, debemos evitar que llegue a sus manos.
—¿A qué te refieres con eso, Sebastián?
—Hay que falsificar el testamento y hacer que la herencia sea nuestra, cielo —en ese momento me enojé tanto que decidí bajar con rapidez las escaleras y hablarle de esto a mi padre.
ᴥᴥᴥ
14 de febrero de 1969
Me encontraba paseando por las calles de la ciudad autónoma de mi querido Buenos Aires, la ciudad no ha cambiado mucho desde la última vez que vine. Había hablado con mi padre un mes antes para informarle lo que escuché que estuvieron hablando mis tíos, se molestó un poco, pero luego dijo que hablaría con mi tía para aclarar la situación. La herencia de mi abuela es mucha, pero según mi padre, ella le daría su dinero a su ser querido más cercano y a la persona que más quisiera, ¿Quién es esa persona?
Mi padre no quiso decirlo, sin embargo, pienso que podría ser él, pero por su silencio, me da la impresión de que no es así.
El sol de la tarde empezaba a ocultarse detrás de los grandes edificios de la capital, hubo un poco de exclamaciones de asombro y ovaciones que se escuchaban al otro lado de la calle, quise ir a ver de qué se trataba.
Al llegar noté que era una mujer que parecía ser una bailarina profesional. Estaba bailando una pieza de ballet bastante melancólica, parecía que con sus movimientos expresaba la nostalgia de su vida, la pérdida de su brillo y de sus seres queridos...
Realmente, solo me veía a mí expresándome a través del baile, el cómo me sentía en ese momento.
La pieza de ballet había terminado y todos empezaron a aplaudir, y al igual que yo, todos se fueron poco a poco y yo me había quedado un momento allí parada viendo a la bailarina que se le notaba feliz por haber sido totalmente impecable con esos pasos de baile que había ejecutado a la perfección.
De repente, una mano se posa en mi hombro, me tenso y quería voltear a ver de quién se trataba, pero la voz de esa persona la reconocí de inmediato cuando pronunció mi nombre.
—Agustina —volteé a verlo y...
—Diego.
No lo había visto desde hace ya unos cuatro meses, empezaba a extrañar la presencia de mis amigos, pero más la compañía de mi chico de piedra, de quien no sabía absolutamente nada desde que me fui.
Empezamos a dirigirnos a un café que estaba a unos cuantos metros de donde yo me encontraba. Entramos y nos atendieron de inmediato. Nos sentamos en una mesa cerca de la ventana manteniendo un silencio que no era para nada incómodo, realmente estaba dejando que Diego contemplara la vista latina del país de mis raíces.
—Nunca había venido a Buenos Aires, solo estuve un par de veces en la provincia de Mendoza —rompe el silencio repentinamente y me quedo atenta a lo siguiente que dice —. Fue por cuestiones de trabajo, tuve que atrapar a unos terroristas que hacían lavado de dinero.
—Vaya, has tenido trabajos muy fuertes —fue lo único que salió de mi boca.
—Sí, por eso, tuve que retirarme de la CIA, los terroristas estuvieron en Estados Unidos y me asignaron el caso porque creían que era el mejor para cerrarlo —suspira y la camarera llega con nuestros pedidos —. Supongo que fue lo mejor...
Ver a Diego, es como ver a Alex, son casi idénticos físicamente, pero en cuanto a personalidad, eran totalmente diferentes. Diego y yo nos conocimos por unas cuantas veces que estuve en Madrid con Alex y su padre, él y yo nos llevábamos mal al principio, pero gracias a Alex, nos aprendimos a llevar bien y ser buenos amigos con el tiempo. Después de la muerte de mi mejor amigo, nos volvimos más cercanos porque ambos sentíamos el mismo dolor del otro, así pasó también con Dimitri, los tres nos volvimos unidos y logramos llevarnos bien.
—Fue lo mejor, créeme, a Alex le hubiese alegrado —le digo dando un atisbo de ánimo —. Después de todo, le serviste a los Estados Unidos durante mucho tiempo, ahora eres un gran soldado y con un gran chico a tu lado que te ama por ser como eres.
—Lo sé, también lo creo.
Dejamos que el tema muera en ese instante, mientras tomábamos de nuestras tazas de café bien cargado para hablar de lo que de verdad importaba. Diego no solo vino a hablar sobre sus años en los que sirvió a la CIA, sino que también venía a otra cosa.
—Entonces, ¿a qué viniste Diego? —le pregunto sin rodeos, luego de haber tomado un pequeño sorbo de mi capuchino.
—Lo diré sin rodeos, Agustina —suspira, frustrado y veo lo tenso que está —Tristán ya sabe que te fuiste, intentó convencer a tus padres para que le dieran una pista de tu paradero, incluso le pidió a Clara y a Amber que me preguntaran a donde te fuiste, pero, obviamente, no les dije.
Pude imaginarme a Tristán destrozado y desesperado por saber dónde estaba. Me dio nostalgia al recordar esos momentos lindos que pasamos juntos en Versalles. Aunque esto no era un adiós para siempre, realmente, significaba más como un: nos vemos luego o hasta pronto, pero jamás un adiós. Desde hace días tuve la tentación de escribirle una carta a Tristán, pero lo único que lograría hacer, es que Pietro se dé cuenta de ello y todo el plan falle por completo.
—Diego, no volveré a Versalles hasta saber que Rose está bien, necesito saber en donde se quedarán para estar con ella allí y que no le pase nada —le pedí.
Si Rose estaba bien, podría quedarme con ella en donde la tuvieran que llevar para ayudarla y entonces, solo entonces, poder ver a Tristán una vez más.
—Estará con nosotros unos cuantos meses, la llevaremos a Lyon en junio, en ese momento podrás regresar a Francia —me dice y suelto una bocanada de aire
—De acuerdo, ¿Cómo están Colin y Amber? —le pregunté para cambiar de tema e informarme de todo lo que ha pasado por allá.
—Están bien. Luego del rescate, decidieron ir a París de vacaciones, volverán en junio para el nacimiento de los mellizos —casi me ahogo con lo último que dijo. ¿Dijo la palabra "mellizos"?
—¿Mellizos?, ¿Cuáles mellizos?
—Los hijos de Rose —aclara y yo sigo incrédula por la aclaración —. En la última ecografía que tuvo, le dijeron a Rose que tendría mellizos, ya les tienen los nombres
—¿Cuáles son?
—Lys y Rolan Dumont Pierre.
Sonrío por la noticia y estoy a punto de soltar lágrimas de felicidad, pero evito hacerlo.
—Tengo que ayudarla antes de que los bebés nazcan —concluyo.
—Puedes ayudarla cuando se vayan a Lyon, mientras tanto sigue intentando con las cartas que envías al Vaticano.
—He intentado Diego, créeme, pero cada vez esto se vuelve más difícil.
—Funcionará, te lo prometo, solo tienes que probarle algo a Pietro.
—¿Qué?
Se queda en silencio por un momento y luego abre la boca tan solo para decir que debemos irnos a mi casa para así hablar más en privado.
Lo que me tenga que decir Diego, sé perfectamente que no será nada bueno. Conozco a Diego, y sé que cuando quiere decir algo que es grave, evade el tema por unos cuantos minutos para encontrar las palabras correctas y así evitar que la situación empeore.
Mientras seguíamos caminando, en mi mente se proyectaban imágenes de Tristán y yo cuando éramos pequeños; cuando éramos adolescentes; cuando tuvimos ese momento de pasión en su mansión; cuando estuvimos juntos en la plaza de Versalles...
Muchas cosas que vivimos juntos y tan solo era el comienzo para llegar a ser felices.
La felicidad está sobrevalorada y es algo que se necesita luchar, nunca llegará la felicidad a tu vida si no le das un pequeño empujón y esto es lo que yo estoy haciendo ahora, dándole un pequeño empujón para que la felicidad llegue en el momento justo y no tenga que volver a pasar por este tipo de situaciones.
Mi realidad es esta y voy a hacer que mi vida vuelva a lo que era antes, una simple chica de Versalles que disfrutaba de los eventos y era humilde con todos en la ciudad, pero esta vez tendría un hombre a mi lado que me apoyaría en todo y me daría su amor incondicional.
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