Vigésimo primera carta
Estimado señor Lindsay,
No ha pasado gran cosa desde que le hice llegar a Sam todo el «material inédito» —por así decirlo— que su trabajo requería. Me agradeció una vez más por todo y prometió que me llamaría cuando tuviese una devolución por parte de su docente.
Judy vino ayer para ocuparse del huerto y las dichosas petunias. Absteniéndome de saturarla con detalles escandalosos, le conté a grandes rasgos lo sucedido y, por encima de todo, lo que aquella chica me había hecho sentir.
Se alegró mucho. Debe pensar que estoy completamente rehabilitada y mi estado apático concluyó, lo cual es cierto de manera parcial, pero no cómo desearía. Sin embargo, no me interesa romper su burbuja. Está feliz por mí y, quizás, si paso tiempo con ella, la dicha se me contagie. Al menos ya soy capaz de llorar cuando lo necesito.
Luego de terminar con las tareas de agricultura y paisajismo, sacar la basura y pasar la aspiradora, Judy sugirió que saliéramos a dar un paseo juntas. Hacía años que no caminaba con nadie. ¿No le resulta extraño pensar en la última vez que hizo algo tan mundanal como dar una caminata por el vecindario, ignorando que ya no volvería a hacerlo? ¿O es una cosa mía?
El caso es que pasamos la tarde recorriendo los alrededores, disfrutando la compañía de la otra, aunque muertas de frío. Me agrada Judy. A pesar de ser veinte años menor que yo, parece comprenderme. Nunca me exige más de lo que estoy dispuesta a dar y respeta mis silencios. Es tan extraño encontrar a alguien con quien se pueda no hablar.
Le pregunté por usted, señor Lindsay. Sé que no debería involucrarme demasiado, pero me es imposible no sentir curiosidad respecto a usted. Quisiera saber cómo luce, cómo suena su voz, qué es lo que piensa de mí. Eso no me hará cambiar de planes, desde luego; es un interés inofensivo.
Judy pareció entristecerse mucho al hablar del tema. Dijo que en su infancia había sido callado y estudioso, y que sus padres no esperaban nada menos que grandeza en su futuro. Nadie lo creía capaz de romper un plato.
También mencionó su amor por el básquetbol y su perro Gus —¡ a mí también me fascinan los Gran Danés!—. Le brillaron los ojos al contarme cómo solían sentarse juntos en el jardín durante las tardes de verano, con el animal cavando agujeros por todas partes y el balón siempre entre sus rodillas.
—No éramos hermanos de sangre —estableció—, y la verdad es que jamás lo sentí como uno. Ambos estábamos ya demasiado grandes cuando llegó para desarrollar ese lazo fraterno. Pero como amigos nos volvimos inseparables. Si yo entraba en la habitación, no cabía duda de que Theo aparecería en un pispás, y viceversa. Nuestros padres se partían de la risa.
Sonreí con amabilidad.
—La noche en que nos llamaron para decirnos que había sido detenido fue... —Toda nostalgia se borró de su rostro y dio paso a la tristeza—. Fue el momento más doloroso de mi vida. No entendía... no entiendo por qué lo hizo. Pudo haberme pedido dinero si lo necesitaba. Alan lo aprecia mucho; estoy segura de que no hubiese tenido problemas en prestarle unos cuántos dólares. Estoy segura de que...
No pudo continuar. En ese preciso instante se quebró y tuve que cambiar de tema para recomponerla.
Quizás sea impertinente de mi parte decirle esto, señor Lindsay. Dios sabe que no tengo intención de inmiscuirme en sus asuntos personales. Pero, si me permite darle un consejo, creo que debería hablar con Judy. Me refiero a realmente hablar con ella. Creo que debería explicarle lo que pasó, por qué hizo lo que hizo y si se arrepiente de haberla lastimado.
Los dos podrían beneficiarse de este cierre. Podrían volver a ser amigos de verdad. Y aunque no conozco su parte de la historia, estoy convencida de que usted también necesita que ella la sepa.
Saludos cordiales, Alazia M.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro