Carta del 10/12/2086
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10/12/2086
Esto son cartas al aire, sé que jamás nadie las va a leer, pero, una vez más, voy a dirigirme a alguien hoy, lo necesito, se lo voy a contar a alguien, te lo voy a contar a ti...
Hoy ha sido un día como cuando rescaté a Lobi, pero peor...
Está haciendo un frío de muerte y las posibilidades de cruzarme con gente son mínimas. Tanto es así, que tiendo a ir más relajada, no voy con el arco preparado como en otras épocas del año porque, por el campo o por el bosque, en estas fechas, difícilmente voy a encontrarme con otro loco viajando o intentado sobrevivir aquí, pues nosotras detuvimos hace unas semanas nuestra marcha por el maldito frío...
Pues eso, no esperaba encontrarme a nadie e iba más o menos despreocupada, buscando algo para comer, mientras Lobi, a una cierta distancia, estaba probando suerte a solas, supongo, u oliendo algún rastro, no lo sé...
El caso es que me he parado para quitarme el chaquetón, porque justo hoy parecía que hacía menos frío y con la caminata empezaba a sentir un poco de sudoración. Y no es bueno que sude porque puedo enfermar con los cambios de temperatura, así que... Me he detenido, me he quitado el chaquetón, me he agachado para guardarlo en mi mochila y, desde esa posición, he mirado al cielo que estaba completamente despejado, pintado de un celeste precioso, con el sol reinando en lo más alto sobre nuestras cabezas...
La nieve, asentada sobre la tierra, posada sobre las copas de los árboles, teñía todo el paisaje de blanco y ha sido un momento único, incluso me he permitido disfrutar un instante de los rayos ultravioletas...
Sí, he bajado la guardia como otras veces, tampoco es un crimen, todo el tiempo no puedo estar en alerta máxima, todo el tiempo no puedo vivir acojonada. A veces, cuando no veo peligro, me relajo... ¡Pues muy mal! ¡Error!
Justo cuando me he incorporado, a unos metros de Lobi, he visto a un tipo vestido de camuflaje... Estaba sentado encima de unas rocas que le daban una posición de ventaja y apuntaba al cuerpo de mi loba con un fusil de asalto. He identificado el fusil, porque a estas alturas distingo con bastante facilidad cualquier arma...
No me ha dado tiempo a pensar, antes de haberlo hecho, ya tenía mi arco preparado y apuntándolo. Entonces, he gritado:
—¡Lobi!
Y ella, mi pequeña loba salvaje, ha debido percibir la urgencia en mi voz porque ni siquiera se lo ha planteado, ha corrido hacia mí sin pensarlo demasiado.
El hombre ha dirigido toda su atención hacia mí, pero yo he seguido apuntado a su torso, sin dudar un segundo, sin temblar.
—¡Ey! ¡No queremos problemas! —he exclamado al aire, esperando que me escuchara y dejara el fusil a un lado.
—¡¿Es tuyo?!
Su cuerpo se ha movido de una forma extraña, como si estuviera herido. Ha bajado el fusil un poco, pero sin dejar de sostenerlo en nuestra dirección y yo me he limitado a asentir, sin aclararle que Lobi es libre y que es una chica.
Entonces, el desconocido se ha movido y... ¡Boom! He disparado. Ni me lo he pensado. La flecha ha rozado su hombro, hiriéndolo y tomándolo por sorpresa, pues el fusil se ha disparado hacia el cielo, pero, aun así, me he agachado, las balas siempre son traicioneras.
—Lobi —le he susurrado a mi pequeña, y ella ha venido junto a mí lentamente, en posición de defensa, enseñando sus dientes afilados.
No sé si he sido consciente de disparar, pero creo que lo he hecho por puro instinto, aquel tipo era una amenaza y cualquier amenaza que ponga en entredicho nuestra vida debe ser erradicada.
—¡Joder! —ha exclamado el desconocido a unos metros de distancia...
No sabía si seguir agachada o salir corriendo, sabía que seguía teniendo un arma de fuego cerca y sentía la adrenalina corriendo por todo mi cuerpo como si fuera electricidad.
—Mierda —lo he escuchado murmurar, pero he seguido en silencio hasta que ha dicho—: ¡Ey! ¡Pensaba que la loba me podía atacar, maldita estúpida, estoy herido!
Sí, bueno, he pensado... O quizás sólo me está engañando.
—¡Oye! ¡Niña! —Tal como lo he escuchado he arrugado el ceño. ¿Niña? ¿Parezco una niña?— ¿No te vas a dignar a ayudarme?
¿Está zumbado? ¡Claro que no!
—¡Ey! ¡Niña!
—¡No soy una niña! —he saltado como una idiota.
—¡¿Ah, con que no?! ¡Pues sé una adulta y ven aquí! ¿O piensas dejarme morir?
Hum... ¿Tan malo sería?
He mirado a Lobi y después al suelo... ¡Arg! ¡Maldita empatía heredada de mi padre!
Con mi arco preparado, he encaminado los pasos con cautela hacia los quejidos que emitía el desconocido como si fueran susurros y he visto su fusil a un metro de él. ¿Lo primero que he hecho? Exacto. He cogido el arma como alma que lleva el diablo y me la he colgado al hombro.
—Qué precavida...
—Nos estabas apuntando.
—No, estaba bajando el arma.
—Bueno, yo no lo he visto así...
—Hum... Está bien, ¿me vas a ayudar o no?
Ha emitido un gemido que sonaba bastante doloroso y su imagen tampoco ayudaba a pensar en otra cosa... La flecha había herido su hombro, pero lo que me ha llamado realmente la atención es que su pierna derecha y su costado, estaban manchados con una gran cantidad de sangre y esas heridas no las había ocasionado yo.
—Por favor, ayúdame.
Sus ojos, oscuros, se han entrecerrado por el dolor y yo he chasqueado la lengua enfadada. ¡Joder!
Y así ha sido cómo he acabado con otro "rescatado" en mi refugio...
Ahora mismo, el chico, porque ahora puedo decir que es un chico de unos veintitantos años, me observa desde la otra punta del granero. Está arrugando el ceño y yo sé que, probablemente, yo esté haciendo lo mismo... No me gusta, he cometido el error de mi vida.
Por la mañana deberé irme con Lobi a otro lugar, pero nos hemos hartado de andar por ahí, buscando comida, a lo largo de todo este mes invernal, y no hemos encontrado otro refugio... No me gusta la idea de salir mañana en busca de otro lugar con la ola de frío que nos está azotando en las últimas semanas. Es demasiado arriesgado... Pero, supongo, que más arriesgado será compartir lugar con este desconocido.
Lo peor es que lo he traído yo hasta aquí, ayudándolo a caminar, ¡encima! ¡Si es que soy idiota! ¿Quién me manda a mí servirle de muleta y traerlo hasta aquí?
En el poco trayecto que nos separaba hasta llegar al granero, no ha dicho nada, se ha limitado a apoyarse en mí, pasando un brazo sobre mis hombros... Y es alto, lo que quiere decir que pesa, ¿sabes, "aire"... "o seas quien seas que lees esto"? ¡Dios! ¡Qué estúpida he sido!
Lo único que he hecho es amenazarle con Lobi cuando estaba ayudándolo a incorporarse para empezar a caminar... Le he dicho:
—Una orden mía y te matará.
Obviamente, era mentira. Lobi sólo le gruñía porque ha visto, al igual que yo, que era una amenaza, pero no sabe ninguna orden. Sin embargo, me ha parecido que era mejor atemorizarlo por si intentaba hacerme algo... ¿Qué? Me ha parecido buena idea. Podía estar mintiendo y no estar tan herido como parecía.
Aunque, en realidad, sí que está bastante herido... En el pequeño trayecto que hemos recorrido, se quejaba chasqueando la lengua, apretaba la mandíbula y maldecía de vez en cuando. Cuando hemos llegado y le he ayudado a sentarse sobre algo de paja seca, ha resoplado audiblemente y, después, cuando me ha pedido ayuda para curarlo, he podido ver la extensión de sus heridas...
—Niña, ¿me ayudas a quitarme esto? —me ha dicho, tirando de su chaleco.
—No me llames niña —le he recalcado.
—Está bien, adulta, ¿me ayudas?
—¿Te crees muy gracioso? —le he preguntado, mientras le ayudaba a quitarse las prendas que ocultaban su torso.
Ha hecho un gesto de dolor cuando hemos sacado entre los dos su camiseta interior, pero, después, por alguna razón, me ha sonreído respondiéndome:
—No, lo que me creo es muy enfadado, me has herido y no sé cómo no has visto que ya lo estaba, que no hacía falta dispararme.
—Nos has apuntado...
—Sólo he apuntado a la loba, pensaba que podría atacarme y, como has visto, no estaba sentado por gusto, apenas podía moverme.
—Bueno, a mí me ha parecido que nos has apuntado...
—Claramente, he bajado el arma.
—Pues desde la distancia no me lo ha parecido.
—Pero, ¿no sabes distinguir una amenaza?
—Todo el mundo es una amenaza.
Entonces, no ha dicho nada, simplemente, serio, me ha mantenido unos segundos la mirada y me ha pedido que sacara de su macuto toda una serie de equipamiento de primeros auxilios... El silencio se ha hecho entre nosotros y ha murmurado con evidente tensión en su voz:
—Está bien, me llamo Unai, ¿y tú te llamas...?
—¿Niña?
—¿Y tú te llamas...? —ha vuelto a repetir.
—Naya —he acabado diciendo.
—Bien, Naya, ¿podrías, por favor, ayudarme a no morir desangrado?
Y, la verdad es que, he asentido no muy convencida de ello, pero he comenzado a seguir sus instrucciones para ayudarle... ¿Resumiendo? Ha sido un procedimiento doloroso y sangriento en el que lo he curado siguiendo sus indicaciones. Unai ha acallado varios gritos de dolor apretando los dientes y, cuando lograba calmarse, continuaba guiándome.
La herida que le he hecho es limpia, he disparado con precisión, así que no ha hecho falta puntos de sutura, con cubrir la herida con gasas estériles que llevaba en su mochila ha sido suficiente... Que, por cierto, ¿de dónde habrá sacado todo el repertorio médico? Si algo escasea en estos tiempos, es precisamente esto.
En cualquier caso, las demás heridas eran más contundente y él mismo ha cosido su piel... Querido "aire" o lector, o quien seas, te ahorro el espectáculo sangriento, no lo describiré... Ha sido, sencillamente, duro de ver.
Ahora, desde la otra punta del granero, con Lobi a mi lado, sigo sin perderlo de vista, pero manteniendo las distancias con él. Me niego categóricamente a mantener algún tipo de conversación con él... Mañana nos iremos y lo dejaremos atrás. Ya he hecho mi buena acción del día. No sé quién es, no puedo permitirme que se recupere y que sea un peligro tanto para mí como para Lobi...
Sus ojos, cansados, no dejan de mirarme y tiendo a quitarle la vista, me incomoda su escrutinio. Sus manos aún tienen restos de su propia sangre y, aunque yo me he afanado en quitarme la rojez que ha impregnado las mías, no lo he hecho muy bien a causa del frío y, a medida que escribo, todavía puedo ver algo de color escarlata en mis dedos...
No puedo creer que lo haya ayudado... Lo miro y veo cómo el cansancio le puede, sus ojos, oscuros como la noche, se cierran poco a poco. Lo observo y no veo cómo podría hacernos daño herido y sin sus armas, pues las tengo conmigo... Pero, no sé quién es, no puedo confiar en él.
Se mueve intentado acomodarse y gruñe por el dolor... Una venda envuelve su hombro, pasando bajo su brazo y rodeando su pecho en el proceso. Las mantas viejas que había en el granero, cubren parte de su cuerpo...
Es un tipo duro, apenas se ha quejado y las heridas que tienen son para hacerlo. Incluso la de su muslo, que ha sangrado menos que la del costado, parecía profunda. Pero él, sólo se permite, de vez en cuando, encoger su rostro por el dolor... Puede que sea militar, perteneciente al ejército, ¿quién sabe con qué bando está, a quién pertenezca su lealtad?
El conflicto armado paró hace algún tiempo, pero los rescoldos se pueden respirar... ¿Y si fue o, mejor dicho, es el enemigo? ¿Y si yo también soy la enemiga para él?
¡Arg! Debo irme antes de que sus heridas se curen, antes de que se recupere...
Y de verdad que me gustaría que las cosas fueran sencillas, como cuando dos niños, sin conocerse de nada, coinciden en un espacio, poco importa el lugar, y dicen: "¿Jugamos?"; y ya está. No hace falta nada más, se ponen a jugar, entablan una relación, así, sin conocerse de nada... Si nosotros somos adultos, ¿no deberíamos hacerlo mejor que dos niños pequeños? Porque incluso después de tanta barbarie, he visto en los campos de refugiados, cómo niños, que no se conocían de nada, se daban consuelo, calor...
Pero no, los adultos no actuamos así, los adultos prejuzgamos, analizamos, sentimos la imperiosa necesidad de conocernos mejor para confiar en el otro, somos desconfiados... Y, en definitiva, pensamos demasiado.
¿Pero cómo no hacerlo después de haber vivido tanto horror? ¿Cómo confiar en él, en Unai?
Ahora, herido, dormido, con su respiración lenta y pausada, no parece peligroso, pero podría llegar a serlo.
Lobi se remueve a mi lado. Es hora de guardar esta nueva carta...
"Aire" o seas quien seas que lees esto, gracias por permitirme, una vez más, desahogarme y hacer que mantenga la cordura.
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