Capítulo 30
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Daniel
Lo primero que quiero agendar, ahora que estoy de vuelta en el bufete, es el leerle yo mismo la cartilla a Aníbal Cardona. Pensar eso me anima a bajar de mi camioneta e ir del estacionamiento a la entrada principal de S&T.
Estoy de vuelta.
Al principio, Maggie, la recepcionista, porque me ve por el rabillo del ojo no me reconoce inmediatamente, pero cuando cae en la cuenta de quién soy yo, ella y el agente de seguridad que custodia el vestíbulo, me permiten entrar.
Cojo un poco de aire y evado el elevador para mejor utilizar las escaleras. Prefiero no toparme con nadie hasta hablar con papá. Aunque, por lo visto, será imposible.
—¡Daniel! —me abraza Gonzalo, un viejo colega—. Primera vez que te veo en años.
Él se planta delante de mí con la intención de platicar un rato.
—A mí también me da gusto verte de nuevo —lo corto rápido y continuo subiendo—. Otro día almorzamos —me despido, cuando la consciencia me aborda.
De momento sólo quiero hablar con papá-
—Señor Saviñon —escucho otra voz. Esta vez una tierna voz de anciana.
—Berta... —me detengo cuando la reconozco. Ahí está ella. Cuerpo regordete. Manos arrugadas y una cabellera repleta de canas—. Que gusto verte todavía aquí —sonrío.
Berta sirve el café en S&T desde que papá fundó el bufete. Cuando niños, ella nos entretenía a mí y a mis hermanos cuando papá estaba en alguna reunión.
—Dani —Me abraza ella, entre lágrimas—. Es a mí a la que le da gusto verte aquí.
Al instante siento un nudo en la garganta. —Sé que no me extrañaste —digo, a manera de broma para evitar ponernos tristes—. Yo era el único que te ponía en apuros al pedirte té en lugar de café.
Ella niega con la cabeza. —Dime que te quedarás —dice, apretujando con ternura mis mejillas—. Prometo tenerte té caliente todos los días.
—Eso suena magnifico.
Realmente magnifico.
Me despido de Berta besando sus manos y continúo mi camino. Mi plan para hoy es visitar a papá y preguntarle si me puedo incorporar al bufete. Todavía soy socio, pero pretendo volver a ser un miembro activo.
En la recepción del piso principal observo en redondo el lugar. Paredes tapizadas con color verde musgo. Sofás de cuero negro. Retratos en óleo. También hay flores y plantas. Toda la decoración a gusto de Mónica Saviñon. Sonrío nostálgico. Este lugar me trae muchos recuerdos, en su mayoría buenos. Claudia es médico, pero papá nos unió al bufete a Ricardo, a Mónica y a mí desde que uno por uno nos titulamos como abogados. Algunas veces mamá tenía que venir a sacarnos a todos para evitar que saliéramos tarde de la oficina o no llegáramos a alguna actividad familiar.
La secretaría me atiende amable y me pide esperar unos minutos a papá que está atendiendo a un cliente. No obstante, no he terminado de acomodarme en un sofá cuando veo venir por uno de los corredores a Mónica de la mano con Fredi, otro buen amigo mío. Ella se detiene en seco cuando me ve.
—Hola, Mon —saludo.
Ella suelta de inmediato la mano de Fredi. —Eh...
Me río y me pongo de pie para saludarlos. —Ya no estamos en la secundaria para que te esté celando —aclaro.
Fredi me da la mano.
—Cierto. Cierto —dice Mónica, aunque un poco colorada de la cara—. Tú aquí... —titubea.
—Tú me pediste venir.
—Sí que fui convincente —sonríe, enjaguando sus ojos. Tanto ella como mamá son bastante sentimentales.
—Que gusto tenerte de vuelta, Dani—dice Fredi.
Fred y Mónica, sí que la vida da sorpresas.
—Estoy esperando a que papá me atienda —digo.
—No tienes que esperarlo aquí —dice Mónica cogiendo mi brazo y encaminándome hacia uno de los corredores—. Tú todavía tienes una oficina aquí.
—¿No la han ocupado? —pregunto confuso.
Mónica pone cara de espanto. —No, papá no lo permitió.
Al llegar al final del corredor mi hermana abre para mí la puerta de mi vieja oficina.
—Vuelvo al rato —se despide, teniendo la consideración de dejarme un momento a solas.
Aunque sé que también lo hace porque quiere avisar a todos que estoy aquí.
Una vez más, observo en redondo el lugar. Mi oficina sigue casi igual a como la dejé hace cinco años. Lo único que ha cambiado es que ya no hay tantos papeles sobre mi escritorio, y en este ahora hay un portaretrato vacío. El portaretrato que tenía la fotografía de Ximena. Aquí están las fotos de mamá, papá, mis hermanos, incluido Ricardo. También Tini y Mariana. Sólo falta Ximena.
—No, no falta —me digo, cogiendo entre mis manos el portaretrato vacío.
Al final del día Ximena no significó nada. Lo que me dolió de aquella mala experiencia fue la deslealtad de mi hermano.
Alguien toca la puerta.
—Adelante —digo.
Es un joven de apariencia amigable. —Soy Carlos, el encargado de cómputo —entra, trayendo un ordenador y una impresora con él—. La señora Saviñon me pidió venir a instalar esto y ponerme a su disposición —dice.
Sonrío agradecido. Mónica definitivamente quiere que me quede.
Dejo trabajar a Carlos mientras observo los demás portaretratos. Decido que quiero actualizarlos.
—¿Puedo utilizar la impresora hoy mismo? —pregunto a Carlos.
—Sí, señor, ya está conectada al ordenado y a la red corporativa.
Me acomodo en mi silla y, de cara a mi ordenador, abro la Bandeja de entrada de mi correo electrónico. En mi historial busco la fotografía que Carolina me envió en mi cumpleaños. No es la foto en topless que prometió, pero ésta también me gusta. Carlos y yo la imprimimos, y después yo la coloco en el portaretrato vacío.
—¿Es su novia? —me pregunta Carlos, mirando embobado a Carolina.
Siento una curiosa punzada de celos, pero admito que me da más risa que molestia, pues me parece divertido sentirme poseso con Carolina.
—¿No te parece demasiado bonita para mí? —le pregunto.
—Sí —ríe él—, pero supongo que le quiere bien.
Eso espero, Carlos.
Alguien más toca la puerta. Carlos la abre por mí y se despide. Ahora quien entra es papá. Él está sonriendo de oreja a oreja.
—Mónica pasó sobre ti y pidió a Cómputo venir a instalarme un ordenador —le digo.
Me pongo de píe para recibirlo. Él me da la mano y después un abrazo. —No tienes que pedir mi autorización para entrar a tu oficina, hijo.
La voz de papá se quiebra un poco. Cojo un poco de aire y coloco mi mano sobre su hombro. Es increíble cuan apoyado me siento hoy. Quizá un miembro de mi familia me falló, pero hoy reconozco que no es el único parte de ella.
—Hazme sentir orgulloso como siempre, ¿de acuerdo? —me pide.
—De acuerdo.
Esta vez la puerta se abre sin que nadie toque. —Vamos a almorzar juntos. No voy a aceptar un no como respuesta —dice alegre Mónica con su teléfono móvil en la mano.
—¿Yo también estoy invitado? —pregunta papá, mirando de mi a ella.
—Claro.
—¿Y yo? —escucho que pregunta mamá en el altavoz del teléfono de Mónica.
Oh Dios, otra vez el altavoz.
—No sé, preguntémosle a Daniel —dice Mónica, guiñándome un ojo.
Me río por lo bajo. —Sí, mamá, tú también estás invitada a venir con nosotros.
—¿Yo también puedo ir? —escucho que también pregunta tía Gertrudis.
Oh, Dios.
—¿Quiénes más están ahí? —pregunto al teléfono de Mónica.
—Tu tía Gertrudis, tu tío Manolo, el abuelo —empieza mamá. Aquí vamos de nuevo—. Nacho, la novia de Nacho, Tini, Mariana...
—De acuerdo, vengan todos a almorzar con nosotros —digo.
Escucho aplausos. Niego con la cabeza, pero estoy sonriendo. Y aunque no lo digo en voz alta, mi familia sabe cuán agradecido estoy con todos hoy. Ayer, mañana y siempre lo estaré.
—Iré a cerrar un trato con el cliente que me está esperando en mi despacho y nos vamos. ¿Está bien? —pregunta papá.
Asiento.
—¿También puede ir Fredi? —me pregunta con una sonrisita pícara Mónica.
—¿Te trata bien? —le pregunto. Es lo único que me interesa saber.
—Sí —afirma ella—. Pero aún así te prometo que iré despacio.
Eso es más que suficiente.
Después de que papá regresó con su cliente y Mónica fue a invitar a Fredi a venir con nosotros, otra vez me quedo solo en mi oficina. Aprovecho para revisar otra vez mi historial de correos electrónicos y con tristeza releo el último correo que me envió Carolina. ¿Por qué, Caro? Ella me pide que ya no le escriba. Sin embargo, no dijo nada de no ir a buscarla. ¿Será prudente buscarla? Después de meditarlo un poco, decido que lo haré pronto. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Qué me cierre la puerta en la cara? ¿Qué me diga que me odia? Porque puedo lidiar con eso y más, siempre y cuando sepa que al menos intenté hablar con ella.
Te extraño, Carolina Navarro.
Continuando con la fiscalización de mi historial de correos recibidos, también encuentro un último correo que recibí de mi hermano. En su momento no lo abrí, pero hoy me siento preparado para enfrentar esto y más.
De: Ricardo Saviñon
Asunto: Hola.
Fecha: 3 de junio de 2015 16:34
Para: Alexander Donoso
Hola,
Me dijo Mónica que ahora utilizas esta dirección de correo electrónico.
No quisiera molestarte más, Daniel, pero francamente mi consciencia no me permite vivir en paz.
Perdóname.
Sé que no hay excusas. Sé que no existe una "mejor manera" de pedir disculpas o decirte que me equivoqué, pero lo estoy intentando. Necesito intentarlo.
Sigo vivo y soy feliz, pero ya no con ella. Al final tomamos caminos distintos y ahora yo busco alguno (aunque sea estrecho y doloroso) que me lleve de vuelta a ti.
Sé que es imposible que todo vuelva ser como antes, pero al menos permíteme vivir intentando ganarme tu perdón.
Con cariño y admiración,
Richi
He releído el correo electrónico de Ricardo cinco veces cuando Mónica entra otra vez a mi oficina.
—¿Qué pasa? —me pregunta en seguida.
Mi semblante no debe ser bueno. —Ricardo —digo, pidiéndole que se acerque.
Ella también lee el correo.
—Él y Ximena se separaron—me explica—. Ella lo dejo solo con el hijo de ambos.
¿Por qué no me extraña?
—¿Ricardo está criando solo a ese niño? —No me puedo imaginar a mi hermano como padre responsable. Aunque realmente espero esté siendo un padre responsable.
—Lo hace bien hasta donde sé —dice Mónica, un poco tímida. Sé que teme que le reclame estar en comunicación con nuestro hermano—. A veces le envía fotografías a mamá.
—¿Y por qué no ha venido a visitarles?
—Por ti —dice cabizbaja ella.
Por mí.
—Mónica, no tienen porque elegir un equipo —digo, un poco apenado—. Yo nunca les he prohibido seguir en contacto con Ricardo o con Ximena.
—Pero te hicieron daño, Daniel.
Sí y mucho, pero sé que mi madre extraña a su hijo y mi hermana a su hermano.
—Dile que estaré bien —reconozco—. Además, me preocupa que un niño esté solo en sus manos.
—Creo que ya rehízo su vida con una madre soltera —dice Mónica arqueando una ceja.
Pongo los ojos en blanco. Al parecer soy el único que se enclaustra y se aísla del mundo después de una decepción.
De: Alexander Donoso
Asunto: Hola.
Fecha: 25 de enero de 2016 13:12
Para: Ricardo Saviñon
Cuando puedas ven de visita, mamá y Mónica te extrañan.
En cuanto a mi... Sí. Tal vez todo no vuelva a ser como antes, pero... vale la pena intentarlo.
P.D. Escríbeme a mi correo electrónico personal. Lo volveré a reactivar.
Sé que otros en mi lugar jamás hubieran perdonado a Ricardo, pero el tiempo que estuve encerrado y aislado me enseñó que si hay alguien que debe vivir con las consecuencias de haber hecho daño, es quien hizo ese daño. Yo, por mi parte, sólo quiero volver a vivir.
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