Querido miedo, llevas a mi lado desde que tengo uso de razón, pero te hiciste más fuerte a medida que yo crecía.
Te apoderaste de aquella niña que lo único que quería era conocer la felicidad y disfrutar como los demás niños de su edad. Aprovechaste que estaba sola para apoderarte de ella y hacerla cada vez más pequeña, te aprovechaste de las burlas, los gritos, los insultos, los golpes que ella recibía para hacerte tu más grande, más que ella, mucho más.
La cogiste de la mano y decidiste que tú serias el que la acompañaría el resto de su vida, le susurraste al oído que las cosas no iban a cambiar nunca y que sin ti no era nadie. No te paraste a pensar en que poco a poco, la estabas consumiendo, ya no se reconocía en el espejo, no le gustaba lo que veía, ni las palabras que salían de su boca, esa niña estaba existiendo, pero no sentía que estuviera viviendo.
Esa niña se hizo mayor y tú también creciste al mismo tiempo que ella, le hiciste normalizar que le faltara el aire, el temblor en las piernas, el malestar en el estómago, ese que era como un huracán que se llevaba por delante cada parte de ella, de sus ojos cada día brotaban lágrimas que no recibían consuelo.
Erais ella y tú frente al mundo, o al menos eso le hiciste creer, la convenciste de que por más que creciera seguiría siendo aquella niña indefensa que fue en su momento, porque eso es lo que te interesaba, querías quitarle su esencia y sus ganas de seguir.
Pero querido miedo, hoy puedo decirte que a esa niña le gusta lo que hay reflejado en el espejo, le gustan las palabras que salen de su boca, le gusta sentir el calor de la gente, ese del que antes huía, siente que el huracán que antes absorbía su esencia, ahora se ha desvanecido y le ha devuelto todo lo que un día no pudo ser, pero que ahora sí que podrá ser.