Estimado señor Lindsay,

Por fin estoy en casa. Ahora sí que todo ha vuelto a la normalidad. Pude haber salido mucho antes, pero ya sabrá usted cómo son los médicos. Cuando se trata de enfermedades mentales, puede una decirles que está mejor un millón de veces y no le harán el menor caso.

Hoy ha salido el número de la revista de la que le hablé donde aparece el ensayo de Sam. Ella misma se ha asegurado de hacerme llegar una copia.

Está bien escrito. Demasiado bien escrito, diría yo. A pesar de ser un texto académico, la prosa de Sam tiene cierta musicalidad, cierta poesía, como si el ensayo en sí mismo fuese una más de mis obras de teatro. Con esto no quiero decir que yo escriba excepcionalmente bien. Oh, no. Hablo de que Sam parece haber comprendido y asimilado mi estilo hasta el punto de poder traducirlo a cualquier clase de discurso, enalteciendo sus aspectos más fuertes y eliminando los débiles.

La admiro. Me extraña que una persona como ella no se dedique a esto, y me extraña aún más que considere mis capacidades superiores a las suyas. Desearía tener su talento y su inteligencia.

En cuanto al mensaje en sí... no es ninguna mentira. Incluye todas las verdades incómodas y las trata con el suficiente tacto para no herirme. Sam tiene una sensibilidad asombrosa y sabe que está poniendo bajo la lupa la vida de otros seres humanos. No obstante, ni detrás de todo el maquillaje que su pluma pueda administrar, pueden esconderse los hechos más sombríos. No puede proteger a todos.

Ignoro dónde desembocará todo esto, pero la he felicitado de cualquier manera. Su profesor tiene razón: es excelente. Hasta se las arregló para hacerme llorar de nuevo. Solo me atrevo a esperar que esa sea la mayor de las consecuencias.

Saludos cordiales, Alazia M.