5. Confesiones
Carne humana. Nos alimentan con carne humana.
Salí a toda prisa de la cocina y me precipité hacia la mesa negra para evitar que las chicas siguieran comiendo el estofado que humeaba en sus cuencos.
—¿Qué pasa contigo? —protestó Grettell cuando pasé a un lado de ella y tiré su cuenco casi vacío al suelo.
—¡No lo coman! —grité, hiriéndome los pulmones—. ¡No lo coman, no es lo que piensan!
Seguí corriendo a lo largo de la mesa con la mano muy abierta y tirando al suelo todos los cuencos que me era posible.
—Lucy ¿qué estás haciendo? Vas a ocasionar que nos lleven a todas a las mazmorras.
Becca intentó sujetarme de los hombros, pero me escapé de su agarre.
—El estofado...—le dije sin volverme para verla—. Nos estamos comiendo el cuerpo de Emma.
Un montón de ojos nerviosos y saltones se volvieron para mirarme.
—¿Has perdido la cabeza? —Becca me agarró del brazo y con un tirón me obligó a girarme—. ¿De qué mierda estás hablando?
—Lo vi con mis propios ojos, Becca. El cuerpo de Emma está ahí... En un enorme congelador.
Señalé en dirección a la cocina. Las chicas a mi alrededor comenzaron a gritar. Algunas se sacudieron con fuertes arcadas y escupieron la carne masticada de vuelta al cuenco.
—Lo que dices no tiene ningún sentido —replicó Becca con el rostro crispado.
Mi pecho bajaba y volvía a elevarse con violencia. Me tomó un minuto recobrar el aliento para volver a hablar.
—Velo con tus propios ojos si no me crees.
Becca caminó en dirección a la cocina con lentitud. Yo sabía que ver a su mejor amiga colgando de un gancho, y abierta por la mitad como una res en el matadero la trastornaría para siempre, pero tenía que saber.
Todas tenían que saber.
Seguí a Becca hasta el umbral con el grupo de chicas a mi espalda. Podía escuchar cómo crujían sus dientes y se arrancaban las uñas a mordidas.
—Ahí —señalé con un dedo tembloroso—. Al fondo.
Los zapatos de Becca chapotearon en la sangre cuajada y en las vísceras del piso. Entre las enormes ollas ennegrecidas puede ver cómo soltaba un suspiro de alivio.
—Esto no es divertido, Lucy —dijo al girarse en redondo para encarame—. ¿Por qué lo has hecho?
Enarqué una ceja, sin entender un demonio de qué hablaba.
—¿A qué te refieres? Yo no he hecho nada, son ellas las que...
—Aquí no hay nada más que el cuerpo desollado de un cerdo.
Abrí los ojos con sorpresa y agité la cabeza. ¿Un cerdo?
Caminé hasta la puerta del congelador para verlo yo misma, dentro, no había nada más que el cuerpo congelado de un animal muy gordo sin piel.
—Creo que tenemos otra loca en la familia —soltó Grettell, esbozando una sonrisa de satisfacción.
—Este no es momento para tus estúpidos comentarios, Grettell —bufó Becca.
—Yo la vi. Aquí estaba, Becca, yo...
—No es gracioso, Lucy. Emma era mi mejor amiga. ¿A qué se supone que estás jugando? ¿Grettell y tú planearon esto?
—Yo no planearía algo así —contestó Grettell, ofendida —. Emma acaba de morir, ¿cómo se supone que la hubiera cortado y cocinado en tan poco tiempo?
—Mejor no hables, Grettell —sugirió la chica que me había guiñado un ojo en el corredor de las puertas.
—Yo no inventaría algo así, Becca, por favor. Estaba ahí.
Becca caminó en dirección al umbral, dándome fuerte con el hombro al pasar a mi lado.
—Oh, pobrecita Lucy, creo que está igual de loca que Emma —dijo Grettell con un deje de falsa preocupación—. Ten cuidado, las que se comportan como tú, terminan arrancándose el cabello y lanzándose del techo.
Grettell se dio la media vuelta y desapareció con ese paso de gacela entre el grupo de chicas que me miraba con un gesto de profunda desaprobación.
—Estás perdiendo la cabeza, Octubre. Grettell tiene razón esta vez, si no te controlas, no vas a sobrevivir en Bloodrock.
El grupo de chicas salió de la cocina, dejándome sola frente al cerdo desollado.
¿Cómo había sido posible? Había visto el cuerpo de Emma con mis propios ojos.
Moví al cerdo a un lado con una mueca de asco sólo para estar segura; detrás de él no había nada más que un vacío engullido por la negrura.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
¿Acaso me estaba pasando lo mismo que...aquella vez? ¿La locura familiar al fin me había alcanzado? ¿Terminaría igual que...mi madre?
Bien sabía que los fantasmas, los monstruos y los muertos que se aparecían por las noches en mi habitación desde que era una niña no existían, que sólo eran el producto de la trastornada herencia familiar que había llevado a mi madre a la locura, pero aquellas visiones eran tan reales que me parecía imposible distinguir la realidad.
Cuando salí de la cocina las chicas ya habían dejado sus cuencos enjuagados sobre una pileta de piedra, pensé que lo justo era limpiar el desastre que había ocasionado en las mesas y en el suelo, pero, de pronto, al comenzar a recoger los pedazos de carne desabrida, escuché una orquesta de chillidos agudos proveniente de atrás de las paredes.
En un segundo, una horda de ratas enormes infestó el suelo y saltó a las mesas, mordiéndose entre ellas para ganar los pedazos de carne más rechonchos. Empezaron a escarbarme la punta de los zapatos y a escalar por mi vestido con las fauces llenas de espuma, hambrientas.
Salí corriendo del comedor, sacudiéndome el cabello y dando puntapiés y manotazos hasta que mi cuerpo se estampó con el pecho gélido de una persona. Las ratas que mordisqueaban mi vestido cayeron al suelo y regresaron chillando al comedor.
La piel de mi trasero comenzó a escocerme al ver a la directora, quien balanceaba la vara de madera con una de sus manos, golpeándola sobre la palma de la otra.
Ese definidamente no era mi día de suerte.
—Lucy Miller —pronunció mi nombre casi con satisfacción—. Deberías estar en tu celda.
—Yo...ya iba para allá.
Rodeé a la directora con la frente clavada en el suelo y cuando estuve a punto de soltar un suspiro porque había logrado escapar ilesa de ella —y de su vara—, su pestilente boca volvió a abrirse detrás de mí.
—Áganon encontró uno de los ductos del Ala Norte abierto. —Agradecí estar de espaldas, para que no pudiera ver cómo me tragaba el nudo que se me había formado en la garganta—. ¿Sabes algo al respecto?
—¿Un...ducto? —pregunté, tratando de controlar el temblor en mi voz—. No... yo no sé nada de ningún ducto.
Escuché el andar ondeante de la directora aproximarse por el corredor oscuro. El aroma fétido de su boca inundó el aire. Sus palabras rozaron filosas mi oreja.
—¿Sabes lo que les pasa en Bloodrock a las escorias que mienten? —Negué con la cabeza—. Son azotadas con el látigo hasta que escupen la verdad con sangre. —Mi frente se perló de un sudor denso y frío—. Te estaré vigilando, Lucy Miller.
La directora se internó en el gran comedor y como si tuviera el poder de extinguir el fuego de las antorchas con un chasquido, todo quedó sumido en una impenetrable oscuridad a mi espalda.
Escuché el chillido de las ratas al escapar por detrás de las paredes del corredor, en dirección opuesta a la penumbra. Sus uñas afiladas arañaban la roca con desesperación como si algo las hubiera asustado. De pronto, un frio parecido al de la cocina me heló la piel y no pude evitar pensar en Emma, colgando de un gancho en el congelador, sin órganos debajo de la profunda herida. Su recuerdo me hizo unirme a la carrera de las ratas para llegar al otro extremo del corredor, alumbrado por la mortecina luz de un candelabro.
El sonido de unos pasos que no eran los míos pareció seguirme detrás. Cortos y acompasados.
Corrí con torpeza hasta doblar la esquina del pasillo sin detenerme a comprobar si había tenido razón. Llegué al corredor de las puertas y como si mi vida dependiera de ello llamé con fuertes golpes a la número once.
—No quiero hablar contigo, Lucy.
Mis alucinaciones estaban cobrando vida con una velocidad vertiginosa. Volví a llamar a la puerta cuando sentí la respiración de algo despeinándome los cabellos de atrás de la oreja.
—Por favor, Becca. Ábreme —chillé con desesperación.
El chirrido del seguro de la puerta se escuchó y cuando Becca la abrió, no dude en meterme a la celda.
—¿Qué carajo sucede contigo, Lucy?
—No puedo explicarlo ahora —dije con un hilo de voz mientras veía como unos dedos negros se cerraban en el marco de metal—. Sólo cierra la maldita puerta.
Becca pareció estremecerse con un leve escalofrío y sin preguntar más, hundió con fuerza un cerrojo improvisado dentro del hueco en la pared. La celda quedó iluminada por la luz anaranjada que se arrastraba por el resquicio inferior.
—Lo que hiciste no estuvo bien —dijo Becca cuando notó que había vuelto a respirar con normalidad.
—No fue mi intención. Jamás jugaría con la muerte de una persona. —Mis ojos saltaron cuando creí ver por el resquicio que alguien se paraba frente a la celda—. Yo veo... cosas, cosas que a alguien normal le quitarían el sueño, y son tan reales para mí que no tengo forma de saber si están pasando, o si son el producto de mi imaginación.
El gesto severo con el que Becca me miraba pareció suavizarse.
—¿A qué te refieres?
Solté un suspiro profundo y me recargué en la pared.
—Tengo miedo de contártelo y que después pienses que soy una rarita como Grettell.
—Nadie puede ser más rara que ella, te lo aseguro —repuso con una sonrisa amable.
Inhalé el aire sulfuroso de la celda para armarme de valor y después hablé:
—Mi madre los llamaba brotes psicóticos o alucinaciones. Empezaron a atormentarme cuando tenía seis años. —Cerré los ojos, sintiendo cómo los vellos de mis brazos se erizaban—. Un torso quemado, con un solo brazo, fue la primera alucinación que tuve. Yo estaba en el segundo piso de mi antigua casa, jugando en la última habitación del corredor, la que tenía todos mis juguetes. Mi madre se encontraba en su estudio. Escuché un sonido parecido al de la tiza arañando el pizarrón. Mi maestra hacia ese sonido cuando quería hacer callar a la clase. Era un sonido penetrante, agudo, que se te metía en lo más profundo de los oídos. Cuando lo escuché viniendo hacia mí, me asomé por el resquicio de la puerta. El fondo del corredor estaba sumido en la oscuridad. —Hice una pausa para humedecerme los labios, que se habían quedado secos. Becca se había sentado en medio de la cama, muy tiesa, abrazando sus piernas con las manos—. Las uñas de su mano quemada se clavaron en el borde que separaba la luz de las sombras y después hicieron avanzar el torso en mi dirección con una lentitud agónica. Aunque sólo era un pedazo de carne cercenado, pude escuchar sus lamentos. Nunca podré olvidar el aroma de la carne quemada, ni el sonido de las uñas arañando la madera.
Becca se había quedado helada y con la boca muy abierta en el centro del colchón desnudo.
—¿Así es como viste a Emma... en el congelador?
—No de la misma forma, pero sí con lujo de detalle. Tal y como siempre veo a los "muertos".
Becca se quedó en silencio, con el entrecejo fruncido, como si estuviera analizando un pensamiento profundo.
—Mi abuela solía decir que la maldad siempre deja huellas y que había personas dotadas con dones para poder verlas y así ayudar a los muertos a desenterrar su verdad.
—¿Estás sugiriendo que vi realmente el fantasma de Emma?
Becca sacudió los rizos.
—Por supuesto que no. Sólo recordé lo que mi abuela decía, pero claro, ella estaba loca. —Me dedicó una mirada de disculpa—. Sin ofender.
—No me ofendo, pero por favor, no se lo cuentes a nadie, es demasiado personal.
Becca saltó de la cama, dedicándome una mirada de confidencia.
—Ya que nos estamos sincerando. —Metió la mano en una abertura del colchón —. Tal vez tú puedas ayudarme a entender qué llevó a Emma a quitarse la vida. Y también te pido que no se lo cuentes nadie. Yo guardo tu secreto y tú el mío.
—¿Qué es eso? —pregunté cuando Becca sacó la mano de la abertura y la escondió detrás de su espalda.
—Tienes que prometerme primero que no le contarás a nadie sobre esto, Lucy. Tienes que jurarlo con tu vida. Las chicas no necesitan asustarse más de lo que ya están. Además de que nos ganaríamos un pase directo a las mazmorras si la directora lo descubre.
—Lo juro por mi vida.
Becca deslizó la mano de atrás de la espalda y me mostró un pequeño cuaderno con pastas del color de la sangre seca.
—¿Puedo? —Señalé el cuaderno rojo.
—Claro —concedió Becca con cierto recelo, como si no estuviera del todo segura de querer que lo abriera—. Es el diario de Emma —explicó—. Intenté leerlo una vez sin éxito. Lo que escribió es muy aterrador.
—¿Cómo logró meter esto a Bloodrock? Ninguna pertenencia está permitida, salvo la ropa con la que llegamos.
Abrí el diario y una extraña sensación pareció trepar por la punta de mis dedos a medida que lo hojeaba.
—Eso es exactamente lo que me pregunté cuando Emma me pidió guardar el diario en mi celda, creyendo que ella misma podría revelar su secreto al ir perdiendo poco a poco la razón.
Becca alargó la mano para que le devolviera el diario justo cuando leí las palabras "pacto con el diablo".
—Lo siento. No pretendía husmear.
—Emma mencionó un libro negro en las páginas de este diario y creo que gracias a él descubrió lo que sucede en Bloodrock, pero no tuvo la fuerza mental para sobrellevarlo. —Sus ojos se movieron al resquicio inferior de la puerta, como si pudiera ver al igual que yo los dedos ennegrecidos de un par de pies que esperaban impacientes por entrar—. Sé que algo está pasando en el castillo, Lucy. Puedo sentirlo a pesar de que me considero escéptica. Hay algo siniestro deambulando en los corredores, algo que también hace brillar los ojos de las cuidadoras cuando nos vigilan desde las sombras.
—Entonces, tenemos que investigar. Si ese libro negro, o el diario tiene las respuestas deberíamos comenzar a leerlo.
Becca se mordisqueó las uñas.
—No lo sé, Lucy, tengo miedo de volver a leer sus historias retorcidas, aunque también quiero saber qué pasó con Emma antes de que se suicidara y qué va a pasar con todas nosotras. —Las ojeras se marcaron profundamente en su rostro ensombrecido—. Me voy en un mes. Necesito saber si lo que decía Emma era verdad.
—Vamos a...
Un escalofrío interrumpió mis palabras cuando los pies ennegrecidos desaparecieron del resquicio para reaparecer con el resto de su cuerpo quemado, aunque el fuego le había devorado la piel, pude reconocer quién era al ver la cuenca negra y vacía en un su rostro desfigurado.
Un dedo descarnado señaló en dirección al diario.
—¿Lucy? —La voz de Becca se quebró, y aunque yo no pude despegar los ojos de la cuenca vacía, supe que ella también podía percibir la presencia de la muerte en la celda—. Ella... ella está aquí, ¿verdad?
Mi cabeza se movió de arriba hacia abajo con lentitud.
—Sí, Becca —confesé, tratando de controlar los latidos frenéticos de mi corazón—. Y si mis alucinaciones son reales, como lo decía tu abuela, creo que Emma ha regresado del infierno para advertirnos de algo.
Ay, Dios.
¿Cómo les fue con este capítulo?
Las alucinaciones de Lucy se están poniendo cada vez peor.
Gracias por seguir esta historia.
🖤🕷️Te quiero🕷️🖤
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