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Vigésima segunda carta

Estimado señor Lindsay,

No sé qué le habrá dicho a Judy, pero cuando vino esta tarde, parecía mucho más tranquila. Incluso me dio las gracias por hacer tanto por ella. De modo que asumo que, lejos de ofenderse por mi intromisión, decidió escucharme. Si ese es el caso, me complace saberlo, aunque procuraré ser más respetuosa en el futuro.

Es irónico que Judy me dé las gracias. A final de cuentas, soy yo quien debería agradecerle. No tiene nada que ver con que le pague; ambas sabemos que siempre ha sido para mí mucho más que una simple empleada.

¿Se lo contó cuando le habló de mí? Espero que lo haya hecho. Judy es la única persona con la que he tenido contacto significativo y frecuente en estos últimos diez años. Fuera de la visita de Wanda y mis recientes intercambios con Sam, el mundo exterior no ha estado muy presente en mi vida.

Judy entró en escena como una fuerza avasallante. Al principio no solo la consideraba innecesaria, sino que no planeaba contar con sus servicios por mucho tiempo. No quería. Soy un poco neurótica y me saca de quicio que me cambien las cosas de lugar o que empleen un método distinto al mío a la hora de ocuparse de un quehacer. Si contraté a alguien para que ayudase, fue porque mis achaques no me dejaban hacerme cargo de todo.

Con la llegada de Judy, mi universo se sacudió de alguna forma. Era como tener que acostumbrarme a vivir con otra persona de nuevo, aunque no viviéramos realmente juntas y tampoco viniese tan seguido. Le parecerá una locura, pero yo también soy portadora de ese mal que consume a mujeres de cierta edad, cuando no pueden soportar la idea de que la persona que viene a limpiar encuentre algo sucio.

Definitivamente la presencia de Judy me incomodaba. Fue ella quien, con su paciencia y empatía, procuró acercarse a mí. Con el paso de los meses, la línea entre lo profesional y lo personal se fue desdibujando. Comenzó con ella preparando café para que lo bebiésemos juntas. Continuó con ocasionales paseos por el parque. Y, para cuando el primer año terminó, se había ganado mi confianza.

No quiero decir con esto que Judy y yo seamos hermanas del alma. Ese es un término que ya no creo poder reservar ni para mis antiguas amigas. Sin embargo, sí existe una lealtad entre nosotras de la que no me lamento, y que catalogaría como un cariño verdadero y reconfortante.

Es un alivio tenerla. Es un alivio tenerlo a usted, señor Lindsay. No creo que su hermana adoptiva se haya equivocado a la hora de reunirnos. Ella siempre ha tenido buena mano para estas cosas y el hecho de saber que usted lee mis cartas me ha proporcionado una extraña sensación de paz.

Saludos cordiales, Alazia M.

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