Capítulo 1
Las cartas que jamás envié
12 de abril de 1968, era un día lluvioso y solo se veía el cielo gris, parecía el día perfecto para hacer un funeral, ¿cierto?
Pues, si lo era.
Era el funeral de la persona que más quería en este mundo, la persona más incondicional, la persona más amada de este pueblo. Alex.
Se preguntarán, ¿Cómo que el funeral de Alex?, ¿Qué fue lo que paso exactamente?, voy a contarles, desde principios del año 67.
La época de los 60 fue una etapa de la historia que marco una parte de mi vida en Versalles, porque nunca llegue a imaginarme que, ya en unos meses, iba a graduarme. Fue el momento que siempre anhele en toda mi vida: Mi Graduación.
Estaba nerviosa, mis papás me levantaban de la cama siempre sonrientes y cantando canciones a todo pulmón de la banda Beatles.
Mi padre tomó el disco de vinilo y lo puso en el reproductor de música; ellos sabían que eran mi banda favorita y puso mi canción favorita de ellos: A Day in the Life. Me sentía bien al escucharla, además me había levantado con muchos ánimos y ganas de divertirme.
Me fui a darme una ducha en mi baño mientras tarareaba la canción, cantaba como si estuviera en un concierto de ellos, lo típico que un adolescente hace cuando se cree cantante profesional. Me cepillé los dientes y salí del baño; me puse una falda de color rojo que me llegaba hasta las rodillas, una camisa manga corta negra y una cinta en mi cabello que era de color rojo, me puse mis zapatos negros junto con mis medias de color blanco que llegaban a mis rodillas.
Baje las escaleras para dirigirme a la cocina, en donde estaban mis padres preparando el desayuno, yo me quedaba viéndolos con una sonrisa de oreja a oreja, estaban felices y orgullosos por mí mientras yo mantenía mi entusiasmo por lograr ser admitida en la Universidad de Versalles Saint Quentin.
Comí mi desayuno y ya había llegado Alex en su auto para llevarme a la escuela —desde que tiene auto, él siempre me llevaba con él para irnos juntos y que yo no tuviera que irme sola—, me empezó a preguntar el porqué de tanta alegría de parte de mis padres y de parte mía, algo a lo que respondí diciendo:
—Nos vamos a graduar pronto, ¿Por qué no estaríamos felices? —le dije a él con mi acento argentino.
—Es la segunda vez que te veo así de animada, después de que fuiste a Argentina a ver a tu familia —dijo él, recodando ese momento.
Solo por si se lo preguntan, Alex no es francés.
Él es de España. Se mudó a Francia con su padre porque este tuvo una propuesta de trabajo de parte del gobierno francés para que trabajara como médico en el Hospital André Minot. Pero se imaginarán lo difícil que fue para estos dos españoles adaptarse al idioma, claro que, ellos siempre contaron con el apoyo de mi familia para ayudarlos en su adaptación.
Alex y yo nos bajamos del auto, para luego caminar a la entrada de la escuela, antes de llegar, Rose anuncio a todo pulmón que se haría una recaudación de fondos para la fiesta de graduación, que mañana habría un comité de alumnos para discutir el tema de la fiesta. Nosotros pusimos atención mientras caminábamos y hablábamos de eso, aunque a Alex no le gustaba hablar mucho sobre la fiesta, a mí si, porque la graduación se acercaba y quería ir a la universidad.
Tomé de mi casillero los libros que iba a usar para la clase que tocaba dentro de cinco minutos, Alex hizo lo mismo y cuando cerré la puerta del casillero, vi en el suyo una foto nuestra de cuando éramos niños, me pareció extraño porque él tenía esa foto en su casa, entonces me atreví a preguntar:
—¿Esa es nuestra foto? —me atreví a preguntar señalando la fotografía con el dedo índice.
—Sí, lo tengo aquí para siempre recordar nuestra amistad desde pequeños —responde con un tono tierno.
—Gracias —respondí a su comentario.
Nos dirigimos a la clase de Psicología, el maestro Charpentier estaba hablando sobre el Trastorno obsesivo-compulsivo, mientras que yo estaba en mi mesa, escribiendo cartas —no eran de amor sino de experiencias personales del curso que había tomado mi vida a través de los años—.
Me gustaba mucho escribir, sentía que era la única manera de lograr expresarme por medio de las palabras, de los sentimientos escritos en una hoja de papel, esas cartas las guardaba todas en mi casillero y también en mi casa. Algunas veces me regañaban por distraerme durante la clase, pero he logrado ser más discreta con eso para evitar que los maestros me llamen la atención. El único que se daba cuenta de que estaba escribiendo esas cartas, era Alex, ya que se sentaba a mi lado y de vez en cuando ojeaba lo que escribía. Era muy fisgón.
—Gracias —respondí a su comentario.
Nos dirigimos a la clase de Psicología, el maestro Charpentier estaba hablando sobre el Trastorno obsesivo-compulsivo, mientras que yo estaba en mi mesa, escribiendo cartas —no eran de amor sino de experiencias personales del curso que había tomado mi vida a través de los años—.
Me gustaba mucho escribir, sentía que era la única manera de lograr expresarme por medio de las palabras, de los sentimientos escritos en una hoja de papel, esas cartas las guardaba todas en mi casillero y también en mi casa. Algunas veces me regañaban por distraerme durante la clase, pero he logrado ser más discreta con eso para evitar que los maestros me llamen la atención. El único que se daba cuenta de que estaba escribiendo esas cartas, era Alex, ya que se sentaba a mi lado y de vez en cuando ojeaba lo que escribía. Era muy fisgón.
Al finalizar la clase, Alex me insistió para que le mostrara las cartas que hice, a lo que tuve que responder:
—No —dije fríamente abriendo mi casillero.
—¿Por qué no? —pregunta haciendo puchero demostrando tristeza.
—Porque no dejo que nadie las lea y lo sabes —respondí hastiada.
—¿Sabes el talento que tienes escribiendo?, en vez de escribir cartas deberías escribir un libro y que un editor vea tu potencial —propone él caminando en retroceso con su mirada puesta en la mía
Luego de largas horas de tanto aburrimiento, sonó la campana y todos salimos del salón de clases, era un día tan perfecto que estaba alegre, sentía que hoy sería un gran día para ir a las entrevistas de admisión de la universidad.
Alex y yo decidimos dirigirnos a su auto y me percaté de que estaba allí un chico que nunca había visto antes, estaba recostado sobre la parte trasera del auto, mi curiosidad invadió mi cuerpo y me pregunte quien era, Alex trato de evitar que lo hiciera, cosa que no logro, así que me acerque rápidamente a ese chico.
Parecía de descendencia italiana, tenía esa piel morena y esencia que emanaban ellos con solo su mirada. Su cabello era castaño claro, un poco alborotado, que le hacía tener ese toque de rebeldía; los ojos verdes que poseía eran tan hermosos como dos esmeraldas brillantes; su cuerpo tonificado y con un pequeño tatuaje en su cuello que decía: "Romanos Servi".
No entendía en que idioma estaba escrito, pero no le di mucha importancia.
Parecía de descendencia italiana, tenía esa piel morena y esencia que emanaban ellos con solo su mirada. Su cabello era castaño claro, un poco alborotado, que le hacía tener ese toque de rebeldía; los ojos verdes que poseía eran tan hermosos como dos esmeraldas brillantes; su cuerpo tonificado y con un pequeño tatuaje en su cuello que decía: "Romanos Servi".
No entendía en que idioma estaba escrito, pero no le di mucha importancia.
Tenía una camiseta blanca y una chaqueta de cuero negra que en la parte de atrás estaba estampada la misma frase que llevaba tatuada, pero con la bandera italiana. Parecía un chico malo de las épocas de los 60, esos típicos chicos que eran rebeldes.
Cuando me acerqué, noté que estaba serio, con un cigarrillo en su mano y exhalando humo por la boca.
—Bonjour, ¿Qui es tu? —pregunté curiosa hablando en francés porque no sabía si hablaba español o francés.
<<Hola, ¿Quién eres?>>
—¿C'est important? —me preguntó él, evadiendo mi duda.
<<¿Eso importa?>>
—¿Tu parles espagnol? —le pregunté para hablar en español.
<<¿Hablas español?>>
—Oui —respondió llevando su cigarrillo a su boca para inhalar un poco y luego dejar salir el humo.
—¿Quién eres tú? Nunca te había visto por aquí —fui directo al grano.
—Además, estás recostado sobre mi coche —replicó Alex cruzado de brazos con una mirada sería posada sobre el moreno.
—Es increíble que no sepas quién soy, pensé que te darías cuenta —pronunció enderezándose para estar totalmente de pie mirándome fijo.
—¿Darme cuenta de qué? —pregunte incrédula.
—Dejaré que lo averigües, argentina —me respondió, dándome una palmadita en la mejilla izquierda, provocando que yo me sobresalte sorprendida, mientras él se dirigió a su motocicleta.
Me pregunté qué quiso decir con eso. La curiosidad me invadió aún más cuando vi que tenía una motocicleta, entonces até uno que otro cabo suelto, y pude deducir que hacía parte de esas típicas pandillas de motociclistas que existían antes. Luego de mi fascinante deducción detectivesca, me fui al auto de Alex y me subí, entonces arrancó el auto para llevarme a casa.
Cuando entré a casa con Alex, ambos notamos que mis padres no estaban, ya que seguían trabajando, entonces Alex y yo tiramos las mochilas en el sofá de la sala y pusimos música de Elvis Presley, quien en ese tiempo era el cantante más famoso y el rey del Rock and Roll, sus canciones eran muy buenas, pero solo las escuchaba cuando Alex venía a visitarme a mi casa o cuando yo iba a la suya.
De vez en cuando veíamos programas de risa que pasaban en televisión y hacíamos tareas al mismo tiempo, solo que en esta ocasión decidimos no hacer nada de tareas. Quería que ya se hiciera de noche para ir a escribir mis cartas, era la única forma de hacerme reflexionar sobre los días tan geniales que he tenido esta semana.
Son las 9:30 p.m.
Abrí mis ojos cuando vi la hora y le dije a Alex que debía irse, porque mañana teníamos examen de psicología y no habíamos estudiado nada. Lo empujé para que se fuera en dirección a la puerta y lo saqué de ahí como un perro. Soy pésima para despachar a la gente. Oí el motor de su auto encenderse y se fue de inmediato.
Un suspiro abandonó mi boca y yo decidí irme a mi habitación rápidamente, entre a mi cuarto y me senté en mi cama unos minutos, luego fui a mi escritorio y tomé mi pluma para empezar a escribir una de mis tantas cartas del día.
Pequeños fragmentos del día de hoy invadieron mi mente, pero siempre uno en particular que me dejaba pensando.
El chico italiano —o para mí era italiano—, me dejó pensativa, no sabía que quería decir con eso, estaba algo confundida, quería pensar que lo dijo en broma para que yo quisiera averiguar más, pero simplemente, lo dejé pasar y lo olvidé por completo.
Después de haber terminado de escribir mis cartas, lancé mi cuerpo sobre la cama y pensaba; solo pensaba, y me preguntaba:
¿Por qué escribo cartas sabiendo que jamás se las enviaría a nadie?
Esas preguntas invadían mi cabeza todos los días, después de terminar de escribir tres cartas al día.
Me cambié de ropa y me acurruqué en la cama para conciliar el sueño. Me quedé profundamente dormida.
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