Capítulo XXXIV: Preguntas
Al llegar a la cena en el Gran Comedor, mis ojos vagaron de inmediato hacia la mesa de las serpientes. Esperaba encontrarle y poder mirarle toda la cena, sólo por... porque era lo más importante para mí ahora, supongo. No estaba pendiente de mi comida, ni siquiera me preocupé si Eddie picoteaba de mi plato o no, como estuvo haciendo todo el rato, sólo por molestar. Apenas descubrí a Amycus sentado junto a la pared, al lado de Black y de Alecto, aparté la mirada para volver a verlo apenas tuviera oportunidad. Trish me ofreció flan cuando aparecieron los postres y di un respingo, tratando de tomar el plato que me estaba dando.
- ¿Pasa algo?- preguntó. Yo sonreí, negando con la cabeza.
- Estoy contenta de volver a clase, eso nada más.
Mi amiga asintió con aprobación, aunque sabía que volvería a preguntarme luego. Después de todo, había pasado las últimas semanas muy triste y ella sabía que había sido por Carrow. Verme tan feliz de repente no era muy normal. Me eché un gran trozo de flan en la boca y era de pistacho. Escupí y mi amiga frunció el entrecejo.
- Detesto el pistacho- me excusé y ella negó con la cabeza.
- Te dije que era de pistacho. No me estás escuchando.
Busqué un bol con helado de manzana y comencé a comer. Trish se encogió de hombros, al tiempo que Carl reclamaba su atención. Había unas figuritas de mazapán y todos se estaban peleando algunas. Aproveché de mirar a Amycus otra vez desde mi sitio y pude ver que estaba comiendo una de esas figuritas también. ¿Era posible que me pareciera lindo verlo comer? Lo sé, era una ridiculez, pero hubiera querido poder ir a sentarme a su lado y compartir una de esos mazapanes, como estaban haciendo Trish y Carl a mi lado.
Dumbledore se levantó de su asiento y comenzó su discurso de bienvenida, un discurso que me sacó de mis pensamientos románticos. Habló de muchas cosas, entre ellas de sucesos que varios habíamos leído en El Profeta pero que seguían llamándose hechos aislados en ese medio de comunicación. Según nuestro director, las cosas eran muy diferentes. Según Dumbledore, todos esos sucesos eran provocados por un sólo enemigo y que era necesario que nosotros lo supiéramos. Sus palabras generaron un murmullo que cada vez fue más fuerte. Pero también me pareció que había muchos incrédulos respecto a sus palabras, incluso en mi propia mesa.
En mi opinión, Dumbledore nunca hablaría sin conocimiento de causa. Pero no estaba siendo claro con sus palabras. ¿Quien era ese enemigo? ¿Un hombre? ¿Una organización?
Frente a mi mesa, pude ver a Rabastan riendo en la mesa Slytherin. Sus amigos reían también, como si todo lo que dijera el director fueran tonterías. Carrow estaba en silencio, bebiendo un vaso de agua. No estaba pendiente de Dumbledore y eso no me llamó mucho la atención. Nunca había sido muy respetuoso con el director del colegio, ni estaba muy pendiente de sus discursos. Amycus notó mi mirada y dejó el vaso sobre la mesa, sonriéndome fugazmente. Eso me calmó un poco.
Dumbledore apagó el caos de conversaciones entre los estudiantes y llamó a la calma, asegurando que estábamos a salvo en Hogwarts, si nos manteníamos unidos. Dijo que todos en Hogwarts éramos una sola familia. Algo que no gustó a mis compañeros de mesa.
- No pertenecería a la familia de Carrow ni muerto- comentó Bob. Volteé a mirarlo y frunció el entrecejo.-¿Por qué me miras así?
- Creo que lo que Dumbledore dice es que debemos comprender quienes son los verdaderos enemigos.
- ¿Enemigos?¿Te escuchas? Ellos son los que se han pasado la vida torturándonos. - Iba a replicar, pero él me detuvo con un gesto de la mano. - No seguiré hablando de eso, porque es el primer día de séptimo y no quiero amargarme tan pronto.
Intercambié una mirada con Trish, que suspiró. Dumbledore nos dejó salir y mi amiga me informó que daría un paseo con Carl antes de volver a la sala común. Asentí y salí sola hacia el pasillo. Apenas logré abandonar el Gran Comedor, choqué con Amycus. De frente. Como si me hubiera chocado a propósito.
- Ten más cuidado- dijo. Su voz fría me llamó la atención extremadamente. Al compararla con su voz en el tren, no había parecido alguno. Era como volver al año pasado, con nosotros enfrentados. Bueno, si había que actuar de esa manera, intentaría hacerlo.
- Tú ten más cuidado- repliqué, aunque no logré darle el tono correcto a mi voz. Pareció un juego, más bien. Incluso un coqueteo. Esperaba que nadie se hubiera fijado en mi actitud tan extraña. Bajé la vista para ocultar la risa.
- Se te cayó un papel- le dijo Eddie a Amycus, señalando una bola de papel que había en el suelo. No había notado su presencia, así que volteé hacia él, nerviosa. Mi amigo estaba observando a Carrow con el entrecejo fruncido. -¿No lo vas a recoger?
Amycus mantuvo la mirada en mí, como si Eddie no existiera.
- Recógelo, Roberts- dijo, dando la vuelta y marchándose antes de que alguien pudiera replicar.
- Es un maleducado- dijo Eddie, molesto, viéndolo marcharse. Intentó recoger el papel, pero me adelanté.
- Iré a botarlo- anuncié, como si fuera lo más emocionante del mundo. Me fui al baño del primer piso y antes de que viniera alguien, desarrugué el papel y como sospechaba, vi que tenía una nota.
Torre de astronomía en media hora.
A.C.
Salí del baño y Eddie seguía ahí.
- No entiendo por qué recogiste ese papel. No eres la criada de Carrow.
- Lo sé, pero no me gusta que el castillo esté sucio, contribuyo con mi granito de arena- dije, con simpleza. Comencé a subir la escalera y Eddie me siguió. - Ahora... Tampoco es necesario que lo encares con rabia cuando no te ha hecho nada...- Lo miré de reojo, a ver qué cara ponía.
- Te empujó, Jamie, sin mediar provocación. Yo vi que no fue casualidad, él quiso golpearte. Además, no le dije nada. Nunca he hecho nada contra Carrow y no voy a empezar ahora.
- Eso me alegra- confesé. Eddie frunció el entrecejo.
- No veo por qué. Has pasado mucho tiempo peleando con él.
- Sólo estoy cansada de las peleas. Si te enfrentaras a él, me obligarías a defenderte...- bromeé, aunque era cierto.
Eddie sonrió levemente y logré ingresar a la sala común más relajada. Me dirigí inmediatamente al dormitorio de las chicas de séptimo, donde ya estaba mi baúl y todas las cosas. Me senté en la confortable cama un momento para pensar en lo que haría a continuación. Esta reunión en la torre de astronomía era como una primera cita, suponiendo que la salida en el Callejón Diagon no importara. Debía salir de ahí antes de que llegara Trish y se extrañara de mi salida nocturna.
Me fui a lavar los dientes, busqué mi labial en la mochila y lo apliqué sin siquiera mirarme al espejo. No importaba, era un color muy claro y aunque me hubiera salido de la línea, no se notaría mucho... Me pasé la mano por la orilla del labio inferior, como si eso ayudara en algo, mientras bajaba las escaleras hacia la sala común. Pasé como un bólido, ya que la sala ahora estaba abarrotada de estudiantes. Me escondí tras un grupo de chicos de primero que intercambiaba cromos de las ranas de chocolate.
-¿Quieres un cromo?- preguntó uno de los chicos, al verme junto a ellos.
- Te daré diez si me das una información. ¿Has visto a una chica rubia de séptimo, de ojos azules y...?- ¿Había una descripción más genérica para alguien como Trish? Otro tipo de detalles no serían detectables a simple vista por alguien que no la conocía...- Usa un medallón con una rosa azul bastante grande- dije, recordando que Carl le hizo ese regalo en el verano y ella ya no usaba otra joya que no fuera ésa. Como si fuera un anillo de compromiso.
- Está ahí- dijo otro chico, señalando un poco más allá. Observé y de hecho, mis amigos estaban ahí, sentados en un sofá, charlando.
Les prometí a los chicos que les daría los cromos al día siguiente. Ellos se quedaron discutiendo cuál de los dos recibiría los cromos, uno argumentando que yo había hecho el trato con él y el otro diciendo que había sido quien había encontrado a Trish en la multitud. No me quedé para mediar entre ellos, aunque bastaría con que se quedaran con cinco y cinco y ya...
Salí de la sala común, temiendo que alguien me pillara en los pasillos. Esperaba que los prefectos no me descubrieran, ya que debían estar haciendo su ronda y no podría engañarlos si me encontraban. Pero no encontré a nadie, de manera que subí las escaleras más aliviada, esperando que Amycus tardara poco en aparecer en la torre de astronomía.
Me sentí aún más aliviada cuando vi que ya estaba ahí. Había llevado su telescopio, para tener una excusa, supongo. Yo no había pensado en eso. Él estaba mirando por el balconcito, sumido en sus pensamientos. Caminé de puntillas, queriendo sorprenderlo con un abrazo, pero dijo, sin siquiera mirarme:
-¿Nadie te siguió?
-¿Tienes ojos tras la cabeza?- me sorprendí. Él se echó a reír.
-Probablemente.
Negué con la cabeza.
- En todo caso, nadie me siguió, que yo sepa.
Se acercó a la escalera y observó detenidamente. Me quedé en silencio, viendo cómo revisaba. ¿En serio, pensaba que las personas estaban tan interesadas en lo que yo hiciera o dejara de hacer? Finalmente, se dio por satisfecho y se acercó a mí. Sentí mi corazón acelerarse inmediatamente cuando acercó su rostro al mío, me sonrió y dijo, llevándome al sitio más oscuro del salón:
- Pensé que sería bueno tener una cita esta noche... ¿No crees?
- Pues... Hubiera querido no tener que arriesgarme tanto para una cita-comenté, sintiéndome nerviosa otra vez.
- Me pregunto qué excusas daré para poder verte todos los días... - dijo él entonces.
-No creo que sea buena idea- repuse y él me observó sorprendido.-C-creo que lo mejor es vernos de vez en cuando. Poner un día especial, decir que vamos a entrenar quidditch o algo así... Mientras más nos veamos, más oportunidad hay de que nos descubran. - Por supuesto que deseaba verlo todos los días. Pero si debía ser racional entonces, lo sería.
Amycus apretó los labios, serio. Me rasqué el brazo, nerviosa, pendiente de su boca.
- Tienes razón- dijo, apartándose de mí un tanto.- Quizás... estaría bien vernos los viernes. No tenemos clase en la tarde y los sábados es mi entrenamiento con el equipo... Kepler es muy obsesivo con los entrenamientos, preferiría tener las horas libres por si decide cambiar los horarios a última hora. Si no, me molestará la semana completa y odio que me den la lata.
Asentí. Era miércoles, así que estaría esperando el viernes sólo dos días. En todo caso, su charla sobre Kepler dando lata me interesaba.
- ¿Y que otras cosas odias? - pregunté, acercándome al balconcillo, para quedar de pie junto a él. Él me miró, extrañado por la pregunta, supongo.- Siento que te conozco muy poco- musité- Pero me gustaría mucho arreglar eso ahora mismo.
- Conocer a alguien implica tiempo- repuso él, pasando sus dedos por mi mejilla. Eso fue suficiente para provocarme un rubor.- No bastará con una conversación.
- Lo sé- Apoyé mi mejilla ruborizada contra sus dedos helados y él suspiró levemente. Ese suspiro me hizo sonreír. - ¿Puedo preguntar, aún así?
Lo vi apretar los labios otra vez, pero fue sólo un instante. Se acomodó junto a la pared, apoyando la espalda.
-¿Qué quieres saber?- dijo. Volví a acomodarme contra su hombro, cerrando la distancia entre nosotros y él acarició mi cabellera con manos temblorosas.
-¿Estás nervioso?- pregunté.
- ¿Por tenerte cerca? Obviamente sí- respondió.- Siempre me ha pasado.
- Pues... No lo notaba antes- bajé la mirada a mis jeans.- ... También me pasa.
Sonrió, deslizando su mano contra mi mejilla. Cerré los ojos, disfrutando la caricia. Él acarició el puente de mi nariz y apartó un mechón de cabello que cayó sobre mi rostro, colocándolo tras mi oreja. Hubiera bastado, quizás, que nos quedáramos ahí sin hablar... Pero quería, al mismo tiempo, decirle tantas cosas.
- ¿Tienes alguna otra pregunta?- dijo.
- No has respondido la primera- le recordé. Él negó con la cabeza. - Okay, no respondas, ya me enteraré... - Me lo pensé bien y continué:- Me gustaría saber... cosas simples... Por ejemplo, cuál era tu juguete favorito cuando eras un niño...
Se quedó callado mucho rato. Volví a apoyarme contra su hombro y él volvió a acariciar mi cabello. Se sentía extremadamente bien...
- Podemos sentarnos, si quieres- sugerí. Nos sentamos, con la espalda contra la pared de piedra. Tomé su brazo y lo guié alrededor de mis hombros. Amycus sonrió, antes de hablar por fin.
- Pues...recuerdo... - Frunció la nariz- un oso de peluche. Café, con un corbatín verde, bastante genérico, la verdad. Nunca tuvo nombre, sólo lo llamaba "el oso"... y lo llevaba para todas partes... - Sonreí al notar un ligero brillo en sus ojos, aunque sólo durara un instante- Pero Alecto le rompió una pata cuando tenía cuatro años y nunca lo arreglé. - Encogió un hombro y me apreté más contra él. - ¿Y tú? Supongo que te gustaban mucho las muñecas y hacerles comida, cuidarlas y esas cosas...
-¿Por qué? ¿Piensas que soy muy maternal?
- ¿Me equivoco? Siempre defendiendo a tus amigos... ayudando a los demás...
- Pues...- reí. - No creo que eso sea por ser maternal. Pero, quizás... todavía tengo mis muñecas en la habitación de mi casa... - Me callé, pensando que se burlaría, pero él me miraba como si esperara que siguiera hablando. - Supongo que ahora piensas que soy infantil.
- Eso lo has dicho tú, no yo... - repuso.
-¿Pero lo piensas?
- Algo, sí. - Notó mi desaliento- Pero eso no significa que debas cambiar de actitud. Eso sería estúpido. Además... Me gusta como eres- concluyó. Asentí, aunque yo no soy el tipo de persona que cambia por lo que diga alguien... O eso creo.
Amycus buscó en su bolsillo y sacó algo que estaba envuelto. Lo desenvolvió y vi que era una rosa de mazapán de la cena. Me la ofreció ante mi expresión sorprendida y dijo: - Pensé que te gustaría una, ya que creo conocerte un poco...- sonrió, con algo de burla-... y sé que eres infantil y... te gustan las cosas dulces...
- Con tal de que no te refieras a mí como infantil a cada instante- bromeé, tomando la rosa entre mis manos. - Además, ¿a quién no le gustan las cosas dulces?
- A mí- declaró.
- Pero dijiste...
- No disfruto la comida en general, soy bastante simple cuando se trata de comer... Pero bueno, pensé que te gustaría compartirla, como vi que hacían otras parejas.
¿Cómo podía saber lo que yo pensaba de forma tan certera? Dividí la rosa en dos partes y le ofrecí una, con la cabeza llena de pensamientos locos. Él había dicho "otras parejas". Era muy extraño sentir que éramos realmente una pareja. Él tomó el trozo de mazapán y comió sin decir nada.
Terminamos de comer y de repente, acercó su mano a mi boca. Me quedé quieta, sin saber a dónde mirar, cuando sus dedos rozaron mi labio superior.
- Tenías una mancha- comentó en voz muy baja. Yo sentía mi corazón latiendo muy fuerte ante eso tan simple. Él me observaba muy serio, apretando los labios y nos quedamos en silencio, sólo mirándonos. La luz de la luna iluminaba apenas su rostro, pero era suficiente para dejarme prendada de él. No tuvimos que ponernos de acuerdo, nos besamos.
Aunque sus labios estaban fríos, me apreté en ellos, rodeando su cuello con mis brazos. Él colocó sus manos en mi espalda. Rocé la parte de atrás de su cuello con mis dedos y cuando se tensionó, no pude evitar sentirme satisfecha. Se apartó de mí entonces.
Pensé que, quizás, él se había avergonzado. Pero Amycus Carrow avergonzado era algo que nunca había visto antes. Apoyé la espalda en la pared, aún mirándolo.
- Gracias- dije.
-¿Por qué?
- Por avisarme de la mancha- me reí- Me pinté sin mirar, es que... tuve que salir apurada.
Amycus asintió.
- Hood te estuvo molestando- advirtió. Tardé un segundo en comprender que se refería a Eddie.
- Él no me molestaría. Es un amigo.
- Pero seguramente hace muchas preguntas- musitó Amycus, frunciendo el entrecejo. No le dije nada, sólo negué con la cabeza.
- ¿Escuchaste lo que dijo Dumbledore?- pregunté, cambiando de tema. No quería hablar de mis amigos, además me interesaba saber su opinión sobre lo que se había dicho en la cena. Él tardó en mirarme otra vez y responder.
- No me interesa lo que diga Dumbledore. Es... sólo un loco.
Negué con la cabeza otra vez. Mi opinión sobre Dumbledore era muy diferente.
- Aún así, creo que no se deben desacreditar sus palabras en este caso- dije. Amycus me observó, extrañado.
-¿Por qué? ¿Tú tienes pruebas de lo que ha dicho?
- No es como que haya dicho mucho...- me encogí de hombros, dudosa- pero creo que lo que ha sucedido en el último tiempo es demasiado como para ser sólo coincidencia.
- Pues bien... En mi opinión, son tonterías- Se levantó, muy rápido y se acercó a la escalera, vigilando otra vez- Es tarde, creo que debemos irnos ya. Ve tú primero, yo esperaré un par de minutos antes de salir- dijo, rápidamente, mirando su reloj.
Hubiera querido quedarme más tiempo. Pero el reloj de la escuela comenzó a sonar y supe que no podía atrasarme más. Trish volvería al dormitorio, si no había regresado ya y yo tendría que dar una excusa.
- Ven aquí- dijo él, tomándome de la mano cuando ya me iba.
Le di un beso de buenas noches y me fui a paso rápido hacia mi sala común. Sin mirar atrás. Pero estaba muy contenta... La felicidad era completa entonces y aunque durara un segundo, valía la pena.
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