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Capítulo 25

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Parpadeo un par de veces, antes de abrir los ojos.

—¿Qué sucedió?

Intento levantarme, pero la enfermera a mi lado, me detiene. Es Laura, la enfermera de confianza de mi padre.

—Fue una pequeña desconmpensasion, Esmeralda me ha contado todo, tantas emociones en tan poco tiempo, no son buenas para nadie.

—¿Y el detective? —cuestiono volteando a ver  mi armario.

—Le pedí que la trajera hasta aquí, y después se retiro con todos sus hombres, estarán al pendiente de cualquier cosa y la llamarán.

—De acuerdo...

Aparto la vista del armario.

—No pude recuperar nada, toda la ropa estaba echa añicos —explica Esme, al notar mi tristeza.

—Esta bien, son cosas que se pueden reemplazar... —murmuro tranquilamente.

—Cosa que no sucede con su salud mental, señorita —Laura llama mi atención—. Sé que tienes muchos problemas, pero intenta buscar momentos para meditar, tienes que estar tranquila —explica guardando sus cosas—. Bebe mucha agua y alimentate bien por favor.

Asiento con una pequeña sonrisa, y la veo salir acompañada de Esmeralda.
Me levanto y voy al aseo, necesito tomar una ducha y alejar todo lo malo de esta mañana. Me visto con algo abrigado y bajo a la cocina; cuando mis padres no están, me gusta comer aquí, el inmenso comedor es demasiado y me hace sentir sola.

—¿A dónde va, señorita?

Esmeralda está terminando de preparar algo en la estufa.

—Voy a la notaría, quiero saber qué es lo que está sucediendo.

—Esta bien, pero primero coma un poco, he preparado su lasaña favorita y agua de lima, como le gusta.

—¡Gracias, Esme!

Tomo asiento en uno de los taburetes de la isla.

Media hora después, me encuentro con Gerardo en la notaría, donde nos dan paso de inmediato, a la oficina del notario Gutiérrez.

—Buenas tardes, señorita McCarthy, soy el licenciado Simón Gutiérrez.

Se presenta el hombre, cuando entramos a su oficina.

—Buenas tardes, Licenciado, él es mi abogado; Gerardo Aguilar.

Ambos estrechan las manos.

—Tomen asiento por favor —indica señalando las sillas frente a su escritorio—. Solo esperaremos al señor Morrison, y comenzamos la lectura del testamento.

Tomo asiento como en cámara lenta, la sola mención de su nombre, me causa escalofríos; jamás pensé que volvería a ver a la bestia.

Solo un par de minutos pasan, cuando un hombre enfundado en un traje gris oxford, entra a la oficina del notario, seguido de Bastian Morrison.

—Buenas tardes, licenciado Gutiérrez —saluda Bastian, estrechando su mano con el hombre, sin apartar su mirada de mi, sus ojos hielan mi ser, mientras mi respiración se vuelve pesada—. Hola, señorita McCarthy.

Sonríe levemente, al mismo tiempo que tomo a Gerardo del brazo.

—Comencemos de una vez notario —pide al abogado de Bastian.

—Antes de comenzar, quiero que guarden silencio hasta terminar, no quiero interrupciones ni discusiones —indica Gutiérrez, los cuatro asentimos y procede a sacar un folder de su archivero—. Este testamento fue escrito por la señora Victoria McCarthy, en el año dos mil cinco, después de que se enterara de su enfermedad, se mantuvo vigente, gracias al señor; John McCarthy Dupri.

—¿Cómo? —interrumpe Bastian, igual de sorprendido que yo.

—Señor Morrison, le recuerdo que no quiero interrupciones —repite Gutiérrez sacando varias hojas del folder.

—Lo siento, pero no creo que esté testamento sea válido, si ya han pasado años, además, como esposo de Victoria, merezco heredar todos los bienes que...

—Licenciado, calme el parloteo de su cliente, por favor —pide el notario.

—Disculpelo, Licenciado, no volverá a suceder, por favor, siga.

Bastian aparta la vista, perdiéndose en uno de los cuadros que cuelga en la pared.

—Escuchen con atención, que no voy a repetir nada.

Los cuatro a sentimos, y Gutiérrez procede a leer el testamento.

Siendo las catorce horas del ocho de febrero de dos mil cinco, y en pleno uso de mis facultades mentales, yo; Victoria McCarthy Dupri, quiero dejar todos mis bienes, a mi hija; Scarlett McCarthy Jackson.

—¡Eso es imposible! —Bastian se pone de pie, eufórico a más no poder—. ¡Todo es mío!

—Señor Morrison, siéntese —demanda Gutiérrez.

Su respiración es agitada y su mirada perfora mi alma.

—Bastian, deja que el notario termine —pide su abogado.

A regañadientes, Bastian obedece, tomando asiento nuevamente, sin dejar de mirarme.

—Continúe, por favor —pide Gerardo, tomando mi mano, la cual sostengo con fuerza.

—Una interrupción más, y tendrá que salir, señor Morrison.

Advierte antes de continuar, sin embargo, parece que a Bastian no le importa, mientras que su abogado asiente.

Quiero dejar todos mis bienes, a mi hija; Scarlett McCarthy Jackson, entre los que se encuentran:

—Una cuenta de ahorros en el banco, donde también se encuentran todas las regalías de mis libros, que asciende a más de cuarenta millones de pesos.

—La propiedad de Santa Clara, ubicada al este de la ciudad, cerca de la montaña Santa Clara.

—El lago del mismo lugar, así como; el parque Nacional Dupri, que por años perteneció a la familia McCarthy.

—El cuarenta por ciento de las acciones en la editorial; Luna Plateada.

—Un Audi en color negro, del dos mil cuatro y una camioneta Chevrolet en color gris, del dos mil seis.

—Un departamento en la quinta avenida de Nueva York.

Por último, dejo para Bastian Morrison, una cuenta bancaria de dos millones de pesos, que pertenecen a una cuenta conjunta que llevábamos.
Espero que ambos, sepan administrar su dinero.

—¡Maldita sea! ¡Ese departamento era mío!

Bastian se pone pie, arrojando su silla contra la pared. Gerardo y yo, nos ponemos de pie, acercándonos a la pared, mientras el abogado de Bastian intenta controlarlo.

—¡Señor Morrison, salga de mi oficina! —demanda Gutiérrez, molesto.

—¡¿Cómo es posible que esta bastarda se haya quedado con todo?!

Me señala lleno de ira.

—Más respeto para mi clienta, señor Morrison —pide Gerardo, colocándose frente a mi.

—¡Ese testamento no es válido! —réplica tomando otra de las sillas, para arrojarla contra el escritorio—. ¡Es una estafa!

—¡Calmate Bastian! —exige su abogado.

—¡Ella ni siquiera es mi hija! —declara enfurecido—. ¡No es mi hija!

Camina hasta mi, a paso firme.

—No se atreva a tocarla —Gerardo lo enfrenta.

Bastian ignora sus palabras, y comienza a forcejear con él, intentando llegar a mí.

—¡Seguridad!

El notario sale corriendo, mientras el abogado de Bastian intenta alejarlo de nosotros.

Todo lo que veo,son puños yendo y viniendo, Bastian derriba a Gerardo y a su abogado, llegando hasta mi, acorralandome contra la pared.

—¡No te vas a quedar con mis cosas, maldita bastarda! —Con sus grandes manos, me toma del cuello, sujetandome con todas sus fuerzas, impidiendo que el aire llegue a mis pulmones—. ¡Todo es mío!

—¡Noooo!

Grito asustada, mil pensamientos pasan por mi mente, no quiero terminar así, en manos de la bestia.

—¡Sueltala!

Gerardo golpea la espalda de Bastian, con una de las sillas, logrando que este, me suelte.

Caigo de rodillas al suelo.

—¡Saquenlo de aquí!

Escucho la voz del notario, y los pasos de varias personas entrando a la oficina.

—¡Me las vas a pagar, Scarlett!

Grita Bastian, mientras es sacado a la fuerza, junto con su abogado.

—¿Estás bien? —Gerardo me ayuda a ponerme de pie, solo asiento con la cabeza—. ¿Eso es todo, notario? —cuestiona abrazándome—. Quiero llevar a Scarlett a su casa.

—Falta un documento más, pero no es necesario que lo lea, usted puede hacerlo, solo tiene que firmar de recibido... —Me acerca dos sobres azules—. Aquí se encuentran los papeles de las propiedades, y una carta que su madre le dejó, señorita —explica señalando uno de los folders—. Y este otro, lo dejaron sus abuelos maternos...

—¿Qué?

Nunca conocí a mis abuelos maternos, lo poco que sé de ellos, ha sido gracias a mis padres.

—Su madre y sus abuelos, no la iban a dejar desprotegida.

Tomo los folders, con las manos temblorosas.

—Entonces... Lo que dijo... Bastian... ¿Es verdad?

—Si señorita —responde con pesar—. La carta que le ha dejado su madre, resolverá sus dudas.

Me acerca el papel donde tengo que firmar; Gerardo lo revisa primero, y después me lo acerca para que firme.

—Muchas gracias.

Gerardo y yo comenzamos a salir.

—Cualquier duda que tenga, puede llamarme, dejé mi numero con su empleada.

Comenta cuando llegamos a la puerta.

—Gracias, Licenciado —Gerardo toma la palabra, y salimos de la notaria.

—Gracias por tu ayuda, Gerardo —Le sonrío entrando a mi auto.

—¿Quieres que te acompañe? —Se coloca junto a la puerta del conductor—. No creo que debas manejar en ese estado.

—No te preocupes, Gerardo. Estoy bien... solo quiero estar sola...

Él asiente y yo salgo a la carretera.
En este momento mis pensamientos son un caos, solo quiero llegar a casa y despertar de esta pesadilla, sé que esto no es real, que solo tengo que abrir los ojos, y las cosas volverán a la normalidad.

—¿Qué?

Sin darme cuenta, no he manejado hasta la mansión, sino a la casa donde crecí, aquella casa donde viví el infierno mismo.

Bajo del auto y camino por el prado, contemplando la cerca que divide a la casa, del Parque Nacional Dupri.

—Nunca pensé que volvería a este lugar...

La casa sigue siendo tal como la recordaba, aunque ahora se encuentra descuidada, los dos pisos de madera que la conforman; están dispuestos a caerse en cualquier momento.

Definitivamente voy a derrumbarla, aunque aquí hay muchos recuerdos de mi niñez, pesan más las vivencias con la bestia, las pesadillas, los gritos, el dolor.

Como diría Twenty one pilots... Desearía poder volver atrás en el tiempo, a los buenos tiempos, cuando mamá me cantaba para dormir...

—¿Scarlett?

¡No puede ser!

Ahora resulta que Cassandra también está enredada en el mismo problema que mi hermana, no sé qué está pasando, pero seguro que es una injusticia, mi hermana no sería capaz de hacerle daño a nadie, y Cassandra... Bueno, por más loca que parezca, no la creo capaz de tanto.

Sea quien sea, va a pagar por esto, con mi familia nadie se mete, y yo las voy a defender, a como de lugar.

Así que, voy a dejar mi trabajo en el taller, tomaré el puesto que me han ofrecido en la casa productora, pienso contratar a un buen abogado para sacar a mi hermana de prisión.

Esto no se va a quedar así.

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