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Capítulo 22

Hasta pronto Versalles...

 Versalles – Francia

10 minutos antes...

Agustina Monnier

Los chicos nos dejaron solas en la compañía, tratamos de distraernos un par de veces, pero la angustia en mi pecho me carcomía una y otra vez. Estaba tan preocupada por Rose que me imaginé que Pietro la tenía secuestrada. Pietro es capaz de hacer cualquier cosa ahora con tal de querer destruir a cada uno de los chicos.

A veces pienso que si no estuviera viva, ellos nunca hubieran tenido que pasar por esto; Alex no habría muerto y ellos estarían felices viviendo sus vidas como ellos quieren.

Estábamos en el lobby esperando noticias de los chicos, pero de repente, un mal presentimiento invadió mi mente por completo.

—Debo llamar a Dylan —fue lo primero que salió de mi boca y me levanté para luego dar vueltas en círculos por el centro del lobby —. Rose debe estar asustada donde sea que esté. Tal vez el pequeño Dylan está asustado, al igual que su madre.

—Agustina —me llama Amber.

—Tal vez, Dylan también está desaparecido...

—Agustina.

—Tal vez los chicos están en peligro...

—¡Agustina! —me gritan ambas y yo me quedo paralizada. 

Varias lágrimas salieron de mis ojos y no, no fue porque me hayan gritado, fue porque la angustia que tenía atorada en mi pecho era demasiado asfixiante y quería que todo esto terminara de una vez por todas. Recordé los momentos lindos que pasaba con Alex cuando éramos unos niños:

Estábamos en mi casa, mi pequeña yo de diez años de edad se encontraba en la sala viendo caricaturas con el pequeño Alex de mi misma edad. Mientras reíamos, sentía que con él a mi lado nada malo me pasaría. De pronto, termina la caricatura y empezamos a escuchar algo de música.

—Alex... —llamé su atención —. ¿Crees que algún día lograremos ser como nuestros padres?

—No —respondió convencido —, seremos mejores que ellos, a pesar de ser niños, sé que seremos mejores que ellos y que tú, lograrás ser alguien que ayudará al mundo entero con tus cartas.

Sostuvo mis mejillas con sus tiernas manos y yo lo abracé en su torso.

—Te quiero, Alex.

—Yo también te quiero, Tina.

Nos fundimos en ese tierno abrazo y no pensé que las palabras que me dijo ese sabio niño de cabello negro que se llamaba Alexander Molina, llegaran a cobrar sentido en estos momentos.

Lloré una y otra vez por haber tenido que recordar eso precisamente en este momento, justo cuando no sabemos si los chicos están bien o si encontraron a Rose. Entonces una idea se me vino a la mente.

¿Por qué no escribirle una carta a Pietro?, para distraerlo de sus planes por un rato, pero luego recordé que Tristán había dicho que él no ha abierto las cartas que le he estado mandando.

Esperamos y esperamos, aún no sabíamos nada. La angustia en nuestros rostros cada vez se acentuaba más con cada minuto que pasaba. Pietro es muy inteligente y temía que ya supiera que lo estaban siguiendo. Diego nos aseguró un sinfín de veces que todo saldría bien, mientras que él estuviera al mando aquella operación, pero algo en mi interior me decía que algo malo estaba pasando.

—De acuerdo, creo que deberíamos distraernos con algo para aliviar la tensión — Clara y yo la pusimos atención a lo siguiente que dijo Amber: —. Deberíamos hacer confesiones de las cosas que hemos pasado con los chicos, asi podremos contar buenos momentos que hemos pasado todos juntos, ¿Qué les parece?

—Yo estoy de acuerdo —fijaron sus ojos en mí para saber lo que opinaba al respecto.

—Claro, hagámoslo.

Antes de empezar con las confesiones, fuimos a la oficina de Tristán, allí todo era más amplio, tenía un reproductor de música y tenía un sofá lo suficientemente grande para nosotras tres, además era muy cómodo. Decidimos pedir comida en la cafetería de la compañía y dijeron que nos lo llevarían en unos diez minutos, así que empezamos con el "juego", si así se podría llamar.

—Entonces, creo que la primera seré yo —dijo Amber, respiró hondo y empezó: —. Colin y yo nos habíamos peleado hace una semana, antes de que me envenenaran. Tuvimos una discusión por... una tontería, pero, esa tontería se volvió en una rutina agobiante y un tanto aburrida —hizo una pausa —, quise que tuviéramos un pícnic para tener un tiempo a solas... —nos dio una sonrisa triste —... Solo que se le olvidó. Y cuando estaba en el hospital, me prometió que cambiaria porque no quería volver a perderme, no quería que volviéramos a tener esas peleas y que yo no volviera a desaparecerme como lo hago siempre para lidiar con mis problemas por medio de las compras.

Cuando nos dijo eso, se me partió el corazón al recordar como me sentí cuando nos enteramos de que la había sido envenenada. Fue algo que me dolió y me culpé por eso, nada de esto estaría pasando si no fuera por mí. Por mi grandísima culpa.

Si me hubiese dado cuenta de que Pietro me manipulaba desde un principio, todo esto no estaría pasando y todos estaríamos felices con nuestras familias.

Clara acarició la espalda alta de Amber en muestra de comprensión y apoyo para ella. Amber no lloró, solo dejó caer una pequeña lágrima. Una sola.

Y eso me sorprendió mucho, ella era más fuerte que yo, mucho más, a pesar de todo lo que ha tenido que pasar desde que se convirtió en la nueva socia de la compañía. Clara la tranquilizó y empezó a confesar:

—Siempre los vigilé —no me sorprendió, Collins nos lo había dicho —, pero vigilaba más a Maximo. Tiene un efecto que jamás había experimentado, era como si con él pudiera sentir que no debo estar encubierto en ninguna parte, porque... —sonrió —... Puedo ser yo misma con él, no me importa si fui entrenada para fingir ser otra persona, con él soy... yo.

—Te entiendo —la tomé de la mano y la apreté suavemente —. Los Dumont son... se podría decir perfectos, pero también son conocidos como los chicos de piedra, y sus padres siempre decían que solo la chica indicada lograría romper su capa más dura.

En realidad, esas fueron las palabras genuinas de la madre de los chicos Dumont.

Recuerdo la vez que estuve en casa de los Dumont por la cena de año nuevo que siempre se celebraba allí. Su madre se había sentado justo a mí y eso era lo más extraño, nunca habíamos cruzado palabra alguna, solo ocurrió esa noche de diciembre; esa noche nevada y fría, ella me habló por primera vez para decirme:

—Sé que te gusta mi hijo mayor, Agustina —me tensé en ese momento cuando lo dijo, mientras bebía una copa de vino blanco. Tenía quince años cuando eso sucedió.

—No sé de qué me habla, Madame. 

 —Sabes perfectamente de que hablo, querida —trato de disimular el hecho de que estaba hablando conmigo y dándole unas sonrisas a los demás invitados —. Lo diré sin rodeos, querida. Mis hijos son... perfectos por así decirlo, son conocidos en la ciudad como los chicos de piedra. Nada de demostrar sus sentimientos ante los demás, pero... Solo la chica indicada logrará romper sus capas tan duras como rocas, Me pasó lo mismo con su padre.

—¿Por qué me dice esto, Madame Dumont?

—Porque, aunque no me agradas del todo, sé que Tristán se fijará en ti y lograrás que su capa de roca se rompa por completo sin ni siquiera saberlo —me dice y no logro comprender —. Entiendo que estés confundida, algún día te darás cuenta de las cosas, tarde, pero te darás cuenta.

Y con eso se va dejándome más confundida que contenta, por lo que me acaba de decir. Pensé que, en pocas palabras, no le caía bien a Madame Dumont.

—Creo que las dos caímos en el efecto Dumont, ¿no? —la voz de Clara me devuelve a la realidad.

—No —respondí —, ellos cayeron en el nuestro. Nosotras rompimos sus capas sin darnos cuenta de ello.

Le sonreí y seguimos confesándonos todas las cosas que hemos pasado con los Dumont y los Pierre al mismo tiempo. Hubo risas, comida, más risas, lágrimas; todo parecía estar bien cuando confesamos lo que nos pasaba con esos chicos, aunque el nerviosismo se había desvanecido un poco, pero la agonía de querer saber en donde estaba Rose me carcomía y mucho.

De pronto, el teléfono de la oficina de Tristán comenzó a sonar y yo lo agarré enseguida.

—¿Sí?

—¿Agustina? —la voz de Dimitri me alivió un poco.

—Dimitri —solté una bocanada de aire —. ¿Qué sucede?, ¿están bien?, ¿dónde está Rose?

—Agustina escúchame, aún no hemos dado con el paradero de Rose, pero... —esa pausa me dio mala espina —. Dylan también está desaparecido, no sabemos donde se encuentra.

¿Qué Dylan qué?

—Dylan no puede estar desaparecido también, es...

—Lo está, Agustina —me interrumpe y mi angustia creció aún más.

—Trataremos de encontrarlos, deben tener cuidado, duerman en la compañía si es necesario, pero no pueden salir de allí hasta que nosotros los encontremos.

—¿Y por cuánto tiempo? —le pregunté sollozando.

—No lo sabemos —se limita a responder —, tengan cuidado; dile a mi padre que estoy bien, por favor.

—Oui —le dije y colgó la llamada.

Ahora, con Dylan desaparecido, se complicarían mucho más las cosas. Pietro se está pasando de la raya y la rabia que siento quiere salir a la luz por tantas cosas que él ha hecho.

Quiero muerto a Pietro Russo.

Las chicas me abrazaron, me consolaron y me apoyaron, mientras que, yo solo me rompí en un llanto lastimero que casi hace que no lograra seguir votando más lágrimas. La impotencia era notable en mi rostro, estaba tan roja como un tomate, pero eso no me detuvo a tener que romper el espejo que estaba en la oficina. Ya no quería más dolor, no quería que les hicieran daño a mis amigos, a mi familia, a mis pilares. Ya me quitaron a mi mejor amigo y no aguantaría una perdida más.

Una idea repentina llegó a mi mente, hablar con Pietro y rogarle que no le haga ningún daño a Rose, pero eso levantaría sospechas, eso lo alertaría y no quería que los chicos tuvieran más problemas allá.

La única opción que tenía era irme a Argentina, tal vez yéndome eso lo hará distraerse de los chicos y se sentirá confiado al pensar que ellos no lo tocarán, asi podrán salvar a Rose, eso sí qué funcionaria. Debía irme cuanto antes, no puedo esperar un segundo más, esto lo hago por todos ellos; por Rose, por Dylan y por el bebe que crece en el vientre de mi amiga.

Me fui de la oficina y las chicas me seguían algo confundidas, no entendían nada de lo que pasaba por mi cabeza. No sabían si detenerme o seguirme, yo solo seguí caminando hasta llegar a la puerta de la compañía y fue cuando paré en seco y me giré hacia ellas.

—Me voy —se mantuvieron calladas por el asombro —. No les diré a donde. Me iré, no intenten detenerme, esto lo hago por un bien mayor, si Tristán les pregunta a donde fui, ustedes le dirán lo que les estoy diciendo al pie de la letra, Diego será el único que sabrá de mi paradero, no quiero que intenten preguntarle nada a él porque tampoco se los dirá, y no intenten obligarlo a hablar con Tristán.

—Agustina...

—No —dicho eso me fui a empacar mis maletas.

Llegue a casa y empecé a empacar todo lo necesario para el tiempo que los chicos estuvieran en el Vaticano, le rogué miles de veces a mi padre que me dejara ir sola a Argentina, necesitaba estar sola y si lograba convencer a Pietro, lograría salvar a Rose y a Dylan. No es que quiera hacerme la heroína, en realidad solo quiero paz y tranquilidad para ellos y, para mí misma.

Mi padre accedió al final y le dije que no podía decirle a nadie donde estaría, al igual que mi madre. Los únicos que sabían eran mis padres y Diego, a quien llamé minutos después de haber empacado todo lo necesario. No estuvo de acuerdo al principio, pero al analizarlo mejor, tenía un poco de razón y tal vez funcionaria. Me dijo que enviaría unos agentes encubiertos para que me vigilen de lejos por si algo me llegaba a pasar, a lo que yo accedí sin problema. 

Me iría no para estar tranquila, sino para ayudarlos y ayudar a Rose. Si algo le pasa a ella y a su bebe, jamás me lo perdonaría.

Llegué al aeropuerto y estuve a punto de arrepentirme de mi decisión, pero tenía que hacerlo, aunque nadie lo entendiera. Baje de la limusina, el chofer bajo mi maleta y me quedé rígida mirando hacia la hermosa ciudad de Versalles.

<<Volveré pronto, lo prometo, volveré cuando Rose esté a salvo>> me dije a mí misma para evitar arrepentirme de mi decisión.

Hasta pronto, Versalles...

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