Hospital general Fountain Valley, 24 de diciembre de 2026

La navidad me pone sensible y no en el mejor sentido de la palabra. Empiezo a sentir cuán frío soy en realidad y hasta qué punto dejaron de importarme las cosas mundanas. Ver las decoraciones colgadas en las paredes del hospital, y escuchar la melodía festiva que pasan en el ascensor me hace preguntarme cuántas personas pensarán lo mismo que yo. Desde la ventana el roce del sol sobre mi piel es cálido, pero no lo suficiente. Los ojos enormes que me miran desde el otro lado de la camilla también lo creen y no dicen nada. Solo se acuestan y duermen.

Quisiera dormir también, sé que es la mejor manera de pasar el tiempo en el hospital cuando no recibo terapia, pero no logro conciliar el sueño. Debería estar ahí ahora mismo, de hecho, seguramente llegue tarde por estar escribiéndote esta carta sin la certeza real de que algún día vayas a leerla, pero me dijeron una vez que escribir podía ayudarme y ahora el nudo en mi garganta es demasiado grande como para no intentarlo al menos.

Un canal aleatorio en la televisión está pasando la misma película navideña de siempre, en este lugar la rutina se repite con una monotonía asfixiante, o solo soy yo quien se dio cuenta de que nunca tuvo la fuerza para imponer su voluntad sobre las reglas de los demás. Soy consciente de que en el colegio mis suéteres y vaqueros simples me hacían parecer un anciano a tu lado, mientras que vos te paseabas con una falda y le hacías comentarios mordaces a cualquiera que tuviera el descaro de mirarte con un atisbo de curiosidad.

Éramos diferentes y lo que nos hacía iguales solo acentuaba la brecha entre ambos, pero mi cobardía podía volverse valiosa si tu voz me dedicaba unas cuantas palabras de más. Por esa misma razón, me hiciste el hombre más feliz del mundo al dejarme perseguirte en mis sueños. Incluso ahora, después de perder tu rastro entre los fragmentos de mi memoria, vuelvo a esta libreta para recordar las características que te hacían único frente a mis ojos.

Otras veces, intento buscar el recuerdo del calor de tu piel en el sol, y si mi imaginación se eleva hacia las nubes no puedo evitar pensar otra cosa que no sea el suave tacto de tu cabello. Supongo que es una de las tantas ventajas de estar acá, no hacer nada, pero en un día como hoy, en medio de las celebraciones silenciosas que tienen los médicos del hospital, te recuerdo en contra de mi voluntad para ser consciente otra vez de la grieta enorme que ahora hay entre nosotros.

Porque pude escuchar tu voz, sé que no estoy loco y en este lugar está tu trabajo.

Mi cuerpo es muy grande para pesar tan poco, una vez me lo dijiste, y jamás me imaginé que ahora después de mi muerte esa frase por fin haya cobrado el sentido que merecía.

Sé que estoy muerto, pero me viste, tus ojos me encontraron en el ascensor al final del pasillo y pude notar la nostalgia que reveló el cansancio de tu expresión. Lloré en tu lugar. Aunque no seas el mismo hombre, yo todavía soy el mismo cobarde que tuvo el descaro de dejarte y ahora te extraño, no sabés cuánto.