Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

3.

Otro día por caminar en el sofocante y húmedo clima de Vietnam nos esperaba.

El día empezó en medio de la oscuridad poco antes de las 5 de la mañana. Tomamos un desayuno rápido, acompañado de un pobre café soluble complementado con el sustituto de leche y el azúcar empacada en sobres, y todas las vitaminas y medicamentos reglamentarios para permanecer saludables, entre las que destacaban las pastillas de hidroxicloroquina para protegernos contra la malaria y las pastillas de sal para reponer los electrolitos; aún no había abierto mi paquete de pastillas de Lomotil y Halazona pues aún contábamos con agua purificada del campamento.

Después de tomar todas nuestras cosas comenzamos con la larga caminata en la misma distribución que el día anterior. Cada pelotón formado en fila india uno al lado del otro mientras nuestro teniente nos seguía liderando.

Me parecía que Saga hacia un excelente trabajo, constantemente informaba sobre nuestra ubicación por si llegásemos a necesitar asistencia aérea, cada que nos topábamos con algún vehículo de algún local los revisábamos para asegurarnos que no estuvieran traficando armas y si sospechaba de algo no nos permitía avanzar hasta confirmar que fuera un camino seguro. Tenía que confiar mucho en su intuición y criterio.

Si, en el Norte estaba bien definida la zona de guerra, que era todo lugar, en cambio en el Sur teníamos que proteger y apoyar a los sureños, pero al mismo tiempo cuidarnos del Vietcong infiltrado en el terreno, y lo peor es que no había forma de diferenciar entre los pobladores del norte (nuestros enemigos) de los del sur (a quienes venimos a auxiliar).

El sol ya estaba en su máximo punto y si fuera un personaje chusco de caricatura andaría con la lengua seca de fuera.

Era difícil pasar el rato mientras caminábamos sobre la carretera en un silencio total obligatorio, solo podíamos admirar la vegetación, distraernos cada que pasaba algún avión o helicóptero, u observarnos los unos a los otros.

Frente a mí se encontraba caminando Diego, en su casco estaba amarrado una cajetilla de cigarrillos, y debajo de este sobresalía los extremos de una tela morada que iba amarrada alrededor de su cabeza. Cada que volteaba podía ver su perfil, sus rasgos eran muy rectos aunque al ser joven conservaba un poco de suavidad en su rostro, y me di cuenta que con sus labios delgados siempre sujetaba durante horas los palitos de las paletas que consumía, era eso, o los cigarros, aunque también sospecho que mascaba chicle para entretenerse. Yo no creía que era algo seguro de realizar, si sucedía algo que lo tomara por sorpresa podría ahogarse, pero supongo que estaba enterado del riesgo y no le importaba en lo más mínimo, después de todo ya llevaba varios meses ahí.

Cuando volteaba hacia atrás me encontraba con Aldebarán, quien siempre me sonreía tiernamente, tenía un efecto tranquilizador, aunque después recordaba que medía más de dos metros, lo cual lo hacía fácilmente detectable y estar frente a él, a un par de metros, era algo inquietante.

Justamente mientras hacía un esfuerzo en no pensar en ello y tranquilizarme, el sonido de varías detonaciones seguidas por chasquidos interrumpieron mis pensamientos.

—¡Nos atacan!

—¡Salgan de la carretera!

Obedecimos al instante pues nuestra vida dependía de ello, bajamos de la carretera, la cual tenía una elevación apropiada para ser usada como trinchera por los costados. Todos mis compañeros y yo sujetábamos con fuerza nuestros rifles o ametralladoras contra nuestros pechos, esperando el momento justo para responder al ataque, mientras algunas de las balas de nuestro enemigo impactaban contra la tierra que nos protegía, levantando el polvo y provocando una ligera lluvia de piedritas sobre nosotros.

Cuando las piedritas dejaron de golpear nuestros cascos supimos que era el momento de contraatacar y rápido.

Apenas asomé la cabeza me di cuenta que no podía ver nada, la nube de tierra no me lo permitía y no podía vislumbrar a los objetivos, sin embargo, eso no detuve al resto de mis compañeros que apretaron los gatillos de sus M16 y M60, disparando proyectiles a más de 550 disparos por minuto, y yo debía seguir su ejemplo. Sabía que en esa dirección estaba el pastizal que rodeaba la carretera por ambos lados y un poco más lejos unas palmeras que daban inicio a la jungla así que apreté el gatillo de mi rifle y comencé a disparar.

Pero no tardaron en regresarnos el ataque, aunque esta vez con menor intensidad y amplitud, aun así volví a resguardarme en la trinchera improvisada.

—¡Shura! ¡Aldebarán! ¡Están frente a ustedes!

Mis compañeros, al escuchar eso, tentaron sus suertes y volvieron al ataque a pesar de los disparos que los amenazaban sin descanso, y como yo me encontraba entre ellos supuse que debía hacer lo mismo, pero cada que escuchaba los chasquidos por los impactos de las balas tan cerca de mí mi reflejo era agacharme.

—¡Aioros, Shura! ¡Esperen! —Al escuchar a Aldebarán ambos permanecimos encogidos en el suelo, volteé hacia el más alto, pero no estaba ahí, Aldebarán había subido a la carretera, arrastrándose, y cuando volvió lo hizo con otro soldado que sangraba por sus heridas. —¡Médico!

—¡Disparen!

—¡Mueran, malditos simios!

En cuanto tomé el valor para seguir disparando, vi de reojo al compañero herido que había traído consigo Aldebarán y mis ojos se abrieron estupefactos al percatarme que era el sujeto del otro pelotón que había estado caminando a mi lado todo el tiempo, estaba acribillado, dejando un enorme charco de sangre por sus numerosas heridas.

Pero no tenía tiempo de sentirme mal por él, ni de pensar en nada. No tenía tiempo para pensar que quizás, de no haber estado él caminando junto a mi, la bala que lo impactó pudo haberme golpeado; solo tenía tiempo para seguir apretando el gatillo.

—¡Se escapan! ¡Acábenlos ahora antes que entren a los árboles!

Apenas y lograba escuchar las ordenes de Saga, pero acomodé mi rifle contra mi cuerpo y entre las partículas de polvo pude ver a cuatro pequeñas siluetas que se alejaban entre el pastizal. Era el momento de brillar, yo tenía una excelente puntería y quería probarlo a mis compañeros, pero por el sudor que descendía por mi frente y lo irritado que tenía los ojos por la tierra, estos me comenzaron a llorar por el ardor insoportable y conforme pasaban los segundos más me costaba mantenerlos abiertos.

Debía disparar, pero no podía hacerlo con los ojos cerrados.

De mi derecha escuché cuatro ráfagas de disparos, cada uno seguido de un grito lejano. Cuando por fin limpié un poco la cara con el extremo de mi playera miré al responsable de esos disparos, había sido Diego, el cual giró hacia mi y nuestras miradas se encontraron, la mía reflejaba todas mis emociones, mi angustia, mi frustración y mi decepción, pero también lo impactado que estaba; en cambio sus ojos verdes no me decían absolutamente nada, se veían imperturbables, estoicos, y no sabía cómo interpretarlos después de lo que acababa de suceder.

—Creí que habías dicho que tenías buena puntería.

Sus palabras me golpearon como un balde de agua helada.

Maldita sea, Diego recordaba que me jacté de esa habilidad mía cuando recién había llegado al país, pero su voz era neutra, no me pareció que se estuviera burlando de mí o algo parecido.

Pasé saliva, apenado. —Me cayó sudor en los ojos. —Sudor, tierra y grasa de mi propia piel, que patética razón para fallarle a tus compañeros.

En cambio, a mi izquierda se encontraba el médico del otro pelotón revisando a su compañero. —Ya no hay nada que hacer. —Tiró de la cadena que rodeaba su cuello para remover las placas con sus datos. —¡Sargento Wyvern! ¡Tenemos un caído!

En unos instantes, el sargento rubio y Saga aparecieron.

—¡Maldición! —Exclamó tomando las placas del soldado acribillado y frunció su uniceja al leer sus datos. —Este acababa de llegar. —Y con pesar se las entregó a Saga, quien suspiró en un lamento antes de tomar su radio para informar lo sucedido a nuestro Capitán.

—Aldebarán, Shura, Aioros... —Nos miró Saga. —Asegúrense de haberlos exterminando. No tengo interés en obtener rehenes.

—¡Si, teniente!

Los tres cruzamos la carretera agachados y cuando llegamos a los pastizales nos movimos con precaución, diseminándonos en el terreno.

—Ten cuidado donde pisas, Aioros.

Asentí ante el consejo de Aldebarán y busqué a los vietnamitas con precaución hasta que di con uno de ellos a unos 20 metros antes de llegar a los árboles. Estaba boca abajo, su ropa estaba empapada de sangre, pero necesitaba asegurarme que estaba muerto y que ya no fuera una amenaza así que le di una pequeña patada en el hombro para girarlo. Respiré más tranquilo cuando comprobé que estuviera muerto, pero el sonido de los disparos de mis otros compañeros me regresó a la realidad.

Caminé otros cuantos metros y me encontré con otro vietnamita, también estaba empapado de sudor y sangre, solo que este sollozaba en silencio mientras apretaba la herida en la parte baja de su torso. Su arma estaba a unos centímetros de su cuerpo, pero estaba tan enfocado en no desangrarse que no hizo intento por alcanzarla, y si hacía un movimiento sospechoso yo estaba listo para descargar las balas de la mía contra él.

Pero él no hizo nada y para mi sorpresa... Yo tampoco.

Tenía una orden que seguir.

Una bastante sencilla considerando mi posición, solo tenía que apretar el gatillo y rematarlo, después de todo ya no iba a sobrevivir, pero me quedé congelado.

Un recuerdo había saltado a mi mente. 

Era tan solo un niño de 9 años, papá había regresado recientemente de su servicio en Corea y me llevó por primera vez a cazar venados. El primer tiro que realicé con la escopeta no había sido mortal, pero logré herirlo. Seguimos el rastro de sangre entre los pinos hasta que lo encontramos, estaba sufriendo y no podía moverse más. Papá me insistía en darle el tiro de gracia para que ya no siguiera sufriendo, pero los enormes ojos negros de aquel hermoso animal me suplicaban por misericordia pues deseaba vivir.

No había comparación entre un animal y un ser humano, esta vez apretar el gatillo sería muchísimo más difícil porque los ojos cafés de aquel hombre también reflejaban su deseo por seguir viviendo.

—Novato...

Escuché una voz que me llamó suavemente, mientras su dueño caminaba despacio hacia mí, pero yo seguía sin moverme; estaba sudando frío mientras me gritaba mentalmente a mí mismo que lo hiciera, que dispara de una maldita vez, como lo había hecho mi padre para que matara al venado, pero esta vez no lo logré.

Una ráfaga de 3 disparos se detonó a un lado de mí y ya no tuve que preocuparme más por el vietnamita, estaba muerto. Me giré hacia mi compañero, había sido Diego quien había hecho el trabajo sucio por mí, y aunque una parte de mi deseaba reclamarle por haberme quitado esa obligación, la parte de mi que se sentía más tranquila, mi conciencia, no me permitió hacerlo.

Suspiré y bajé mi arma, estaba decepcionado. 

Se supone que me había enlistado para probarme a mi mismo que podía seguir los pasos de mis héroes, mi abuelo que había participado en la primer gran guerra, y mi padre que había participado en la segunda, en la de Corea, y actualmente estaba peleando en el norte de Vietnam. Pero no pude matar a conciencia a mi enemigo y eso era decepcionante, no solo para mi familia, sino para mi mismo y supuse que también para mis compañeros.

—Oye... —Una palmada en mi espalda llamó mi atención. —Si Saga pregunta dile que fueron 2.

Me giré a ver al español, tragándome mi orgullo destrozado que no quería ver a los ojos a ningún otro soldado. —¿Dos qué?

—Ya lo sabrás. —Para mi suerte el tenía su mirada fija en el muerto frente a nosotros así que no hicimos contacto visual. —Y más te vale hazerlo o me meterás en problemas. Vámonos.

Lo seguí, manteniéndome unos pasos detrás de él, y mientras más nos acercábamos a nuestros compañeros más nos golpeaba las fuertes ráfagas de viento provocadas por la hélice principal de la aeronave "Dust-Off" que tenía una cruz roja pintada en el lateral izquierdo, donde estaban subiendo al soldado caído dentro de una bolsa de plástico negra y donde había otro que sangraba de un brazo. Ambos formaban parte del otro pelotón y el sargento Wyvern no estaba nada feliz.

Nuestro médico, Camus, se acercó a mi para preguntarme si estaba bien, y cuando le dije que estaba ileso sonrió aliviado.

Aproveché el poco tiempo que tenía disponible para lavarme la cara tratando de desperdiciar la menor cantidad de agua posible, pero era algo que ya necesitaba, no podía darme el lujo de perder la visibilidad de nuevo por fluidos corporales.

Y aunque habíamos sido atacados, a los pocos minutos después de que la aeronave había partido retomamos nuestro camino hacia el Norte.

Todo había regresado a la normalidad.

Mientras caminábamos en nuestra usual fila, Aldebarán se acercó a mi para preguntarme si me encontraba bien a lo que yo asentí en silencio, no era bueno para mentir, pero tampoco quería reconocer lo impresionado que estaba por todo después de mi primera emboscada, ver a mi primer compañero caído y haberme fallado a mi mismo al no poder rematar a mi enemigo. Simplemente no había sido un buen comienzo para mí, pero quizás debía ser más considerado conmigo mismo, después de todo había sido mi primer contacto con el enemigo, la próxima vez todo sería más fácil, ¿verdad?

Nos desviamos un poco de la carretera hacia el este para llegar a una pequeña villa con una población de no más de 70 personas. Las casas eran bastante austeras, las paredes eran de ramas y tallos de bambú y los techos cubiertos con hojas de palma, había corrales con animales de campo, muchos cerdos, gallos y gallinas.

Los lugareños salieron, nos miraban con timidez, eran bajitos, de piel morena, cabello y ojos oscuros y rasgados. Aldebarán atrajo a los niños pues a uno de ellos le había regalado una de las galletas que venía en nuestras cajas de comida y ahora los demás lo seguían a todos lados suplicándole en otra lengua que les regalara algo.

Saga habló con los pobladores mediante la traducción realizada por Afrodita. Les comunicó que dormiríamos ahí junto a los marinos que nos alcanzarían poco después y que queríamos hacer un trueque, un poco del agua de su pozo a cambio de unas de las raciones de comida que nos había entregado la aeronave médica. También les dijo que contábamos con buenos médicos para curar a sus enfermos y que revisarían a toda la población para darles asistencia de ser necesaria, una buena estrategia que empleaba nuestro país para ganarse la simpatía de los vietnamitas del sur.

—Bien, muchachos, revisen todo. Compórtense y no rompan nada.

—¡Si, teniente!

Diego me hizo seña para seguirlo y enseñarme como revisar esas pequeñas casitas. A pesar de encontrarnos en una villa con nativos del sur debíamos ser precavidos. Los vietnamitas del norte podrían estar por todos lados y podrían influir o forzar a los sureños para que fueran hostiles contra nosotros, o en el peor de los casos podría ser de ese pequeño grupo de sureños que no estaba a favor de las tropas americanas interfiriendo en la situación de su país, así que teníamos que asegurarnos que estaríamos a salvo en ese lugar.

Una vez que corroboramos nuestra seguridad aprovechamos para asearnos un poco dándonos un baño de casco, que consistía en lavarnos el cabello, la cara y nuestras partes íntimas, además de un necesario cambio de ropa.

Era poco después de las 5 de la tarde cuando nos dispusimos a tomar el buen descanso que merecíamos. Todos parecían pasarla bien, incluso los miembros del otro pelotón a pesar de haber perdido a un compañero, pero en ese momento nada me hacía gracia, no tenía apetito y no estaba de humor con nadie, así que me senté lejos de todos, lo único que me acompañaba era mi rifle y mi abarrotada mochila.

Física y emocionalmente estaba agotado y me sentía muy mal conmigo mismo. Sé que no debía ser tan duro pues se trató de mi primera emboscada, a la que gracias a Dios salí vivo e ileso, pero sentí que había fallado en todo. Si había disparado mi arma cuando no podía ver al enemigo, así que si herí o asesiné a alguien no podía asegurarlo con certeza pues podía haber sido por mis balas o por las de alguien más, pero cuando me encontré frente a frente con una de las personas que debía rematar, tan cerca que hasta podía sentir como sus últimos alientos se aferraban a la vida, fallé.

Me sentía como un inútil fracasado y me sentí aún más pequeño cuando Saga, Kanon y Milo se sentaron a mi lado.

—¿Cómo te fue en tu primera emboscada, novato? —Preguntó el gemelo menor.

Fruncí los labios apenado antes de alzar la mirada para verlo. —Supongo que bien, considerando que salí ileso, aunque fue difícil y confieso que tuve un poco de miedo.

—Tener miedo está bien. —La sonrisa de Milo me confortó un poco, pero no era suficiente. —Lo malo es cuando ese miedo no te permite actuar.

Ahora si sudé la gota gorda pues justamente eso me había pasado.

—Dime, Aioros... —Saga, quien había permanecido fumando en silencio a mi lado por fin habló y su voz imponente me hizo sentir aun más nervioso. —¿A cuántos remataste?

A ninguno, pero después recordé las palabras que Diego me había dicho antes, sería una mentira, pero Diego me avisó que si no la decía podía meterlo en problemas. Pasé saliva antes de hablar. —Dos...

Jamás había sido un buen mentiroso, pero, a pesar de estar muriendo de nervios, temiendo ser descubierto, Saga sonrió complacido.

—Excelente, estás listo. —Le dio otra calada a su cigarrillo. —Como tu teniente, me tengo que asegurar que juegues como parte del equipo y si no lo estuvieras tengo mis métodos para motivarte.

Arqueé mis cejas por la curiosidad, aunque también temía por preguntar. —¿Cómo cuáles? 

—Por ejemplo... —Saga señaló discretamente a unos metros de nosotros, donde se encontraban Diego, Ángelo y Aldebarán. —Shura llegó aquí de 17 años recién cumplidos, yo era sargento en ese entonces. Cuando tuvimos nuestra primera misión nos separamos en parejas y Shura estuvo con mi hermano, pero cuando tuvo que dispararle por primera vez a un simio se quedó helado. Kanon me avisó sobre lo ocurrido, así que apenas atrapé a un simio irrelevante lo obligué a matarlo frente a todos con la pistola semiautomática. —Suspiró al recordarlo. —No sabes cómo se resistió, tuve que forcejear con él, ponerle el arma en las manos y golpearlo hasta que cedió y por fin apretó el gatillo.

Me quedé helado, jamás lo hubiera imaginado, pero ahora entendía porque Diego me había pedido que le mintiera a Saga sobre el asunto. 

—Sé que es un método cruel... —Continuó el teniente. —Pero míralo ahora, está enfocado en lo que hace y, aunque llegó siendo un niño ese día se volvió un hombre y parte del equipo. 

Volví a mirar a Diego. Él no le había dicho a Saga sobre mi vergonzoso acobardamiento, como Kanon, que lo había delatado, para evitar que yo sufriera lo mismo que él en su primer remate, y aunque no se veía triste en ese momento, tampoco se veía genuinamente feliz a pesar que Ángelo y Aldebarán reían a su lado. 

Al haberme hecho ese favor él estaba solo, cargando en su conciencia con todo el peso de las muertes que debíamos compartir. 

—Descuida... —Una palmada en la espalda me sacó de mis pensamientos, pero mi vista siguió clavada en el español. —Todo se volverá más fácil. 

Sonreí junto con Saga y los demás, pero no me quedé más tiempo con ellos, había algo que tenía que hacer, algo importante que no había considerado hasta entonces. 

—Yo sólo digo que deberíamos intercambiar otra cosa por uno de sus cerdos... Odio tanto esta comida enlatada. —Ángelo guardó silencio cuando llegué frente a ellos, arqueando una ceja, preguntándome en silencio que hacía yo ahí. 

Pero lo ignoré y me senté sobre la tierra para quedar a la altura del español, que me miraba expectante ante mi imprevista interrupción. 

Era momento de tragarme mi orgullo. —Quería darte las gracias por lo que hiciste el día de hoy. 

Un silencio siguió a mis palabras al no obtener respuesta alguna, sin embargo, Diego se inclinó para tomar su mochila de dónde sacó un pedazo de tela roja, el cual me ofreció sobre su mano extendida. 

—Tómala. Es para el sudor, ya sabes... —Se encogió de hombros, reduciendo la importancia de su gesto. —Para que no vuelva a arruinar tu tiro. 

Dudé un poco antes de aceptarla.

—Está limpia y no te preocupes, no la uso, el rojo no es mi color.

Acepté su gesto con una sonrisa honesta y la amarré en mi cabeza, a la altura de mi frente.

—Te zienta bien.

Sonreí de nuevo. —Otra vez gracias, Dieg... —Carraspeé un poco al recordar que el día anterior me había pedido que no lo llamara por su nombre, así que me corregí a tiempo. —... Shura.

El aludido sonrió de lado antes de dar otro bocado al platillo principal de su comida para patrullaje. Creo que era la primera vez que le provocaba una sonrisa, y eso me hizo sentir bien después de todo lo que él había hecho  por mí.

Ángelo y Aldebarán retomaron su conversación.

Y a pesar que no quería volver a interrumpirlos, aún había algo que no entendía.

—¿Por qué no te gusta que te llamen por tu nombre? —Los ojos olivos de Diego volvieron a posarse sobre mí. —Cuando dije que era un bonito nombre no estaba mintiendo.

Él inhaló profundo y después relamió sus labios. —No es que no me guste mi nombre, pero el apodo es una forma de disoziarme de esta situazión.

Fruncí mis cejas al no entenderlo y el se dio cuenta de ello.

—Así, cuando vuelva a casa y recuerde todo este horror, será "Shura" el asoziado a los recuerdos, no yo. —Suspiró. —Sé que suena tonto y no soy ingenuo, pero... Después de todo lo malo que he hecho aquí no quiero recordarme a mí mismo haziéndolo, quiero creer que cuando llegue a casa podré tirar a Shura a la basura y con él todo lo que no quiero recordar en esta experienzia.

Nunca imaginé que ese era el motivo detrás de su apodo, ni siquiera sabía que significaba o si tenía algún significado, pero tenía un motivo muy fuerte para renunciar a su nombre durante su servicio, y aunque parecía ser un truco de autoengaño, tenía un buen motivo para ello y eso era respetable.

—Aioros... —La voz de Aldebarán llamó mi nombre. —¿Ya comiste algo? Tienes que hacerlo para mantenerte fuerte, y si no lo haces el teniente se enojará contigo.

Sonreí ante la amenaza, pero en ese momento no era necesaria.

Había olvidado lo mal que me sentía conmigo mismo por lo sucedido en la emboscada, me sentí un poco más tranquilo y a gusto con mis compañeros, y mi apetito perdido había vuelto.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro