Cartas a lo Ninja
Theresa era brillante. Esa era la mejor manera en que Randy podía describirla. Ella iluminaba su mundo cada vez que estaba cerca. Su risa era contagiosa, y su sonrisa nunca dejaba de atraerlo al trance.
Randy pensó que era inevitable que se enamorara de ella desde que le salvó de las garras del hechicero. Sin embargo, creció lentamente. La admiración se convirtió en un enamoramiento, y ese enamoramiento floreció en amor, pero aún no estaba listo para admitirlo. Le había llevado tanto tiempo finalmente admitir que estaba enamorado y que no estaba seguro de si alguna vez podría decirle a Theresa cómo se sentía.
Entonces... ¿Qué más podría hacer?
Aparentemente, enviar cartas de amor anónimas fue lo único que le vino a la mente.
(...)
Randy contuvo el aliento mientras se preparaba para colocar la nota en el casillero de Theresa. Sabía que tenía que hacerlo pronto para que ella no lo viera y se diera cuenta de su plan, pero sus nervios lo estaban frenando. Fue raro. Él podía enfrentarse a villanos fuertes sin pensarlo dos veces, pero esta nota, una que ni siquiera tenía su nombre en él, lo estaba superando.
Eventualmente, ganó el coraje de dejar caer la nota y correr de regreso a su clase, subiendo las escaleras.
Randy completó rápidamente su rutina matutina, verificando dos veces para asegurarse de que no hubiera rastro de posibles ataques de monstruos o robots. Con todo en orden, fue directo al techo del colegio en donde le espera Howard para poder ir a clase.
Randy se sentó en su asiento y sacó una libreta, comenzando a escribir el borrador para la siguiente carta. Después de minutos de escribir, borrar y reescribir, otros estudiantes comenzaron a ingresar a la sala.
Pero la única que llamo su atención fue Theresa, quién charlaba muy alegre con Debbie.
Él se levantó y caminó hacia el escritorio de ella para saludarla como lo hacía todas las mañanas. Podría haber estado irracionalmente nervioso, pero sería sospechoso si no le hablará.
— ¡Buenos días, Theresa! Buenos días, Debbie.— dijo Randy. Debbie lo miró fijamente, su mirada casi parecía un resplandor sin la malicia.
— Es él.— dijo Kang. Ella parecía completamente segura, malditos instintos periodísticos.
— ¿Qué? ¿Qué soy yo?— preguntó él, fingiendo y esperando que no fuera lo de las cartas o bien... Su secreto ninja.
— ¡Na... Nada!— Theresa exclamó.— ¡Buenos días, Randy!
El chico asintió y regresó a su escritorio poco después.
(...)
Randy escribió una carta a la semana durante un mes. Cada una era única, diferente de las demás. Todo iba bien hasta ahora. Ella no parecía sospechar de él.
La mañana después de entregar la cuarta carta, él no se sintió nervioso. Sus dudas iniciales sobre este plan habían desaparecido en su mayoría. Theresa llegó al salón de clases, pero en lugar de ir a su escritorio, se paró al frente de la clase, sosteniendo una carta.
— Emm... Buenos días,— dijo ella, llamando la atención de todos,— Quien quiera que haya estado dándome estas cartas, eres muy dulce, pero a mí... Ya me gusta alguien. Lo siento...— Theresa regresó a su asiento.
Eso le dolió.
Inmediatamente se escondió dentro de sus brazos, mirando hacia el escritorio. Afortunadamente, nadie pareció darse cuenta.
Excepto Howard.
— Randy...— le llamo su mejor amigo, en voz baja y cerca de él. El ninja no dijo nada.— No tienes que hablar conmigo, pero Theresa estaba hablando de ti.
Randy levantó ligeramente la cabeza para mirar a Howard. Dio una mirada inquisitiva.
— Ustedes dos son bastante unidos. Tu eres quién envían esas cartas, y cuando ella dijo que ya le gustaba alguien, se refería a ti. Es bastante obvio amigo.
(...)
Randy escribió una carta final, mientras las palabras de su amigo resonaban en su cabeza. Volvió a leer la nota, asegurándose de decir todo lo que quería. Luego, lo firmó con su nombre.
Rápidamente lo dejó en la ventana de la habitación de la chica, gracias al traje ninja no habría problema con el sigilo.
El sol ya se había puesto, y las estrellas eran visibles.
Llegó a su hogar, se quitó la máscara y se acostó en su cama, con los nervios a flor de piel.
(...)
Llamaron a la puerta. Randy se levantó y fue a la entrada, giró el pomo de la puerta abriéndola por completo.
Todo lo que vio al otro lado fue un mechón de cabello oscuro antes de que alguien lo golpeara, abrazándolo con tanta fuerza que apenas podía respirar.
— ¿Theresa?— preguntó Randy.
— Eres tú. Randy, me gustas tú.— dijo Theresa, con la voz amortiguada por el pecho de su ninja. Ella soltó el abrazo, mirando hacia arriba. Se miraron a los ojos.
Ella tomó la cara de él en sus manos, un dedo de cada mano cuidadosamente levantado. Randy sonrió y se inclinó hacia adelante, colocando suavemente su frente contra la de Theresa.
Fue bastante agradable y pacífico.
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