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Capítulo 26

¿Recuerdos de pasión o repulsión?

Argentina – Buenos Aires

01 de enero de 1969

Agustina Monnier

—Estoy bien padre, no te preocupes por mí —esperaba a que siguiera hablando mi padre por la segunda línea del teléfono.

Hace un mes que llegué a Argentina y no pude pasar año nuevo con mi familia, ni con mis amigos o mini Dylan. Ya hice unos cálculos, el pequeño Dumont Pierre nacerá muy pronto, pero dudo que yo pueda estar allí para su nacimiento.

Mi padre y yo hemos estado hablando todos los días desde que llegue al país de mis raíces, mi madre está bien, aunque muy angustiada por mí y por mi bienestar. La entiendo, pero esto fue algo que debía hacer desde un principio, Diego me está ayudando con mi seguridad y los de la Interpol están pendientes de mi paradero en todo momento.

—Sí, lo sé, pero debo quedarme aquí hasta que Pietro caiga en la trampa.

Pero no es justo que estés exiliada, hija mía.

—Lo sé, padre; debo hacer esto, créeme que pronto volveremos a vernos.

O eso es lo que quería creer yo...

Al finalizar la llamada que tenía con mi padre, recibí una llamada de Diego, no quise contestar porque no estaba de ánimos para seguir hablando con nadie, solo quería continuar escribiendo las cartas y terminar con esto de una vez por todas.

Mientras más escribía las cartas, más recuerdos repugnantes llenaban mi cabeza con la imagen de Pietro Russo. El 14 de julio, el día que nos conocimos, el baile de graduación...

—Jamás te haría daño Agustina, primero me muero yo, eso no es lo que hacemos los Siervos Romanos —dijo, mientras nos tambaleábamos ligeramente de un lado a otro al ritmo de la música y le sonreí para luego poner mi cabeza encima de su pecho y me abrazó en un gesto de protección.

Ese recuerdo, tan repulsivo, fue suficiente para que tuviera algo de inspiración para escribir una nueva carta. Busqué una hoja y mi pluma, y comencé a escribir:

Querido Pietro,

¿Recuerdas el día de la graduación?

Te veías muy guapo con ese traje de gala, todo de negro; parecías un líder imponente e inalcanzable como siempre me has dado entender desde el primer momento en que te conocí.

Dijiste que los Siervos Romanos siempre protegían a los suyos y a sus seres queridos, te agradezco por querer protegerme de las garras de Tristán, no sabes lo asqueada que me encuentro cuando estoy cerca de él o tengo que besarlo.

Es un mentiroso, tú no.

Eres un hombre poderoso, con ambición y muy bueno.

Ese recuerdo del baile de graduación hizo que cada vez más, sienta mucho amor ti, tan solo ver como te desvives por mí, como me haces saber con cada orden que le das a tus hombres para que me protejan, eso hace que me sienta más atraída y quiera estar contigo cada día.

Con amor, Agustina.

Dejé la pluma a un lado y guardé la carta en el sobre sellado, le coloqué la estampilla y bajé para llevarla sigilosamente al buzón. Volví a arriba, esperé a que el cartero se lo llevara y me mantuve quieta en el balcón de mi habitación.

Estaba leyendo un libro de suspenso —mi género favorito—, la protagonista era brutalmente perseguida por un acosador que se obsesionó con ella, ¿Por qué?, por ser simplemente ella, por ser buena persona.

De alguna manera me sentí identificada con la protagonista, era casi la misma historia, pero con diferente sinopsis.

¿Mi sinopsis?, yo fui manipulada por un chico italiano y ahora su obsesión llegó a tal punto, de querer matar a las personas que más amo en mi vida.

Mi única pregunta es... ¿En qué momento de mi vida, llegue a esta situación?, comencé a repasar cada gesto de Pietro en mi cabeza. El día que nos conocimos, él estaba allí sentado en el auto de Alex, no solo para molestarlo sino porque ese era su plan desde un principio. Él sabía que yo no lo conocía, supo siempre cómo convencerme y como hacerme ver una faceta falsa de él, una faceta que fingió para que yo cayera en su trampa. Ahora, él será el engañado, lo sé. El día que dé un paso en falso, lo veré en la cárcel y estaré tranquila sin tener que preocuparme más...

Mientras la noche empezaba a caer sobre la ciudad de Buenos Aires, yo tenía un café casero en mi mano izquierda, tomé un par de sorbos y me deleité con el sabor del café argentino de mis raíces.

Música, luces, gritos y cantos fueron los que captaron mi atención e hicieron que mirara hacia abajo. Las calles estaban repletas de gente que celebraban el año nuevo aún. Me imaginé a mis amigos y a mí aquí conmigo, bailando, riendo, cantando; disfrutando de nuestra juventud o lo que queda de ella.

Bajé a la calle y me recibieron con muchos abrazos, con besos en las mejillas y hasta encontré a mis primas en el festejo. Comenzamos a bailar flamenco que era el baile típico de Buenos Aires, cantábamos las canciones que se escuchaban allí, bailamos hasta que nuestros pies dejaron de funcionar y en ese momento me pregunté: ¿Así es como se siente la felicidad?

Sí.

Pero la felicidad a veces es predecible, en cambio, mi felicidad siempre será, estar en Versalles, con mi familia, con mis amigos y con mi novio, a quien amo con locura y pasión.

De repente, un recuerdo de nosotros dos llegó a mi mente sacándome una gran sonrisa de felicidad y nostalgia:

—Siempre estaré para ti, Tina, aunque tú me quieras lejos, siempre estaré cuando más me necesites.

—Yo también, chico de piedra, siempre estaré para ti a pesar de todo.

Fue un juramento que hicimos cuando éramos adolescentes. Ese juramento siempre ha perdurado por el resto de nuestra vida y solo terminará cuando alguno de los dos, muera...

ᴥᴥᴥ

Ciudad del Vaticano

Pietro Russo

—Signor, carta para usted de la Srta. Agustina —me informa uno de mis hombres, quien entró a mi oficina mientras entablaba una conversación con Giovanni

—Dámela y vete.

—Sí, signor.

Se va dejándome solo con mi tío.

—Esa chica no descansa, ¿acaso te acosa o que sucede con ella? —se burla mi tío y lo aniquilo con la mirada.

Él no lo sabe, pero si Agustina me acosa es porque se dio cuenta de la clase de persona que le dije que era Tristán.

Solo he leído pocas cartas y aunque ella es buena escribiendo, algunas dicen solo babosadas y no me interesa que sea cariñosa conmigo, quiero que sea como yo: posesiva, diosa, una mujer inalcanzable y que se vuelva digna de llamarse dama de Russo, pero hasta el momento no ha hecho que eso suceda.

Ha habido veces en las que voy a Argentina para vigilarla de lejos sin que ella se dé cuenta. Tiene algo en mente, pero no sé qué es, aunque con todas las cartas que me envía, supongo que quiere verme para que la traiga al Vaticano a gobernar conmigo, sin embargo, aún no me ha demostrado que sea digna de ese título.

—No pienso dejar que te burles de ella, ¿queda claro? —se queda quieto como un tronco y yo me siento en mi escritorio para organizar las cosas que tengo pendientes para mañana.

La carta que me envió yace en el montón de cartas que me ha enviado con anterioridad desde que vine al Vaticano, ha pasado un año y ha escrito más de diez mil cartas.

El día que ella y yo nos volvamos a reencontrar será el día que me mande una carta especial donde demuestre que es digna de tener el puesto de Dama de la mafia Siervos Romanos, solo ese día sucederá. La imagen de la castaña de ojos azules invade mi mente y no puedo evitar excitarme al recordar su piel, su cuerpo candente y sus labios deliciosos.

Ay, argentina, ojalá que yo me apiade de tu apasionada, deliciosa y hermosa alma en desgracia, no imaginas lo ansioso que estoy de tenerte debajo de mí en estos momentos. 

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