Capítulo 28
Cuando Natalia, Javier y mis sobrinos entran a la casa, Vanesa y yo estamos en medio de una pelea cuerpo a cuerpo, que, por cierto, yo estoy perdiendo.
—Ok, ¿por qué están una encima de la otra en medio de mi vestíbulo? —pregunta Natalia, boquiabierta.
Javier coloca sobre el alfombrado las bolsas con las compras de la semana.
—¡No dejes que atrape ese maldito teléfono! —pide a gritos Vanesa a Natalia, señalando con su mirada psicótica mi teléfono móvil cerca de los píes de Javier.
Un minuto antes yo había intentado enviar un correo electrónico a Daniel, pero Vanesa, en un intento de evitar que me comunique con él, me arrebató el aparato, y después de un forcejeo este cayó lejos. Justo estábamos peleando por ver quién de las dos lo cogía de nuevo cuando mi familia llegó.
—¿Por qué? ¿Qué pasa? —pregunta Natalia, sin comprender porque Vanesa me sostiene del cuello mientras yo intento estrujar su brazo.
—¡Carolina está demente! —grita Vanesa—. ¡Quiero escribirle a un delincuente!
Yo estrujo más su brazo después de que dice eso, pero esa afirmación es suficiente para que Javier recoja mi teléfono del suelo.
—¿Qué? ¿Por qué?—pregunta alarmada Natalia—. Niños, suban a su habitación ahora —pide a mis sobrinos, que después de vernos a Vanesa a mi preguntaron quién de las dos es John Cena y quién Undertaker.
Ahora en el vestíbulo sólo estamos Vanesa, Natalia, Javier y yo, que, por lo visto, ahora soy rehén de estos tres.
—Ayúdenme a atar de manos y píes a Carolina —les pide Vanesa.
—¿No estás exagerando? —pregunta Javier, cogiendo mi teléfono como si este fuese una bomba.
—¡Sí, está exagerando! —grito yo—. ¡Ya suéltame! —le exijo a Vanesa.
—Ayúdenme a atarla o a encerrarla y les explico todo —vuelve a pedir ella.
Sin embargo, para mi mala suerte, Natalia y Javier hacen caso. Ahora estoy encerrada en la alacena bajo las escaleras, escuchando cómo Vanesa relata a Natalia y a Javier mi historia con Alexander Donoso.
—No —escucho decir a mi hermana después de saber la verdadera identidad de Alexander. Y ese "No" es un no de indignación—. ¿Y todavía quiere seguir en contacto con él? ¿Acaso Carolina está demente?
—Eso mismo le pregunté yo —agrega Vanesa.
—Yo recuerdo a ese tipo —dice Javier—. Todos dicen que el juez fue benévolo con él porque contó con excelentes abogados. De lo contrario...
—¡No! —grito yo, y mi "No" también es de indignación. ¿Por qué no darle a Daniel el derecho de réplica?
Quiero saber qué tiene que decir sobre todo esto. Si van a hablar mal de él, por lo menos debe estar presente para poder defenderse.
—¡Tú no puedes opinar! —grita Vanesa.
Golpeo una y otra vez la puerta de la alacena. No pueden tenerme encerrada aquí. No pueden impedirme que le pida una explicación a Daniel. No pueden.
Cuando supe la verdad mi primera reacción fue la consternación. No podía imaginar a Daniel matando a una persona. Al menos no al Daniel que yo conozco. Sin embargo, después reflexioné sobre si en realidad yo puedo asegurar conocer a Daniel. ¿Conozco a Daniel? ¿Lo conozco al menos lo suficiente? Pensé en todo esto mientras Vanesa me leía algunas notas de los periódicos que trajo con ella. Alexander Donoso es Daniel Saviñon. Daniel Saviñon es Alexander Donoso. No dejaba de repetirme lo mismo.
"El lunes 24 de enero de 2011, el joven abogado Daniel Savignon (24 años) regresó de su oficina a su casa tres horas más temprano. Pero cuál fue su sorpresa, cuando sorprendió en la cama a su prometida, Ximena Alcázar (24 años), y a su hermano, Ricardo Savignon (26 años) No obstante, este hubiera sido sólo otro caso de infidelidad de no ser porque Daniel inmediatamente cogió un arma y le apuntó a Alcázar y a su hermano. Su chofer tuvo que persuadirle para evitar que disparara".
De inmediato pensé en La cama. Alexander Donoso narró eso en los últimos capítulos de La cama. Sólo que ahí es Esteban quien regresa de su consultorio médico y encuentra a Cristina y a Ricardo en la cama. Él reacciona yendo a la cocina por un cuchillo, porque pretende regresar a la alcoba y asesinar a su prometida y a su hermano. Sin embargo, reconoce que es una locura, y que asesinarlos le convertiría en una persona peor de lo que ellos son. Entonces, cambia de opinión. No obstante, ya con el cuchillo en la mano, decide que lo mejor que puede hacer es suicidarse para que ellos dos carguen con la culpa de su muerte...
Esteban se hubiera suicidado de no ser por Clemente, el jardinero, que lo encuentra y le arrebata el cuchillo. Después Esteban echa de su casa a Cristina y a Ricardo.
Oh, Dios, mío...
—¡Vanesa! —empiezo a gritar, aporreando con fuerza la portezuela de la alacena—. ¡Lee los últimos capítulos de La cama! ¡Daniel es inocente!
—¡No seas idiota! —me grita ella al otro lado de la puerta—. ¡Él no va a escribir que es culpable!
—¡Él no mató a nadie! —devuelvo.
—¡Pero lo intentó! ¡Qué tal si en otro arrebato de locura esta vez se vuelve contra ti y nadie está allí para detenerle!
No. Daniel no haría algo así, me digo. A continuación me siento sobre el piso de madera de la alacena y me abrazo a mí misma. Daniel no haría algo así, intento convencerme. ¿O sí? ¿Lo haría? No. No. No. Esto es como una pesadilla.
—Él te ha dejado ver que tiene intenciones idealistas contigo —continúa Vanesa—. Sé que parezco la villa ahora, pero ¿qué clase de amiga sería si te permito ser impulsa y continuar relacionándote con él? Carolina, él fue a juicio. Hay pruebas de que tenía esa arma en la mano —Tapo mis oídos con mis manos, pero es imposible no escuchar—. Su chófer reconoció que Saviñon iba a subir las escaleras para llegar a la alcoba en la que estaban su prometida y su hermano. ¡Él tipo no está bien de la cabeza, Carolina! —Ahora empiezo a llorar—. ¡Baja de tu nube y aterriza en la realidad! ¡Daniel Saviñon no es un buen hombre! ¡Es un criminal!
—¡No!
—Él no es un héroe de novelas románticas, Carolina.
—¡Es un hombre que cometió un error! —lo defiendo.
—Es peor.
—¡No! ¡Él no mató a nadie!
Él no sería capaz...
—¡Lo intentó!
—¡Pero después sólo quiso suicidarse!
—¡Wow, qué consuelo! —ríe sarcástica Vanesa—. ¡El tipo está loco! ¡Y ódiame todo lo que quieras, pero no voy a permitir que te arriesgues!
—Está intentando comunicarse con ella—escucho que informa Javier.
Intento pegar mi oído a la portezuela.
—¿Cómo lo sabes? —escucho que pregunta Vanesa.
—Porque acaba de llegar una notificación de correo electrónico de Alexander Donoso.
Me apresuro a volver a golpear la portezuela con fuerza. —¡Déjame ver!
—¡No! —grita Vanesa.
—¡Es mi teléfono!
—Deberíamos llamar a tía Inés —dice nerviosa Natalia—. Tú dices que ella lo conoce...
—Sí, eso le dijo a Carolina —dice Vanesa.
—¡Déjenme salir de aquí! —insisto.
¿Y qué haré cuando consiga comunicarme con él? ¿Qué le preguntaré? ¿Le pediré que me explique por qué? ¿Y qué si Vanesa tiene razón y esto es una locura? ¿Y qué si alejarme es lo mejor?
Oh, Dios, mi cabeza dice "Sé prudente, Carolina", pero mi corazón necesita hablar con él.
—Tía Inés no responde —escucho decir a Natalia—. ¿Qué hacemos?
—¿Estás de acuerdo con que ella se contacte con él? —le pregunta Vanesa.
—No —dice Natalia. Un "No" definitivo.
—Al menos no desde nuestra casa —agrega Javier—. Es peligroso. Aquí están los niños. No sabemos si él...
—¡Él no es malo! —grito indignada, limpiándome más lágrimas. Esta situación me está destrozando por dentro.
—Tampoco puede quedarse encerrada en la alacena —dice Natalia.
—Sí que puede, a Harry Potter eso lo hizo fuerte —dice Vanesa, imprudente como siempre.
—¡Cierra el pico, Vanesa!
Necesito hablar con Daniel.
—Iré a su habitación a sacar de ahí su ordenador y después la llevaremos allá.
—Yo te ayudo.
Siguen con el plan de impedirme comunicarme con él. —¡Soy mayor de edad! —les recuerdo, molesta.
—¡Pues compórtate como tal! —me responde más molesta Natalia.
Eso me hace llorar más.
—¿Qué le respondo a Saviñon? —pregunta Javier.
—Pídele que no vuelva a escribirle —gruñe Natalia, en tono de hermana mayor autoritaria.
No opuse resistencia cuando me trasladaron de la alacena a mi habitación. Oponerme sólo hubiera complicado mi situación. Al llegar me dejé caer sobre mi cama y me puse a llorar. Vanesa intentó consolarme, pero la eché fuera.
—Sé que en este momento me odias, pero...
—¡Que te largues!
También la escuché llorar. —Ya tendrás tiempo para recapacitar. Te dejaré aquí las fotocopias que saqué a los periódicos que encontré.
—¡Fuera!
Después de pedirme perdón mil veces por fin se fue.
Horas después levanto mi cara de mi almohada para ver junto a mí un centenar de periódicos. Me incorporo y cojo el más cercano. Ahí está él. Daniel. En primera plana. En la fotografía está siendo capturado. ACUSADO DE INTENTO DE ASESINATO, dice el encabezado. En la descripción el reportero cita a Daniel diciendo "Soy inocente". Yo también seguí a través de los medios de comunicación el caso Saviñon. Siempre pensé que cómo era posible que un joven apuesto, que en apariencia lo tiene todo, intentara algo tan cruel como asesinar a dos personas. ¿Cómo? Joven apuesto... Porque a pesar de la preocupación que expresa Daniel en la fotografía que estoy viendo, puedo ver en él a ese tipo de hombre que jamás se fijaría en una chica ordinaria como Carolina Navarro. Alto, atlético, de piel nívea, cabello castaño, cara de ser el más aplicado en la universidad. A pesar de la tristeza que siento sonrío un poco. Porque al menos ahora sé cómo es él. Y no sé si se llama Alexander Donoso o Daniel Saviñon, pero si dice que es inocente, yo le creo.
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