Capítulo XXXIV: Tren
Observé el andén nueve y tres cuartos por última vez antes de subir al tren, seguida de Trish, Carl y Eddie. Caminamos por el pasillo, sin encontrar ningún sitio disponible. Habíamos sido de los últimos en subir, quizás porque los padres de Carl quisieron sacar una foto de todos juntos y Trish siempre salía con los ojos cerrados... Cuando estábamos por rendirnos, encontramos disponible uno de los compartimentos del final. Bob llegó pronto, con un corte de pelo cortísimo, que hacía lucir su rostro más delgado y más adulto.
- ¡Que guapo! - lo molesté, como si me hubiera enamorado. Él se sentó, muy serio.
- ¿Y Alan?- preguntó Carl.
- Se quedó charlando con Flitwick. Al parecer, ha ganado el Premio Anual... - Era una noticia gigantezca y Bob ni siquiera hizo mención a ello. Se pasó la mano por el cabello cortísimo y resopló.- Es la última vez que dejo que mi madre decida mi corte de pelo. Me molestó todo el verano por llevarlo demasiado largo. Ya tengo diecisiete. Merezco decidir solo.
- Amén- dijo Eddie, señalando su corte de pelo, hecho por su madre. Claro que ella es estilista, así que no noté ningún problema con su peinado.
- El corte de pelo es un tema muy divertido- dijo Carl, con sarcasmo- pero podríamos hablar de algo más. Si no les interesa el Premio Anual de Alan, tengo algo más... Bob fue elegido como capitán del equipo de quidditch de ravenclaw.
Sí, me había enterado de la noticia al final del verano. Me había llegado una carta de Mike, nuestro antiguo capitán, contándome que había decidido que nuestro compañero tomara su lugar ahora que él había terminado el colegio. Bob no hacía caso al Premio Anual de Alan, pero seguro le gustaría hablar de su triunfo.
- Yo ya lo sabía- les recordé- Soy parte del equipo. Y la verdad, no esperaba otra decisión de parte de Mike y Flitwick. - Bob era el más comprometido del equipo, siempre estaba practicando y era el más competitivo de todos. Esperaba que esto último no generara roces, pero bueno...
Bob bajó la vista, modestamente.
- Gracias, Jamie.
- Felicitaciones, Bob- dijo Eddie, aplaudiendo. -¿Cuál es tu plan de acción para ganar la copa este año?
- Mejores escobas- bromeé. Bob alzó las cejas.
- Creo que no es una mala idea, en especial con respecto a tu escoba, Jamie. ¿Qué vas a hacer con eso?
- Hablaré con Flitwick, supongo que ya me he tardado- suspiré. No quería hablarlo con él, pero quizás él podría hacer algo para conseguirme una escoba mejor que la que me había prestado Eddie. No quería que mi escoba fuera un impedimento para ganar la copa este año...
Mis ojos se sintieron atraídos por algo en la vidriera del pasillo. Bob se había puesto a despotricar contra las escobas del colegio, otra vez, y Eddie había sacado sus habituales dulces de regaliz, mientras le escuchaba. Trish había cerrado los ojos, apoyada en el hombro de Carl, que parecía muy feliz de hacerle cariño en la cabeza. Y yo logré ver que había un chico afuera, alto, de cabello oscuro algo despeinado y ojos fijos en nosotros. Aparté la vista de Carrow, tratando de que nadie notara su presencia. Esperé que se fuera, sintiendo cómo mi estómago se apretaba de esa absurda emoción, que ahora se me hacía tan conocida. Estaba ahí, esperándome... Amycus no se movió de allí, lo supe cuando me atreví a comprobar, disimuladamente, si seguía vigilándonos.
- Voy a ver si la señora del carrito ya viene- dije con rapidez, levantándome. Bob dejó de hablar, mirándome con extrañeza. Trish se sobresaltó, abriendo los ojos, alcanzando a verme partir. - Muero de hambre- agregué, para contextualizar tanta prisa.
Salí, mientras los demás seguían hablando de las escobas de quidditch. Sentía mi corazón latiendo acelerado, otra sensación habitual al estar cerca de Carrow. Apenas me encontré en el pasillo, Amycus tomó mi mano (Se sentía cálida y hubiera estado feliz si no hubiera habido tanta prisa... Y bueno, por todo lo demás que ocurría con él.) Tiró de mí con fuerza, llevándome a otro compartimento, convenientemente vacío. ¿Esperabas que me empujara contra la pared y me diera un beso apasionado? Quizás eso habría sido menos incómodo que esta situación. Y no puedo negar que eso me habría gustado, aunque probablemente me habría hecho la desentendida. Al menos soy honesta.
Antes de que Carrow cerrara la puerta del compartimento, un gato gris con rayas se abrió paso tras nosotros. El gato comenzó a olisquear mis piernas y lo observé, queriendo distraerme un instante, antes de mirar a mi compañero.
- Se llama Nemesio- nos presentó Amycus, con voz rasposa. El gato no me hizo mucho caso; luego de comprobar que no representaba peligro, se subió a uno de los asientos y comenzó a acicalarse, sin prestarme más atención.
-¿Qué quieres?- pregunté, queriendo sonar dura, pero no me sentía así en absoluto. El hecho de que hubiera ido expresamente a buscarme apenas tuvo la oportunidad me hacía sentir una mezcla de sensaciones: después de todo, estaba demostrando que le importaba. Amycus se quedó de pie frente a mí, sin decir nada. Sólo acarició la cabeza de Nemesio. Mis ojos vagaron hacia su mano, que era muy delicada con un gato mientras me lastimaba con su lejanía. -¿Nos vamos a quedar aquí como tontos? - presioné. Necesitaba que dijera algo y escuchar su voz otra vez.
- Funcionamos mejor hablando lo menos posible- comentó. Eso no me agradó para nada. - Además... No sé qué decirte ahora. Pensé que los libros hablarían por mí, que... al menos te ablandarían un poco.
Me encogí de hombros, tratando de fingir indolencia. Tampoco sabía qué podría decirme para hacerme sentir mejor... Fijé la vista en su ropa de calle, jeans ajustados, chaleco burdeo tejido, quizás, por uno de sus elfos domésticos. Quería apretar mi mejilla contra esa lana rojiza, sólo porque eso significara poder abrazarlo. Sólo lo había abrazado un par de veces y ahora se me hacía necesidad.
- Te agradezco los libros, pero no quiero aceptarlos- logré responder. Me miró, negando con la cabeza, como si no pudiera entender lo que decía. Aparté la vista de su rostro y continué: - Y respecto a hablar... Depende de lo que quieras. Si quieres que nos alejemos más o que yo te perdone.
Sus ojos echaron chispas, como solía pasar cuando las cosas no iban como él quería.
- Quiero que me perdones- dijo, pero en su expresión no parecía arrepentido, para nada. - Perdóname por ser como soy, por pensar lo que pienso y por sentir lo que siento... Después de todo, eso es lo que quieres, ¿no? - Su voz fue subiendo de intensidad y me sorprendió causarle tal furia. Me estaba reprochando y yo sabía que tenía razón pero, al mismo tiempo, no la tenía.
- Tú sabes que me lastimas al llamar impuros a los hijos de muggles- musité. Mi voz débil lo hizo detenerse. Apretó los labios.
- A mí me importas tú, no el resto de los... - resopló, como si le costara decirlo- ... de los hijos de muggles. No puedo dejar de verlos como los veo.
- Eso lo sé. Lo entendí mientras regresaba al callejón Diagon- suspiré. De verdad quería que entendiera.- Tú... Tú me gustas...- aunque esas palabras no explicaban ni un ápice de lo que sentía por él, lo dije así. Sí, como si hubiera hecho tanto el ridículo por un chico que simplemente me gustara.- Pero... Tú desprecias gran parte de lo que soy... Y aunque tienes razón, que yo opino mal sobre las personas que odian a los muggles, yo no he hecho nada en contra de ustedes, ni me considero superior, yo sólo me he defendido. Pero tú has dañado a muchos sólo porque no tienen padres magos.
Él apretó los labios otra vez y pensé que replicaría, pero no dijo nada. Hubiera querido que replicara. De verdad, hubiera querido que me dijera algo que me hiciera entender, de alguna forma, su actitud.
- Yo... Yo no entiendo qué sientes por mí, Amycus... Y tú no pareces entender lo que yo siento por tí. Yo debí saber que tú jamás querrías una relación normal conmigo. Acepto que fue mi culpa, por ilusionarme con algo imposible. Pero no puedo aceptarlo. Es por eso que no tenemos sentido juntos- Sentía que mis palabras no tenían propósito alguno, ahora que las decía en voz alta. Como si hubiera alguien que no fuera yo diciendo todo eso.
Noté en sus ojos que lo había lastimado. ¿Lo había lastimado, de verdad? Sentí que me estaba lastimando yo también, viéndolo con la espalda apoyada contra la puerta de vidrio, con los brazos cruzados, mirando el suelo. Él nunca había mirado el suelo en su vida, no que yo recordara. No quería verlo así... Como dije, yo misma me estaba arrepintiendo de mis palabras mientras las decía. Una parte de mí se quejaba sonoramente por ser tan orgullosa. Esa parte de mí que había estado esperando volver a verlo durante semanas. Esa parte de mí que lo imaginaba cerca y pensaba en cuánto quería abrazarlo o se preguntaba cómo estaría en ese momento. Esa parte que siempre esperaba que él estuviera bien.
- Debo... Debo devolverte tus libros- dije. Los dichosos libros estaban en un baúl, viajando junto con los míos. Él negó con la cabeza.
- Fueron un regalo- musitó, sin mirarme. - Quédate con ellos. A mí no me sirven y ese tipo de la librería me mataría si los devuelvo.
Sí, realmente habíamos fastidiado mucho a ese pobre hombre... pero eso no era excusa.
- Yo también tengo los míos- repliqué. - Los compré de segunda mano.
Frunció el entrecejo, molesto.
- Puedes comértelos, ya no me importa- declaró con energía, pero se frenó. Bajé la vista, triste. Resopló.- Puedes donarlos al colegio, siempre hay alguien que no puede darse el lujo de comprarlos ni de segunda mano- matizó, volteando hacia la puerta de vidrio para marcharse.
- Yo agradezco el gesto, de verdad, nadie había hecho algo así por mí, pero... si los acepto, me daría mucha vergüenza- traté de explicarle. No quería que me creyera una malagradecida. Y no quería que se fuera aún...
- No me interesan las razones, el punto es que no los quieres. Ni a mí...- Frunció el entrecejo, como si no creyera sus propias palabras.- Tú me mentiste en esa carta- declaró y me sorprendí. - No me quieres, Jamie-. Negué con la cabeza repetidas veces; saber que pensaba que mis sentimientos habían sido sólo palabras era algo insoportable. -Si me quisieras, me querrías a pesar de todo.
Esa frase la había reflexionado mucho durante el verano. El querer a pesar de todo. Yo quería a Amycus a pesar de todo, me imaginaba compartiendo junto a él, viéndolo reír, hablando con Carl y Trish, siendo felices juntos. Quería, ansiaba que eso pudiera ser cierto. Pasar todo por alto, sólo para estar cerca de él.
- Es más complicado que eso y lo sabes- lo detuve con mis palabras. Él se quedó quieto junto a la puerta y me miró. - Te quiero, te quiero a pesar de todo... No podría negarlo. Será un infierno verte todos los dias y no poder abrazarte... - suspiré. -¿Pero tú podrías estar conmigo si odiara todo lo que eres?
-¿Y tú no odias todo lo que soy?- insistió, en voz baja. Negué con la cabeza, pero él calló, y comenzó de nuevo. - Yo... yo no odio todo lo que eres. Me gusta tu valentía, tu inteligencia, tu fortaleza... me gusta que... peleas por lo que crees... aunque yo no esté de acuerdo en algunas de tus creencias. Me gustan... tus labios y ese labial que usas, ¿sabor durazno?- Asentí, sin mirarlo a los ojos. - Y me gusta... - Sus palabras me estaban sonrojando. Me restregué el ojo, porque una pestaña se había metido ahí y me molestaba. Genial momento para hacerlo. - Me gusta esa manera que tienes de hacer estupideces cuando estoy hablando seriamente...
No pude evitar reír. Y sentirme más ruborizada.
- A mí me gusta tu elocuencia al hablar- comenté. - Y tu voz... - Era grave, pero no tanto como para molestar, era suave cuando debía y fuerte cuando él quería. Pero callé. No convenía seguir diciendo cosas sin sentido.
-¿Y que más? - replicó. Ya no tenía el seño fruncido, pero seguía serio. Apreté los labios, preguntándome si convenía seguir con las declaraciones de afecto. Volver a caer. Amycus se acercó un poco más y retrocedí. El gato se detuvo un instante para mirarme, pero siguió en lo suyo. -¿Eso es todo?- insistió Carrow, mirando a Nemesio también.
- No. No es todo. Me gusta que te impones ante los demás sin siquiera levantar la voz, que eres bueno con Nemesio- El gato que descansaba en el asiento se estiró sin hacer caso a mis palabras, pero eso no era importante-, que te esfuerzas en tus estudios para conseguir lo que quieres, que... - suspiré- que puedas sonreír y hacer que todo desaparezca- Me miraba fijamente y desvié la vista, avergonzada- y por Merlín... amo que estés aquí ahora hablando conmigo... Temí que nunca volviéramos a hablar y... - Sí, había caído. Él podía notar que ya no iba a rechazarlo. Necesitaba tanto abrazarlo... Por suerte Amycus lo entendía.
Vino hacia mí en menos de un segundo y me atrajo de la mano. Apenas me acarició la palma me acerqué sin pensarlo. Me estrechó con fuerza, apoyando mi cabeza contra su pecho. Cerré los ojos, abrazándolo a mi vez. Podía sentir su corazón y ese latido acelerado me hizo extremadamente feliz. Quería quedarme así, escuchándolo, hasta que el viaje acabara. E ir abrazada con él hasta el castillo. No pensar en nada, sólo... seguir abrazándolo.
-Quizás podamos reunirnos una vez al día para abrazarnos y... no decirnos nada más- bromeé.
- Yo no podría hacerlo- musitó. - Necesito mucho más que eso. - Me levantó la barbilla para que yo lo mirara, colocando su rostro muy cerca del mío. Busqué sus ojos, algo avergonzada.
- ¿Una tregua?- preguntó, sonriendo de esa manera que supongo, volvía loca a Norah... y en mí provocaba el mismo efecto.
Lo besé entonces, sintiendo el traqueteo del tren y a Amycus contra mí, que me rodeó con sus brazos más apretadamente. Entrelacé mis manos tras su cuello, poniéndome de puntillas. En realidad era una posición muy incómoda y me reí, de manera que ya no pudimos seguir besándonos.
-¿Por qué te ríes?- preguntó, reteniéndome de las mejillas para mirarme.
- Soy muy pequeña- me quejé.
- Ven aquí- Se sentó, me atrajo de la mano hasta el suelo y me sentó en sus rodillas. Busqué sus labios otra vez y nos besamos más.
- Espera...- dije, manteniendo mi cabeza contra su hombro. Él me mantuvo abrazada. - Aún debemos aclarar ciertas cosas... Yo necesito que hagamos un acuerdo... Que me prometas que ... que, al menos, tratarás... de ser ... indiferente. Que no molestarás ni atacarás a los hijos de muggles. Al menos, sería un cambio para bien...
- Para bien según tu ideología- suspiró.
- ¿Te haría feliz que yo me humillara y me tirara al piso por ser hija de muggles?
Tardó en responder.
- No...
- Tú me harías muy feliz si no trataras mal a los hijos de muggles y a los mestizos. Entonces... ¿Qué crees que es mejor? ¿Para ambos?
Él se quedó en silencio mucho tiempo. Yo mantuve mi cabeza contra su hombro. Podía sentir mi propio corazón apretándose de angustia con cada segundo silencioso, sólo interrumpido por el traqueteo del tren al avanzar.
- Hagamos un trato- propuso él- Yo seré más... diplomático al referirme a los... a los hijos de muggles, no les atacaré... si no me provocan- Fruncí el entrecejo- y tú aceptarás que nuestra relación debe ser secreta. Esto es nuestro y nadie más tiene por qué saberlo- dijo, seriamente.
Me parecía que me estaba pidiendo mucho a cambio de nada, pero lo pensé mejor. Después de todo, para él debía ser algo difícil ser diplomático y si lo hacía por hacerme sentir mejor, lo aceptaría. Pero algo en mí, quizás mi orgullo, siguió gritando, molesto, dentro de mí. Como diciéndome: "Con un par de besos quedas contenta". Pero bueno, no eran besos de cualquiera. Los besos de Amycus tenían más valor que los de cualquier otra persona en este mundo.
-¿Ni siquiera puede saberlo Trish?- intenté negociar.
- Querrá contárselo a su novio, imagino. - Jugueteó con un mechón de mi cabello, pensativo.
Y Carl querría decírselo a Alan y así seguiría la bola de nieve.
- ¿Me juras que no molestarás a ningún mestizo ni hijo de muggles?
- Lo haré por tí- aclaró. Bueno, era un comienzo. Intenté sonreír.
- Okay, nadie lo sabrá... De acuerdo...- me mordí el labio inferior, preocupada y él aprovechó de besarme otra vez.
- Otra cosa que me gusta de tí es cuando te muerdes los labios- comenzó, como si la conversación anterior hubiera finalizado.- Me dan ganas de besarte cada vez que lo haces, ¿sabes?
- Supongo que puedo hacerlo cada vez que quiera un beso- me reí, nerviosa. Él besó mi mejilla y luego mi nariz, haciéndome cerrar los ojos. - Ya, ya, es suficiente, alguien puede vernos...- bromeé.
- Nadie nos verá aquí- discutió. Le sonreí, tratando de parecer burlona, me levanté y acaricié a Nemesio antes de abrir la puerta.
- Nos vemos luego.
-¿Aceptarás mis libros?- preguntó, incorporándose a su vez.
- No fue que no los aceptara por estar enfadada contigo, fue por...
- Por orgullo, lo sé... Lo entiendo. Pero... Puedes venderlos y ahorrar para una nueva escoba. No digas que lo de la escoba no fue mi culpa. Al menos, déjame ayudarte a arreglarlo- dijo.
Esta situación era tan extraña, pero al mismo tiempo, tan maravillosa. Asentí por fin, lista para irme, pero Amycus me atrajo de la mano y trató de acercarme otra vez en un beso. Lo detuve.
- Los chicos se van a preocupar si no regreso... y comenzarán a buscarme.
- Parecen tus guardianes- se quejó Amycus, resoplando. Fruncí el entrecejo, aunque me gustaba que quisiera estar conmigo.- De acuerdo. Nos vemos después... - alzó mi mano con la suya y la besó. Un gesto tan simple, me enterneció sobremanera. Él aprovechó mi momento de debilidad para besarme otra vez en la boca. Cuando me aparté y fui hacia la puerta, volteé para mirarlo por última vez y él tenía una sonrisa que sólo puedo calificar como triunfante.
Me fui de allí, sin poder evitar mi propia sonrisa en el rostro. Y el corazón acelerado. Y el rubor en mis mejillas. Respiré profundamente antes de entrar al compartimento donde estaban mis amigos.
Trish y los demás me vieron regresar. Alan también estaba allí.
-¿Qué pasó?- preguntó Trish.-¿No la encontraste?
- No...- respondí.
-¿Y por qué pareces tan feliz?- preguntó Alan, como todo saludo.
- No me pasa nada- repuse, aunque sentía que me estaba poniendo colorada. Apreté mi mano, allí dónde Amycus me había besado, contra la otra, como si alguien hubiera podido notar una marca de su beso en mi piel. Alan me miraba fijamente y parecía saber todo, ¿o era idea mía?
-¿Y bien?- dijo.
-¿Y bien qué?- me asusté.
-¿No vas a felicitarme? - preguntó, estirando los brazos hacia mí. Era cierto, su Premio Anual. Me dejé caer en sus brazos, aliviada de que esa fuera la razón de su mirada y no otra cosa... Y estaba feliz por él, además.
- Nadie lo merece más que tú- le dije.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro