11.
Debía mantenerme despierto.
Ya lo había logrado durante todo el viaje en helicóptero y ahora que estaba en la unidad médica no debía rendirme.
Mi corazón era fuerte y yo bastante persistente, lucharía por mi vida mientras la dejaba en manos de alguien más.
El ambiente en la unidad médica de Da Nang era abrumador. Los doctores y las enfermeras corrían de un lado al otro entre los gritos y los lamentos de los heridos, y el hedor de sangre y entrañas mezclado con el aroma de los detergentes de limpieza que intentaban mantener las mínimas condiciones de salubridad me revolvían el estómago. Podía sentir la frustración de las personas, su desesperación, su dolor.
Solté un grito cuando me dejaron sobre la camilla, el dolor sobre mis músculos había vuelto a explotar, extendiéndose al resto de mi cuerpo.
Pero eso era bueno, ¿verdad?
Quise consolarme a mí mismo y me dije que sentir dolor en todo mi cuerpo debía ser una buena señal.
—¿Qué le sucedió a este soldado? —Preguntó un doctor que recién llegaba a la enfermera que cortaba mi ropa camuflada para tener acceso a mis heridas para después inspeccionar mis heridas bajo la luz amarillenta del foco que colgaba sobre mi cuerpo y me encandilaba.
—Otro soldado pisó una mina de fragmentación mientras él estaba cerca.
Con que había sido eso.
La mayoría de mi dolor venía del lado derecho de mi cuerpo, eso significaba que la explosión provino de ese lado... Unos hermosos ojos verdes brotaron en mi mente
Maldición.
Ya lo recordaba, Shura me había puesto a su izquierda para interponerse entre el soldado coreano y yo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas al pensar que él había sido el desafortunado en pisar la mina que soltó los proyectiles que terminaron perforándome, que su sangre había sido la que salió volando en todas direcciones.
—Shura...
Llamé su nombre entre mi dolor, necesitaba saber que sucedió con él, me negaba a creer que estaba lastimado de gravedad, mucho menos a que estuviera muerto. De repente el dolor y la debilidad de mi cuerpo dejó de importarme así que intenté levantarme para ir a buscarlo, sin embargo, las manos del doctor y la enfermera me sujetaron con fuerza para que no me levantara, provocando un alarido de mi parte.
—Tranquilo... —El Doctor tomó las placas de mi cuello y leyó mis datos. —... Aioros. —Sus ojos cafés se clavaron en mí y me miraron con una seriedad que me dejó helado mientras la enfermera le dejaba al alcance una bandeja con utensilios, de la cual tomo unas pinzas pequeñas y un bisturí. —Tenemos poca morfina y la que hay se la damos a soldados con alguna amputación, así que debes aguantar la intervención, vas a sentirlo todo, pero eso es porque eres de los afortunados. —Puso un trozo de tela limpia entre mis dientes el cual no tardé en estrujar entre mis dientes en el momento en el que las pinzas entraron a la herida de mi hombro.
El dolor me estremeció como si fuera una corriente, de nuevo las manos de la enfermera trataron de sujetarme, tuvo que venir otro enfermero para ayudarla a mantenerme en mi sitio.
De nuevo pensé en él, en mi amigo, el joven soldado español y me pregunté como estaría él, era tan callado y tan tranquilo.
¿El estaría mordiendo fuertemente la tela para no hacer un escándalo como el mío?
¿Podría controlar la reacción involuntaria de su cuerpo al querer huir de la intervención dolorosa para que los doctores trabajen sin dificultad?
Si y si...
Tenía que ser así, a su corta edad él era un hombre muy fuerte, demasiado fuerte, si alguien podía soportarlo todo y salir adelante era él.
Porque él estaba vivo...
Si.
Mi corazón me lo decía.
El sonido de una pequeña pieza metálica cayendo en una charola me sacó de mis pensamientos.
—Tienes suerte, muchacho, unos centímetros más abajo y te hubiese perforado la artería bajo la clavícula.
Sonreí nervioso ante el comentario del doctor, empapado de sudor y sangre, tenía miedo, mucho, mi cuerpo temblaba ante la antelación al saber que continuarían con la siguiente herida, lo último que recuerdo antes de desmayarme fue el sonido del fragmento número 18 cayendo en la charola de metal.
~
Después de la intervención me trasladaron a otra área donde mi camilla estaba rodeada por telas blancas que debían brindarme privacidad más yo lo percibía como una separación innecesaria del resto. Durante dos días lo único que vi fue a una enfermera que se dedicaba a revisar y limpiar mis heridas mientras me dirigía miradas apenadas.
De Shura no sabía nada...
Varias veces le pregunté por él, pero cada que lo hacía la enfermera me miraba con una lástima que me hacía temer lo peor.
¿Y si en verdad había muerto?
Quise sacudir mi cabeza para negar y sacar esos pensamientos, más al intentarlo sentí un jalón en los músculos entre mi cuello y mi hombro que me hizo desistir, eran las malditas costuras.
Maldito clavo...
Maldita mina...
Ya no podía soportarlo más. Al tercer día quería salir de ahí, no soportaba estar rodeado de cortinas blancas y por alguna razón tenía la esperanza que al removerlas encontraría a Shura a mi lado, como siempre lo estaba, pero las enfermeras no me lo permitieron, al contrario, tuvieron que amarrarme a la cama con correas para que dejara de forzar mis músculos y así permitir que mi cuerpo sanara más rápido.
Al cuarto día me quebré de la desesperación y prometí que sería un buen paciente, que obedecería las órdenes del doctor, y que sería considerado con el ritmo que mi cuerpo necesitaba para su pronta recuperación, así que me quitaron los cinturones que me sostenían a la cama y las cortinas habían sido corridas.
Por fin pude observar a los demás heridos a mi alrededor, todos eran rostros desconocidos, soldados de otros pelotones que habían resultado heridos en batalla, amputados, quemados, baleados o inválidos por sus heridas.
No era una vista agradable, no era un ambiente placentero, los soldados que trataban de distraerse de la situación trataban de bromear con quien fuera de lo que sea... Yo hubiese sido uno de esos si la tristeza y el miedo no estuviesen oprimiendo mi sensible corazón.
Suspiré con tanta desesperación que llamé la atención de alguien.
—Eso fue un gran suspiro. —Mencionó una voz a mi derecha.
Lo miré por el rabillo del ojo para no molestar mis heridas, sobre todo la de mi hombro, era un hombre de cabello rubio oscuro que estaba sentado sobre su cama en posición de loto, jugando a solitario con los naipes acomodados sobre las sábanas blancas, usando una sola de sus manos ya que su otro brazo estaba enyesado en un cabestrillo.
—¿Qué te trae por aquí? —Preguntó al mirarme, sus ojos azules analizaron mis heridas para así emitir una suposición. —¿Mina de fragmentos?
Tragué saliva, evidentemente todos los esparadrapos que estaban pegados en diferentes zonas de mi piel me delataban. —Si...
Rio con ironía. —Es una pena que la mayoría de nuestros heridos sean por artefactos dejados durante los mismos americanos cuando inició toda esta mierda, nunca pensaron que los vietnamitas las rastrearían, las modificarían y las usarían en nuestra contra.
—Si...
—No eres muy conversador, ¿verdad?
Sonreí con amargura ante su pregunta.
¿Cómo podía platicar tranquilamente con el corazón roto ante la incertidumbre de lo que había pasado con él?
Todo había pasado a segundo plano, todos mis deseos: reencontrarme con mi padre, arreglar mi relación con mi madre, ser el hermano mayor que Aioria merecía, en ese instante, lo único que quería con todo mi corazón era saber algo de él, lo que fuera, lo deseaba tanto.
Fue entonces que unos cabellos negros fueron captados por mis entristecidos ojos aguamarinos seguidos de unos ojos olivos que brillaron emocionados al verme.
—¡Aioros! —Llamó mi nombre con tanta desesperación que la enfermera que lo estaba llevando en silla de ruedas se detuvo en seco frente a mi camilla.
—¡Shura! —Me apoyé en mis manos y me senté lo más rápido que pude sobre el colchón. De nuevo el dolor dejó de importarme, ni lo sentía, todo era perfecto, la vida volvía a ser hermosa. Tenía unos deseos de saltar fuera de la camilla para darle un fuerte abrazo.
—¡Joven Aioros! —Pero la enfermera que había estado empujando la silla de ruedas percibió mis intenciones y me alzó la voz para detenerme. —No debe hacer movimientos bruscos, y joven Diego... —Shura rodó los ojos al escucharla usar su verdadero nombre. —Tengo que revisar rápido la herida en su abdomen, ¿acaso no recuerda que está sangrando?
Noté la mirada de fastidio del español por haberle arruinado su reencuentro conmigo, y yo tenía otro motivo para también estar molesto ella. —Oiga, enfermera. Yo le estuve preguntando por mi amigo todos estos días, ¿por qué no me dijo que estaba aquí?
Sus delgadas cejas pintarrajeadas con color café se alzaron confundidas. —Oh... Pero si usted se la pasó preguntando por un "shura" y al no saber que era eso no sabía que responder, ¿Cómo iba a saber yo que se refería al joven Diego?
—Ahh... Esto... —Bajé la mirada, apenado, pues ella estaba en lo cierto.
Los ojos olivas del aludido se posaron en mí, después en la enfermera y al final una pequeña sonrisa apareció en su rostro, la cual intentó cubrir de manera disimulado con el dorso de su izquierda, algo me decía que estaba disfrutando de la situación y de mi metida de pata.
¡Pero si todo era su culpa por haberme acostumbrado a usar ese apodo!
—Suficiente... Tengo una herida que revisar. —La enfermera no nos dio oportunidad de nada más pues volvió a empujar la silla para llevarlo a una camilla al otro extremo del cuarto. Mordí mi labio inferior mientras veía como lo alejaban, estaba como a 10 camillas de distancia, pero le sonreí a lo lejos y pude notar el rubor de sus mejillas que era tan perceptible en el tono niveo de su piel. No podía quejarme de cosas tan tontas como unos metros de separación, él estaba bien y yo estaba agradecido.
Suspiré de nuevo, pero ahora con tranquilidad, todo el peso de mis pensamientos negativos se había disipado. Cuando la enfermera comenzó a quitarle la bata para atender la herida que antes había mencionado pude ver que su cuerpo también estaba tapizado de esparadrapos.
Desvié la mirada para darle privacidad, conociendo lo penoso que era estoy seguro que lo apreciaría.
Pero parecía que la sonrisa en mi rostro había vuelto para quedarse y una vez que la enfermera dejara el cuarto me escaparía de mi camilla para ir con él.
—¿Son miembros del mismo pelotón?
Volteé a ver a mi vecino de camilla quien me sonreía con curiosidad, ah, se me había olvidado su existencia.
—Si, somos miembros de la compañía "Golden Star" de la onceaba brigada de infantería, división de infantería número 23.
—¡Genial! Yo también pertenezco a la misma división. —Sonrió emocionado. — Déjame adivinar de nuevo... —Sus ojos se desviaron de mí y se posaron en dirección hacia la camilla de mi amigo. —¿A él también lo alcanzó la mina de fragmentación?
—Si... De hecho, él estaba más cerca que yo.
—Vaya que son suertudos si a ninguno de los dos les alcanzó a perforar un punto importante
—Si... —Sonreí levemente al recordar el momento previo a la explosión. Shura se había puesto a mi derecha y poco después Afrodita amenazó con su rifle a la entrepierna de Deathmask, provocando que nos detuviéramos, sin embargo, los coreanos a los que acompañábamos siguieron su camino. Ese breve momento incomodo entre el intérprete y el italiano hicieron que nos alejáramos varios metros de los coreanos, por eso el impacto de los fragmentos no fue tan letal aunque el montón de heridas, el dolor y la pérdida de sangre si lo fueron. —Shura y yo somos muy afortunados.
El rubio alzó sus cejas. —¿No se llama Diego?
—Si... —Sonreí ante su confusión. —Pero Shura es un apodo y sé que prefiere que lo llamen así, al menos por ahora.
—Ah... —Respondió aún confundido. —Y tu eres Aioros. ¿Estoy en lo cierto?
Sonreí pues era la tercera vez que "adivinaba" algo de mí, aunque mi nombre solo lo sabía porque Shura lo mencionó al verme. —¿Cuál es el tuyo?
—Mi nombre es Algol, mucho gusto. —Trató de extender su brazo enyesado para saludarme pero su lesión no se lo permitió. —Disculpa mis modales.
—Descuida, lo entiendo. —Sonreí de manera comprensiva. —¿Puedo saber como te rompiste el brazo?
El sonrió ante mi entrometida pregunta. —Claro, si puedes aprender de mi mala experiencia con gusto la comparto. —Se giró al verme. —Pisé un cable que liberó un coco que fue disparado hacia mi pecho, pero alcancé a poner el brazo para protegerme. Me dará pena volver a casa y contarles que me vencieron con una fruta.
Sonreímos juntos ante su divertida y penosa tragedia.
—Oye... ¿Tu amigo es latino? No lo parece... Es blanco, de ojos de color y se ve demasiado alto.
Cuando miré en dirección a donde lo hacían sus ojos azules pude notar que estaban fijos en él. Mi frente se arrugó ante mi confusión. —Ah... Eso es porque es español, no latino.
—¡¿Qué?! —La emoción en su incredulidad se me hizo demasiado y no la entendía, sin embargo, bajó la voz para hablar conmigo de manera más íntima. —¿Él es el soldado español? ¡Ja! —Exclamó emocionado nuevamente. —Que afortunados son en tu pelotón, no todos cuentan con una putita entre sus compañeros.
Mis cejas gruesas se fruncieron ante su comentario.
¿Una qué?
No entendía que estaba pasando, sin embargo, sonreí levemente en un intento por mantenerme tranquilo y a la situación. —¿Disculpa?
—Vamos, hombre, no te hagas el ingenuo y comparte un poco con el resto. Es él... Hay muchos latinos en el ejército, pero de españoles solo he escuchado de uno. —La emoción de su sonrisa no se esfumaba, y que esta fuera provocada mientras veía a Shura me provocaba nauseas. —No es como lo imaginaba, creí que sería más delicado, quizás más bajito y delgado, pero ¿qué importa? Mientras tenga unas buenas nalgas no me quejaré. ¿Las has visto? ¿Qué tal están?
Tragué duro ante su pregunta, mi cuerpo se inclinó hacia atrás en una clara señal que no quería seguir en esa incomoda y confusa situación, sin embargo, mi sangre comenzaba a bullir y demandaba respuestas para calmarse. —¿Por qué demonios me preguntas del cuerpo de Shura?
—Porque ninguna de las enfermeras aquí da culo y es más apretado que una concha, me gustaría aprovechar la oportunidad habiendo alguien dispuesto a darlo, ya sabes como puede ser de solitario el servicio... ¿Crees que tu amigo me acepte?
—¡No! —Respondí exaltado. —¡Conociéndolo te mandará al carajo!
Los ojos azules de Algol me miraron con cautela ante mi enojo que comenzaba a salirse de control. —Oye... Tranquilo. —Alzó su mano sana para pedirme que me calmara.
—¡No! Y de una vez olvídalo... Si te llego a ver cerca de él ¡te juro que te las verás conmigo!
Apreté mis puños con fuerza, miré en todas direcciones, no había ninguna enfermera merodeando la habitación así que salí de mi camilla y me dirigí hacia él.
No sabía que iba a hacer, no sabía que palabras saldrían de mi boca una vez que estuviéramos frente a frente, pero mi mente no podía pensar con claridad pues únicamente estaba enfocada a negar que Shura, mi compañero más preciado, con quien había compartido decenas de noches, fuera gay.
¡No podía serlo!
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