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Cuadragésima carta

Estimado señor Lindsay,

Vincent vino hace dos días, pero hasta ahora no había hallado la fuerza para hablar al respecto. Las palabras se me escabullían cada vez que me sentaba a escribir.

Como habíamos acordado, nos reunimos en la recepción del hotel el sábado a las cuatro en punto. Luego de pedir permiso al administrador —de quien creo ya haberme convertido en amiga—, mudamos nuestro encuentro a la cafetería, con una bandeja de muffins y dos tazas de té entre nosotros.

Vincent ha madurado en un hombre muy apuesto. Desconozco los procesos que habrá seguido, pero su atractivo físico es indiscutible. Por supuesto, nunca fue una persona poco agraciada, incluso antes de la transición. Tiene unos ojos castaños sumamente expresivos y una nariz recta y elegante.

—Lo supe por un pequeño reportaje —me contó al tocar el tema de mi incidente—. Es decir, que habías dicho eso. Lo del ensayo de la estudiante de teatro, ¿sabes? Cielos, Allie, ¿es cierto? ¿De verdad ocurrió así?

Asentí, evitando su mirada oscura.

—Nunca nos dijiste nada. Me llama la atención que hayas querido guardar el secreto hasta ahora.

—La chica tocó un par de fibras sensibles y tuve piedad —bufé.

—Pues en el momento en que leí el artículo, me di cuenta de que tenía que buscarte. No como una señal, no, no. Yo no creo en las predestinaciones. Pero intuí que necesitarías a un amigo y me imaginé que debía ser yo.

—Tenías razón —sonreí débilmente. Su mano envolvió la mía por encima de la mesa.

—¿Y por qué te escondes aquí? —preguntó él—. ¿Qué sucedió? La última noticia que tuve fue que habías enfermado y que estabas hospitalizada. Tu amiga Judy me lo dijo.

—Sí, es una larga historia, pero pasé algunas semanas indispuesta. Tuve un... un pequeño desliz. Estaba... estoy preocupada por... tú sabes, por Hugh. Por cómo se lo habrá tomado. Lleva tiempo queriendo hablar conmigo.

Vincent parecía azorado.

—Oh, cielos, Allie, yo... Yo le escribí una carta. A su casa, ¿sabes? Su casa en Los Ángeles. Quería preguntarle si sabía algo de ti, pero nunca contestó. Espero no haber tenido nada que...

—No fue tu culpa —lo interrumpí—. El ensayo se publicó en su revista favorita. Está claro que allí fue donde lo leyó. Por fortuna, da la impresión de haberse olvidado del asunto.

—Más le vale. No hay forma de que permita que te lastime. No luego de que Ruby...

Solo su nombre sembró una extraña sensación en mi estómago, que disipé tragando saliva.

—¿Has sabido algo de Minnie? —consulté.

—Me temo que no. Supongo que podría intentar ubicarla, pero... me da miedo, ¿sabes?

Él lanzó una risita incómoda y yo me le uní. Sabía a lo que se refería. A mí también me asusta toparme con la realidad de alguien a quien le he dado la espalda. Me asusta enterarme de que sufrió el mismo destino que Ruby, aunque su vida no podría ser más diferente a la que ella llevó.

—¿Y qué ha sido de ti, Vince? —sonreí, dándole un sorbo a mi té—. ¿A qué te dedicas?

—Estoy en el negocio de los coches usados. No puedo decir que me vaya de maravilla, pero pagamos las cuentas.

—¿Pagamos?

—Charlie y yo. —Dedicó un par de rápidas miradas a nuestro entorno, para asegurarse de que nadie estuviera escuchando, y se inclinó hacia mí—. Charlie es mi... mi compañero, ¿sabes?

—Oh, ya veo.

—Sí, y tiene... Bueno, tenemos un concesionario. Era de su padre, pero falleció hace ya varios años. Neumonía, hasta donde sé. Terrible, terrible, honestamente terrible. De modo que Charlie y yo nos ganamos la vida con los coches usados. No necesito papeles, así que es un gran trato. Estamos a pocos kilómetros de Nueva York y compartimos una casa de dos habitaciones. Somos felices juntos.

—Me alegro mucho por ti, Vince. Te lo mereces.

—Fue difícil, Allie —respondió con repentina nostalgia—. Separarme de mis padres, mis amigos, mi trabajo. Vivian tenía grandes cosas por delante. Era una secretaria leal, una chica popular en las fiestas, una hija por la que enorgullecerse. Pudo haber llegado lejos. Pudo haberse casado y formado una familia. Pudo haberse convertido en la esposa de Charlie. No su socio, no su compañero de piso, no su secreto sucio; su esposa. A veces... no es que me arrepienta de lo que hice, no, no. Pero quisiera...

—Pero Vivian no existe —le recordé—. Vivian dejó de existir hace décadas, si es que alguna vez fue real en lo absoluto. E incluso entonces, lo único que tenía era un empleo de medio tiempo mal pagado y el encanto para hacer que el novio de turno le pagase las borracheras el fin de semana.

»Vivian jamás podría haberse casado con Charlie, porque Charlie está enamorado de Vincent. Fue Vincent quien lo conquistó, fue Vincent quien consiguió ese trabajo, es Vincent quien está sentado frente a mí. Y es una persona de la que siempre me he sentido profundamente orgullosa.

»Sé que fue doloroso. Vince, cariño, te escuché llorar. Todas esas noches en que bebías y te acurrucabas conmigo en el sofá del departamento con la cabeza apoyada en mi regazo, mientras Hugh dormía en la habitación contigua. Solías decirme que te odiabas, que darías cualquier cosa por cambiar, por sentirte cómodo en tu propia piel.

»¿Y qué es lo que me dices hoy? —Vincent no contestó, bajando la mirada. Volví a tomar sus manos—. Que aunque fue difícil, no te arrepientes de nada. No sabes cuánto me alegra oírte pronunciar esas palabras.

No pudo evitarlo. Tuvo que sonreír. Y yo sonreí con él. Más allá de lo que implicaba mi discurso, no sonreía porque estuviese contenta. Aliviada, quizás. Una suerte de felicidad de segunda mano, pues era mi amigo y me gustaba verlo mejor de lo que alguna vez había estado. Pero me di cuenta de que, sin importar de dónde viniese la sensación, era tan honesta como la que sentí al recibir los aplausos por mi primer éxito. No necesitaba nada más.

—Puedes quedarte en casa un tiempo —anunció él, secándose las lágrimas.

La oferta me tomó con la guardia baja.

—¿Disculpa?

—A Charlie no le molestará, te lo aseguro. Le he hablado de ti. Ya sabe que eres especialmente flexible con... ciertas cuestiones. De hecho, le pregunté si estaría de acuerdo con que vivieras con nosotros antes de venir hasta aquí. ¡Y lo está! Sí, sí, lo está. Cree que...

—No puedo —dije sin pensar.

—¿Qué? Allie, ¿qué quieres decir con que no puedes?

—Quisiera quedarme en Daylight Palace un tiempo antes de irme definitivamente. No puedo seguir involucrando a terceros. Me corresponde a mí tomar las riendas de mi vida.

—¿Así que abandonarás Nueva York?

—Lo más pronto posible.

Vincent no lucía convencido.

—Vaya, Allie, eso... eso no suena como algo que tú harías. Ni siquiera cuando...

—He hecho muchas cosas que no sonaban como algo que yo haría. Esta es solo una más.

—Bueno, si eso... Es decir, si eso es lo que quieres hacer, no voy a detenerte. Solo... No es por una amenaza real, ¿cierto? No es que tengas miedo de que él...

—No, créeme. Esto no tiene nada que ver con Hugh.

Para mi sorpresa, me descubrí a mí misma diciendo la verdad. No se confunda, puesto que sigue siendo un hecho que no quiero enfrentarme a Hugh. Para ser honesta, aún planeo hacer cualquier cosa con tal de impedir que eso ocurra. Pero, por primera vez, hay algo más bajo la superficie. Algo que, aunque no sabría definirlo, es tan real como mi cobardía.

Vincent y yo quisimos retomar la conversación, llevarla a un terreno más cómodo, pero no lo logramos. Al despedirnos, los dos fuimos conscientes de que no nos volveríamos a ver. Nos abrazamos y nos dijimos que nos queríamos. Su falso «hasta luego» me arrancó una última risa antes de que nuestros destinos se separaran para siempre.

Saludos cordiales, Alazia M.

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