Capítulo 24
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—Él me robó el beso... En noche buena, cuando fue a despedirse de mi... Todo sucedió tan rápido, que no supe cómo reaccionar...
—Un beso robado... —suspira Mat pestañeando.
—No es romántico —Le recuerdo volviendo a llorar—. Iván es un chico lindo, es agradable, y debo admitir que fue un bonito beso, pero...
—Pero no es Paul.
James adivina mi pensamiento, y asiento limpiandome la nariz.
«No puedo creer, que un beso tan inocente, haya complicado todo».
—Por lo que veo, todo es un cúmulo de malos entendidos —reflexiona Mateo—. Pero lo del ataque en el parque, no puede ser obra de Paul, si tú misma escuchaste a su hermana, diciendo que fue cosa de Cassandra.
—Eso, sí es la hermana, primero hay que confirmar las sospechas —recalca James.
—¿Qué hora es? —cuestiono caminando al aseo, quiero refrescarme la cara—. ¿Ya se van a ir a su cena?
—Si nena, son casi las ocho —responde Mat, acercándome una toalla.
—Debería regresar a casa, Esmeralda debe estar preocupada —explico caminando hasta la puerta.
—¿Quieres que te acompañemos? —pregunta James, poniéndose su abrigo.
—No, gracias, ya estoy cerca y no quiero dar más molestias.
Salgo sin esperar respuesta. Solo tengo que manejar a través de un par de residenciales, para llegar a mi destino.
—Señorita Scarlett, ¿qué le sucede? —cuestiona Esmeralda, en cuanto cruzo la puerta de la entrada.
—Mal de amores —respondo bajando la cabeza.
—Venga conmigo, le voy a preparar una taza de chocolate caliente —Me toma entre sus brazos y caminamos hasta la cocina, donde el aroma a galletas de mantequilla, inunda el lugar—. Acompañado de mis galletas de mantequilla con nuez.
Esmeralda es una increíble cocinera, lleva años en la familia, y siempre que me ve triste, me ofrece algo delicioso para comer, y qué mejor, que sus tradicionales galletas de mantequilla.
—Gracias, justo ahora es el mejor plan del mundo —acepto sentandome en uno de los taburetes—. ¿Puedo contarte lo que sucede? —pregunto robando una de sus galletas.
—Adelante señorita —sonrie con ternura, para después calentar el chocolate en la estufa.
Toda la historia de amor que he vivido con Paul, es escuchada por Esme, quien me presta su atención, y asiente de vez en cuando, haciéndome saber que me entiende.
Termino llorando una vez más, lo sé, últimamente he llorado demasiado, como para no volver a llorar en años, pero no puedo evitar sentir tanto dolor y tristeza, después de todo, perder al chico con el que has conocido el verdadero amor, duele como el infierno.
—Hay niña... Quisiera tener las palabras correctas para hacerla sentir mejor, pero en cuestiones del amor, cada uno siente las cosas de manera diferente.
—Está bien, Esme, con saber que me escuchas, es suficiente... Solo necesito desahogarme, siento que no puedo cargar con tanto dolor...
—Deja que ese dolor salga, no te presiones, en algún momento sanará, tal vez tome tiempo, pero el dolor no es permanente.
Me acerco a ella y la abrazo. Esmeralda es muy buena, atenta y amable, como una tía, y cuando mis padres no están, ella es quien me consiente, aunque sigue hablándome de "usted", algo que no he podido cambiar.
—Sé que no es buen momento, señorita...
Me alejo limpiandome con el pañuelo que saco de mi abrigo.
—¿Qué sucede?
—Hace días que le dejaron esto —camina a la alacena y saca un sobre amarillo, que me entrega con cuidado—. Un señor que venía de la notaría o algo así, fue quien lo dejó...
—Que extraño —saco los papeles y comienzo a leerlos—. ¡No puede ser!
—¿Es algo malo?
—No, es... Parece que mi madre biológica dejó un testamento...
—¿Testamento? ¿Por qué ahora? —cuestiona acercándose a revisar los papeles.
—No lo sé, tengo que presentarme mañana con el notario, van a hacer la lectura del testamento.
Explico volviendo a guardar los papeles.
—Vaya a descansar, creo que ha sido un largo día para usted, y parece que mañana será igual.
—Claro... —tomo una última galleta y subo a mi habitación—. Debo avisarle a Gerardo, para que vaya conmigo mañana.
Murmuro haciendo planes mentales.
«Saldré temprano con el notario, después voy a buscar a Carola y Mateo, para contarles todo, y de paso, saber cómo está Paul, aunque ya no sé qué creer de él».
—¡Hola, Scarlett! —responde al primer timbre.
—Hola, Gerardo, disculpa por la hora, pero quiero saber si puedes acompañarme mañana a la notaría, parece que alguien dejó algo para mi, en su testamento.
—Claro, mándame la dirección y la hora.
—De acuerdo, en un momento te los mando, muchas gracias.
—Es un gusto, Scarlett...
Lo escucho suspirar, así que me apresuro a terminar la llamada.
—Hasta mañana, Gerardo.
—Hasta mañana, señorita.
Cuelgo y camino hasta el armario, busco mi pijama y me apresuro a cambiarme para acostarme a dormir, necesito un momento para tratar de olvidar todo.
—¡Tu madre se fue, por tu culpa!
—Papi... —lloro sin piedad, sobre el frío suelo.
Otra vez estoy en mi habitación, la habitación de mi niñez.
—¡No me llames así, maldita bastarda!
Esta furioso, otra vez está molesto conmigo.
—Ella estaba enferma...
—¡Tú la alejaste! —inhala y exhala con furia—. ¡Por culpa de tus tonterías se fue! —Su semblante cambia, se ve alegre, como si algo le divirtiese—. ¡Él también se fue por tu culpa!
Señala a mi derecha, la habitación ya no es la misma, es mi nueva habitación, y Paul esta aquí.
—¡Paul! —Me apresuro a levantarme, pero cuando me acerco a él, me recibe con un golpe, tirándome al suelo.
—¡No vuelvas a acercarte a mi! —Su mirada derrocha desprecio—. ¡Ya no me interesas!
—Pero...
—¡Entiéndelo, Scarlett! —Cassandra aparece a su lado—. Solo fuiste su juguete del momento, la única que realmente le interesa a Paul, soy yo.
—¡No, Paul! ¡No nos hagas esto! —suplico arrastrandome a sus pies—. ¡Tú me quieres a mí!
—¡Sueltame! —De una patada, me regresa boca arriba sobre el suelo—. ¡No vuelvas a pisar la Zona Norte, porque yo mismo me encargo de sacarte de ahí!
Entre sollozos escucho sus palabras, resonando en la habitación.
—Te lo dije —susurra la bestia en mi oído—. Él no te quiere...
Mi cuerpo se hiela, al sentir un cuchillo afilado, rasgando mi piel.
—¡Noooo!
Grito desesperada, pero mis súplicas se ven opacadas, por el fuerte sonido de una alarma, las sirenas de la policía, y los gritos desesperados de una mujer.
—¡Ayuda! ¡Por favor!
—¡Señorita! ¡Señorita, despierte!
—¡Duele! —grito desde el fondo de mi ser, abriendo los ojos.
—¡Señorita! —Esmeralda esta frente a mi, sus ojos llorosos me ven con sorpresa—. La ayuda ya está aquí...
No distingo las últimas palabras, pues mi vista se distrae con los policías que van y vienen por toda la casa.
—¿Qué sucede? —cuestiono intentando apartar el sueño.
—Alguien entró a la mansión —responde Esme, sentándose a mi lado, para abrazarme con fuerza.
«¿Qué dijo? A caso, ¿sigo dormida? ¿Alguien entró a la mansión?».
El detective Harrison entra a mi habitación, seguido de cuatro oficiales.
—No encontramos nada... —Se detiene cuando me ve—. No sabía que está era la residencia de los McCarthy.
—¿Qué está pasando? —cuestiono más despierta.
—Al parecer, alguien logró burlar la seguridad del lugar, y entraron a la mansión, hace solo unos minutos, de acuerdo al sistema de alarmas.
—Pero, ¿quién fue? —pregunta Esmeralda sin soltarme.
—Las cámaras fueron desactivadas, así que, por el momento no sabemos...
—Hay cámaras de emergencia...
Informo poniéndome de pie, de inmediato me abrigo y salgo de la habitación, seguida por los cinco hombres y Esmeralda, caminamos por los pasillos, mientras voy señalando algunos cuadros, las esquinas de las paredes y algunos adornos, donde ocultamos cámaras de vigilancia, imperceptibles a simple vista.
Llegamos hasta el sótano, y atravesamos una puerta secreta, que da a una habitación del pánico, donde se pueden monitorear las cámaras secretas.
—¡Vaya sistema! —Harrison deja escapar un silbido—. Creo que nadie se dio cuenta de esas cámaras.
—Papá las tiene, para cuando se va la luz, o en caso de emergencia, como este —explico tecleando en la computadora, para revisar la actividad de hace diez minutos—. Aquí están —señaló las pantallas—. Al parecer son cuatro, pero todos traían pasamontañas...
—Tal vez el vigilante vio algo —murmura Harrison, observando las imágenes—. ¡Ahí! —señala a una de las pantallas y regreso la cinta, poniendo pausa.
—Esos dos se descubrieron el rostro —hago zoom a la imagen.
—¡No se saldrán con la suya! —vítorea Esmeralda.
—¿Los reconoces? —cuestiona el Detective.
—En mi vida los había visto... —hago una copia de la cinta, en un disco nuevo—. Puede llevárselo, por si quieren analizarlo.
—Claro.
Toma el disco y volteo a verlo.
—¿Cree que esto tiene que ver con lo del parque?
—No lo sé, pero no podemos descartar nada —responde guardandose el disco.
—Los hombres revisaron todo —informa uno de los oficiales—. Parece que no se han llevado nada, todo se ve intacto... —Su vista está clavada en las pantallas.
Todos volteamos a ver.
«¡No puede ser!».
—¡Mi niña! —Esmeralda me toma entre sus brazos, pero mis ojos siguen clavados en la imagen frente a mi.
«¿Cómo no me di cuenta?».
Dos de los hombres entraron a mi habitación, uno estuvo en mi armario, mientras el otro estuvo cerca de mi, apuntandome con algo que no logro distinguir.
—El armario de la señorita, es un desastre.. —informa otro de los oficiales—. Parece que es el único lugar, en el que causaron destrozos.
—No fue un sueño... Esto no puede estar pasando...
Me pongo de pie, y en el mismo instante todo me da vueltas, oigo las voces, pero no distingo nada, todo se pone oscuro y caigo al suelo.
Todo esta mal.
No entiendo la vida sin ella, no sé qué hacer o a dónde ir.
Intento distraerme con los cortos que tengo que enviar para que acepten mi beca para la maestría, pero es inútil, solo pienso en ella, no sé cómo logró llegar tan hondo en mi corazón, y lo peor de todo, es que no quiero sacarla de ahí.
El amor duele, pero es este dolor, el que me ayuda a sentirme vivo.
Incluso he buscado a otras chicas, como en los viejos tiempos, pero no es lo mismo, nadie ni nada se compara con el amor que siento por mi muñequita.
Te extraño mucho, Scarlett... Y como diría Santa Fe Klan, mi vida no es vida sin ti.
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