Decimoctava carta
Estimado señor Lindsay,
La señorita Sam acaba de marcharse. Cuando respondí a su carta diciendo que podíamos tomar el té juntas cuando quisiera, no esperó ni cinco minutos antes de telefonearme y preguntarme qué día me venía mejor. Ha sido muy amable. De modo que sugerí que nos viésemos esta tarde, en mi casa.
Es una jovencita encantadora. Tiene el cabello tan corto como yo lo tuve en su día y los ojos más azules que haya visto. Puede caminar, pero prefiere desplazarse en una silla de ruedas porque suele cansarse a los pocos pasos. No quise indagar más en el asunto. Parecía bastante ansiosa por comenzar y no era mi deseo robarle su tiempo con mis intromisiones.
Lo primero que mencionó después de saludarnos en la entrada fue que le gusta el café, y me pidió permiso para prepararse un poco. Terminé haciéndoselo yo misma, porque al ser la anfitriona, no pensaba dejar que mi invitada moviese un dedo. Un rato más tarde estábamos sentadas en la sala de estar, ella con su taza de expresso y yo con mi té de manzanilla. Tiene una de esas grabadoras modernas y la colocó sobre la mesa de café antes de empezar.
Dios, esa chica no se anda con rodeos. Nada más presionar el botón, comenzó a plantear un montón de preguntas, para muchas de las cuales yo no encontraba respuesta. Por mi parte, seguía bastante insegura de la ropa que me había puesto —todos mis vestidos han pasado de moda y la mayoría ya no me quedan bien—, y un interrogatorio como aquel era lo que menos necesitaba para calmarme.
—Señorita M. —dijo Sam. Su voz es bastante nasal y habla extremadamente rápido—, debo confesar que soy una gran aficionada al Broadway de los años veinte. No he hecho más que escuchar historias, leer obras y ver fotografías, claro está, pero siempre me he sentido muy atraída por todo esto. Es decir, estamos hablando de la época de la ostentación y el glamour, ¿sabe a lo que me refiero? Desde luego que lo sabe, si usted lo vivió... Pues a eso va mi pregunta, ¿qué recuerda del ambiente teatral? ¿Cómo percibe a las obras de otros autores? ¿Cómo estas influenciaron su propio trabajo? ¿A qué atribuye su éxito? ¿Estoy haciendo demasiadas preguntas?
No pude evitar reír. Fue una risa vacía que no significaría nada en un rato, pero por un momento, me sentí genuinamente divertida por la situación. Sam tiene una energía sorprendente.
—Descuida, descuida —la tranquilicé antes de darle un sorbo a mi té. Hice un esfuerzo por recordar—. Mi exmarido y yo íbamos al teatro muy a menudo, aunque, por la naturaleza de nuestro trabajo, debíamos pasar más tiempo desarrollando nuestras propias producciones que asistiendo a las de los demás. No estoy segura de que eso me haya influenciado. No realmente. Nosotros... Es decir, Hugh y yo, siempre tratábamos de hacer lo nuestro. Yo provenía de un entorno que no tenía nada que ver con Broadway. De vez en cuando iba al cine o a alguna obra comunitaria, pero en Nueva Orleans el arte dramático era la menor de mis preocupaciones. Soñaba, eso sí, con convertirme en actriz.
Sam asintió repetidamente y se apartó el flequillo de la cara.
—¿Y qué sucedió con ese sueño? —inquirió, inclinándose hacia adelante—. ¿Por qué renunció a él?
—No lo sé. —Me encogí de hombros—. Supongo que me di cuenta de que no tenía sentido. Participé de un club de teatro en mis años de adolescencia. Todos los días, durante los ensayos, me sentaba a ver las cosas impresionantes que mis compañeras podían hacer. Echarse a llorar de la nada, soltar una carcajada tan convincente que las mejillas se enrojecían, recitar monólogos de tres páginas de extensión de memoria... Jamás habría podido hacer algo así. Me di cuenta de que los actores eran individuos especiales y yo no contaba con el don que ellos poseían.
»Sin embargo, fue a través de la lectura que descubrí mi propio poder. La mayoría de las veces, no eran quienes aparecían en el escenario los que dotaban a la escena de sensibilidad y encanto. Las representaban magistralmente, por supuesto, pero ellos no las habían concebido así. Solo seguían órdenes. Y qué mágico era eso. Que alguien, igual que un hechicero, pudiese agitar una varita e hipnotizar a estos seres superiores, con el fin de apoderarse de las emociones de todos los presentes. Un buen director, un buen dramaturgo... también tiene la posibilidad de controlar eso. De hecho, si es especialmente talentoso, tiene incluso más poder que un actor.
—¿Y diría usted que tiene ese talento? —dijo Sam. Absorbida como estaba por la plática, tardó en percatarse de la imprudencia que había cometido—. Quiero decir, en mi opinión lo tiene. He leído sus obras y transmite tanto solo con las palabras. Debe haber sido asombroso ver una en vivo... Pero, independientemente de eso, ¿qué es lo que usted cree? ¿Lo tiene?
Pensativa, acerqué la taza a mi nariz e inspiré su vapor. Entonces la volví a bajar y mi mirada bajó con ella.
—No.
Cuando miré a Sam de nuevo, lucía devastada. No pensé que su fe en mí llegase hasta tal extremo.
—Pues yo sí lo creo —me sonrió—. Y mucha gente parecía creerlo también.
—Hugh nunca lo creyó —suspiré.
—¿Hugh? ¿Se refiere a su exmarido? ¿El hombre que aparece con usted en todas las fotografías?
—Él no aparece conmigo; yo aparecía con él. Él siempre fue la verdadera estrella. Era quien hacía las correcciones necesarias, quien trabajaba con los actores e implementaba los cambios que mejorarían las obras. Él hacía las obras, yo solo las escribía.
—Él dirigía las obras, pero eran suyas —corrigió amablemente, aunque enseguida pareció notar la descortesía de aquella afirmación—. Disculpe, será mejor continuar. Entonces... uh, bueno, ¿le molesta hablar de su exmarido?
—En lo absoluto —la tranquilicé.
—De acuerdo... —Buscó entre sus notas, mordiéndose la lengua. Sin embargo, pronto cerró la agenda y la dejó sobre la mesa, junto a la grabadora—. Pues él está en París ahora, ¿no es así?
—¿Lo está? —Alcé las cejas.
—Sí, con su esposa, Sylvia. Se han ido de luna de miel.
—¿De veras? ¿Y qué le ocurrió a Esther Algo?
—Llevan años divorciados. —Se detuvo para humedecerse los labios—. Lo lamento, no era mi intención ser indiscreta.
—Está bien, ha pasado más de una década. No hay ningún problema.
—Pues está en París.
—Bien por él —sonreí, echándole más azúcar a mi té.
—¿Viajaban mucho cuando estaban casados? ¿Vivieron algo que la inspirase a escribir?
—No, no viajábamos mucho. Ni siquiera luego de la boda. Nuestro hogar era Nueva York. Ya no soportaría vivir en ninguna otra parte. Creo que si intentara salir de la ciudad... me marchitaría. No, no. —Negué con la cabeza—. Era imposible irnos. Y, pues... pienso que todo me inspiró de alguna forma a escribir.
—¿Ha escrito algo últimamente?
—Solo cartas. Es una etapa que ya he superado.
—¿Es posible superar la pasión?
—Todas las pasiones son prescindibles, sobre todo cuando nos destruyen.
Sam me miró, confundida.
—No parecía estarse destruyendo en sus obras. De hecho, la mayoría me parecen muy reivindicativas. Un tema que se repite constantemente es la liberación. Ya sean mujeres, hombres, niños o entes sobrenaturales, los personajes siempre parecen liberarse al final. Asumí que escribía sobre eso como...
—Como vía de escape, precisamente. A través de esos personajes vivía lo inalcanzable. Pero eso era un problema. Me estaba consumiendo. Era como recordarme día tras día, obsesivamente, que había personas que sentían cosas que yo jamás podría sentir, que lograban cosas que yo jamás podría lograr. Y yo los concebía e inmortalizaba, y se me aplaudía por ello. Y, a pesar de que no deseo pecar de engreída, hay una enorme posibilidad de que esas obras hayan significado algo para alguien. Que esas historias hayan convencido a alguien como yo de que podía ser diferente, podía liberarse.
»Era enfermizo. Era cobrar por decir mentiras. Era una estafa.
—El teatro en sí es una estafa —dijo Sam, un tanto decepcionada—. El teatro siempre ha sido cobrar por decir mentiras. La ficción en general está constituida por mentiras. Pero no es enfermizo. Son mentiras que curan, no por sí mismas, sino que motivando a curarse. Y cuando habla de cómo tanta gente creyó que eso era posible para ellos gracias a usted, no lo veo como una estafa; lo veo como un legado maravilloso.
»No puede hacerse responsable de quien haya llorado viendo una de sus obras y haya sentido que le hablaba directamente, solo para olvidarse del asunto al llegar a casa y continuar con su vida. Pero si alguien se vio lo bastante movilizado para hacer un cambio real, el mérito es todo suyo. Son sus palabras, es su mensaje, y los actores y el director... son solo intermediarios que permiten que se transmita mejor.
Acto seguido, hizo rodar su silla de ruedas hacia el grabador y detuvo la cinta.
—Míreme, señorita M. —Gesticuló con los brazos abiertos—. No puedo permanecer más de dos minutos de pie. Entré a esa academia por accidente, por razones que escapaban a mi control, segura de que no había ganado ninguna batalla. Estaba segura de que no saldría de allí con un título, mucho menos con una carrera de teatro en la puerta.
»Y aun así, cuando comencé a investigar y descubrí su obra... La chica de los huesos de papel... —Es una obra bastante difícil de encontrar, así que no creo que haya problema si la menciono en una carta—. El personaje principal, Evelyn, me sacudió de una forma tan tremenda que recuerdo haber pensado: «podría conseguirlo. Este es un personaje que podría interpretar.» Y de un momento a otro, me estaba visualizando a mí misma como una verdadera actriz por primera vez en mi vida.
Se dirigió hacia la puerta con grabador y libreta en mano y yo la acompañé. Sus ojos azules ascendieron hacia los míos y no se despegaron de ellos.
—¿Eso le parece un engaño, una estafa? ¿Le parece mérito de su exesposo o de sus actores? Porque si cree que me ha mentido... bien podría renunciar a todo ahora.
Se levantó de la silla y yo la ayudé a bajar los escalones, todavía en silencio. No he podido decir nada desde entonces.
Desconozco si Sam volverá a llamar o no, pero espero que lo haga. Sé que la próxima vez que la vea —si hay una próxima— voy a pedirle disculpas. Y también quiero pedirle disculpas a usted, señor Lindsay, si en algún momento lo hice sentirse capaz de cambiar, solo para hacer que la alazia volviera tan rápido como se fue.
Saludos cordiales, Alazia M.
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