Vigésima octava carta
Estimado señor Lindsay,
Los odio. Los odio a todos.
Odio al doctor Führer y su ridícula condescendencia. Odio a Dorothy y su recién descubierta manía de contarme sobre su época como bailarina de ballet cuando intento dormir. Odio a las enfermeras que nos traen nuestra medicación y un minúsculo vaso de agua, como si tuvieran miedo de que nos ahogásemos. Apenas puedo cortar la carne con estos absurdos cuchillos de plástico. ¿De veras piensan que intentaré algo en un comedor colmado de gente?
¡No puedo ni ducharme tranquila! Un médico nos vigila, para cerciorarse de que no hagamos nada de lo que él pueda arrepentirse. Y llámeme anticuada, pero no me gusta que hombres que no conozco me vean desnuda. Aunque claro, ¿qué atracción podría despertarle algo así? Excuse mi vulgaridad; es que, sinceramente, en cualquier momento tendré que meterme los pechos dentro de los calcetines para no tropezarme cuando camino.
Me estoy volviendo loca. Cada día que paso aquí dentro siento menos deseos de salir. Me asusta lo que podría estar esperándome afuera. Me están lavando el cerebro, me están quitando mi voluntad.
No sé qué tendrá que decirles Judy para convencerlos, pero espero que me saque pronto de aquí.
Hoy más que nunca, lo entiendo.
Saludos cordiales, Alazia M.
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