Amycus P.O.V. IV
Regresé al Callejón Diagon con el pecho apretado en una sensación desconocida. Nunca me había sentido de esa manera antes. El día, que había empezado tan bien, ahora era una porquería. Me había estrellado de cara en el suelo cuando ella me miró así,cuando dijo que era mejor no estar juntos... Cuando me rechazó...
Quería correr detrás de Jamie otra vez y... pedirle que no se alejara de mí. Que por favor, no me odie. Quería rogarle, ¿yo, rogando? No sabía qué hacer conmigo mismo entonces. Me odiaba por sentirme así de rendido por ella y me odiaba por no querer aceptarlo. Si lo aceptara, habría corrido ahora mismo tras ella...
No lo entendía. Jamie se enfadaba porque yo no era capaz de aceptar mis sentimientos por ella en frente de otros. Pero ya aceptarlos frente a mí mismo había sido extremadamente difícil. ¿Por qué quería que aceptara aquello frente a otros, si lo más importante era que los hubiera aceptado frente a mí mismo? No le bastaba... No le bastaba que hubiera mandado al demonio mis principios por sólo poder tenerla cerca.
Su piel era tan suave como la había imaginado, sus labios eran demasiado perfectos como para malgastarlos en una mueca de pena y no besarlos otra vez... Había pasado meses anhelando algo que ahora Jamie me estaba prohibiendo de nuevo. Pero ella no tenía derecho a pedirme tanto... Me estaba pidiendo que me anulara por completo, por ella. Que me lanzara al vacío, por ella. Que lo abandonara todo. No tenía derecho a pedirme algo así.
Regresé al callejón Diagon pensando en todo esto. A lo lejos, aún podía ver a Jamie caminar, con su paso rápido y ciertamente gracioso. Su cabello largo y castaño flotaba con el viento a cada paso y la envolvía como una capa, tan largo estaba luego de las vacaciones. Daban ganas de abrazarla y simplemente quedarse allí, sintiendo ese aroma a violetas...
Ella se detuvo en la tienda de mascotas, reuniéndose con sus amigos. Los que tenían la suerte de tenerla como compañía cada minuto de todo maldito día, mientras yo tendría que contentarme con verla de lejos otra vez. Porque ahora no tenía fuerzas ni para portarme mal con ella y tener una excusa para tocarla en un falso intento de hacerle daño.
Estaba en el infierno, con la vista en el cielo.
- Así que aquí estás- dijo una voz tras de mí y entonces supe que estaba en el infierno.
- Buenos días, Carrow- saludó otra voz, más grave que la anterior, mientras yo volteaba para encontrarme con Rabastan y su hermano mayor, Rodolphus.
- Buenos días- respondí. Rodolphus y sus manerismos. Como si fuera un gran señor, cuando en verdad era otro más de nosotros.
- ¿Vendrás a la reunión?- preguntó Rabastan y Rodolphus lo hizo callar. No era necesario hacer mención de ninguna reunión en medio del Callejón Diagon. Todos lo sabíamos. Rabastan, como siempre, se pasaba las normas por donde le viniera en gana.
- Vamos- dijo Rodolphus y, ciertamente, quise decirles que no iba a ir. Desde el año anterior que iba a sus reuniones y nunca habían tenido sentido alguno. Yo había ido con la esperanza de tener un propósito más grande que el de lastimar. Pensaba que me darían una meta. Sólo se habían reunido por meses para hablar de los derechos de los sangre pura, del mal que hacían los impuros a nuestra sociedad mágica y lo que se debía hacer para evitar que las cosas empeoraran. Cosas que todos sabíamos y pensábamos, dichas una y otra vez. Nos reuníamos en salones escondidos en los sitios más ridículos, como si estuviéramos haciendo algo realmente rebelde, o ilegal... No era nada de eso. Más habían logrado los muggles con sus cazas de brujas, que nosotros en esas reuniones.
Y no quería alejarme de Jamie.
Volteé la cabeza ligeramente para poder verla. Ella estaba pendiente de una lechuza gris y trataba de hacerla comer. ¿No había notado mi presencia, tan cerca? Al parecer, no. Sólo la chica rubia y su novio nos estaban mirando ahora. Parecían preocupados. Me recordaron a dos ciervos descubriendo un lobo acechándoles: se quedan quietos, moviendo las orejas para captar sonidos sospechosos... Hasta que el lobo salta y ellos salen corriendo a todo lo que dan sus débiles patitas. Nosotros no íbamos a saltar sobre ellos, pero Jamie alzó la vista y, al vernos, se incorporó muy rápido.
- Vamos- dije, cambiando de idea en un instante. Solo por verla preocupada, seguí a los Lestrange. "Preocúpate por mí, Jamie. Yo lo merezco." Ya no pude verla más, pero fue suficiente con saber que pensaría en mí. ¿Intentaría seguirnos? No lo creía, además sus amigos no se lo iban a permitir.
Caminamos por callejuelas laterales hasta rodearnos de lo peor de ese barrio mágico. La pulcritud y color del callejón Diagon se transformó en pobredumbre y desolación de callejón Knockturn. Pero ya estábamos acostumbrados a reunirnos así. No era tanta gente la que participaba en las reuniones, al inicio, pero cada vez parecía haber más. Rodolphus parecía mas tenso que de costumbre. Quizás tenia alguna información privilegiada...
-¿Has visto a Black?- pregunté, atento a su expresión.
- Debe estar con Bella- respondió, sin emoción al referirse a su prometida. Eso me hizo pensar en mí mismo hace algunos meses. Atrapado con Norah, esperando la decisión de mi padre respecto a un matrimonio arreglado al salir de Hogwarts... Nunca había percibido amargura en la expresión de Rodolphus, hasta ahora. Como si antes esa emoción no fuera real para mí...
Entramos a una de las casuchas más pobres del lugar, de colores amarillentos y pintura que ya se estaba saliendo de los muros. La puerta, blanca, de madera rota, estaba flanqueada por uno de los nuestros. No nos dio la bienvenida, sólo consultó:
- Contraseña.
- Sangre mezclada- repuso Rodolphus, de manera que nos dejaron entrar. Adentro, parecía que había un gran acontecimiento. Había más gente que nunca antes... La casa que se veía tan pequeña desde fuera, tenia un gran salón adentro, y aún así parecía atestada. Si entraba alguien más, quizás se vendría abajo.
-¿Qué sucede?- pregunté.
- Ponte esto- dijo Rodolphus. Me tendió una máscara de color plateado. Él mismo se puso la suya. Todos los demás estaban haciendo lo mismo y parecíamos, por fin, una agrupación real. ¿Era eso? ¿Era una especie de fiesta en la que repartirían chapitas y panfletos? ¿Saldríamos a las calles? ¿Insultaríamos muggles y destrozaríamos vidrieras con piedras? Mi expresión debió ofender a alguien, porque me dijeron:
- Ten más respeto.
-¿Y por qué tendría que emocionarme con esta estupidez?- repliqué, señalando la máscara con sarcasmo.
Rodolphus me observó fríamente a través de su máscara.
- Hoy es el día mas importante de tu vida- dijo.
Pues sí. Ese día había besado a Jamie. Pero claro, él no se refería a eso.
- Hoy viene alguien que no esperabas conocer. No podía decírtelo antes porque nadie debía saberlo antes de que fuera confirmado. Pero es cierto... Nos han avisado hace media hora.
No sabía de que me estaba hablando. No sabía de quién me estaba hablando.
-¡Es él!- insistió Rabastan. - Todos hablan de... ¡De él!
Se notaba que no tenía la menor idea, pero parecía muy contento.
-¿Donde está Black?- volví a preguntar, como para desviar la atención de mi total ignorancia.
-¿En serio lo preguntas ahora?¿No te emociona?- preguntó Rabastan. En su expresión se notaba su desesperación por ponerse más adelante y poder ver mejor. La gente se arremolinaba en torno a una pequeña tarima. No lograba reconocer a nadie, ahora que todos usaban máscaras. Junto con sus capas negras, eran totalmente desconocidos.
-¿Me dirán cuál es el gran secreto?- insistí. No me agradaba esa sensación de vulnerabilidad. Los secretos sólo existían para que yo los supiera y los demás, no. Cuando sucedía al revés, me desagradaba sobremanera.
- No seas idiota y cállate, Carrow- dijo Rabastan. Giré la vista hacia él. Si supiera cuántas ganas tenía de partirle la cara en ese momento... Aunque siempre tenía ganas de partirle la cara desde lo ocurrido en el tren. -¿Por que me miras así? Mejor ponte la máscara de una vez.
Me puse la máscara, sólo porque todos los demás la llevaban. Además, era una buena idea. Nadie podría implicarme en lo que fuera ésto, si no sabían que había estado ahí.
La gente hablaba mucho a mi alrededor. Sonaban como abejas en un panal, hasta que ya nadie más habló. Alcé la vista ante el silencio sepulcral.
Él estaba ahí.
Al inicio sólo era un hombre en una tarima. Un hombre de voz sibilante y aguda, con capa negra y facciones ciertamente agraciadas. Pero algo en mi interior, apenas lo vi, me lo dijo: No era simplemente un hombre, ni simplemente un mago. Generaba una sensación de respeto y miedo a su alrededor, como mi padre. Pero, si era posible, era más imponente y seguramente mucho más peligroso si te ponías en su contra. Me prometí a mí mismo no averiguarlo. Jamás.
La gente estaba enfervorizada por ese hombre sobre la tarima. El discurso de Voldemort había durado más de una hora, pero con cada palabra, la gente parecía mas enardecida. Cada una de sus palabras era seguida de muchos "¡es cierto!" y "¡tiene razón!". Habló de los muggles y de los impuros, igual que muchos otros en reuniones anteriores, pero estaba claro: su odio por ellos era el más intenso que habíamos visto nunca y sus opiniones eran más radicales que todas las que habíamos escuchado alguna vez. Mi padre sonaría moderado a su lado.
- Y ahora- dijo- les tengo un obsequio, porque necesito saber más sobre las habilidades de mis... amigos- La última palabra fue dicha casi con sarcasmo, pero nadie pareció notarlo. Se ofrecían para subir a la tarima, saltaban con las manos en alto. Rabastan fue uno de los que se ofreció a subir con más entusiasmo. Pero eso no parecía agradar mucho al de la tarima: eligió a uno de los de adelante. No logré ver nada que me hiciera reconocer al mago que subió a la tarima, excepto por el largo cabello rubio. O era una mujer... O un Malfoy.
Voldemort alzó la varita con gran ceremonia, y del salón contiguo, salió una figura flotante. Al principio pensé que era un fantasma, ya que llevaba camisón blanco y ella misma parecía apergaminada, como cubierta de harina...pero el fantasma gritó de una forma demasiado humana. Era una chica, flotando...
- Ella es Giselle Ericksen- la presentó Voldemort- Tiene veinte años, trabaja en una cafetería de Londres, tiene un novio... ¿Es guapa, cierto? - bromeó y varios se rieron. Yo seguía con la vista fija en la chica, que seguía gritando muy fuerte. -¡Silencius!- Voldemort la apuntó con la varita y ella se calló. O más bien, ya nadie pudo escucharla gritar. Así como yo había hecho con ese ravenclaw el año anterior...
- Nadie aquí tiene un problema con ella, ¿verdad? Pero qué pasa si yo les digo... que Giselle es muggle... pero fraterniza con magos todos los días.- La voz suave de Voldemort se fue haciendo más fuerte con el paso del tiempo.- Ha hecho de todo por descubrirnos, por ser parte de nuestro mundo como... como si tuviera derecho a pertenecer a él. ¿Creen acaso que podemos dejar que personas como ella se enteren de nuestros secretos y se hagan parte de nuestro mundo? ¿Que tengan poder sobre nosotros, cuando nosotros somos mucho mas poderosos que ellos? ¿Qué harán con ella? ¡Yo les diré lo que harán con ella! Finite Incantatem!- La chica se quejó sonoramente y Voldemort la miró casi con lástima antes de decir:- Crucio!
La chica se estiró, gritando con fuerza. Noté incomodidad en algunas personas a mi alrededor. Rabastan, no, él estaba emocionado. Yo no lo estaba, pero no me sentía como esos otros que retrocedieron un tanto, y menos como aquellos que empezaron a marcharse. Sentía mi corazón latiendo con fuerza, sólo escuchándola gritar. Rodolphus tenía los labios apretados y estaba quieto como estatua.
-¿Y qué harás tú, el primer participante en esta lucha personal?- Voldemort señaló a Malfoy- ¡Mátala!
Miré al hombre de capa oscura y máscara, preguntándome qué había sentido con esa orden. Se quedó quieto por más de un segundo, por lo que Voldemort perdió la paciencia.
- Avada Kedavra!- la chica dejó de moverse y sólo se quedó quieta, sin fuerzas, aún en el aire. Algunos aplaudieron. Yo sólo seguía sintiendo sus gritos en mis oídos. Una sensación extraña me recorría, no sabía qué sentir entonces. Pero no eran ganas de huir. Y eso me pareció suficiente para quedarme.
...
Apenas salí de allí, me separé de los demás. Todos hicimos lo mismo, nos fuimos por diferentes caminos. Algunos se aparecieron, otros salieron caminando y yo me alejé cuanto pude antes de volver a pensar claramente.
Aún podía ver a la chica gritando. Aun me recorría esa adrenalina, que había sentido en muy pocas ocasiones antes. Al golpear a alguien, al hechizarlo, me había sentido así. Por eso seguía haciéndolo. Pero esta vez esa sensación estaba amplificada por mil.
Caminé sin rumbo hasta salir del callejón y volver a la diagonal. Me detuve frente a la vidriera de Flourish y Botts y... La imagen de Jamie volvió a mi mente. Su mirada triste. La adrenalina ya estaba bajando. Y me sentí... culpable.
No lo pensé más. Entré en la tienda y el dependiente, al verme otra vez allí, frunció el entrecejo. Me recordaba. Quizás pensaba que iba a hacerle perder el tiempo otra vez.
- Quiero los libros para séptimo año- le dije. - Y quiero que los envíe a esta persona- Escribí un nombre en un papel y se lo pasé. Pagué y luego salí de la tienda.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro