Señor Lindsay,

Realmente estoy enloqueciendo. Ya no sé cuándo termina un día y empieza otro. No me dejan salir. No distingo el desayuno del almuerzo y el almuerzo de la cena. Todo sabe igual. Cuando me estaba duchando esta mañana, me pareció ver por un segundo que el médico vigilante había sacado el pene y se estaba masturbando. Pero cuando me atreví a mirarlo de nuevo, apenas un instante después, ya nada quedaba de esa imagen salvo su sonrisa. Le ha dicho al resto de los doctores y enfermeras que mi higiene es pésima, que a menudo huelo mal y que debería ducharme más seguido. No, duchas más largas. Más largas y más seguido.

Podría equivocarme sobre la masturbación. Podría haberlo alucinado. Alucino seguido porque el doctor modificó mi medicación de nuevo y me cuesta discernir entre lo que es real y lo que no. Todo debe ser parte del plan de Hugh.

Ya lo descubrí, ¿sabe? ¿Se lo conté? La idea es hacer que todos crean que estoy loca. No, volverme loca. Volverme loca realmente para que quienes hayan leído el ensayo piensen que la anécdota de los barbitúricos no es más que uno de mis desvaríos.

Quiere que muera aquí. Quiere deshacerse de mí y yo le di todos los medios para lograrlo. Yo me hice esto a mí misma.

Si las cosas siguen empeorando, tendré que hacerlo. Tendré que revelarle mi identidad, señor Lindsay. No hay mucho que pueda hacer desde su posición, lo sé, pero quizás, si le avisa a uno de sus guardias que me tienen aquí contra mi voluntad por una conspiración, los cuerpos policiales vengan en mi ayuda. Al menos eso espero.

Es mi única esperanza.

Alazia M.