Capítulo I: Situación
Lo que sucedió esa tarde no fue, ni por asomo, lo que esperaba. No lo habría imaginado, ni en un millón de años. Estaba sentada en la biblioteca, rodeada de libros de texto, esperando que McGonagall no se acordara del test que iba a realizar aquella tarde.
No había estudiado nada. No sabía nada. Estaba buscando, desesperada, algún conocimiento que me hiciera recordar todo lo demás por arte de magia, pero claro, eso no era algo que la magia pudiera resolver. Si hubiera una poción que me ayudara a aprender las cosas de repente... En pociones yo era bastante buena, de las mejores del curso. Pero en transformaciones era un desastre.
Estaba cansada antes de empezar el test siquiera. Por eso apoyé la cabeza en el libro, creyendo que podría dormitar un momento. Ojala pasara algo que hiciera que McGonagall suspendiera la clase de la tarde... Entonces, mi dulce pensamiento se vio afectado por una petulante y asquerosa voz. Una voz que se burlaba, entendí eso por la entonación, aunque no lograba entender lo que decía.
Lestrange estaba cerca.
Se sentía una especie de halo de frialdad cuando él estaba por ahí. En general no iba a la biblioteca, debía ser un caso extraño... Quizás había recordado que estaba en una escuela. Me reí de mi propio pensamiento, aún tratando de dormir. Pero recuperé mi estado alerta al sentir su voz acercarse y, de repente, otra que sonó extremadamente cerca de mí.
- Apártate.
Levanté la cabeza del libro, con expresión desconcertada. Quizás había imaginado que me hablaban, pero me quedé quieta al ver que quien me había dicho aquello era Amycus Carrow.
Un metro ochenta y tantos de terror puro. Lo había visto mil veces en clases y en los pasillos, aterrorizando a los de cursos más pequeños y generando respeto en aquellos de mayor edad. Nunca habíamos hablado, ni siquiera nos habíamos dirigido la palabra. ¿Qué me había dicho? Me había quedado como tonta con la vista fija en esos ojos salvajes pero al mismo tiempo tan fríos. Él frunció los labios, sin apartar la vista de mí.
-¿Qué, no oíste?- logré captar que decía Rabastan con hastío. - Esta es nuestra mesa. Apártate.
¿Su mesa? Giré la cabeza para ver a Rabastan. Si había alguien desagradable, era él. Le encantaba molestarme, como si el hecho de que fuera hija de muggles significara que era un bufón creado para hacer reír a sus amigos.
- Vete, Roberts, ¿eres sorda?- volteó para intercambiar una mirada de desesperación con otro de los muchachos que completaban su corte.
- No veo sus nombres escritos en la mesa- dije, aunque suponía que no era buena idea. Nunca había sido buena para callarme la boca y sentía una furia inmensa. Siempre había sido así, me costaba ser suave y simpática cuando me estaban molestando de esa manera, sin motivo, discutiendo por algo tan idiota como una mesa, aunque hubiera muchas otras disponibles. Escuché los sonidos de sorpresa del grupo de chicos. Rabastan era el más feliz con mi reacción. En realidad, creo que, luego de seis años siendo compañeros de curso, me conocía bien y se regocijaba cada vez que podía hacerme enojar. Lo que era muy común. Mi amiga Trish me había dicho muchas veces que lo mejor era quedarse callada y hacer lo que me decían, sólo para evitar problemas.
Pero la sola posibilidad de darle en el gusto me enfadaba aún más.
Carrow no parecía estar "feliz" como Lestrange. Al parecer, su alianza con él era reciente. Por lo general andaban separados y eran un foco diferente de terror para los estudiantes. Rabastan se dedicaba a insultar y atormentar, mientras que Carrow golpeaba y amedrentaba. Si era una nueva unión, seguramente Carrow querría probarle a su nuevo compañero que valía la pena formar grupo.
Pero ¿por qué me habían elegido a mí para hacer la prueba?
- Por Merlín, Roberts... Yo me habría callado si fuera tú...- comentó Rabastan, como si temiera por mí. Yo me sentí temblar, sabiendo que había reaccionado al contrario de lo que debería. Pero no quería que ellos notaran mi temor, hubiera sido demasiado humillante. Probablemente les hubiera gustado verme suplicar, pero yo no era capaz de hacerlo. No quería hacerlo. No iba a hacerlo.
Me levanté de la mesa. No para irme, sino para verme menos pequeña frente a ellos. Ninguno era más bajo que un metro setenta y yo era mucho más baja. Pero me empeciné en verme valiente, esperando salir de allí menos furiosa de lo que me sentía.
Carrow soltó una risita burlona al verme frente a él. Yo había visto su molestia segundos antes, pero al parecer, había cambiado de idea.
- No es necesario que te hagas la valiente- comentó Rabastan.
- No le digas eso- intervino Amycus- Me gusta cuando se hacen las valientes. Así tengo más trabajo. ¿Qué hacías, Roberts? ¿Estudiar para transformaciones? Creo que es muy tarde para aprender algo, ¿verdad? - tomó los libros que estaban sobre la mesa, como si estuviera interesado en ellos. Luego de un segundo, los arrojó todos al suelo. Tuve que apartarme para que ninguno cayera sobre mis pies. Esperaba que Madame Pince acudiera de inmediato al ver semejante desacato contra los libros de la biblioteca, pero ni siquiera se percató, ya que estaba demasiado lejos de nosotros.
- Esos libros no son míos- aclaré, como si eso implicara que me hacía menos daño haciendo eso.
- Aún así, vas a recogerlos- dijo Amycus, sin inmutarse.
No, no iba a hacerlo. Di un paso para retirarme de allí, pero Carrow me cortó el camino.
-¿Acaso debo repetirlo?
- Yo no voy a...- comencé. Los otros slytherins se empezaron a reír, no sé si de mí o de Amycus. Noté que Rabastan se cruzó de brazos, como si estuviera decepcionado. Y Amycus perdió la paciencia rápidamente.
- Recógelos- ordenó, con voz amenazante, de un momento a otro. Yo, que lo había observado muchas veces, sabía que la mayor parte del tiempo Amycus no necesitaba más que eso para que hicieran todo lo que él quería. Pero yo, asustada como estaba, me quedé mirándolo fijamente.
- Creo que necesita algo más que eso para hacerte caso- comentó Rabastan, adelantándose, con cierta burla en su voz. Como si estuviera cuestionando a Amycus, no a mí. Como si todo esto, en realidad, no fuera porque quisieran hacerme daño, sino porque intentaban probar que eran capaces de hacerlo.
Rabastan me empujó entonces, tomándome de improviso. Perdí el equilibrio y me afirmé de los primero que pillé: Amycus. Alcé la vista, dándome cuenta de que me había afirmado de su pecho, pero no me aparté de inmediato. La reacción de todos fue... extraña. Rabastan parecía aún más contento, como cuando un expectador sabe que se acerca una escena muy emocionante. Golpeó sus manos, inclinándose hacia adelante, riendo. Por el contrario, los demás se echaron hacia atrás, como si quisieran huir.
Amycus parecía sentir náuseas. Como si sintiera asco de que yo lo estuviera tocando. Me seguía mirando como si tuviera cuchillos en los ojos, quizás fue sólo un segundo, pero me pareció una eternidad. Pero esa expresión en su rostro, asqueada, develaba una ventaja para mí. Aunque tuviera muchas ganas de salir corriendo de ese lugar, me afirmé con más fuerza de él.
- Gracias por ayudarme- dije, con ironía.
- Suéltame- ordenó entonces, como si no quisiera apartarme con las manos.
Le mantuve la mirada, pero esta vez no era porque quisiera parecer desafiante, sino porque era increíble cómo habían cambiado de repente. Sus ojos fríos se habían encendido en llamas.
- Creí que iba a caerme. Lo siento.- repliqué.
Él tomó aire, como para tener el valor, y colocó sus manos sobre las mías. Los slytherins hablaron entre sí, como si no hubieran esperado aquello. Como si en vez de estar tocándome con sus manos, estuviera poniéndolas en una plancha al rojo vivo. En vez de apartarme de un empujón, él aprisionó mis manos con las suyas. Fuerte, tan fuerte que grité de dolor. Como si de verdad, quisiera arrancarme las manos.
- No vuelvas a tocarme jamás- dijo lentamente, con una voz que no se asemejaba a sus ojos. Era fría, no estaba llevada por ninguna emoción. Yo sentí que iba a ponerme a llorar, tanto dolor sentía. - La próxima vez que me toques, perderás las manos. Y no creas que estoy jugando. ¿Entendiste? - No dije nada y las apretó aún más- ¿Entendiste?
Asentí con la cabeza repetidas veces, desesperada. Él soltó mis manos y las junté, frotándolas una con la otra, sabiendo que era el fin. Me habían ganado.
- Ahora vete- ordenó Carrow. No repliqué. Me retiré, escuchando las risas de los slytherins. Esas risas abombaban mis oídos, acrecentando la vergüenza que sentía.
Un solo pensamiento seguía en mi mente. Carrow me las iba a pagar. No sabía cómo, ni cuándo, pero me las iba a pagar.
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