Trigésima novena carta
Estimado señor Lindsay,
Hoy hice una llamada. No sé a qué se debió, considerando mi paranoia respecto a que alguien sepa dónde me escondo, pero esta mañana desperté con la súbita necesidad de tomar el teléfono.
Al principio creí que quería llamar a Sam. Presiento que la he herido mucho con mi desaparición. Sin embargo, no estoy lista para explicarle lo que ocurrió y, conociéndola, ya se habrá informado de alguna forma.
Tampoco llamé a Judy. Ha estado evitándome y no quiero molestarla si no es para decirle que por fin dejaré Daylight Palace. El único intercambio que tuvimos fue para acordar que continuaría enviándole mis cartas.
Ni siquiera me puse en contacto con todos aquellos amigos de Broadway que habían intentado localizarme en anteriores meses. Ninguno se preocupó por mí durante mi primera internación y lo que menos deseo hacer es dar explicaciones sobre mi vida actual a gente que me vio en mi mejor época.
La persona con la que finalmente decidí comunicarme tampoco hizo mucho por mí cuando los primeros síntomas de la enfermedad aparecieron. Y tampoco me apetecía contarle acerca de lo mal que me ha ido en estos últimos años.
No obstante, siempre hubo algo en él que lo separaba del resto. Algo que nos unió y que, a pesar de la distancia en tiempo y espacio, nos mantiene unidos. Una maravillosa disposición a la amistad que creí haber olvidado, pero que regresó con fuerza desde que Judy mencionó su nombre.
Así que hoy, a eso de la hora del almuerzo, pedí una guía telefónica en recepción y marqué el número que volvería a cruzar nuestros caminos.
—¿Hola? —dijo él. Su voz sonaba más grave de lo que la recordaba.
—Uh... hola —respondí yo, forzando una sonrisa que, esperaba, se trasluciera en mi tono—. Soy... soy Allie, ¿te acuerdas?
—Allie, Allie, Allie... —murmuró Vincent, intentando hacer memoria.
—¿Alazia M.?
—¡Allie! —exclamó por fin—. Claro, claro. Qué... qué gusto saber de ti. Han sido... han sido años. ¿Cómo estás?
—He estado mejor.
—Sí, sí, lo escuché. Es decir, lo leí. Y... ¿y cómo va eso?
—Bien, eso creo. Estoy haciendo lo que puedo para reconstruir mi vida.
—Allie, Allie, escúchame, Allie, traté de llamarte. Te llamé y una mujer... una mujer que... ¿Jenny?
—Judy.
—Sí, sí, Judy, ese era su nombre. Y me dijo, Allie, escúchame, me dijo que no podías hablar. ¿Qué pasó? ¿Estabas internada? Le pregunté por la clínica, pero no me reveló ninguna información. De veras quería ir a verte, Allie. De veras, de veras quería ir a verte.
Resoplé.
—Lo sé y lo lamento. No tenía idea. Además, no me dejaban recibir visitas de todos modos.
—Bueno, eso no importa —dijo en tono más alegre—. Estás bien ahora, ¿no es así? Podemos... podemos vernos, ¿no?
—No exactamente.
Vincent emitió un sonido de confusión.
—No puedo salir, Vince —aclaré—. Estoy... Es difícil de explicar. Estoy imposibilitada de abandonar el edificio en el que me encuentro.
—Oh, vaya... —Sonaba decepcionado—. Pues... pues a lo mejor puedo ir a visitarte. No... no tienes que salir. ¿Qué te parece, eh? Dime dónde estás para que...
—De acuerdo, tranquilo. Te diré dónde estoy, pero no puedes decírselo a nadie. Nadie, bajo ningún concepto, debe saber que estoy aquí.
Hubo un silencio.
—No puedes verme pero acabo de hacer gesto de juramento —me informó Vincent.
—Bien. —Tomé aire—. Estoy en Daylight Palace.
—Sí, claro, claro. Desde luego que... Era de esperarse. ¿Cuándo quieres que vaya? No te preocupes, iré solo.
Después de negociar unos pocos segundos, pactamos la fecha y hora de nuestra cita. Será este fin de semana y, ahora que lo pienso, estoy nerviosa. No parece que fuera a reunirme con un viejo amigo. Me siento como si fueran a juzgarme por mis crímenes. El crimen de haber fracasado, de haber sido derrotada, de haberme rendido. El crimen de haber echado mi vida a la basura.
Aun así, una parte de mí no puede esperar para ver a Vincent. Será lo más cercano a mi época dorada que jamás podré tener.
Saludos cordiales, Alazia M.
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