Trigésima sexta carta
Estimado señor Lindsay,
Finalmente soy libre. No libre del todo, pero tan libre como una persona que acaba de salir del infierno puede ser. Sabrá a qué me refiero.
He evitado volver a casa. Al subirme al taxi junto a Judy, no tenía idea de a dónde ir. Pero en cuanto el chofer preguntó, lo supe de inmediato. No, ni siquiera lo supe; lo dije, como si la certeza hubiese permanecido escondida en el fondo de mi mente hasta ese momento. El único sitio que podría salvarme: Daylight Palace.
Judy me repitió hasta el cansancio que era una locura.
—Puede quedarse en mi casa —ofreció.
—No. Hugh lo averiguaría —respondí con la vista al frente.
—Su exmarido no la está persiguiendo, señorita M. Además, no puede vivir en un hotel.
—Claro que sí. Ya lo he hecho antes.
—Eso fue durante los años veinte, cuando sus obras llenaban teatros. Las cosas han cambiado desde entonces.
—Tengo mis ahorros.
—Sus ahorros se desvanecerán en menos de un año si planea quedarse en un lugar así.
—No me quedaré más de lo necesario. Planeo vender la casa y dejar Nueva York tan rápido como pueda.
—Creí que era su ciudad.
La miré seriamente.
—No, Judy, te equivocas. Esta es su ciudad. Siempre lo ha sido, por mucho que insista en corretear por California y Europa. Y mientras esté en su ciudad, nunca estaré a salvo.
—¡Discúlpeme, pero esto no tiene sentido! —estalló—. El señor M. no tiene ningún interés en acosarla. Si al caso querrá hablar del ensayo de su amiga, pero no hay razón para escaparse de él.
—Eso es lo que tú crees —me defendí, los brazos cruzados sobre el pecho.
Judy suspiró, exasperada. No suele contradecirme, pero es evidente que está vez no pudo contra el impulso.
—¿Acaso no dijo que no se atrevería a volver a entrar al Daylight Palace?
Su pregunta me descolocó. Era cierto. Años atrás, antes de conocerla a ella, juré que jamás asomaría mi nariz por aquel hotel de nuevo. No podría.
Pensará que es algo tonto, señor Lindsay, puesto que nada grave sucedió. No hice ningún ridículo allí. Al contrario, era bastante apreciada y, de todas maneras, mis conocidos entre el personal ya se habrán jubilado. Pero no quiero que el Daylight Palace me vea así.
De alguna forma, he dotado a este edificio de características casi humanas. Tiene una personalidad altiva y elegante, pero también cálida y seductora. Engulle a los huéspedes con la boca entreabierta, los agasaja, los envuelve y los escupe con una sensación tibia en el estómago, que se extiende por todo el cuerpo. La sensación de haber asimilado el esplendor del mundo.
El Daylight Palace es una flapper, alta y esbelta, envuelta en un vistoso traje de ladrillos, piedra y neón. Es un símbolo de estatus, de dignidad, de juventud eterna y secretos por descubrir. Un monumento a todo lo que alguna vez poseí y me fue arrebatado.
Enfrentarlo después de en lo que me he convertido sería tan humillante como enfrentarme a Hugh.
Así que sí, entiendo la sorpresa y la reticencia que Judy mostró cuando le revelé mis planes. Sin embargo, no fue tan terrible como anticipé. La recepcionista me recibió con la clase de sonrisa a la que aquel establecimiento me tenía acostumbrada y no le importó en lo absoluto mi estado físico y emocional.
Descubrí que el Daylight Palace no solo es todas las cosas que mencioné anteriormente; sino que también es un punto de encuentro, un templo a la belleza que da la bienvenida a cualquiera que desee admirarla. Es un lugar de transformación, que toma como misión personal el dotar de hermosura a quien lo visite.
Y de este modo me aceptó, honesto y servicial, como si se estuviera reencontrando con una vieja amiga.
Incluso desde una de las habitaciones más baratas, la vista es preciosa, la cama es mullida, la ropa recién planchada acaricia la piel con devoción. Es aquí donde pertenecí en tiempos pasados. Es este el único sitio al que pude llamar hogar. Hugh nunca tuvo nada que ver.
Al menos por esta noche, estoy en casa.
Saludos cordiales, Alazia M.
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