Capítulo XXXI: Orgullo
Podía ser un sueño, ya lo había dicho. Podía ser una alucinación. Acaricié la mejilla del muchacho como si fuera una preciada obra de arte, queriendo conservarla conmigo siempre. Un momento que, hubiera querido, durara más tiempo. Sonreí, esperando una sonrisa más de su parte. Pero Amycus se incorporó del banco como si lo hubiera electrocutado.
-¿Qué sucede? - le pregunté.
Él me miró y luego miró hacia la esquina. Volteé a mirar también. Era Eric Zabini, uno de los slytherins de su curso, acompañado de dos personas mayores, aparentemente sus padres. La expresión en el rostro de Amycus no la había visto antes. Era como si estuviera avergonzado, como si se sintiera humillado. Eric caminaba mirando hacia el frente, sin intención de mirarnos, aunque estuviéramos a plena vista. De hecho, era probable que ni hubiera visto a Carrow. Pero él se alejó de mí, un paso y otro más... De repente comprendí todo. Eric dio vuelta en la esquina y Carrow regresó junto a mí en medio segundo. Se sentó, mucho más aliviado.
- Tú no quieres que nos vean juntos- musité. Él se detuvo a medio camino, cuando su mano iba a tomar la mía. Resopló, mirando el suelo.
- Debes entender...
-¿Qué se supone que debo entender? ¿Que decidiste salir del callejón Diagon para que ninguno de tus compañeros nos viera?- Me aparté de él cuanto pude y vi en su expresión que le disgustaba mi actitud. Apretó los labios, en ese gesto que había visto tantas veces.
-¿Qué esperas que haga?- suspiró.- Nadie en mi grupo va a entender que estemos juntos. ¡Nadie puede saberlo! ¡Nadie puede saberlo nunca!
Cada palabra suya era tan obvia como hiriente. Debí suponerlo. Debí suponerlo... Yo y mi tonta esperanza...
-¿Y qué buscas entonces? ¿Que yo acepte una relación secreta?
- Pensé que estaba claro- dijo. Como si yo fuera demasiado tonta o algo así. Me quedé mirando su rostro, pensando a mil por hora. La calma del parque era sólo una ilusión, me sentía como empujada por una fuerza que trataba de tirarme al suelo. Tragué saliva, antes de decir algo que no quería decir. Pero debía.
- Pues... Pues, te diré algo. Nadie tiene por qué saberlo- dije, levantándome del banco- Nadie tiene por qué saberlo, porque esto nunca pasó.
Me fui a paso rápido, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza, quejándose por mis decisiones. Ni siquiera me atreví a mirarlo a los ojos mientras decía todas esas cosas, porque sabía que me iba a arrepentir si lo hacía. Sólo mi orgullo estaba celebrando entonces. Yo hubiera querido volver a sentarme allí para abrazarlo, ignorar lo humillada que me había sentido cuando se alejó de mí, temiendo que Zabini nos viera juntos. ¡Zabini! Un chico cualquiera, sin poder alguno. Saber que cada vez que alguien nos mirara, Amycus se alejaría de mí, era algo que no aceptaría. No lo aceptaría nunca. Jamás.
-¡Jamie!- llamó la voz de Amycus. Por primera vez, me estaba llamando por mi nombre de pila. No más Roberts, sino Jamie. No quise mirar atrás, pero me afirmó de la mano.
-¿Qué es lo que quieres de mí?- exclamé. Quise pelear, porque no quería que me convenciera así, pero sus brazos me atraparon y me besó en la boca. Peleé un poco más, pero finalmente mis brazos cayeron a ambos lados de mi cuerpo. Cuando nos apartamos, él habló.
- Escúchame- dijo. - Esto sólo nos concierne a nosotros dos. Mientras queramos estar juntos, lo estaremos. No necesitamos que otros se enteren. Es nuestro. No puedo permitir que se sepa, también por tí. Si alguien se entera, te harán daño.
- Si dices que esto lo haces por mi bien...
- También por mí. Si se enteran que estoy contigo, perderé mi reputación. He pasado años peleando por una reputación, Jamie... No puedo aparecer de la nada diciendo: "¿Recuerdan lo mal que trataba a los impuros hace unas semanas? Pues bien, he cambiado de idea y ahora soy novio de una chica impura..."- se dio cuenta de la expresión de mi rostro y se calló. De verdad, él no tenía idea de que me hacía daño mientras lo hacía. Y yo no sabía qué frase suya corregir primero. No sabía si enfadarme o alegrarme porque hubiera hablado de noviazgo. ¿Jamie, en qué te has metido?
- No quiero que digas más la palabra impuro para referirte a mí o a cualquier otro hijo de muggles- dije. Él frunció el entrecejo.
-¿Qué?
-¿Crees que puedes seguir hablando así delante mío? ¿Que no me hará sentir enfadada o, por último, triste de que me trates así?
- Yo... Bueno, sé que es ofensivo... - Amycus resopló- pero no estaba hablando propiamente de tí, sino de... Maldita sea, Jamie, nos estamos yendo por las ramas.
- Sí, en eso te encuentro razón- corté. - Pero está bien, si no somos novios, nos ahorraremos todas estas cosas. Puedes seguir siendo Carrow, el secuaz de Lestrange y ofensor de los hijos de muggles y los mestizos... Y yo puedo seguir siendo yo, ¿sabes? - Me crucé de brazos. Mis palabras era ciertas, pero yo misma me arrepentía de decirlas. ¿La verdad? Quería que Carrow me abrazara, diciendo que ahora entendía todo, que mi personalidad ( la cual le había cautivado) le había hecho abrir los ojos, que ahora entendía que los hijos de muggles eran iguales a los magos sangre pura, que no tenía derecho a juzgar y... que caminara conmigo de la mano, dijera a todos que me amaba más que a nadie y que haría todo por mí y...
Era estúpida. Eso nunca iba a pasar.
- Jamie...- musitó. Pero no tenía nada que decirme. Que se hubiera fijado en mí, por la razón que fuera, no cambiaría su odio hacia los muggles. Ni su forma de pensar. Quizás ni siquiera su forma de sentir. Yo lo quería como era. Pero no me sentiría a gusto con él mientras se comportara así.
- Adiós, Carrow- dije entonces. Él no tenía nada más que decirme, yo no tenía por qué quedarme ahí parada, esperando algo que él jamás diría. Mi boca tenía grabado el recuerdo de su beso, pero eso, más que ponerme feliz, me causó tristeza. Me fui hacia el callejón Diagon. Amycus no me siguió, al menos. Logré llegar donde Trish y Carl, que tenían a la nueva lechuza, Jill, en su jaula, afuera de la tienda de mascotas.
-Hola- saludó Carl. -¿Quieres conocer a mi nueva amiga?- señaló la lechuza, era muy hermosa, con alas grises y ojos ambarinos que me miraron algo somnolientos.
- Creo que quiere dormir- logré decir. Trish me observó con reserva. Mi voz había sonado algo estrangulada y por supuesto que noto algo raro. Me hice la desentendida y pregunté a Carl si le había dado algún chuche a Jill, debía tener hambre. Pasé veinte minutos tratando de que la lechuza comiera de mi mano y cuando lo logré, noté que había mucho silencio a mi alrededor. Carl y Trish miraban algo.
- Vámonos- dijo Trish. Giré para ver lo que veían ellos y al pillar a Lestrange con su hermano mayor, giré la cabeza otra vez. No quería que Rabastan me viera. Pero supongo que la presencia de su hermano lo mantendría a raya.
- Vamos- Carl tomó la jaula de Jill y lo seguimos hacia El Caldero Chorreante. Nos sentamos allí y Trish preguntó por fin.
-¿No compraste tus libros?
La pregunta me hizo recordar lo sucedido. Carrow ayudándome con los libros...
- Es que... No tenía suficiente dinero- murmuré.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro