01. Un pequeñísimo favor antes de empezar
«Con todo, serás parecida a esa basura,
a esa horrible infección,
estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza,
¡tú, mi ángel y mi pasión!»
—Las Flores del Mal: Una carroña, Charles Baudelaire.
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「ೃ CAPÍTULO UNO 」
UNA ENTREVISTA
«Un pequeñísimo favor antes de empezar»
Había olvidado parcialmente su última conversación con él.
Desde el momento en que salió de la prisión, avisó a las autoridades sobre lo que había escuchado. Mostró las grabaciones y advirtió sobre lo que sucedería con el hombre en los próximos días (Su puesto como reportero de renombre le valió la credibilidad y la inmediatez con la que atendieron a sus demandas). No se puso la etiqueta de traidor por aquella acción; desde antes de que saliera de su celda, Tae Hyung sabía con exactitud lo que haría... Lo que no logró descifrar, fue el porqué.
El carcelero encargado de la celda, agradeció por la información y aumentó la seguridad mandando una orden a sus superiores por medio de una radio que a Jung Kook le pareció graciosísima aunque la situación en sí no era precisamente divertida.
Causaba un caos a su alrededor, era consciente.
Podría decirse que esa fue su ruptura, pero ninguno de los dos era entusiasta de las etiquetas, así que no tuvieron que ponerse de acuerdo para dejarlo todo así, sin nombres ni definiciones demasiado específicas.
¿Y dos semanas después?, está viendo televisión en la sala de su departamento en Seúl cuando la noticia de la ejecución del mayor asesino serial que ha tenido el país, estalla a tal punto en que no puede cambiar a un canal en el que no se esté hablando de Kim Tae Hyung y el revuelo que de por sí acompaña a su nombre. Su muerte es inminente, un camino delictivo y la pila de víctimas que ha dejado a su paso terminan en él sentado en la silla eléctrica, mirando hacia arriba e imaginando un vasto cielo nocturno en donde solo hay concreto.
Justo ahora Jung Kook se encuentra en esa misma posición en el sofá de su departamento. También observa el concreto, a penas entendiendo lo que acontece bajo sus costillas. No es tristeza, ni añoranza, está seguro.
Se pregunta si haber dado tal información al carcelero había sido tan necesario. El arrepentimiento golpea el vidrio de la ventana, pero corrió las cortinas desde la mañana para no ponerles atención.
“Kim Tae Hyung está muerto” gritan los telediarios horas más tarde y no puede evitar el vuelco en su corazón.
Jung Kook cierra los ojos, está tan cansado. Un gran suspiro se ha escapado de su garganta, casi como en un reproche. Pronto el dolor de cabeza comienza en la nuca, por lo que se levanta a buscar un empaque de verduras congeladas para colocarse tras el cuello pues ni loco saldrá a la calle por analgésicos a tan altas horas de la noche; la vida no le daría la misma lección dos veces. Su jaqueca tendría que aguantar con las verduras y el agua fría.
Cuando abre el frigorífico, una luz cálida besa sus facciones con timidez. Entonces deja escapar el aire de sus pulmones aguantando el aliento.
Estúpida televisión.
Es una lástima que no pueda morir de esa forma, aguantando la respiración por voluntad propia; había tenido un par de conversaciones con Tae Hyung (quien estaba convencido de que eso era imposible), lo que le provoca pensar en un par de maldiciones. ¿Por qué no podía dejar de pensar en él?
Ah, cierto.
Los noticieros, recuerda.
Entonces camina pesaroso hasta el control remoto y apaga el televisor.
Solo entonces puede escuchar el ruido del exterior. Por la ventana del departamento se observa un poco de las calles. Gatos callejeros pelean por la comida en los basureros y el siseo que han proferido es furibundo; estridente. Un par de indigentes que buscan calor prendiendo fuego a la basura en los contenedores pasean sus sombras en medio de la nieve y el olor a droga tampoco es tímido.
A veces, cuando cierra los ojos, observa su rostro dentro de sus párpados. Siempre lleva un ridículo gorro navideño cuando lo recuerda. Ah, maldito Kim Tae Hyung. Aquel accesorio tan tonto, siempre desentona con la álgida mirada que emana de sus tenues facciones. De la inexpresividad con la que solía avanzar por el mundo. Solía, en pasado. Qué mierda. Sus pestañas inferiores, mucho más notorias, ¿y la piel ligeramente tostada?, decorada con muchos, muchos lunares regados por doquier. Recuerda su sonrisa intermitente que, manchada de borgoña, dibujábase en su rostro de vez en cuando, cuando estaba de buen humor, pues el brillo de la sangre que solía guardarse entre sus dientes le resultaba más cálida que el amor que cualquier persona en el mundo podía darle.
Salvo el de Jung Kook, por supuesto. Nada podía superar eso.
Bueno, qué más da ahora.
Está muerto.
Y no sabe cómo sentirse cuando la noticia, lejos de dar alivio... Le inquieta.
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29112024 © Love, Sam.
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