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Capítulo 25

Te ama, Tristan.

Tristan Dumont

—¿Cómo que no saben a dónde se fue?

—No lo sabemos Tristán.

—Dijo que tenía que irse, pero no mencionó a donde.

Todos estábamos en la mansión Pierre.

La operación fue casi un éxito, digo "casi" porque no logramos salvar a todas esas mujeres que eran prisioneras de Pietro. Al llegar a Versalles nos habíamos dirigido directamente a la mansión Pierre; tanto Clara como Amber nos dijeron que Agustina se había ido, no saben a donde, pero ella les dijo que solo se iría para buscar una solución a todo esto.

—Agustina no puede irse así como así chicas, ella...

—Tomó su decisión, piensa que es lo mejor para todos y hay que respetarlo —me interrumpe Diego y lo que dijo me hace pensar que él lo sabía. Me acerco a él y lo enfrento.

—¿Lo sabías?

No dijo nada al principio y eso solo hizo que me enojara aún más.

—¡¿Lo sabías, Diego?! —lo agarro del cuello de su camisa.

—¡Ella me pidió permiso!, ¡está siendo vigilada por la Interpol!

—¡Tú sabías que se iría y ni siquiera me lo dijiste!

—¡Le prometí no decirlo!, ¡ella estará bien!

—Tristán suelta a Diego, ¡ahora!

La voz de Dimitri invade mis oídos. No lo miro al principio, me quedo mirando los ojos del español y luego lo empujo de mala gana. Mi cuerpo se tensa y empiezo a maldecir en mis adentros tratando de calmar la rabia e impotencia que tengo hacia Diego.

Si Agustina se fue, no pudo haberse ido muy lejos o... ¿Sí?

—Tristán, hermano, Agustina estará bien, Diego no dejará que nada malo le pase — me dice Dylan y yo solo tenso la mandíbula.

—Dylan tiene razón, Tristán; Agustina sabe cuidarse sola, ella nos está ayudando, no te preocupes —me dice Rose.

Conozco a Agustina, sé que ella estará bien, pero me preocupa que Pietro le haga algo, la intentó secuestrar una vez y no quisiera que vuelva a suceder. Ella es mi todo, mi mundo; mi pasado, mi presente y mi futuro...

Hemos pasado por muchas cosas juntos, no quisiera que ella sufra sola de nuevo.

Tan solo pensar e imaginar a Pietro tocándola y acariciándola con sus asquerosas manos, es algo que me repugna y me dan náuseas.

Minutos después, fui a la casa de los Monnier para conseguir algo de información sobre el paradero de Agustina, su padre se negaba a decirme algo sobre ella, al igual que su esposa. Mi frustración fue empeorando poco a poco, el no saber de Agustina me angustiaba mucho.

—Agustina... ¿Dónde estás, tina?

Me dije a mí mismo, mientras entraba a mi casa. Mis hermanos estaban con mis padres en la sala, felices viendo una película en la TV; subí las escaleras y entré a mi habitación, me tumbé en la cama para pensar mejor las cosas.

Error.

Fue peor.

Recordé el día en que Agustina se entregó a mí; recordé las veces que ella traía a Alex aquí para saludarme cuando éramos pequeños; recordé las veces que bailábamos aquí.

Estábamos en la sala jugando con los chicos, jugábamos a las escondidas, varios se escondieron en la cocina, otros en la sala y Agustina... en mi habitación. ¿Por qué?, siempre tuve esa duda, una duda que nunca la aclaró.

Había encontrado a todos los chicos, pero faltaba encontrar a la castaña de ojos azules, así que, subí las escaleras y entré a mi habitación. Había música allí y eso me pareció algo extraño.

De pronto, ella saltó sobre mi espalda provocando que cayera dándole la cara al suelo. Se rió por lo sucedido, su risa era muy contagiosa y eso causó que yo también riera a carcajadas.

—Eres tan lento, chico de piedra —se burla de mí y yo trato de soltarme.

Me zafo de su agarre y ahora soy yo el que está encima de ella mirándome a la cara.

—Eres tan debilucha, Tina —me burlo y ella se pone tan roja como un tomate por el enojo que la invadió en ese instante.

—No soy debilucha.

—Si lo eres.

—No.

—Sí.

Me levanté de mi cama y busqué una botella de ron que tenía en mi habitación. Desabotoné la camisa que llevaba hasta el pecho y luego me empine un trago de ron. El tener esos recuerdos de ella me hacen ver tan vulnerable y eso me gusta a pesar de que duela cuando ella se va de mi lado.

—Tristán, te presento a Agustina Monnier, la hija del señor Monnier.

El día que la vi por primera vez, fue el día más feliz de mi vida, solo que no lo sabía hasta mucho después. Su sonrisa, sus ojos color cielo, su cabello castaño, su tez blanca, su cuerpo; su personalidad, tan... adorable, madura, creativa, brillante y comprensiva.

Simplemente perfecta.

Esa chica logró partir en dos mi corazón de piedra.

Recuerdo lo que una vez mi madre me dijo:

—En la ciudad de Versalles, tal vez seas conocido como el chico de piedra, pero, solo una mujer podrá desmentir esos comentarios, solo una mujer podrá hacer que tú sientas cosas referentes al amor y si la dejas ir, significará que ella no es la indicada; que ella no fue capaz de hacerlo y tendrás que esperar a que llegue la verdadera chica que te enseñará a amar, con todo el corazón —me quedo absorto, mirando a mi madre con intensidad —. Recuérdalo mi pequeño Tristán.

Sus palabras fueron más que acertadas.

Toda mi vida había estado concentrado en la compañía, siendo entrenado por el Sr. Pierre para tomar el puesto de presidente de la compañía, ¿Por qué yo?, porque soy el mayor de todos los demás.

Toda mi vida había estado teniendo relaciones temporales con diferentes chicas de la ciudad y también de París, hasta que un día, eso cambió cuando conocí a la castaña ojiazul.

Quisiera decir que no me emborraché hasta el amanecer, pero me estaría engañando a mí mismo. Estuve toda la noche y toda la madrugada, viendo la ciudad de Versalles en mi balcón con una botella de ron en la mano, siempre me empinaba un trago sin despegar la hermosa vista que tenía de mi ciudad, mientras que los recuerdos seguían brotando y seguían desbloqueándose en mis lagunas mentales ebrias.

Siempre hemos estado juntos, compartíamos como si fuésemos una pareja durante años...

Mi cumpleaños, su cumpleaños; mi Navidad, su Navidad; mi 14 de julio, su 14 de julio. Todas esas fechas fueron para nosotros dos, siempre habíamos estado destinados a estar juntos, pero de alguna manera no lo habíamos visto hasta muy tarde.

Yo lo había visto muy tarde, ella siempre lo supo, lo sé, ella siempre supo que estábamos destinados, pero prefirió callar hasta ahora.

Nuestro destino fue más que escrito, fue sellado en el momento en que dimos nuestro primer beso; en que nos acariciamos por primera vez; en que nos vimos por primera vez; en que tuvimos nuestra primera vez.

Nuestras primeras veces fueron más que especiales, fueron realmente legendarias, fueron maravillosas.

Mis lágrimas empezaron a salir y solo pude pronunciar unas cuantas palabras:

—Prends bien soin de toi, mon amour...

Con eso, empecé a sonreír, pero fue una sonrisa triste y melancolica, porque el no tenerla aquí conmigo me va a ir carcomiendo poco a poco, y saber que Pietro algún día irá por ella, es lo que más me duele; no por ella, sino por él, por ese maldito chico italiano de ojos verdes.

En el fondo sé que Agustina sabrá cómo engañarlo, pero... sé que él le hará algo por haberlo engañado de esa forma.

Mi argentina, ten cuidado...

Te ama, Tristán.

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